lunes, 3 de marzo de 2025

La nueva geopolítica mundial: la historia está discurriendo ante nuestros ojos. (I)

En 1989, los publicistas sentenciaron el final de la Guerra Fría. Y, para desmentirlo, en lugar de proceder al desguace de la OTAN -desguace obligado al carecer de enemigo, dada la quiebra del sistema de alianzas de la URSS- no solamente se reforzó, sino que inició una inexorable “marcha hacia el Este”, incumpliendo la promesa dada por George Bush a Mijail Gorbachov en Malta en diciembre de 1989. Rusia tenía en aquel momento graves problemas que se agravaron aún más en el período 1991-1999, cuando el país cayó en manos de un alcohólico, Boris Eltsin. Pero, a partir de 2000, se inició el enderezamiento de Rusia que en 2013 ya estaba en condiciones de detener la “marcha hacia el Este” de la OTAN. Luego vino el conflicto ucraniano, los 16 paquetes de sanciones contra Rusia y, finalmente, el cambio de política internacional que se produjo con la segunda llegada de Trump al poder. Ahora, el cambio histórico es radical y los únicos que no se han dado cuenta son aquellos países que creen que se les paró el reloj antes de 1939 y creen que todavía pesan en el concierto mundial: Francia y el Reino Unido. Vale la pena revisar los cambios geopolíticos que se están produciendo en estos momentos y que marcarán el resto del siglo.

1945: LAS ÚLTIMAS HORAS DE EUROPA

Adriano Romualdi, escribió un libro con ese título: aludía a las horas que precedieron a la capitulación alemana tras la caída de Berlín en manos del ejército rojo. Romualdi sostenía -con razón- que el desenlace de la Segunda Guerra Mundial -querida por la santa alianza entre el capitalismo americano, las finanzas judeo-anglosajonas y el “partido de la guerra” encabezado por el tándem Roosevelt-Churchill, no lo olvidemos- había sido la “derrota de Europa”. A partir de ese momento, la URSS y los EEUU, convertidos en superpotencias enfrentadas dominaban en Europa despedazada.

Los gobernantes ingleses y franceses, se negaron a creer que sus respectivos países figuraban en el bando de los derrotados y que la victoria hacia sido soviético-norteamericana, mientras que Europa figuraba como el continente arrasado. Además, tenían un asiendo en el Consejo de Seguridad de la recién creada ONU y, por tanto, figuraban entre los rectores del nuevo orden mundial surgido de Yalta en 1945. No era así: de hecho, era todo lo contrario. Ni ingleses ni franceses podían retener en 1939 a sus colonias que ya hacían gala de movimientos independentistas muy desarrollados. Oswald Spengler tenia razón cuando, en Años Decisivos, comentó que la utilización de fuerzas coloniales por parte de ambos países en la Primera Guerra Mundial demostró a los indígenas que los “blancos” no eran invulnerables y, de la misma forma, que habían luchado contra los Imperios Centrales, podrían luchas contra los colonialistas ingleses y franceses. No se equivocó. Aunque no hubiera existido la ONU, ni su “comité de descolonización”, era más que evidente que los imperios coloniales estaban en franca desintegración que se aceleró con el resultado de la Segunda Guerra Mundial.

EL PROYECTO DE LA COMUNIDAD EUROPEA DE DEFENSA

En efecto, diez años después de finalizado el conflicto, Francia e Inglaterra habían perdido lo esencial de su Imperio. La intervención anglo-francesa en Suez en 1956, fue cortada en seco por los EEUU: Europa ya nunca volvería a intentar actuar por su cuenta en política internacional. Los europeos, todavía no habían extraído conclusiones del proyecto frustrado de la Comunidad Europea de Defensa (CED) vinculado a los seis países que habían suscrito el pacto de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), primer paso en la larga construcción de lo que es hoy la UE.

Francia en aquel momento, se encontraba embarcada en la guerra de Indochina (1946-1954) oliendo la derrota de Diem-Bien-Phu, tras la negativa del presidente Eisenhower de apoyar a Francia con bombarderos B-29 Superfortress. En agosto de 1954, el proyecto de la CED se desmoronó cuando la Asamblea Francesa se negó a apoyar el Tratado constitutivo que debía ir en paralelo a la creación de la CECA y a los intentos de unificación europea. El concepto del CED implicaba el “rearme alemán”, a lo que el gobierno francés se negó.

Y sin embargo, el proyecto de la CED era extraordinariamente coherente con la idea de “unificación europea”: previa que un ejército europeo sustituiría así a los ejércitos nacionales y los "soldados nacionales" existirían sólo bajo el mando de un Ministro de Defensa europeo. Esto hubiera debido de satisfacer al nacionalismo francés: Alemania no habría sido rearmada directamente, sino que se le habrían suministrado armas que sólo se utilizarían bajo supervisión europea… Fue lo más cerca que se estuvo de crear un ejército europeo unificado.

