En 1989, los publicistas sentenciaron el final de la Guerra Fría.
Y, para desmentirlo, en lugar de proceder al desguace de la OTAN -desguace
obligado al carecer de enemigo, dada la quiebra del sistema de alianzas de la
URSS- no solamente se reforzó, sino que inició una inexorable “marcha hacia
el Este”, incumpliendo la promesa dada por George Bush a Mijail Gorbachov en
Malta en diciembre de 1989. Rusia tenía en aquel momento graves problemas
que se agravaron aún más en el período 1991-1999, cuando el país cayó en manos
de un alcohólico, Boris Eltsin. Pero, a partir de 2000, se inició el
enderezamiento de Rusia que en 2013 ya estaba en condiciones de detener la “marcha
hacia el Este” de la OTAN. Luego vino el conflicto ucraniano, los 16 paquetes
de sanciones contra Rusia y, finalmente, el cambio de política internacional que
se produjo con la segunda llegada de Trump al poder. Ahora, el cambio histórico
es radical y los únicos que no se han dado cuenta son aquellos países que
creen que se les paró el reloj antes de 1939 y creen que todavía pesan en el
concierto mundial: Francia y el Reino Unido. Vale la pena revisar los
cambios geopolíticos que se están produciendo en estos momentos y que marcarán el
resto del siglo.
1945: LAS ÚLTIMAS HORAS DE EUROPA
Adriano Romualdi, escribió un libro con ese título: aludía a las
horas que precedieron a la capitulación alemana tras la caída de Berlín en
manos del ejército rojo. Romualdi sostenía -con razón- que el desenlace de
la Segunda Guerra Mundial -querida por la santa alianza entre el capitalismo
americano, las finanzas judeo-anglosajonas y el “partido de la guerra”
encabezado por el tándem Roosevelt-Churchill, no lo olvidemos- había sido la “derrota
de Europa”. A partir de ese momento, la URSS y los EEUU, convertidos en
superpotencias enfrentadas dominaban en Europa despedazada.
Los gobernantes ingleses y franceses, se negaron a creer que sus
respectivos países figuraban en el bando de los derrotados y que la victoria
hacia sido soviético-norteamericana, mientras que Europa figuraba como el
continente arrasado. Además, tenían un asiendo en
el Consejo de Seguridad de la recién creada ONU y, por tanto, figuraban entre
los rectores del nuevo orden mundial surgido de Yalta en 1945. No era así: de
hecho, era todo lo contrario. Ni ingleses ni franceses podían retener en
1939 a sus colonias que ya hacían gala de movimientos independentistas muy
desarrollados. Oswald Spengler tenia razón cuando, en Años Decisivos,
comentó que la utilización de fuerzas coloniales por parte de ambos países en
la Primera Guerra Mundial demostró a los indígenas que los “blancos” no eran
invulnerables y, de la misma forma, que habían luchado contra los Imperios
Centrales, podrían luchas contra los colonialistas ingleses y franceses. No se equivocó.
Aunque no hubiera existido la ONU, ni su “comité de descolonización”, era más
que evidente que los imperios coloniales estaban en franca desintegración que
se aceleró con el resultado de la Segunda Guerra Mundial.
EL PROYECTO DE LA COMUNIDAD EUROPEA DE DEFENSA
En efecto, diez años después de finalizado el conflicto, Francia e
Inglaterra habían perdido lo esencial de su Imperio. La intervención
anglo-francesa en Suez en 1956, fue cortada en seco por los EEUU: Europa ya nunca
volvería a intentar actuar por su cuenta en política internacional. Los
europeos, todavía no habían extraído conclusiones del proyecto frustrado de la
Comunidad Europea de Defensa (CED) vinculado a los seis países que habían
suscrito el pacto de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), primer
paso en la larga construcción de lo que es hoy la UE.
Francia en aquel momento, se encontraba embarcada en la guerra de
Indochina (1946-1954) oliendo la derrota de Diem-Bien-Phu, tras la negativa
del presidente Eisenhower de apoyar a Francia con bombarderos B-29 Superfortress.
En agosto de 1954, el proyecto de la CED se desmoronó cuando la Asamblea
Francesa se negó a apoyar el Tratado constitutivo que debía ir en paralelo a la
creación de la CECA y a los intentos de unificación europea. El concepto del
CED implicaba el “rearme alemán”, a lo que el gobierno francés se negó.
Y sin embargo, el proyecto de la CED era extraordinariamente
coherente con la idea de “unificación europea”: previa que un ejército europeo
sustituiría así a los ejércitos nacionales y los "soldados
nacionales" existirían sólo bajo el mando de un Ministro de Defensa
europeo. Esto hubiera debido de satisfacer al nacionalismo francés: Alemania
no habría sido rearmada directamente, sino que se le habrían suministrado armas
que sólo se utilizarían bajo supervisión europea… Fue lo más cerca que se
estuvo de crear un ejército europeo unificado.
