martes, 19 de noviembre de 2019

Crónicas desde mi retrete (47) ESTA NO ES LA GENERALITAT DE TODOS, POR TANTO, DEBE DESAPARECER


Desde siempre ha existido un equívoco en torno al estatuto de autonomía catalán: mientras que, para los nacionalistas, la instauración de un organismo autonómico suponía un paso intermedio para alcanzar la independencia, para los no-nacionalistas se trataba, simplemente de un organismo colaborador del Estado que descentralizaba la administración pública (para la derecha), mientras que para la izquierda era la expresión de la voluntad popular del pueblo catalán. Así pues, bajo el mismo “estatuto de autonomía” se ocultaban tres posiciones completamente diferentes, pero no equidistantes: sólo una quería la desconexión del resto del Estado. Y este es el problema: que el nacionalismo independentista ha terminado convirtiendo al ente autonómico en un instrumento para la independencia, en lugar de una administración para todos los catalanes. Y esto ya ha llegado muy lejos hasta alcanzar un punto de no retorno.

No es la primera vez que ocurre esto. Cuando Macià tuvo que ceder en 1931 y renunciar a su declaración de independencia para aceptar el Estatuto de Autonomía (el de Nuria era una declaración de independencia demasiado clara y el parlamento de la República lo tuvo que descafeinar) ya estaba implícita esta voluntad. En los pocos años que se aplicó, ERC, utilizó el presupuesto de aquella Generalitat para pagar sueldos a los jefes del partido (leer la biografía de Miquel Badía en donde este extremo es confirmado abiertamente) y si no pudo declarase la independencia fue porque ni existía mayoría social para ello, ni el clima enfebrecido de la República lo permitió. Pero la voluntad independentista estaba implícita y, seguramente por eso, Pujol y los suyos debieron travestirse de “nacionalistas moderados” en 1978-1979 para “colar” su diseño autonómico.


Voy a ser claro: no me siento representado por esta Generalitat, ni es “mi” gobierno autonómico, es solamente el gobierno de los independentistas (es decir, de una cuarta parte de la población residente en Cataluña cuando tenía que ser el “gobierno de todos los catalanes y para todos los catalanes). No creo que nadie que no sea independentista se identifica con la institución autonómica en su actual configuración y con la gestión que está realizando desde, como mínimo 2003. La aceptamos pasivamente porque no nos queda más remedio, pero no lamentaríamos lo más mínimo que desapareciera.

Pues bien, según la última encuesta del CEO sobre la opinión pública en Cataluña, tras reconocer el descenso del independentismo [ver artículo titulado: El ocaso del independentismo según TV3] aparece la cifra de un 7% de catalanes que se muestran partidarios de que Cataluña se considere una “región” sin estatuto de autonomía, ni autogobierno. A mi nadie me ha consultado, pero estaría en esa franja. Y creo tener buenos motivos para ello.

Me ha confirmado en ello el que, desde hace años, el gobierno autonómico va incumpliendo sistemáticamente leyes y normas del Estado, se niega a aplicar sentencias emitidas en firme (empezando por el muy espinoso asunto de la enseñanza en castellano en Cataluña) o, simplemente, en plena rebeldía permanente, como es el caso de Quim Torra.

Parece evidente que, si “ellos” se niegan a cumplir las reglas del juego, los ciudadanos de Cataluña, tampoco tienen obligación de aceptar a la Generalitat como el gobierno legítimo de la región. Podría discutirse sobre este argumento, pero lo esencial es reconocer que lo ocurrido en Cataluña desde hace cuatro décadas ha llegado al punto de no retorno.

Si el “proceso independentista” ha conseguido algún objetivo, aparte de romper a la sociedad catalana y crear una fractura vertical que alcanza a familias y grupos de amigos, es el de decantar definitivamente y para siempre a la institución autonómica del lado del independentismo. Así pues, se da la razón a los que opinamos que, desde su instauración en 1978, la Generalitat de Cataluña solamente ha sido el peldaño previo para alcanzar la independencia y, por tanto, las leyes, las subvenciones, las normativas educativas, estaban orientadas en esa dirección y son, por tanto, inaceptables, por el simple hecho de que, en su momento, se engañó a la opinión pública encubriendo el objetivo final de la independencia. Todo este arsenal legislativo, todas las medidas adoptadas, votos los votos depositados, hubieran tenido seguramente otro carácter si, desde el principio se hubiera sido claro sobre las pretensiones independentistas.

La “Generalitat de Cataluña” es más quemada que un bosque en fase de recalificación. Hoy, existe independentismo porque existe la gencat, de no existir, no se hubiera utilizado la educación como instrumento para falsear la historia e instaurar en la mentalidad de los alumnos ficciones e interpretaciones inasumibles. Existe independentismo, simplemente por que el formidable presupuesto al alcance de la gencat se utiliza EXCLUSIVAMENTE para subvencionar iniciativas independentistas, mentalizar a las masas y olvidar el hecho incuestionable de que ni siquiera en la Edad Media existía una “Cataluña independiente” (ni siquiera una “federación catalano-aragonesa” como se enseña en las escuelas, sino condados feudatarios de la Corona de Aragón y antes del Imperio Carolingio). [ver artículo No sólo se es idiota por creer en la República de TV3].

Si ésta es la gencat que todavía cree en la quimera independentista, yo no quiero que se vuelva a aplicar el artículo 155, sino, simplemente, que se disuelva la institución y se cree un nuevo ente regional en ruptura con la anterior etapa… Lo sé, una quimera irrealizable: pero, me temo que cada vez somos más los que pensamos así, mientras son menos los partidarios de la independencia.

¡