Infokrisis.- Otro artículo rescatado del olvido y que fue publicado en la revista Nueva Dimensión, hacia el año 1994. En cierto sentido el artículo refleja lo que nosotros mismos habíamos aspirado a ser unos años antes, cuando el viaje y la aventura constituían para nosotros una experiencia iniciática. Las bases teóricas de esa experiencia están resumidas en las líneas que siguen.
El turismo, en tanto que fenómeno de masas, es algo propio del siglo XX. Pero desde la más remota antigüedad el hombre sabio gustó de viajar y aprovechó su ir y venir como escuela de carácter y método de conocimiento. A estos hombres se les llamó "nobles viajeros"; su historia jalona los mejores momentos del mundo tradicional. Vale la pena recordar su aventura.De la peregrinación como pedagogía
Todavía hoy los "Compañeros Carpinteros del Deber de la Libertad", una fraternidad artesanal francesa, en el tercer grado de aprendizaje, el de maestro, animan a sus alumnos a que realicen un "tour de France". No es la única institución en la que el "viaje" se ha utilizado como forma de pedagogía iniciática.
A principios de siglo cuando algún joven ingenuo solicitaba al mago y satanista inglés Aleister Crowley ser admitido como discípulo, éste ordenaba seguirle y no precisamente a la esquina; sino a través de los más inverosímiles horizontes: desde los glaciares hasta las selvas africanas, de las altas cumbres alpinas hasta barrios hostiles magrebíes, incluso en la ascensión al peligroso K-2, en el Himalaya.
En ambos casos se trataba de someter al discípulo a situaciones extremas; los artesanos franceses quieren que el nuevo miembro, no tenga más punto de apoyo que su trabajo: para ello deberá alejarse de sus amigos y familiares, de todo aquello que pueda suponer un sostén fuera de sí mismo y de su empeño. Igualmente, Crowley situaba al discípulo en condiciones límite en las que se hacía realidad la palabra de Nietzsche, "lo que no me destruye me fortalece".
La imagen del "peregrino" se encuentra implícita en varios arcanos del Tarot. Se debe a los gitanos, pueblo viajero por excelencia, el haber traído el Tarot a Europa. Pueblo viajero por excelencia, desplazados de la India durante el siglo XIII, iniciaron una lenta e inexorable marcha hacia el Oeste. En el curso de su migración atravesaron la ruta de las más grandes culturas de la humanidad: debieron cruzar la india védica, Babilonia y Persia, Egipto (al llegar a París fueron llamados "egyptiens", palabra que, por corrupción, derivó en su nombre actual, "gitanos", a través de "gypsis") y, ya en Europa, de Bohemia pasaron a París y luego descendieron camino de Andalucía. En todas estas etapas se familiarizaron con las artes mágicas para las que estaban excepcionalmente dotados. Court de Gibelin afirma que fueron ellos quienes trajeron el Tarot a Europa.
Una de las cartas del Tarot, el Arcano IX "El Ermitaño", representa a un personaje cuyas características son propias del viajero: cubierto con una gruesa capa que lo defiende de las inclemencias del tiempo, en su mano izquierda sostiene el cayado del peregrino, mientras que en su derecha alza un farol que ilumina su ruta.
El Ermitaño no es un ser "errante", viaja con una misión: aprender para enseñar. Sus atributos simbólicos sugieren una larga marcha, a lo largo de la cual convierte en luz en la oscuridad. La carta de El Ermitaño, es inmediatamente posterior a las de El Carro y la Justicia. La primera indica rapidez, velocidad, impaciencia; La Justicia, por el contrario, es su contrario, retarda los procesos, huye de las improvisaciones y busca el orden y lo estático. El Ermitaño concilia el antagonismo de estas dos cartas: es dinámica, pero serena.
Tales eran las características de los "nobles viajeros".
De la caballería entendida como peregrinación
Cervantes escribía en El Quijote: "Soy caballero. Como tal viviré y moriré si place al Altísimo. Marcho por el sendero estrecho de la Caballería errante, despreciando las riquezas, pero no el honor. He vengado las injurias, he enderezado entuertos y castigado insolencias. No tengo intención que no sea recta y no intento más que hacer el bien a todo el mundo. Un hombre que piensa, un hombre que actúa de esta suerte, ¿merece ser tratado de loco? Os lo pregunto a Vuesas Mercedes".
Cuando Cervantes escribía estas líneas, la caballería ya había desaparecido. De hecho la verdadera caballería se fundamentó sobre los textos del "ciclo del Grial" que aparecieron en poco menos de cincuenta años, entre el último cuarto del siglo XII y el primero del siglo XIII. En ese breve espacio de tiempo, como obedeciendo a una consigna oculta, aparecen por toda Europa relatos que tienen como temática central el viaje iniciático de un grupo de caballeros en busca del Grial. Luego la corriente se oculta, obedeciendo igualmente a una consigna. Renacerá 120 años más tarde y prolongará su vigencia durante un siglo, pero estereotipada y sin interés iniciático. Serán estos textos espurios y sin contenido los que Cervantes hará quemar al boticario y al cura de su famosa novela.
