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¿PUEDE ESPAÑA GARANTIZAR SOLA SU DEFENSA Y SOBERANÍA?
Respuesta: no.
Consecuencia: toda política de defensa para nuestro país debe ir
acompañada de una política exterior de alianzas susceptible de generar
beneficios en las dos partes.
Pregunta: ¿Hacia dónde puede estar orientada esta política de
alianzas?
Respuesta: hacia los países de la ribera norte del Mediterráneo
y/o hacia Iberoamérica.
Vale la pena explicar el siguiente gráfico en el que se plantean
las distintas opciones posibles.
Lo primero que debemos entender es que, dentro de las
posibilidades del actual ordenamiento jurídico español, resulta extremadamente
difícil establecer una partida presupuestaria capaz de garantizar nuestra
defensa nacional. El “Estado de las Autonomías” resulta excesivamente
costoso y pesado, centrifugador y asimétrico, partidocrático y corrupto, como
para poder desviar las cantidades presupuestarias necesarias para garantizar lo
esencial en una nación: su seguridad y su integridad territorial. Sin política
de defensa realista, la supervivencia de una nación resulta absolutamente
imposible. De ahí que la condición previa para replantear el problema de la
defensa nacional sea reconocer que está íntimamente ligado al modelo
constitucional y que el actual no solo es insuficiente, sino que resulta
contraproducente.
A partir de aquí se abren dos posibilidades:
1) En caso de que sea IMPOSIBLE la reforma constitucional, habrá que reconocer tres alternativas excluyentes; por orden de
viabilidad:
- Seguir como hasta ahora, en situación de precariedad subordinando la seguridad de España a la OTAN, a pesar de que esta organización cada vez está menos en condiciones de defender a sus socios y, a partir del inicio del segundo mandato de Trump se encuentra en proceso de redimensionamientos.
- A la vista de la situación de la OTAN, cabría reconocer la imposibilidad de establecer una defensa nacional autónoma y, por tanto, aplicar un “neutralismo” ecléctico que se preocupara especialmente de no tomar partido en política internacional por ninguno de los actores en juego, preocupándose de no favorecer ni perjudicar a ninguno. Posición difícil en un mundo marcado por guerras comerciales y presiones del Sur hacia el Norte.
- La tercera posibilidad sería lo que podríamos llamar “el quiebro Sánchez”, esto es una política de “renuncia preventiva” a la seguridad y de mano tendida hacia el Magreb. España se configuraría, entonces, como el puente entre el Magreb y Europa. Eso sí, cabría elegir entre los dos países rivales y adversarios: Argelia (a cambio de gas barato) y Marruecos (que exigiría la incorporación de Ceuta, Melilla y Canarias).
2) En caso de que, además de deseable, sea POSIBLE la reforma
constitucional (basada en tres puntos:
achicamiento del Estado de las Autonomías y del poder de la partidocracia, por
un lado, y reforzamiento de los poderes de la Corona, por otro), esto daría
margen suficiente para establecer una política de seguridad orientada a la
búsqueda de alianzas en dos zonas (no excluyentes):
- Los países de la orilla Norte del Mediterráneo que comparten problemas similares con España: Italia, Grecia, Malta, además de Portugal. Países que, en primer lugar, están afrontando la presión migratoria africana. En cuanto a Francia, la situación actual es excesivamente inestable y la colaboración con este país quedaría supeditada a un cambio de gobierno y, por tanto, de política migratoria y de defensa, lo que solamente ocurrirá cuando los “permanentemente excluidos” de la política francesa, rompan el “cordón sanitario” impuesto por los partidos representantes del “dinero viejo”. Incluso ante la eventualidad de que la UE siga existiendo sin reformas estructurales profundas, esta alianza bloquearía a los partidarios de las actuales políticas suicidas en materia energética y de inmigración.