Sólo después de Suez, Francia y el Reino Unido entendieron que, a
pesar de la “grandeur” y de la filosofía de la “Commonwealth of
Nations”, a pesar de sus asientos en el Consejo de Seguridad de la ONU,
eran, en la escena internacional, irrelevantes. Aquella era la hora del duopolio
USA-URSS…
UE: PACIFISMO, ANTIMILITARISMO, DEBILIDAD
En 1968, cuando todo esto empezaba a ser historia, se produjo el
boom del antimilitarismo y el pacifismo: nadie quería la guerra y, de hecho, ni
siquiera quería defenderse. Los ejércitos, por lo demás, tras la guerra de
Argelia, se habían convertido en dóciles cuerpos funcionariales sometidos a las
constituciones nacionales que los excluían de cualquier decisión política.
El resultado fue que, cuando cayó el Muro de Berlín, Europa respiró: ya no
serían necesarios ni grandes presupuestos de defensa, ni grandes inversiones
armamentísticas, ni siquiera ministros de defensa que conocieran el sector…
Todos esperábamos que, al haberse quedado sin “enemigo” (con el
hundimiento de la URSS), la OTAN entraría en letargo. Pero ocurrió todo lo contrario.
La unificación de
Alemania, la desintegración y el cambio de sistema de la URSS, la desaparición
del Pacto de Varsovia y del COMECON y la fragmentación de Yugoslavia, fueron
los grandes acontecimientos históricos de finales de los 80 y principios de los
90, y fue en ese contexto cuando EEUU, literalmente, engañó a Gorbachov con
la promesa incumplida de que aceptara la unificación alemana a cambio de que la
OTAN no avanzaría “ni una pulgada” hacia el Este.
Luego, la guerra de Kuwait y su rápido desenlace
hizo que el presidente George Bush proclamara el “nuevo orden mundial” en el
que EEUU era la “única potencia hegemónica”. Nadie se le opuso: China estaba
concentrada en su despertar, Rusia tenía suficientes problemas internos y Europa
pasaba las horas muertas discutiendo unos reglamentos inextricables y creando
una burocracia que fue sustituyendo, poco a poco, a la “tecnocracia” inicial.
Creada en virtud del Tratado de Maastricht, el 1 de noviembre de 1993, la UE no
es, en la práctica, ni un “Supraestado federal”, ni una “Unión”, ni siquiera
una alianza: es una “unión de facto” de 27 miembros que han renunciado a
tener una constitución y unas reglas sencillas de convivencia para mayor gloria
de su burocracia parasitaria. Desde el comienzo de su andadura, la UE, se
configuró como “la pata europea de la globalización”. En un mundo sin
la URSS, la UE no atribuyó ningún papel especial a la defensa que siguió
encomendada a la OTAN, esto es, al Pentágono.
LA MADRE DE TODOS LOS CONFLICTOS: UNA GEOPOLÍTICA
ERRÓNEA
Y entonces se desencadenó el problema: los
estrategas de la OTAN [norteamericanos] seguían obsesionados por la geopolítica
clásica y consideraban que el “gran enemigo” de “Occidente” era la URSS,
devenida Rusia. Y, contra toda lógica, contra todo respecto a los acuerdos
firmados, contra toda evidencia, concluyeron que “Rusia es culpable” y, por
tanto, había que ampliar la “defensa occidental”, incorporando a más y más
miembros (a pesar de que algunos de ellos, disponían de ejércitos testimoniales
y en otros, la integración fue tan rápida que ni siquiera se dio la oportunidad
a sus ciudadanos de opinar).
La OTAN es una “alianza” en la que todos sus
miembros son responsables solidarios de las iniciativas tomadas por solo uno de
ellos: el Pentágono, esto es, el complejo militar-industrial norteamericano. Hipotecar
la defensa europea a un grupo extraeuropeo representante del “dinero viejo”,
supone dejar en manos de otros el propio destino y renunciar a una política
exterior tendente a defender los intereses del viejo continente. Pues bien, esto es lo que han hecho los
gobiernos europeos de derechas o de izquierdas desde los años 90…
Los Brzezinsky, los Kissinger, los geopolíticos “clásicos”
no supieron ver que la Rusia postcomunista no aspiraba a la “expansión” (tiene
territorios suficientes en Siberia), sino solamente a su SEGURIDAD. Las administraciones norteamericanas no
entendieron que las humillaciones que sufrió Rusia durante la perestroika y el
gobierno de Eltsin, marcaron a fuego a las siguientes generaciones que si
extrajeron consecuencias prácticas encarnadas en la figura de Vladimir Putin. No
advirtieron en 2013, cuando organizaron el “euromaidan” (la “revolución naranja”)
que no estaban ante una Rusia gobernada por un alcohólico, sino por un país que
se había reconstruido y no iba a tolerar más ofensas.
