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El “nuevo orden mundial” que se está constituyendo ante nuestros
ojos, nos induce a plantear los problemas de la “defensa nacional”, puesto que,
en cualquier situación histórica, solo la seguridad garantiza la paz, la
prosperidad y el futuro de los pueblos. El principal problema para los
países europeos es el generado por la existencia de la Unión Europea que no
afianza el concepto de “Europa como futura unidad de destino”, es decir como
dotada de un destino y de una misión unitaria, pero, al mismo tiempo, impide
que cada una de sus partes, garantice su seguridad y su defensa de manera
autónoma.
¿DEFENSA NACIONAL O DEFENSA EUROPEA?
Así pues, el primer problema -el gran problema- de un estudio de
estas características es definir el campo de aplicación: ¿defensa europea común
o defensa de la Nación Española? Si se trata de considerar la seguridad de
nuestro país en exclusiva, parece demasiado evidente los riesgos para nuestra
seguridad en 2024 solamente pueden proceder:
1) Por una parte, el único riesgo de un conflicto internacional procede del Sur y, en concreto, de Marruecos (que reivindica Ceuta, Melilla, las Islas Adyacentes y Canarias).
2) A esto se une el riesgo de guerra civil, generado por el “enemigo interior” compuesto por minorías étnicas no integradas (e, incluso, inintegrables) en la sociedad española y que exigen un ordenamiento jurídico adaptado a sus creencias y estilo de vida en sus países originarios. Ordenamiento que entra en contradicción directa con los valores sobre los que se ha construido nuestro país y que es, por tanto, inaceptable.
Ambos casos están unidos por el hilo religioso; en efecto, el
“jefe del Estado” marroquí -Mohamed VI- tiene un sentido muy diferente al de
cualquier Rey europeo: no solamente es el representante de su pueblo, su máxima
autoridad política, sino que es, además, según la constitución actualmente en
vigor en Marruecos, el “jefe
espiritual de los marroquíes y presidente del Consejo de Ulemas”. Bajo su control se encuentran los 41.755 lugares
de culto. El “consejo de ulemas”, por su parte, controla, las mezquitas
instaladas en el extranjero para los casi 4.000.000 de inmigrantes marroquíes
en Europa y Canadá. Solamente este “consejo de ulemas”, controlado por la
casa real marroquí, puede lanzar fatwas y, por tanto, es, en última
instancia el rey el que puede declarar la “guerra santa” (vale la pena
no olvidar que la “yihad” es el “sexto pilar del islam”, siendo los
otros cinco el testimonio de fe [shahada],
la oración [salat], la limosna [zakat], el ayuno del ramadán [sawm]
y la peregrinación a la Meca [hajj]).
Pues bien, un elemental “principio de prudencia” sugiere la
peligrosidad de admitir en el interior del propio cuerpo de las naciones
europeas, a creyentes en esta fe, cuyo libro sagrado, El Corán, llama de
manera inequívoca a las armas para extender la religión.
A pesar de que es más que cuestionable que Mohamed VI crea en el
islam, lo cierto es que, al igual que su padre y al igual que las generaciones
anteriores de reyezuelos magrebíes, utilizan el fanatismo religioso para sus
fines políticos: durante siglos, los piratas berberiscos, por ejemplo, eran
considerados “yihadistas” y, algo más próximo a nosotros, el padre de
Mohamed VI, Hassan II, dio a la “Marcha Verde” organizada para apropiarse del
Sáhara, un sentido de movilización religiosa. Sin olvidar, por supuesto, que a
pesar de que la mayor parte de musulmanes son “gentes de paz”, no es menos
cierto que la predicación de un imán puede, utilizando textos coránicos,
radicalizar en tiempo récor a los creyentes. Los recientes casos,
prácticamente semanales en los que “lobos solitarios” han generado atentados
criminales en toda Europa, confirman en este criterio, de la misma forma que la
existencia de bandas criminales organizadas de origen magrebí que operan en
territorio europeo, armadas con material de guerra, constituyen un peligro
inequívoco para nuestra seguridad como lo fue la piratería berberisca hasta
principios del siglo XIX.
