sábado, 9 de noviembre de 2019

Crónicas desde mi retrete (42) HOY HACE 30 AÑOS



Un digital se preguntaba hoy: “¿Dónde estaba usted el día que cayó el Muro de Berlín?”. Es una de esas fechas, como el asesinato de Kennedy, el día en que murió Franco, los atentados contra las Torres Gemelas o el 11-M, en el que casi todos recordamos lo que hacíamos. Para mí es fácil: estaba en el hospital conociendo a mi hija recién nacida. Para los que no son padres, resulta difícil transmitir la emoción que se siente cuando nace un hijo. Se recuerda todo de aquel día: a los padres que esperábamos impacientes en la sala, a Rosa María Mateo, entonces corresponsal enviada a Berlín, con un colocón monumental dando la noticia, in situ, de la caída del Muro por la noche y en la mañana, en la misma sala, el programa de Pepe Navarro en el que entrevistaba a un africano afincado en Valencia y que decía ser “nazi”, recuerdo incluso al tipo que me encontré en las escaleras del clínico y que decía conocerme (pero que 30 años después sigo sin recordar quién diablos era). Hoy mi hija cumple 30 años.

El mundo ha cambiado demasiado en esas tres décadas. Sé perfectamente, que cuando mi hija cumpla 50, todo será radicalmente diferente a cómo es hoy. La historia se ha acelerado en los últimos cien años. Para incluso que la velocidad de aceleración es cada vez mayor. El viento al que cantó Bob Dylan en su Blowin in The Wind, ya no permite escuchar ninguna respuesta. Puestos a recordar al viejo Dylan, mucho más oportuna es hoy su The times ther are a-changing (los tiempos van cambiando), si bien, va a ser difícil seguir su consejo, “aprender a nadar”, para mantenerse a flote. A la velocidad con la que se ha acelerado la historia después de la caída del Muro, hay que reconocer que, efectivamente, los tiempos van cambiando, pero a una velocidad inhumana e imposible de adaptarse a ellos, incluso para las nuevas generaciones.

El 9 de noviembre de 1989, quedaba la esperanza de que la caída del Muro y la reunificación de Alemania fueran suficientes para que se introdujeran modificaciones en la política internacional: que la OTAN se disolviera por falta de enemigo (no se ha disuelto, sino que se ha reforzado), que la URSS, reconvertida poco después en Federación Rusa, dejara de ser el enemigo (pero mientras siga existiendo la OTAN, sus cabezas nucleares apuntarán a Moscú), que la reunificación alemana sirviera a aquel país para revisar su historia y proclamar que el conflicto de 1939-45, no fue responsabilidad exclusiva del Tercer Reich, sino del “partido de la guerra” que tenía en Churchill, Roosevelt y Benes a sus cabezas visibles (ocurrió todo lo contrario y la llamada “querella de los historiadores” no sirvió para esclarecer ni ese, ni otros puntos sobre la “responsabilidad alemana”), creíamos que la reunificación alemana sería el inicio de una Europa “libre y fuerte” (cuando, en realidad, Europa está hoy más dividida que nunca y pesa menos en el mundo que en cualquier otra época histórica)…

Ignorábamos que el derrumbe del bloque soviético y el final de la Guerra Fría, no supondría la entrada en un período de paz universal, sino de guerras localizadas, tensiones sin fin y que el nuevo ciclo histórico -el unilateralismo norteamericano como superador del bilateralismo propio del ciclo anterior- sería de corta duración y terminaría en la primera década del milenio cuando ya era evidente el empantanamiento de los EEUU en Irak y Afganistán o el ascenso de potencias regionales emergentes o la reconstrucción de Rusia.

Creíamos que la geopolítica iba a marcar nuestros destinos y lo seguimos creyendo cuando los EEUU invadió Afganistán e Irak. Hubo un momento en el que las tesis de Fukuyama sobre el “fin de la historia” se hicieron tan famosas como en los años anteriores las de Alvin Tofler nos convencieron de que nos encontrábamos en un proceso de mutación que definió como “tercera ola”. Era todo un espejismo. Lo que había ocurrido era algo tan simple como que el capitalismo financiero precisaba un mercado de capitales universal para reproducirse: se había entrado en la era de la globalización y, todo lo demás, empezando por la geopolítica, pasaba a un lugar secundario.

La globalización hizo desplazar el eje de la historia, de los Estados Nacionales a un poder supranacional plutocrático, sin rostro: el poder del capital financiero. Ese poder, surgido de varios siglos de acumulación de capital y de concentración en cada vez menos manos, cristalizó en cuanto la “era digital” confirmo que había llegado para quedarse.

Pero el mundo es demasiado desigual y demasiado grande para pensar que puede estar “unificado” sin que haya “beneficiarios” (los menos, los poseedores de capital financiero) y “perjudicados” (el resto de la población). Las crisis cíclicas del capitalismo, ahora son crisis a nivel mundial sin que existan “zonas de refugio”
.
No, decididamente, estos últimos treinta años, no han sido fáciles: todas las esperanzas de aquel día, todas, sin excepción, han quedado decepcionadas. Hoy podemos tener la convicción de que no caminamos en dirección a un mundo más justo, más seguro o más estable, sino en dirección diametralmente opuesta. El tren en el que viajamos, parece circular a velocidad creciendo por unos raíles que terminan ante un muro de hormigón y, en el interior, los pasajeros, seguimos atentos a banalidades siempre a punto por la industria del entertaintment, a la que pertenecen, incluso, las campañas electorales.