ZELENSKY, SU CAMARILLA JUDÍA Y GEORGE SOROS
Un año después del “euromaidan” (un verdadero
golpe de Estado organizado por la CIA y por las fundaciones de Soros) las
repúblicas del Donetsk y Lugansk se separaban de Ucrania y solicitaban su
ingreso en la Federación Rusa, mientras que Crimea se constituyó en República,
convocó un referéndum el 16 de marzo de 2014, en donde un 85% de la población
aprobó su adhesión a la Federación Rusa. A partir de ese momento, el gobierno
ucraniano, envió grupos armados irregulares a estas repúblicas, hostigando a la
población civil pro-rusa y causando entre 14.000 y 20.000 víctimas.
Los intentos de integración de Ucrania en la OTAN
son viejos: en septiembre de 1992, abrió Embajada en Bruselas, desde donde
prosiguieron los contactos entre Ucrania y la OTAN. El 29 de diciembre de 2014,
Petró Poroshenko, el entonces presidente ucraniano, prometió celebrar un
referéndum sobre el ingreso en la OTAN. Entonces llegó Volodimir Zelensky.
Zelenski fue elegido presidente de Ucrania el 21
de abril de 2019. Uno de sus primeros actos de gobierno fue solicitar la incorporación
de su país a la OTAN y a la UE… Zelensky, recién llegado a la política es de
origen judío y había sido aupado por Igor Kolomoisky, oligarca igualmente judío. Sin ánimo de avivar la idea de una “conspiración
judía”, lo cierto es que un tercer judío, George Soros, entra, desde el
principio en esta historia dramática: fue uno de los primeros partidarios del
cambio político en Ucrania tras su independencia de la Unión Soviética en 1991.
Soros, a través de su Open Society Foundation, y canalizó millones de
dólares para promover el “euromaidan” y trabajó con la CIA, la National
Endowment for Democracy y la USAID–, para crear grupos antirrusos. Soros y
el Departamento de Estado de Estados Unidos, junto con el entonces
vicepresidente Joe Biden, fueron fundamentales para instaurar en el poder a
Zelensky.
Se ha dicho que tanto Kolomoisky como Soros han financiado
las actividades paramilitares de la extrema-derecha neo-nazi en Ucrania. ¿Judíos
apoyando neo-nazis? La propaganda de Putin ha insistido mucho en que
el régimen ucraniano está apoyado por los neo-nazis locales… La cosa se
entiende mucho mejor si se tiene en cuenta que el Batallón Azov ha sido enviado
siempre a puestos de primera línea en donde se han ido desgastando y sufriendo
ingentes bajas… ¿Podía esperarse otra cosa que judíos enviando a neo-nazis a
morir? En cualquier caso, la colusión entre Soros y Zelensky es tan extrema
que, incluso en Instagram se ha bromeado -jugando con los parecidos físicos- en
que el segundo es hijo del primero o, incluso, un clon.
LOS OBJETIVOS ESTRATÉGICOS RUSOS EN EL CONFLICTO
UCRANIANO
El problema en marzo de 2025 es grave: tras casi
cuarenta meses de combate y de que los medios occidentales (gracias a los
subsidios de la USAIDS) anunciaran una retahíla de victorias y ofensivas
continuas ucranianas, el panorama militar es absolutamente desolador para
Zelensky: desde los primeros meses de combates, los rusos demostraron que, para
ellos, se trataba de una guerra con unos objetivos estratégicos muy claros:
- Sellar la incorporación del Este ucraniano a la Madre Rusia.
- Impedir la adhesión de Ucrania a la OTAN y a la UE.
- Establecer la neutralidad de Ucrania (similar a la austríaca durante la Guerra Fría).
- Defender los derechos de las minorías rusas en el Oeste ucraniano.
- Borrar a Zelensky y a su camarilla de oligarcas judíos del poder.
Pues bien, los primeros objetivos están prácticamente
cubiertos, mientras que el resto (neutralidad, minorías rusas, liquidación de
la oligarquía) quedarán resueltos en las “negociaciones de paz”. ¿Entre quién?
Ente los EEUU y Rusia, por supuesto.
Y esto nos lleva al gran cambio geopolítico que se
está produciendo ante nuestra mirada y de la que ni los servicios de inteligencia
europeos, ni los ministerios de exteriores, ni “mister PESC” de la UE, están
advirtiendo. Esta parte del análisis nos confirmará en el hecho de que, para
los antiguos Estados colonialistas, Francia y el Reino Unido, el tiempo no ha
pasado y el choque con la realidad que se inició con el final de la Primer
Guerra Mundial y terminó con la derrota de Suez y con la descolonización,
todavía no se ha producido. Macron y Starmer creen que abrazando a Zelensky (el
gran perdedor que mendiga el abrazo mientras pone el cazo…) y sentándose en el
Consejo de Seguridad de la ONU, siguen siendo “grandes potencias”. No lo son,
ni lo volverán a ser. La nueva geopolítica les ha rematado. Es el precio de
haber pasado algo más de un siglo viviendo de fantasías, recuerdos del pasado e
imperios coloniales en estado gaseoso…
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