LOS FACTORES PSICOLÓGICOS PARA UNA
GUERRA CIVIL
RACIAL-RELIGIOSA-SOCIAL
El riesgo de guerra civil en Europa, procedente del yihadismo
coránico, se une a tres elementos psicológicos que lo favorecen:
1) El “odio social”: la inmigración magrebí llegó pensando que podía acceder a los escaparates de consumo europeos, pero la falta de formación profesional de la mayoría, los ha recluido a franjas salariales bajas o a vivir de subsidios y a mantener a sus familiar -habitualmente, numerosas- pudiendo disfrutar del “Estado del Bienestar”, pero no a la vida consumista con la que soñaban. A menudo esto ha generado resentimientos, incomprensiones y deslizamientos hacia formas de delincuencia justificadas por las “desigualdades sociales” que han llevado a sectores de la inmigración magrebí a concepciones yihadistas (véanse los implicados musulmanes en los atentados del 11-M). En la mentalidad magrebí, recibir un subsidio o una limosna es considerado como una humillación que genera un sentimiento de rechazo al que la concede.
2) Las “brechas antropológicas”: la creencia europea en la “igualdad universal” y en que todos los seres humanos tienen idénticos objetivos, niega la brecha antropológica que existe entre las dos orillas del Mediterráneo. Al norte, pueblos inquietos y que saben que su prosperidad depende de su preparación y esfuerzo. Al sur, pueblos fatalistas que creen que su destino está escrito por Alá. El razonamiento empleado por los gobiernos centroeuropeos y anglosajones al admitir inmigración, partía de la base de que las oleadas de inmigración italiana, portuguesa y española que se produjo tras la Segunda Guerra mundial para proceder a la reconstrucción de la Europa destruida, no generó problemas y estas poblaciones se integraron pronto en la cultura de las naciones de acogida. Sin embargo, con la inmigración africana esa misma integración se ha demostrado, en la mayoría de los casos, difícil, sino imposible: la inmigración del sur de Europa hacia la Europa del Norte estaba protagonizada por pueblos culturalmente “contiguos” a los de acogida, mientras que con la inmigración africana existe una brecha cultural, antropológica y religiosa que dificulta dicha integración.
3) El “odio al colonialista”: España fue una potencia civilizadora entre el siglo XVI y el XIX, Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, fueron potencias colonizadoras desde los siglos XVII al XX. La diferencia es importante: una potencia “civilizadora”, transmite valores y convierte a las zonas bajo su control, en “virreinatos” (como cualquier otra parte de su territorio nacional), mientras que una potencia “colonizadora”, se preocupa, sobre todo, de explotar los recursos naturales y, en un segundo plano, de crear élites autóctonas que traten de mantener el statu quo. Esto ha generado el que la inmigración procedente de antiguos países “colonizados”, llegue a Europa con la idea de que se les “debe” algo y de que Europa debe “pagar”. Esa idea es la que ha prosperado también entre los “progresistas e indigenistas” iberoamericanos que necesitan creer en la “leyenda negra”.
La inadaptación de la inmigración africana al estilo de vida
europeo, el odio hacia los antiguos “colonialistas” es lo que ha generado,
junto con el “odio social” y la “brecha antropológica”, una situación
psicológica de rechazo: hoy, cuando se habla de “racismo”, no cabe hablar
solo de “racismo” de “blancos contra negros”, sino que, toda sociedad
“multiétnica” ha demostrado ser una “sociedad multirracista”.
CUANDO EUROPA YA NO ES LA “TIERRA DE LOS EUROPEOS”
En síntesis, podemos decir, que las sociedades europeas, ahora
empiezan a advertir que ya no son dueñas de su propio destino.
Sorprendentemente, cuando se habla de África, se alude a “la tierra de los
africanos”, cuando se habla de China, se quiere decir “tierra de los chinos”,
pero decir que Europa es la “tierra de los europeos”, suena a “xenofobia y
racismo”: Europa es hoy multiétnica -y, por tanto, multirracista- y esto hace
imposible que en la enseñanza se transmitan “valores europeos”, se enseña
historia de las distintas naciones europeas, e incluso se tienda a maximizar la
importancia de otras etnias -incluso hasta el absurdo- en la formación de la
ciencia moderna. En una sociedad multiétnica, donde cada cual está
especialmente predispuesto a defender “lo propio”, no puede existir el concepto
de “nación” (para que exista es preciso definir “referencias”, precisar “misión
y destino”, compartir “valores”) y, para no ofender a otras culturas, hoy, se
recurre a falsificar la historia, aplicar la discriminación positiva y, en
última instancia, renunciar a la propia identidad… algo que las culturas
africanas no están dispuestas a renunciar.
El ”odio social” hace que, incluso determinados sectores juveniles
que han crecido al margen de las mezquitas y de la herencia cultural de sus
padres, sean todavía más peligrosos: sin sentirse europeos, ni magrebíes, sin
creer en Dios, en la meritocracia, o en sus valores étnico-religiosos
originarios, han adquirido lo peor de la civilización occidental, combinándolo
con lo peor de su cultura de origen: odio étnico-social, propensión a la
delincuencia, salvajismo, consumismo, comportamientos erráticos.
