Existió un antes y un después de la LOCE: ni era una
ley perfecta, ni siquiera se aproximaba a la perfección, pero marcaba una
encrucijada: a partir de la LOCE la enseñanza podía mejorar… o empeorar. La
siguiente reforma confirmó la tendencia a la decadencia desde el momento en que
introdujo y oficializó la temática y los tópicos “progresistas” en la
educación. El resultado ha sido nefasto y ahora ya estamos en condiciones de
reconocer que con la reforma de la LOCE se llegó a un punto de no retorno. De
hecho, la actual crisis de la enseñanza y la desintegración del sistema
educativo español, incapacitado para cumplir sus objetivos -formar jóvenes en
condiciones de afrontar los retos de la sociedad- está directamente vinculada a
aquella reforma.
El 3 de julio de 1985 el gobierno socialista aprobó
la Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación (LODE) y en 1990 la Ley Orgánica
de Ordenación General del Sistema Educativo de España (LOGSE) que estuvo en
vigor en los años en los que gobernó en PP, hasta que un año antes de ceder el
poder de nuevo al PSOE, se aprobó la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE)
reformada radicalmente cuatro años después, durante los primeros años del
zapaterismo, por la Ley Orgánica de Educación (LOE) de 2006, que luego
intentaría ser reformada por la “ley Wert” (o Ley Orgánica para la Mejora de la
Calidad Educativa) y cuyas tímidas reformas fueron enterradas definitivamente en
2018.
Si nos centramos específicamente en la reforma de la
LOCE es porque, a partir de ella, se introdujeron en la educación española, los
principios y tópicos progresistas. Reconociendo las limitaciones y las
timideces con las que el PP ha abordado siempre las necesarias reformas
educativas, lo que ha venido después ya ha sido una cascada de errores que han
desarticulado incluso la posibilidad de realizar una reforma educativa y nos
han consagrado como farolillo rojo de la educación en Europa.
* * *
La educación no es un campo neutro, sino un terreno
en el que los progres han insistido siempre a la vista de su carácter de arma
ideológica de primer orden. Esto ocurre, especialmente, cuando los partidos
olvidan cual es la función social de la educación: formar jóvenes adaptados
para la vida social y con posibilidades de éxito en una sociedad competitiva.
Todo lo demás es accesorio.
Pero para el PSOE y para el PP, lo esencial no es
eso, sino hacer valer su línea política. En las actuales circunstancias, la
posibilidad de una reforma educativa estable es algo que se escapa a los
horizontes de los partidos mayoritarios y que se agrava con el papel jugado por
los partidos nacionalistas solo preocupados porque sus fantasías
seudohistoricistas se enseñen obligatoriamente en su demarcación.
Hoy, cualquier reforma educativa estable es
imposible a causa del choque entre el PP y el PSOE de un lado y por el choque
entre estatalistas, nacionalistas y tibios talantudos de otro. No hay posibilidades de consenso y, tanto en este
como en otros terrenos, no hay posibilidades de aprobar una política de Estado.
Para el PSOE, la reforma de la Ley Orgánica de
Calidad de la Enseñanza “suprime los aspectos anacrónicos de la LOCE”… y cuando
el PSOE dice esto se refiere solamente a la enseñanza de la religión.
Efectivamente, con la enseñanza de la religión hay
un problema. Para la LOCE la asignatura era obligatoria y tenía efectos
académicos, se aprobaba o se suspendía, para la reforma educativa del PSOE se
transformar en asignatura no obligatoria y sin efectos académicos. Los centros
deberán elegir asignaturas alternativas para quienes no opten por religión.
En la práctica, la asignatura de religión se transforma en una “maría”, algo
que ya era desde los años 50, cuando la trilogía “Formación del Espíritu
Nacional, Gimnasia y Religión” eran las “tres marías” que conllevaban un
aprobado general.
El PSOE argumenta esta opción amparándose en el
carácter laico del Estado: “en un Estado laico sobra la religión”… si, pero, no
exactamente, como veremos.
Da la sensación de que los padres deberían tener
libertad para elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Quienes
opten por la enseñanza pública, optan por una enseñanza a cargo del Estado. De
un Estado laico, por tanto, la enseñanza que allí reciban será necesariamente
laica, esto es, derivada directamente de los principios constitucionales. Sin
embargo, quienes opten por colegios religiosos, están optando también por un
tipo de formación humana que responde a ellos. A un centro católico corresponde
necesariamente una preparación católica de los alumnos. Y esto nos parece
incuestionable: a eso se le llama “libertad de enseñanza”. Imponer un modelo
laico a las escuelas católicas es abusivo y limitativo.