La llamada "caballería del Grial" fue una caballería errante y nos equivocaríamos si pensáramos que solamente existió en los relatos épicos. Están perfectamente documentadas hasta mediados del siglo XVI, caballeros errantes que recorrían los caminos retándose a duelo e impartiendo justicia.
René Guenon, el famoso esoterista francés, comenta que los "nobles viajeros" tienen su origen en los héroes clásicos cuyas aventuras tienen frecuentemente el carácter de un viaje: Jasón y sus argonautas afrontarán mil peligros antes de alcanzar la Cólquida, Ulises, igualmente de la raza de los héroes, recorrerá todo el Mediterráneo hasta regresar a su amada Ítaca; Hércules, paradigma de las virtudes heroicas, recorrerá el cosmos a través de sus doce trabajos o escalones de perfección.
El hecho de que se aludiera a los viajeros con el calificativo "nobles" es, para Guénon, el símbolo de que están relacionados con la iniciación guerrera, esto es, aquella que tiende a reforzar las cualidades de acción en el seno de la personalidad del sujeto.
Operaciones alquímicas y viaje iniciático
Guénon coloca la tradición guerrera propia de las órdenes ascético-militares en el mismo plano que la tradición hermética. Afirma que ambas abren la puerta a los "pequeños misterios", aquellos que no son de carácter metafísico, sino cosmológicos y aplicativos.
Es rigurosamente cierto que la alquimia está jalonada de "nobles viajeros". Nicolás Flamel el famoso alquimista francés, abandonó sus hornos y su oficio de escribano, se despidió de su mujer Perrenelle y viajó hasta Santiago de Compostela; a lo largo de su peregrinación comprendió el camino para fabricar la piedra filosofal.
Otros muchos, después de él, han seguido idénticos periplos. Se conocen las cualidades viajeras de Alejandro Sheton, alquimista inglés, que fue llamado "El Cosmopolita", pero también Valentín Andreae, Robert Fludd, Filaleto y Bernardo, príncipe de la Marca Trevisana, alquimistas de los que están documentadas transmutaciones de plomo en oro, cruzaron Europa de Norte a Sur y llegaron incluso al Medio Oriente. Del último se sabe que visitó Italia, España, Turquía, Grecia, Egipto, Palestina y Persia, en una época en la que la dureza de los caminos y la dificultad de comunicaciones no favorecían ninguna empresa viajera.
Los auténticos rosacruces asumieron los valores inherentes a la peregrinación. Del fundador de esta escuela, el mítico Christian Rosenkreutz, se afirmó que había conocido Chipre, Damasco, Fez, Egipto y España. También circuló la leyenda según la cual, antes de iniciarse la guerra de los Treinta Años, los últimos auténticos rosacruces habrían emigrado "hacia Oriente" a un punto que se identificaba con el mítico reino del Preste Juan al que aludían los relatos del Grial.
Todo esto nos confirma en el sentido pedagógico del viaje. Es evidente que se trata, fundamentalmente de un viaje interior en el cual el adepto se sumerge progresivamente en estratos más profundos de su personalidad y va tomando posesión de sí mismo. En ocasiones ese viaje interior es favorecido por la experiencia exterior traumática de un viaje real y objetivo.
Los "Liberi Muratori" y la masonería
Desde la mítica fundación de los Collegia Fabrorum romanos por Numa Pompilio, uno de los primeros reyes de Roma, en la península itálica apareció un colegio de maestros artesanos especializados en el arte de la construcción. Su actividad quedó sujeta al destino del Imperio y seguramente bebieron en las fuentes del pitagonismo, del que la tradición quiere que extrajeron sus conocimientos matemáticos, fuerte en el Sur de Italia, incluso en el período imperial romano.
Tras la caída de Roma, se perdieron las pistas de estos Colegia Fabrorum (equivalente en todo a los gremios medievales), pero, tempranamente, hacia el siglo VIII se tiene noticia de lo que, sin duda, es una persistencia de estos gremios: los Liberi Muratoti, especialmente fuertes en las orillas del lago Como en donde nació el primer gremio medieval del que se tiene noticia. La tradición masónica quiere que estos colegios artesanos ubicados en el Norte de Italia irradiaran a toda Europa y, a partir suyo, reverdeciera el arte de los constructores y, con él, el establecimiento de la "masonería operativa".
El nombre mismo de Liberi Muratori indica las dos características propias de esta presunta madre del gremialismo: de un lado la idea de libertad, de no sometimiento a ningún poder en lo que al ejercicio de su profesión se refiere. Se trataba, pues, de artesanos libres, que, además, eran "muratori", literalmente "moradores", esto es, que iban de un sitio a otro, viviendo aquí y allí. Esto hace que el movimiento de los Liberi Muratori enlace directamente con la temática de los "nobles viajeros" y con instituciones tan diversas como el "Tour de Francia" o el mismo rito iniciático de ingreso del aprendiz en la Logia Masónica, que implica cuatro viajes simbólicos en el interior de la Logia (esquema del Cosmos) a través de los cuatro elementos (fuego, tierra, agua y aire).