A esto se une la negativa de los distintos gobiernos europeos -y,
en primer lugar, del español- a reconocer que la inmigración africana se ha
convertido en una “bomba de succión de fondos públicos” y que gracias a estos
fondos -es decir, a un crecimiento del gasto público y de la deuda- se ha
podido establecer una “paz social”, precaria, que durará tanto como dure la
posibilidad de la UE de aumentar los impuestos a sus ciudadanos y de emitir
deuda (por alta que sea, tiene un límite). En el momento en el que las clases
medias ya no puedan soportar más la presión fiscal y en el momento en el que la
capacidad de endeudamiento haya llegado al límite, deberán restringirse los
subsidios, mayoritariamente entregados a la inmigración árabe-subsahariana,
generando una situación definitivamente explosiva ante la cual, ni España está
preparada para afrontar, ni mucho menos los países de Europa Occidental.
Llegado a este punto, el riesgo de guerra civil étnico-social-religiosa se
habrá hecho una realidad. Y es esa realidad, la que hay que tener en cuenta a
la hora de establecer prioridades de defensa.
LA DEFENSA NACIONAL Y LA DEFENSA EUROPEA:
CONVERGENCIAS Y DIVERGENCIAS
En síntesis:
- Para España, el único riesgo internacional para su seguridad procede de Marruecos. Y el gran riesgo interior procede de las bolsas de inmigración africana e islámica.
- Para Europa, hasta ahora existía un riesgo internacional: el que su apoyo a la dictadura de Zelensky y su dependencia del “dinero viejo”, le enfrentara a Rusia y tratara de implicar a países europeos y a la OTAN en “su guerra” (riesgo no completamente conjurado en el momento de escribir estas líneas, gracias a la insistencia de la clase política europea) al que se superponía el riesgo creciente de guerra civil generado por el yihadismo y por los elementos psicológicos que lo favorecen.
Pero, a partir del principio del fin del conflicto ucraniano y
tras el “nuevo curso” de la política exterior norteamericana, todo esto ha
cambiado: si bien, el cordón entre las dos orillas del Atlántico, aunque
debilitado, se mantiene, la política atlantista y su cristalización en defensa,
la OTAN, han pasado a segundo plano para los EEUU (como ya hemos demostrado al
aludir al eje “Asia-Pacífico”). Por lo demás, Rusia ha dejado demasiado claro,
para quien quiera entenderlo, que no tiene aspiraciones territoriales sobre
Europa (y miente, quiere la guerra o es un absoluto ignorante malintencionado quien
afirme lo contrario).
Ahora bien, España y Europa tienen un doble “enemigo interior”:
1) Por una parte, el riesgo de contagio yihadista y de intentonas insurreccionales islamistas que se producirán a partir del momento en el que se sientan lo suficientemente fuertes (y la UE, lo suficientemente débil) como para intentarlo a causa de la diferencial demográfica que juega a su favor. El peligro de guerra civil afecta a toda Europa Occidental.
2) Por otra parte, viejas clases políticas degeneradas y corruptas que anteponen sus intereses personales, su afán de lucro ilícito a los compromisos que han ido adquiriendo con el electorado que les ha votado, mientras aíslan con la estrategia del “cordón sanitario” a las disidencias que piden una renovación radical de la vida política.
No hay política de defensa posible mientras no se reconozcan y se
identifiquen ambos enemigos que, en cualquier caso, constituyen el “enemigo
interior”. Ambos enemigos son uno: ha sido,
precisamente, la clase política vinculada al “dinero viejo” el que ha permitido
la instalación en territorio europeo de minorías inintegrables; esto se ha
realizado en tres fases:
1) Inicialmente, esto se hizo para que los países europeos “ganaran competitividad” (reduciendo el valor de la mano de obra al ir creciendo artificialmente, mediante el descontrol migratorio, el número de personas que aspiraban a un puesto de trabajo, reduciendo el valor del trabajo). Al aumentar la población, aumentaba también, necesariamente, el PIB (más población = más consumo, elemental).