Mañana toca ir a votar. Cuando alguien realiza una acción es porque cree que puede servir para algo. Yo creo que los problemas que se han acumulado en los últimos treinta años, tienen tal envergadura que se engaña el que cree que, con el simple acto de depositar una papeleta en una urna, va a solucionar algo más que la vida de los que resulten elegidos. La decepción es el signo de nuestro tiempo y hay que ser consecuentes con ella. Si un rito es completamente inútil, no es obligatorio seguir practicándolo. Es más, el individuo pragmático, evita perder el tiempo: por eso me di de baja en el listado para recibir propaganda electoral.

Todo esto constituye la parte más negativa de estos últimos 30 años. La caja de Pandora ha abierto todos los horrores y todos los errores que se han expandido urbi et orbe. ¿Queda la esperanza? No, en realidad, lo que queda es el día a día. Si la crisis está en el sistema, si vivimos unos tiempos de inseguridad generalizada, sensación de que lo que nos aguarda en los próximos veinte años, va a ser todavía más duro de lo que hemos vivido, siempre queda la posibilidad de inhibirse, participar de una realidad aparte, construyéndola, disponer de serenidad para prever lo que pueda ocurrir en el futuro (y actuar coherentemente) y, sobre todo, no creer en nada, ni trata de encarnar nada que no sea en los famosos “valores eternos”, procurando asumirlos en nuestro día a día. En una palabra: lo que nos queda es algo tan simple como ser felices y coherentes.

Recuerdo un breve poema de Christopher Logue, casi un aforismo nietzscheano:
Acérquense al precipicio…

¡Podemos caernos…!
Acérquense, no lo duden…
¡Está muy algo!
Acérquense mientras puedan…
Y ellos se acercaron,
Él, entonces, los empujó
Y ellos volaron.
Hay muchos que pensamos así. Hartos de acumular decepción tras decepción. Cansados de ver a “este viejo y raro mundo que agoniza y que apenas si acaba de nacer” (Pete Seeger). Airados por campañas electorales de rebajas. Saqueados por clases políticas sin más posibilidades, ni interés, que medrar. Asqueados por la hipocresía y los dobles lenguajes, por los “ministerios de la verdad” y por los mitos de nuestro tiempo. Hay muchos que deseamos volar, aunque volar suponga encerrarnos en nuestro propio mundo.

Treinta años después de que naciera mi hija, recuerdo la felicidad que experimenté cuando la tuve por primera vez entre los brazos. La felicidad… el gran objetivo de toda vida, cada vez más difícil de alcanzar a la vista de que la clientela de psiquiatras y psicólogos no deja de crecer. Nuestro momento histórico, el primero en el que tenemos a nuestro alcance todos los medios científicos y tecnológicos para lograr la felicidad, ha terminado siendo uno de los momentos mas problemáticas a nivel económico, político, social, cultural e, incluso, antropológico (el trans-humanismo, no augura nada bueno para lo humano [ver artículo Pequeña guía para entender las cuatro tendencias de la postmodernidad: trans-humanismo, new age, Unesco, neoliberalismo]. La utopía no ha concluido.

A mediados de los años 60 Herbert Marcuse dio una serie de conferencias agrupadas en un ensayo titulado El final de la utopía: decía el penúltimo miembro de la Escuela de Frankfort que lo único que nos separaba de la utopía era la mala distribución de la riqueza. Se equivocaba, claro está. Lo que nos separa de la utopía es que somos seres rotos: estamos en ruptura con nuestros hijos, en ruptura con trabajos que no nos gustan, con sistemas políticos ineficientes, con una ordenación extraña y anómala del mundo, estamos incluso en ruptura con nuestras mujeres, no nos reconocemos ni en una patria, ni en una cultura, estamos en ruptura con nuestro pasado (esto es, con la historia), con el mismo medio ambiente en el que vivimos, con nuestras propias raíces y con todo lo que nos da algún signo de identidad. Incluso estamos en ruptura con nosotros mismos. A veces lo percibimos oscuramente. Otras, la industria del entertaintment crea una tela de araña que nos atrapa y nos impide ver más allá. De ahí la necesidad de asomarnos al vacío y, si nadie nos empuja, tener el valor de saltar solos: aunque nada pueda hacerse en el plano “exterior”, todo está abierto en el plano “interior”. Eso supone soldar todas las rupturas hoy existentes. El salto es posible. Necesitaremos una “metanoia”, un cambio radical de conciencia. Sólo eso. Entonces, como decía el poema de Logue, volaremos.

Tales son las reflexiones que se me ocurren esta mañana de reflexión, no sobre el circo de mañana, esas votaciones que no resolverán nada, sino sobre la caída del Muro de Berlín, el nacimiento de mi hija, lo que ha llovido desde entonces, las inundaciones que nos aguardan y la balsa necesaria para navegar sobre ellas…