Una parte del espíritu de los Nobles Viajeros fue, pues, heredado por la masonería. Y esto es cierto hasta tal punto, que antes incluso de que se difundiera el término "franc-masonería", en el siglo XVIII se utilizaba indistintamente el de "liberi muratori" para aludir a la Orden. Es significativo que en un memorial del confesor de Fernando VI dirigido a su rey, el Padre Rávago, se recomendara la condena y persecución de la masonería por razones religiosas y políticas, al no ser tolerable, explicaba, la existencia de un Estado dentro de otro Estado. Rávago titulaba su memorial: "Sobre los Liberi Muratori"
Nobles viajeros de todos los tiempos
El más famoso "noble viajero" de la antigüedad se llamó Apolonio de Diana. Su biografía se conoce a la perfección gracias a Flavio Filostrato en la que presente a Apolonio como un santo pagano, contemporáneo de Jesús y con rasgos muy parecidos. Como Jesús sorprende a los sabios, no del Templo de Jerusalén, sino del Templo de Esculapio en donde es iniciado en los misterios pitagóricos; si Jesús viaja a Egipto, Apolonio lo hace a Babilonia, India y Tíbet; Jesús es juzgado, condenado, muerto y resucita. Apolonio abrevia este periplo; juzgado, exclama ante el tribunal "Podéis detener mi cuerpo, pero no mi alma y añado, ni siquiera mi cuerpo podéis detener"; al decir estas palabras desapareció envuelto en un cegador resplandor...
El caso de Apolonio es particular por la abundante documentación que existe sobre él, pero no fue el único caso. Demócrito, iniciado en los secretos de la alquimia por los sacerdotes egipcios, movido por su ansia de conocimiento, viajó a Egipto y Caldea. Pitágoras, otro "noble viajero" a medio camino entre la historia y el mito, en las Galias conoció la sabiduría druídica, en Persia fue instruido por el mago Zaratas; se afirma también que sus desplazamientos le llevaron a India y China. Tales de Mileto, otro de los grandes pre-socráticos, fue formado al calor de los templos egipcios y caldeos.
En el Renacimiento, el médico alquimista Teophrastus Bombast Paracelso, miembro de la orden rosacruz, ya en el siglo XVI, adquirió conocimientos por las rutas de Francia, Austria, Alemania, España y Portugal, y permaneció largos años en el Este europeo, Valaquia, Dalmacia, Rusia, Polonia, Lituania; su afán de saber le llevó incluso a Turquía. Otro alquimista, Balthasar Walter, se instruyó durante de seis años en las ciudades de Arabia, Siria y Egipto.
Los grandes sabios de la antigüedad consideraban el viaje como una oportunidad excepcional para absorber conocimientos de los lugares que visitaban. Probablemente su sabiduría derivaba de este espíritu viajero.
La raza extinguida
Con el Renacimiento aparecen los descubridores y grandes conquistadores de los que Francisco Pizarro es el arquetipo. Se trata, más que de héroes, de aventureros en el sentido propio de la palabra; no son "guerreros" sino "soldados" (es decir, los que luchan por la "soldada", el sueldo). El viaje no es para ellos una pedagogía educativa o un recorrido iniciático, sino una aventura lucrativa.
Todavía aparecerán algunos nobles viajeros, a título póstumo en los siglos XVII y XVIII. El misterioso conde de Saint-Germain será uno de ellos; Josep de Balsamo, conocido como conde de Cagliostro, muestra ya rasgos problemáticos; recorrió todas las grandes capitales europeas seguida por su amante Lorenza Feliciani. Nadie dudaba de sus cualidades paranormales y los nobles se afiliaban gustosos en el Rito Egipcio de la franc-masonería que acababa de crear. Durante su paso por Barcelona se alojó en el Hostal del Sol, próximo a Santa María del Mar. Allí mismo sería detenido junto a su amante acusados de estafar a un cura...
Después la calidad de los "nobles viajeros" se encontrará de forma residual en la figura de exploradores como Savorgan de Brazza, Stanley, o el español Alí Bey, sobrenombre de Domingo Badía, iniciado en la masonería británica a principios del siglo XIX.
Hemos visto como los nobles viajeros de la antigüedad tuvieron un carácter sagrado; luego fueron sustituidos por los caballeros errantes, formulación "turística" adaptada a la nobleza; en una tercera etapa aparecen los viajes ligados a las hermandades corporativas, esto es, a los artesanos. Finalmente, durante el siglo XX se produce la última mutación: aparecen los circuitos turísticos abiertos a la gran masa de la población. El turismo se convierte en una forma de ocio. Hay que celebrarlo.
En la evolución última de la industria turística se percibe una tendencia a añadir al viaje unos contenidos educativos que cada vez ganan importancia hasta situarse, en algunos productos, al nivel de los lúdicos y festivos. El mercado tiende cada vez más a ofrecer circuitos temáticos en los que la presencia de guías especializados, conocedores, tanto de la historia como de los lugares de interés turístico, aparece como imprescindible. El viajar vuelve a ser una actividad formativa y educativa.
Esto es volver a los orígenes...
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