Sólo después de Suez, Francia y el Reino Unido entendieron que, a pesar de la “grandeur” y de la filosofía de la “Commonwealth of Nations”, a pesar de sus asientos en el Consejo de Seguridad de la ONU, eran, en la escena internacional, irrelevantes. Aquella era la hora del duopolio USA-URSS…

UE: PACIFISMO, ANTIMILITARISMO, DEBILIDAD

En 1968, cuando todo esto empezaba a ser historia, se produjo el boom del antimilitarismo y el pacifismo: nadie quería la guerra y, de hecho, ni siquiera quería defenderse. Los ejércitos, por lo demás, tras la guerra de Argelia, se habían convertido en dóciles cuerpos funcionariales sometidos a las constituciones nacionales que los excluían de cualquier decisión política. El resultado fue que, cuando cayó el Muro de Berlín, Europa respiró: ya no serían necesarios ni grandes presupuestos de defensa, ni grandes inversiones armamentísticas, ni siquiera ministros de defensa que conocieran el sector

Todos esperábamos que, al haberse quedado sin “enemigo” (con el hundimiento de la URSS), la OTAN entraría en letargo. Pero ocurrió todo lo contrario.

La unificación de Alemania, la desintegración y el cambio de sistema de la URSS, la desaparición del Pacto de Varsovia y del COMECON y la fragmentación de Yugoslavia, fueron los grandes acontecimientos históricos de finales de los 80 y principios de los 90, y fue en ese contexto cuando EEUU, literalmente, engañó a Gorbachov con la promesa incumplida de que aceptara la unificación alemana a cambio de que la OTAN no avanzaría “ni una pulgada” hacia el Este.

Luego, la guerra de Kuwait y su rápido desenlace hizo que el presidente George Bush proclamara el “nuevo orden mundial” en el que EEUU era la “única potencia hegemónica”. Nadie se le opuso: China estaba concentrada en su despertar, Rusia tenía suficientes problemas internos y Europa pasaba las horas muertas discutiendo unos reglamentos inextricables y creando una burocracia que fue sustituyendo, poco a poco, a la “tecnocracia” inicial. Creada en virtud del Tratado de Maastricht, el 1 de noviembre de 1993, la UE no es, en la práctica, ni un “Supraestado federal”, ni una “Unión”, ni siquiera una alianza: es una “unión de facto” de 27 miembros que han renunciado a tener una constitución y unas reglas sencillas de convivencia para mayor gloria de su burocracia parasitaria. Desde el comienzo de su andadura, la UE, se configuró como “la pata europea de la globalización”. En un mundo sin la URSS, la UE no atribuyó ningún papel especial a la defensa que siguió encomendada a la OTAN, esto es, al Pentágono.

LA MADRE DE TODOS LOS CONFLICTOS: UNA GEOPOLÍTICA ERRÓNEA

Y entonces se desencadenó el problema: los estrategas de la OTAN [norteamericanos] seguían obsesionados por la geopolítica clásica y consideraban que el “gran enemigo” de “Occidente” era la URSS, devenida Rusia. Y, contra toda lógica, contra todo respecto a los acuerdos firmados, contra toda evidencia, concluyeron que “Rusia es culpable” y, por tanto, había que ampliar la “defensa occidental”, incorporando a más y más miembros (a pesar de que algunos de ellos, disponían de ejércitos testimoniales y en otros, la integración fue tan rápida que ni siquiera se dio la oportunidad a sus ciudadanos de opinar).

La OTAN es una “alianza” en la que todos sus miembros son responsables solidarios de las iniciativas tomadas por solo uno de ellos: el Pentágono, esto es, el complejo militar-industrial norteamericano. Hipotecar la defensa europea a un grupo extraeuropeo representante del “dinero viejo”, supone dejar en manos de otros el propio destino y renunciar a una política exterior tendente a defender los intereses del viejo continente. Pues bien, esto es lo que han hecho los gobiernos europeos de derechas o de izquierdas desde los años 90…

Los Brzezinsky, los Kissinger, los geopolíticos “clásicos” no supieron ver que la Rusia postcomunista no aspiraba a la “expansión” (tiene territorios suficientes en Siberia), sino solamente a su SEGURIDAD. Las administraciones norteamericanas no entendieron que las humillaciones que sufrió Rusia durante la perestroika y el gobierno de Eltsin, marcaron a fuego a las siguientes generaciones que si extrajeron consecuencias prácticas encarnadas en la figura de Vladimir Putin. No advirtieron en 2013, cuando organizaron el “euromaidan” (la “revolución naranja”) que no estaban ante una Rusia gobernada por un alcohólico, sino por un país que se había reconstruido y no iba a tolerar más ofensas.