2) En una segunda fase, se “ideologizó” esta importación de carne humana: fue el tiempo del “Welcome refugies”, del “ningún ser humano es ilegal” y del “no se pueden poner puertas al campo”, el tiempo en el que cualquier llamada a la prudencia en materia migratoria, por mínima que fuera, se contrarrestaba lanzando las consabidas acusaciones histéricas de “xenofobia y racismo”. En esta segunda fase se ocultaron cifras y los datos negativos (sobre violencia doméstica, sobre criminalidad, sobre prisiones, sobre gasto social en subsidios, incluso sobre el número real de inmigrantes). Esto coincidió con el lanzamiento de la Agenda 2030 que incluye, apertura a la inmigración masiva.
3) En una tercera fase, la inmigración se convirtió en un “arma política”: los procesos de naturalización generaron un nuevo “nicho electoral”: regados hasta la saciedad con subsidios y subvenciones, se pretendía que los votos de los “nuevos europeos”, fueran a parar a las siglas que les estaban subvencionando su estancia en Europa (especialmente a una izquierda abandonada por las clases trabajadoras autóctonas). El antiguo inmigrante, convertido en “nacional”, pasaría a ser “carne electoral” que, obviamente votaría por quien le prometiera más subsidios.
La integración y la asimilación a la sociedad de acogida, dejaron
de interesar a la clase política desde el principio: se trataba de que,
gobernara el centro-derecha o el centro-izquierda, la inmigración “estuviera
tranquila” y se ocultasen los aspectos más negativos del fenómeno. Recientemente, en España ha sorprendido que la gencat
reivindicara el control de fronteras y la política de inmigración ¡para que los
inmigrantes aprendieran catalán! ¡cómo si esta fuera, a estas alturas, el eje
del problema cuando hemos visto yihadistas que se expresaban en perfecto
catalán de Ripoll!
En mayor o menor medida, este proceso se ha dado en toda Europa,
agravándose en algunos países (los que primero practicaron una política de
“puertas abiertas” a los extranjeros procedentes de sus propias colonias:
Francia y el Reino Unido, los que practicaron políticas de “asilo” más
generosas con distintas excusas -la Alemania de la Merkel- o países de la
ribera europea del Mediterráneo -España, Italia, Grecia- con fuerte protagonismo
de la izquierda).
Ahora, el problema está extendido a toda Europa Occidental y
constituye, sin ninguna duda, el principal problema para la seguridad europea. No se trata de una opinión personal: este criterio fue
confirmado por J.D. Vance, vicepresidente de los EEUU en su discurso durante la
Conferencia de Seguridad de Múnich, en febrero de 2025 (ver el cuaderno Para
entender nuestro tiempo nº 1) y se trata del primer análisis realista
emitido por Washington desde los tiempos de la guerra de Kuwait.
Ahora bien, para que exista una defensa europea común en el
marco de la Unión Europea, es preciso proceder a una reforma urgente de la
misma destinada a ganar efectividad, racionalizar la toma de decisiones,
liquidar las derivas hiperburocrátizadas y las decisiones ideologizadas. En las
actuales circunstancias, por eso mismo, resulta absolutamente imposible
concebir una defensa europea común.
Si está reforma no es posible, será preciso, renegociar el pacto
de adhesión a la UE, abandonarla o bien optar por una política exterior y de
defensa propia y diferenciada.
El esquema es, pues, éste:
DEFENSA EUROPEA = REFORMA RADICAL DE LA UE
Una hipotética ruptura con la UE, lejos de generar un vacío
estratégico, implicaría buscar aliados en la misma situación e impulsar
políticas propias. Por el contrario, la
aceptación de la reforma de la UE conduciría directamente a una política de
defensa común, cuya consecuencia lógica sería el establecimiento de un
“ejército europeo integrado” (ya contemplado en los años 50 en el proyecto
frustrado de la “Comunidad Europea de Defensa”).
¿Por qué es necesario vincular la defensa europea a una reforma de
la UE? Sobran motivos:
1) El núcleo de la UE nació, inicialmente, en los años 50 y 60 como un proyecto de cooperación franco-alemán para alejar el fantasma de un nuevo conflicto europeo como los tres que habían tenido lugar en los 70 años anteriores (la Guerra Franco-Prusiana y las dos guerras mundiales). Pero, conjurado este peligro, ya no tiene sentido el que ambos países se obstinen en liderar la UE, especialmente, cuando su situación interior es de debilidad manifiesta.
2) Los países que se fueron adhiriendo por goteo a la UE -especialmente España- sufrieron el desguace de su industria estratégica impuesta por Francia, Alemania y el Reino Unido, a cambio de lo cual nuestro país recibió, especialmente durante el período de Aznar, cuantiosos fondos europeos para compensar la demolición de nuestra industria minera, siderúrgica y naviera. Fondos hace tiempo ya extinguidos y que no consiguieron crear industrias alternativas con entidad suficiente para compensar la desaparición de los sectores industriales desguazados.
