Ayer, por unas horas y para encontrarme con unos amigos llegados
de la República Argentina y con queridos antiguos conocidos españoles, baje a
Barcelona. La que fue llamada, tras la novela de Eduardo Mendoza, la “ciudad de
los prodigios”, seguía travestida de “ciudad de las miserias”. Me sorprendió
particularmente la plaza de la Universidad y el arranque de la Ronda de San
Antonio. Lo que vi, me pareció inenarrable, impropio de una ciudad de Europa
Occidental en el siglo XXI. Tuve que hacer fotos para volver a mirarlas, una
vez regresado a mi zona de confort, y demostrarme a mí mismo que no había sido
víctima de un engaño de los sentidos, ni el buen Rioja que nos metimos me había
hecho una jugarreta.
Para quien no conozca Barcelona le diré que la Gran Vía,
antes llamada Avenida de José Antonio y antes aún, Calle de las Cortes, es una
de los tres carriles horizontes de mayor densidad de tráfico, junto con la
Diagonal y la calle de Aragón. Tapona la Gran Vía y tendrás un caos
circulatorio permanente en el centro. Pues bien, esto es lo que lleva ocurriendo
desde que hace unas semanas, un grupo de desharrapados, decidió ocuparla como
protesta por la sentencia en el primer juicio por el 1-O.
Durante unos días, tras conocerse la sentencia, el Tsunami
Democratic intentó -en la “nit de las flamarades”- ocupar el paseo de Gracia
que debía de transformarse en el nuevo escenario público de la “revuelta cívica”,
similar al que tuvo lugar en la avenida Maidán en Ucrania. La actuación al
alimón de Mossos y policía nacional, impidió aquel intento que, sin embargo,
una semana después se consolidó en la plaza de Universidad.
Allí estuvieron los CDR-CUP y los alegres muchachos del
JERC, así como los becerros teledirigidos por Puigdemont, hasta que, en la
jornada de reflexión, los del JERS decidieron irse por órdenes expresas de su
partido, que -como hemos dicho en otras ocasiones- tiene como secreta
aspiración ocupar el espacio dejado libre por el nacionalismo moderado.
Surgieron trifulcas entre los “acampados”, acusaciones de robos y malversaciones
y todas las miserias que se pueden dar en ambientes radicales ligados al lumpen
okupa y a los antisistema. El caso fue que en la Numancia indepe quedaron “300
últimos mohicanos”. Y a estos pertenecían las tiendas que vi ayer por la mañana…
salvo por un pequeño problema: allí no había nadie.
Lo único que puede ver fueron unas 40 tiendas de campaña,
bastante roñosas, por cierto, de esas que suelen utilizarse en concierto
prolongados, todas -y al decir todas, quiero decir, absolutamente todas-
cerradas, sin vida, delante del venerable edificio de la Universidad Central, sin
señales de vida. Y era la 1:30 p.m. Hora de levantarse por mucho canuto que se
haya fumado. Pero allí no había ni agitadores repartiendo panfletos, ni
asambleas iracundas clamando por la libertad de los presos, ni por
independencias inviables en esta época de globalizaciones económicas.
Y es que, por las noches, empieza a refrescar: los propietarios de aquellas tiendas, o se había ido a dormir en casa de papá y mamá o bien a la casa okupada de la que procedían. Hubiera bastado un simple bulldozer y el camión de la basura, para despejar la Gran Vía y la Ronda de Sant Antonio, volver a dejar la Plaza de Universidad para encuentro de enamorados, para punto de citas a ciegas o para tránsito de gentes ocupadas que van y vienen. Pero allí no había nadie: sólo escombros y basura ocupando unos espacios públicos en el centro de Barcelona.
Me temo que la cosa va a ir a peor a la vista del nuevo “gobierno”.
Lo que falta en Barcelona y lo que falta en este país es algo tan sencillo como
“autoridad”.
- Si existiera “autoridad” en el ayuntamiento para algo más que para cobrar impuestos y multas, el propio consistorio ya habría enviado a las brigadas de limpieza a la plaza y a una dotación de la Guardia Urbana, porque no habría hecho falta nada más para restablecer la normalidad.
- Si la Generalitat sirviera para algo más que para haber dividido a la sociedad catalana y para convertir nuestros impuestos en dinero para la causa independentista, seguramente los Mossos d’Esquadra hubiera podido restablecer la normalidad en cinco minutos. Pero, Torra que ni pincha ni corta y que se limita a ser el corre-ve-y-dile del chalado de Waterloo, no ha recibido la orden y, por tanto, sigue ejerciendo de predicador y profeta alucinado del independentismo.
- Si existiera “autoridad” en el Estado Español, hubiera bastado una furgona de policías nacionales para deshacer el campamento de la miseria afincado en espacio público y en vías de primer orden. Pero ¿quién va a enviar a la policía nacional? ¿el guay de Chueca? ¿el señor de los doctorados full? ¿el socio del coletas?
Si las costuras del país y de la sociedad soportan los
próximos meses de gobierno frenteprogresista será porque ya estamos hechos a
todo y nada nos viene de nuevo. Y, también, claro está porque, a lo largo de
los años de ingenuidad política, el país ha terminado cultivando el escepticismo
y la convicción insensata de que nada de todo esto puede remediarse. Sea como fuere, el aspecto miserable y sucio de la acampada está a la vista de todos, incluso de ese "turismo de calidad" que dice el ayuntamiento que está cultivando...