ZELENSKY, SU CAMARILLA JUDÍA Y GEORGE SOROS

Un año después del “euromaidan” (un verdadero golpe de Estado organizado por la CIA y por las fundaciones de Soros) las repúblicas del Donetsk y Lugansk se separaban de Ucrania y solicitaban su ingreso en la Federación Rusa, mientras que Crimea se constituyó en República, convocó un referéndum el 16 de marzo de 2014, en donde un 85% de la población aprobó su adhesión a la Federación Rusa. A partir de ese momento, el gobierno ucraniano, envió grupos armados irregulares a estas repúblicas, hostigando a la población civil pro-rusa y causando entre 14.000 y 20.000 víctimas.

Los intentos de integración de Ucrania en la OTAN son viejos: en septiembre de 1992, abrió Embajada en Bruselas, desde donde prosiguieron los contactos entre Ucrania y la OTAN. El 29 de diciembre de 2014, Petró Poroshenko, el entonces presidente ucraniano, prometió celebrar un referéndum sobre el ingreso en la OTAN. Entonces llegó Volodimir Zelensky.

Zelenski fue elegido presidente de Ucrania el 21 de abril de 2019. Uno de sus primeros actos de gobierno fue solicitar la incorporación de su país a la OTAN y a la UE… Zelensky, recién llegado a la política es de origen judío y había sido aupado por Igor Kolomoisky, oligarca igualmente judío. Sin ánimo de avivar la idea de una “conspiración judía”, lo cierto es que un tercer judío, George Soros, entra, desde el principio en esta historia dramática: fue uno de los primeros partidarios del cambio político en Ucrania tras su independencia de la Unión Soviética en 1991. Soros, a través de su Open Society Foundation, y canalizó millones de dólares para promover el “euromaidan” y trabajó con la CIA, la National Endowment for Democracy y la USAID–, para crear grupos antirrusos. Soros y el Departamento de Estado de Estados Unidos, junto con el entonces vicepresidente Joe Biden, fueron fundamentales para instaurar en el poder a Zelensky.

Se ha dicho que tanto Kolomoisky como Soros han financiado las actividades paramilitares de la extrema-derecha neo-nazi en Ucrania. ¿Judíos apoyando  neo-nazis? La propaganda de Putin ha insistido mucho en que el régimen ucraniano está apoyado por los neo-nazis locales… La cosa se entiende mucho mejor si se tiene en cuenta que el Batallón Azov ha sido enviado siempre a puestos de primera línea en donde se han ido desgastando y sufriendo ingentes bajas… ¿Podía esperarse otra cosa que judíos enviando a neo-nazis a morir? En cualquier caso, la colusión entre Soros y Zelensky es tan extrema que, incluso en Instagram se ha bromeado -jugando con los parecidos físicos- en que el segundo es hijo del primero o, incluso, un clon.

LOS OBJETIVOS ESTRATÉGICOS RUSOS EN EL CONFLICTO UCRANIANO

El problema en marzo de 2025 es grave: tras casi cuarenta meses de combate y de que los medios occidentales (gracias a los subsidios de la USAIDS) anunciaran una retahíla de victorias y ofensivas continuas ucranianas, el panorama militar es absolutamente desolador para Zelensky: desde los primeros meses de combates, los rusos demostraron que, para ellos, se trataba de una guerra con unos objetivos estratégicos muy claros:

- Sellar la incorporación del Este ucraniano a la Madre Rusia.

- Impedir la adhesión de Ucrania a la OTAN y a la UE.

- Establecer la neutralidad de Ucrania (similar a la austríaca durante la Guerra Fría).

- Defender los derechos de las minorías rusas en el Oeste ucraniano.

- Borrar a Zelensky y a su camarilla de oligarcas judíos del poder.

Pues bien, los primeros objetivos están prácticamente cubiertos, mientras que el resto (neutralidad, minorías rusas, liquidación de la oligarquía) quedarán resueltos en las “negociaciones de paz”. ¿Entre quién? Ente los EEUU y Rusia, por supuesto.

Y esto nos lleva al gran cambio geopolítico que se está produciendo ante nuestra mirada y de la que ni los servicios de inteligencia europeos, ni los ministerios de exteriores, ni “mister PESC” de la UE, están advirtiendo. Esta parte del análisis nos confirmará en el hecho de que, para los antiguos Estados colonialistas, Francia y el Reino Unido, el tiempo no ha pasado y el choque con la realidad que se inició con el final de la Primer Guerra Mundial y terminó con la derrota de Suez y con la descolonización, todavía no se ha producido. Macron y Starmer creen que abrazando a Zelensky (el gran perdedor que mendiga el abrazo mientras pone el cazo…) y sentándose en el Consejo de Seguridad de la ONU, siguen siendo “grandes potencias”. No lo son, ni lo volverán a ser. La nueva geopolítica les ha rematado. Es el precio de haber pasado algo más de un siglo viviendo de fantasías, recuerdos del pasado e imperios coloniales en estado gaseoso…