- Los países iberoamericanos, que convertirían de nuevo el Atlántico centro y sur en un “Océano Iberoamericano”, zona de tránsito obligado para los intercambios comerciales entre Europa y América. Dadas las actuales circunstancias de los países iberoamericanos, está política de alianzas debería basarse en las identidades culturales y lingüísticas y establecerse país por país, dando especial prioridad a Argentina y Brasil, considerando como la “línea de corte”, la adhesión o el rechazo de sus gobiernos al “Grupo de Puebla” (la alianza de las “izquierdas marcianas” iberoamericanas que dan crédito a la “leyenda negra” para justificar su alianza con el “dinero viejo”). Esta orientación de una política de alianzas debería tener como objetivo común la extensión de las lenguas hispano-romances frente al inglés y al mandarín y permitiría el desarrollo de un modelo cultural independiente y, por tanto, asumir valores político-sociales propios y diferenciados del calvinismo anglosajón y del mandarinato chino.
Ambas orientaciones de una política de alianzas repercutirían directamente
en el terreno de la defensa y de la seguridad:
- contribuirían a atenuar la gravedad de la presión migratoria islámica, repatriar a los excedentes de inmigración y cortar el flujo de sur a norte a través del Mediterráneo.
- contribuirían a alejar el riesgo de guerra civil racial-religiosa y social, disminuyendo los contingentes de inmigración africana en Europa.
- liberarían amplias partidas presupuestarias que pasarían del capítulo de “ayudas a la inmigración”, al capítulo de la defensa.
- establecerían una “zona de seguridad común” que abarcaría el Atlántico Sur, uno de los espacios marítimos de mayor relevancia hoy para las comunicaciones interoceánicas y para las actividades comerciales mundiales.
Solo una vez establecida esta política de alianzas, podría
abordarse la elaboración de un plan de seguridad con garantías que debería
combinar las exigencias de una estrategia oceánica, por una parte, y conjurar
los riesgos de guerra civil racial-religiosa-social.
Los instrumentos para afrontar esta nueva situación deberían ser:
1) un ejército profesionalizado, provisto de la mayor autonomía armamentística,
2) completado por una milicia cívica instruida en tácticas de combate urbano, guerra de guerrillas, operaciones antiterroristas y guerra tecnológica.
Y aquí vale la pena hacer un alto para tomar postura ante la
posibilidad de un ejército profesional o de un ejército de leva.
¿SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO O EJÉRCITO PROFESIONAL?
Fue a partir de la Revolución Francesa cuando el “derecho a llevar
armas” se universalizó convirtiéndose en “el deber de defender a la patria”. Hasta ese momento, solamente la aristocracia era el grupo social
preparado para la guerra. Las tropas se nutrían de voluntarios –“soldados”,
esto es, que recibían la “soldada”, el sueldo por su servicio- o bien de
condenados por delitos a los que se daba la opción de redimirse mediante la
milicia. En algunas situaciones de crisis, los gremios constituían una milicia
de defensa de las ciudades. Desde finales del siglo XVIII se instauraron los
ejércitos de leva. El 23 de agosto de
1793, la Convención Nacional ordenó una leva masiva: "Todos los
franceses son llamados por su país para defender la libertad. Los jóvenes irán
al frente; los hombres casados forjarán armas y transportarán alimentos, las
mujeres harán tiendas y ropas y trabajarán en los hospitales, los niños harán
vendas usadas; los viejos serán llevados a las plazas para levantar el ánimo de
los combatientes, para enseñarles el odio a los reyes y la unidad republicana”.