Entre su arsenal de tópicos los progres insisten en la necesidad de no traumatizar a los alumnos mediante una enseñanza autoritaria y memorística, en beneficio de la “comprensión de los conceptos”… en efecto, los conceptos se “comprenden”, y, acto seguido, se olvidan. El otro pilar básico de la enseñanza progre es el “aprender jugando”. No se puede forzar a los alumnos a aprender algo que no quieran aprender. En los primeros años de educación básica, los progres lo que proponen es que se “engañe” al niño, haciendo que aprenda mediante el juego… Lo que se manifiesta cuando cumplen los 14 años es que han aprendido… a jugar, pero no a estudiar.
La reforma de la reforma de la LOCE va en la misma
dirección que la ley aprobada en 1990 y que causó el destrozo actual del
sistema de enseñanza: los valores que se enseñan son siempre finalistas
(tolerancia, multiculturalidad, pacifismo, democracia, humanismo, buenismo en
sentido amplio), pero no se enseñan los valores instrumentales (esfuerzo,
sacrificio, constancia, trabajo, etc.), que son los que ayudan verdaderamente
en el día a día. Y así se produce la paradoja de que los alumnos son
extremadamente “tolerantes”… pero ignoran lo que es el esfuerzo personal en el
día a día: tolerantes todo lo que haga falta (en el fondo la tolerancia es un
valor poco comprometido), pero ayuda a la familia en el mantenimiento del
hogar, cero.
Por otra parte, la enseñanza de valores
instrumentales ayuda al alumno en sus estudios: nada se consigue sin esfuerzo,
ni sacrificio y mucho menos, el aprendizaje de las matemáticas o la física. El valor “tolerancia”, la lucha contra la
xenofobia y el racismo, parecen loables tareas, que no aportan absolutamente
nada a la preparación del alumno: en efecto, la “tolerancia” no le hará
aprender matemáticas, ni siquiera le preparará para estudiar matemáticas.
Como su nombre indica, los valores finalistas
suponen la educación en los objetivos finales –luego problemáticos e, incluso,
en constante mutación- de la sociedad, mientras que lo que cuenta son los
valores instrumentales, sin los cuales, ni el alumno podrá triunfar en su vida
personal, ni siquiera estará en condiciones de disponer de elementos para
tender a la realización de los valores finalistas.
Cuando el PSOE introduce la idea de “educación
cívica”, cuando suprime la reválida, priorizar el apoyo a alumnos con
dificultades en detrimento de una enseñanza que no genere fracasados a partir
de los 10 años, cuando afirma que con tres suspensos se pasará al curso
siguiente ¡sin exámenes de septiembre! lo que está haciendo es rebajar las exigencias
académicas requeridas, bajando el listón: menos nivel académico… para que pasen
más alumnos.
En las universidades dan por sentado algo que no se
realiza en la práctica: en efecto, los alumnos no llegan preparados, la
selectividad y el primer año de carrera, operan la verdadera selección.
La ley suaviza las exigencias académicas hasta tal
punto que se alcanzan niveles de ineficacia absolutos en la enseñanza: la
“escuela comprensiva”, es la escuela de los fracasados no competitivos, es la
escuela creada por la LOGSE y que el PP no estuvo en condiciones de reformar en
profundidad.
Reconocemos en el PP una voluntad de identificar los
problemas que acarreó la LOGSE y un intento de reforma que no pudo consolidarse
en primer lugar por la oposición cerrada de las comunidades autónomas
(especialmente la vasca y la catalana) y en segundo lugar por el revanchismo
progresista del PSOE.
Esperanza Aguirre, en su etapa de ministra de
educación, intentó reformar la enseñanza de historia, en un momento en el que
el PP no tenía mayoría absoluta. La reacción nacionalista fue histérica. El
nacionalismo se asienta en la falsificación y mitologización de la historia, a
su antojo y según sus conveniencias. Una de las pocas medidas tomadas por el
tripartito catalán consistió en bloquear algunos aspectos de la LOCE
desfavorables para el nacionalismo.