3) Tras su período tecnocrático, la UE se ha convertido en un paquidermo burocrático en el que las soluciones técnicas se aplican siempre con retraso provocado por la normativa cada vez más opaca y una burocracia siempre paralizadora. Y esto en un mundo que cada vez precisa más respuestas rápidas y toma de decisiones inmediatas. El fracaso del proyecto de constitución europea, a principios del milenio, y la incapacidad para redactar otro “políticamente correcto”, ha determinado que los pilares de Europa se hayan construido en el aire.
4) A partir de Maastrich, la UE fue concebida como la “pata europea” de la globalización, una tendencia que empezó a quedar atrás al iniciarse el conflicto ucraniano y que hoy está definitivamente barrida con la “guerra arancelaria”. Para que la UE aceptara el fracaso de la globalización, sería necesario que se sacudiera de la dependencia del “dinero viejo”, el único interesado en que siga existiendo una economía mundial globalizada.
5) Aceptando las propuestas más polémicas y suicidas de la Agenda 2030, la UE se ha colocado a sí misma, una soga al cuello en materia energética y en inmigración. Ha aceptado el wokismo llegado de EEUU y que, rechazado hoy en aquel país, amenaza con convertir a Europa en un “islote” de corrección política, multiculturalidad y locuras de género.
6) La UE contraría sus propias exigencias económicas y, en la actualidad, basa su futuro en un aumento de la deuda y en la presión fiscal -especialmente sobre las clases medias- en lugar de en la austeridad económica, la contención presupuestaria y la simplificación de su administración y del de sus naciones integrantes.
7) Ni siquiera en materia alimentaria, la UE ha logrado la necesaria autonomía, sino todo lo contrario: ha arruinado al campo europeo; al acatar con fidelidad perruna las exigencias de la Agenda 2030 sobre energía y emisiones de CO2, está sacrificando la agricultura y la ganadería en beneficio de “acuerdos preferenciales” con los países del Magreb y, recientemente, con el Mercosur, imponiendo a los agricultores europeos su losa burocrática de la que se ven libres los países beneficiarios de dichos “acuerdos preferenciales”. La ausencia de autonomía alimentaria es garantía de falta de seguridad: un país -y su seguridad- depende directamente de los suministros alimentarios.
8) Las nuevas tecnologías y, en especial, la inteligencia artificial y las criptomonedas, dependen de grandes suministros de energía. Sin prever el extraordinario consumo energético que generan estas dos tecnologías, la UE, además, se ha embarcado en el compromiso de sustituir los hidrocarburos por energía renovable en el parque móvil en apenas 9 años… cuando esta tecnología todavía dista mucho de estar perfeccionada e, incluso, es cuestionable que pueda imponerse. Sin olvidar que la necesaria reindustrialización de Europa precisa todavía más energía y que ésta solamente puede salir de la energía de fisión nuclear, mientras no se pueda obtener de la fusión. Persistir en la vía en la que se encuentra la actual UE, implica, sin dramatizar, el suicidio de Europa, al que sus “líderes” nos conducen a marchas forzadas.
9) Las instituciones europeas son poco o nada representativas: nadie elige a los “gobiernos europeos”, ni a los presidentes de la Comisión Europea, que resultan nombrados por acuerdos entre los distintos grupos parlamentarios que no suelen explicar a quién van a apoyar antes de las elecciones. Lo normal sería que el presidente de la Comisión Europea fuera elegido por sufragio universal en base a un programa concreto presentado al electorado y no por políticos completamente divorciados de su electorado que, habitualmente, pertenecen al centro-derecha y al centro-izquierda y, por tanto, están vinculados directamente a los intereses y exigencias del “dinero viejo”.
Si tenemos en cuenta que el ciudadano medio solamente se ha
enterado de la existencia de la UE cuando ésta ha decretado el fin de las
pajitas de plástico (y su sustitución por pajitas de papel, incluso en los
chupa-chups) y el molesto tapón unido a las botellas y a los bricks, todo ello,
por supuesto, por encomiables “razones medioambientales”, en general, ironías a
parte, la actividad de la UE resulta deletérea para el presente y para el
futuro de la UE y solo a esta institución puede achacársele el declive del
continente, entenderemos que urge precipitar una reforma radical de la UE o
bien, proceder a su desguace. Y quien lo dice, siempre ha sido un
convencido europeísta.