Todos los hombres capaces y solteros entre 18 y 25 años fueron reclutados con
efecto inmediato para el servicio militar, incrementando el ejército, de los
200.000 en tiempos de Luis XIV hasta los 1 500 000 en 1794…
LAS DESIGUALDADES Y LAS REACCIONES ANTRE LA MILI
OBLIGATORIA
Gracias a George Dumezil sabemos que las
sociedades indoeuropeas reconocían las desigualdades fundamentales entre los
hombres y estaban estructuradas en “estamentos”, algo que siguió en vigor,
precisamente, hasta la Revolución Francesa. Se reconocía que existían hombres
mejor dispuestos para la acción (casta guerrera), otros para la contemplación
(casta sacerdotal) y otros para el trabajo manual (casta gremial). Y se trataba
de predisposiciones innatas: por lo tanto -salvo en situaciones excepcionales-
la milicia y, por tanto, la defensa de la comunidad, correspondía a la casta
guerrera. Sin embargo, al llegar la Revolución, cuando el ciudadano pasó a
ser “igual” y, por tanto, todos eran “enfants de la patrie”, la milicia
se extendió a toda la población… incluso a aquellos cuya herencia genética,
cuya psicología y cuyas capacidades, eran refractarias al uso de las armas. El
entrenamiento militar los convertía solo temporalmente en soldados… pero,
disipado su efecto y dejado atrás la milicia, se empezaron a manifestar
problemas psicológicos de manera creciente. Hoy, es habitual que entre buena
parte de los veteranos de las últimas guerras en las que han participado tropas
occidentales, exista el “Trastorno de Estrés Post-Traumático”. No puede
extrañar: para entrar en combate, para superar el entrenamiento militar hace
falta un carácter y una predisposición que no está al alcance de todos.
Significativamente, cuando se produjo la Guerra de Kuwait, en 1990, existiendo
aún un ejército de leva en España, las reacciones de los jóvenes en edad
militar fueron tres: unos optaron por la deserción, otros por declararse
objetores de conciencia y otros, finalmente, entusiasmados por la posibilidad
de participar en un conflicto… No fue sino hasta 1996-1998, cuando el ejército
pasó a ser profesional.
La abolición del servicio militar obligatorio
coincidió, además, con un proceso de cambios sociales y educativos que se ha
demostrado catastrófico para las nuevas generaciones. Este proceso podía preverse desde el retorno de
la democracia en España.
En efecto, los “valores democráticos” (libertad,
igualdad, independencia) son contrarios a los “valores militares” (orden,
autoridad, jerarquía). Los “militares demócratas” solamente pueden serlo a
costa de dejar de ser “militares” y convertirse en “funcionarios” sumisos al
poder político del momento (que
es, justo, lo que se les exige). En otras palabras: los regímenes democráticos,
no son las mejores garantías para la defensa nacional, salvo que -de alguna
manera- estén presentes en los gobiernos y en las instituciones miembros del
estamento militar que deje constancia de su opinión especializada. Pero desde
hace 45 años, los sucesivos “ministros de defensa” han salido de la sociedad
civil, apenas han tenido conocimiento de la milicia y de las necesidades de la
defensa o bien, incluso, lo han ignorado todo sobre estas cuestiones que, para
la partidocracia siempre son secundarias.
Estamos en una sociedad en la que las nuevas
generaciones han crecido sin oír la palabra “no”, sin que tuvieran presentes
sus obligaciones, sin someterse la mayoría a ningún tipo de disciplina, pensando
que tenían derecho a todo y a ningún deber. Luego ha venido el choque con la
realidad y el hundimiento psicológico. Antes, el servicio militar era una
especie de “corte” en la vida del joven, con un antes y un después. En sus
mejores momentos, el servicio militar fue la “escuela de la nación”, por una
parte, reforzaba la alfabetización del país, por otra daba la oportunidad al
joven de viajar y conocer otras realidades, otras ciudades y compartir vida con
gentes de otras clases sociales, incluso para muchos fue la oportunidad de
aprender una profesión. Pero todo esto ha quedado muy atrás: la sociedad
española actual es radicalmente diferente a la de hace 80 o 60 años.
El servicio militar obligatorio demostraba la
desigualdad fundamental de los varones:
- para unos esa experiencia constituía la de mayor intensidad de sus vidas (que algunos intensificaban pidiendo destinos en cuerpos espaciales),
- para otros era un simple trámite molesto con algunos momentos gratos,
- para otros constituía una experiencia traumática y desagradable.