A decir verdad, aunque tanto el PP como el PSOE no
hayan sido capaces de llegar a un consenso y de estructurar una política de
Estado en este y en otros temas, y ambos sean co-responsables, el papel jugado
por ambos no es simétrico: el progresismo extremo del PSOE ha sido responsable el
gran culpable del desmantelamiento del sistema educativo español, pero al PP le
cabe la responsabilidad haber pactado con los nacionalistas entre 1996 y 2000
la inmovilización de la reforma Aguirre y haber hecho de la temática religiosa
un factor central de la oposición al PSOE. Y luego, entre 2000 y 2004, que no
abordara la reforma de la LOGSE con más rapidez y energía.
Está claro que el problema de la enseñanza religiosa existe. Entre otras cosas porque España no es un accidente en la historia, sino que tiene una “tradición” propia. Esa tradición, como todo lo que contribuye a transmitir una “identidad”, merece ser enseñado, cuidado y conocido. La tradición específicamente española, entre la conversión de Recaredo y la transición, es la tradición católica. No puede entenderse la nación española, sin entender el papel jugado por el catolicismo en nuestro país. Harina de otro costal es que, España (Hispaniae) sea anterior al episodio de la conversión de los godos al catolicismo y que sobrevive después de haber “dejado de ser católica” en las últimas décadas.
Es cierto que la relajación de los niveles de
filiación al catolicismo han ido descendiendo en los últimos cuarenta años y,
por tanto, esta asignatura no puede ser obligatoria… salvo en los centros
religiosos que tienen perfecto derecho a incluir los contenidos religiosos a la
hora de evaluar la capacidad de los alumnos.
Los tópicos progresistas (empezando por el laicismo,
enseñanza no autoritaria y antimemorística, etc.) han sumido a la enseñanza,
especialmente a la pública, en una crisis terminal. En esas condiciones no
puede extrañar que un número creciente de hijos de padres laicos, deriven a sus
vástagos hacia la enseñanza religiosa y privada.
La enseñanza debe ser exigente con el alumno. Más
vale que el alumno aprenda el valor del esfuerzo y el sacrificio en sus
primeros años, que no a lo largo de toda su vida o en una situación de fracaso
personal: la vida es
esfuerzo, lucha, sacrificio, el juego es agradable… pero se aprende
espontáneamente, solo los progres consideran necesario “guiar” a los niños en
el aprendizaje del juego. Lo que es necesario es preparar al alumno para una
sociedad competitiva: hace falta exigirle desde la pre-escolar, hace falta
entrenarlo en los valores instrumentales sobre los finalistas. Sólo de ese modo
podrá elevarse el nivel de la enseñanza y evitarse que a la llegada a la
universidad, en el primer curso y en el examen de acceso, el fracaso ronde el
50%.
La enseñanza debe estar orientada por las
necesidades de la sociedad: nuestra sociedad precisa técnicos, ingenieros,
programadores, médicos, científicos, expertos, sobran abogados, filósofos,
historiadores, psicólogos, periodistas, carreras que históricamente están
aportando los mayores contingentes de parados. El Estado no puede
permanecer de espaldas a las necesidades de la sociedad. Faltan licenciados y
diplomados en unas carreras… sobran en otras. Sobran en las carreras más
“fáciles”, faltan en las que requieren una mayor fijación en las asignaturas
“difíciles”. Luego el Estado debe corregir esta tendencia: debe insistir en la
enseñanza de las matemáticas, la física, el idioma extranjero y reducir las
horas lectivas dedicadas a humanidades. Y las horas que se dediquen a estas
asignaturas deben ser concretas, unificadas, no sometidas al albur de las
necesidades seudohistoricistas de los partidos nacionalistas.
Es preciso que el fracaso escolar no se acumule en
los últimos cursos del bachillerato. Asignatura suspendida: recuperación y
examen de septiembre. Ni un solo alumno puede pasar de un curso a otro sin
estar preparado para ello, so pena de acumular progresivamente un déficit
académico que, llegado a un punto, se transforma en irremediable (especialmente
en asignaturas como matemáticas). Esto implica el sistema de reválidas a los 14
y a los 16 años, previos a la entrada en la universidad o a las carreras de
grado medio o a la formación profesional. El antiguo sistema de reválidas terminaba siendo
una “selectividad” continuada a lo largo de la vida académica del alumno. El antiguo
preuniversitario cumplía perfectamente, en esas circunstancias, la función de
un curso preparatorio para el acceso en la enseñanza superior.
La enseñanza pública es demasiado importante para
dejarla en manos del buenismo de progres trasnochados.