miércoles, 6 de noviembre de 2019

Crónicas desde mi retrete (41) ¿VOTAR? ¡SI YA SABEMOS QUE EL TITANIC VA Y SE HUNDE!


La ventaja que tiene el haberse dado de baja de los envíos de propaganda es que, mientras ve como los buzones de correo de sus vecinos están repletos de publicidad, el propio figura limpio como una patena. Yo animaría a que, en las elecciones siguientes, cada vez más gente se diera de baja de las listas destinadas a los partidos políticos. Lo que nos cuentan en esos envíos no suele ser muy edificante y está al alcance de cualquiera con solo introducir una sigla en el Google.

Alguna me dirá: “Pero, hombre, es que no te interesa saber lo que proponen los partidos para votar en conciencia”. Servidor, a sus 67 años se siente joven para hacer muchas cosas, pero ya ha votado demasiadas veces y eso de acumular decepción tras decepción, o tener la certidumbre de que su voto no sirve absolutamente para nada, o tener la duda de lo que se hará con ese voto o la convicción de que tendrá como resultado engordar el ego o el bolsillo de candidatos no particularmente preparados, es lo que me hace sentirme mayor para el domingo 10 de noviembre, acercarme a las urnas y votar a cualquiera de las siglas.

Nunca he apreciado particularmente el “derecho al voto” presentado como la quintaesencia de la democracia. He vivido en el campo durante muchos años y, en el fondo, tengo algo de campesino, así que conozco los problemas de ese mundo. ¿Puedo admitir que mi conocimiento sobre la materia lo exprese mediante un voto apoyando la posición de tal o cual partido sobre cómo resolver los problemas de la agricultura, para que luego venga un urbanita que lo ignora todo sobre la realidad agrícola y ese voto valga lo mismo que el mío? Tengo algunas nociones de economía, pero no las suficientes para opinar sobre la efectividad de programas económicos, sin embargo, mi voto vale lo mismo que el de un doctorado real en economía. Mi voto y el de un ignorante total en economía, dejarían en minoría al de un economista con criterio. Creo que soy una de las personas que han seguido el problema de la inmigración en España desde mediados de los años 80 y que mejor conoce la situación de la inmigración en Europa. Sé perfectamente, que dos votos de inmigrantes con nacionalidad recién adquirida, no sólo neutralizaría el mío, sino que lo anularía. Y, por lo demás, me temo que votar al único partido que ha introducido algunas reservas contra la inmigración masiva, no baste para resolver el problema, especialmente porque me da la sensación de que algunos de sus responsables se han dado cuenta del potencial del eslogan, pero no de sus repercusiones.

Dicho de otra manera: he votado demasiadas veces -hemos votado todos mucho en las últimas décadas para pensar que se va a solucionar algo. No, desde luego, poniendo una papeleta en una urna sagrada, ante los sumos sacerdotes del rito, y creyendo luego que el recuento servirá para transformar la suma de las “voluntades populares individuales” en una “voluntad popular colectiva” de la que saldrá la mejor de las políticas posibles para nuestro país.

Es el “sistema”. Ya, pero el sistema no termina de funcionar. De hecho, no ha funcionado nunca. Y mucho menos en un proceso de aculturización creciente, pulverización del espíritu crítico, manipulación mediática y frivolidad, presiden las votaciones. Quizás tengan razón los que dicen que el “sistema” ha servido para que, desde 1977 no nos estemos matando unos a otros. No nos matamos, pero tampoco resolvemos los problemas.

Se me ocurre que, en ocasiones, las sociedades precisan medidas que deben tomarse en dirección contraria a la “voluntad popular”, tan dúctil y tan fácil de manipular. Es duro reconocerlo y es políticamente incorrecto, pero es así.

Por eso me he dado de baja de los envíos de publicidad electoral, por eso no sigo debates, ni veo informativos: porque tengo la convicción de que estas elecciones no solucionarán nada. Conozco, además, el resultado: ganarán los partidos que ocupan la “centralidad política” (ver atículo Un modelo geométrico para entender la política española) y gobernará alguno de ellos. Aplicarán la “única política posible”, se aferrarán al “pensamiento único” y ninguno, por la cuenta que le trae, criticará la globalización o el “nuevo orden mundial”.


Existirá, claro está, una “periferia política” (ver el mismo artículo), con aspiraciones, más que a “reformar el sistema”, a ascender al círculo de la “centralidad”. Y todo el conjunto pivotará en torno al poder económico que no está sometido al escrutinio electoral y que nadie dirige, salvo una serie de principios doctrinales situados en la cúspide del sistema, intocables por definición y que constituyen la norma obligada para los “señores del dinero” (ver artículo 20 bases religiosas de los Señores del Dinero). ¿Alguien cree que todo esto puede resolverse poniendo un papelito a nombre de tal o cual sigla y confiando los destinos propios y de la propia familia al tipo que, a codazos, a conseguido situarse en la lista electoral? ¡Claro que no! Dejadme con mi credo personal, mi “código”, (expresado en el artículo Manifiesto personal por un “pensamiento fuerte”) y forjad el vuestro a vuestra medida.

No todos son iguales, desde luego, y no voy a ser yo quien sugiera a muchos de mis amigos que no voten a Vox, sin ir más lejos. Casi les animaría a que lo hicieran. Sin fe, claro, sin esperanzas, sin respeto. Y, sobre todo, que no se lo tomaran muy en serio. Estas elecciones no resolverán gran cosa y es presumible, incluso, que contribuyan -como las anteriores y como las de antes de aquellas y las de antes y aún las que les precedieron- a embarullar más y más el panorama político: ganará el espacio de “centralidad” y es muy probable que si las simetrías electorales no son favorables para que el PSOE pacte con algún partido de la periferia (lo que quede de Cs), el voto de la galaxia Podemos les permita gobernar y que si esto tampoco es posible, finalmente, Casado y Sánchez se abracen en nombre de la “convivencia”, la “constitución”, “ y demás chorraditas. Es como ir a ver la película Titanic: al final va y se hunde. ¿Para qué pagar una entrada si conocemos el final? ¿por el espectáculo solamente?
- O gobierno del PSOE con ministros de Cs

- O gobierno del PSOE con el visto bueno de la galaxia Podemos
- O “gran coalición” PSOE-PP.
Estas van a ser las fórmulas para los próximos años y con las que Sánchez deberá bregar para resolver la crisis indepe y para afrontar la crisis económica que se viene encima. Cualquier otra opción es, política y matemáticamente, inviable. ¿Sigues animado a votar? ¿Sigues creyendo que tu voto, pobre, triste, único y miserable va a servir para algo?