A pesar de que desde la Revolución Francesa se habia
“igualado” a todos los “enfants de la patrie”, lo cierto es que la
desigualdad estaba presente y cristalizaba en las tres reacciones que hemos
enumerado.
LA IMPLOSIÓN DEL SISTEMA EDUCATIVO HACE IMPOSIBLE
LA MILI OBLIGATORIA
Entonces se volvió al concepto de “ejército
profesional”. Y ese retorno se hizo de la peor manera posible. Este proceso
coincidió con el final de la Guerra Fría. Paralelamente, desde entonces, el
sistema educativo español ha evidenciado su implosión y los gobiernos,
especialmente socialistas, han tratado de transmitir mediante la escuela
valores “finalistas” (paz, amor universal, multiculturalismo, ecología,
derechos), olvidando los valores “instrumentales” (esfuerzo, sacrificio,
mérito, superación, autodisciplina, deberes).
El resultado no solo ha sido el fracaso educativo
absoluto (seguimos a la cola del programa PISA de medición de la eficiencia
educativa), sino un aumento hasta el millón y medio de ni-nis, el fracaso
escolar cada vez mayor, el abandono de los estudios y una permanente rebaja del
listón de exigencias académicas para pasar al curso siguiente y, en general, un
descenso de los resultados educativos, tanto de la ESO como de la formación
profesional y de la enseñanza universitaria.
Las Fuerzas Armadas no pueden asumir el fracaso
del modelo educativo español y tratar de insertar a los 21 años, valores que
deberían haberse enseñado desde la preescolar. A los que piden reimplantar el servicio militar
obligatorio (o un sucedáneo), les recordamos que, como mínimo, no podría
implantarse hasta diez años después de una profunda reforma educativa,
cuando esta hubiera mostrado sus primeros frutos y para ello sería necesario
cambiar radicalmente las dinámicas de los últimos 40 años, a las que se han
habituado los propios enseñantes. Pero, incluso, aun en el supuesto de que esta
reforma educativa pudiera aplicarse y obtener resultados inmediatos,
subsistiría el problema de la predisposición innata de unos y del rechazo de
otros a asumir el “estilo militar” y, por supuesto del presupuesto.
Eso nos induce a pensar que el “ejército
voluntario” y profesionalizado es la mejor alternativa, a condición de que el
presupuesto de defensa se amplíe lo necesario para conjurar a los dos únicos
enemigos que señala la lógica: el “enemigo del Sur” y el “enemigo interior” y
de que se cree una fuerza voluntaria complementaria -una Milicia Cívica-
provista de armamento propio y preparación en combate urbano que colabore con
el Ejército de Tierra en previsión a la lucha contra el “enemigo interior”.
LA NECESIDAD DE UNA MILICIA CÍVICA
Esta Milicia Cívica debería comportar períodos
cortos anuales de entrenamiento para afrontar los riesgos de un conflicto civil
interior, capaz de manejar armas de guerra, especializarse en afrontar
situaciones de terrorismo y guerrilla urbana, arsenales a su disposición,
entrenamiento de combate y movilizable en cualquier momento.
El acceso a esta “Milicia Cívica” debería ser
voluntario, pero -al igual que en el caso de los soldados profesionales que han
llegado al final de su compromiso- con la contrapartida de reservar
determinadas profesiones a los veteranos salidos de las FFAA y de la milicia
cívica: profesiones vinculadas a la seguridad, tanto privada como a los cuerpos
de seguridad del Estado, incluidas las policías autonómicas, y una reserva de
cuota en las escalas funcionariales y en empresas públicas. Todo esto, unido a
un salario digno, a posibilidades de formación profesional, serán atractivos
suficientes tanto para ingresar en las FFAA como para adherirse a la Milicia Cívica.