Léon de Poncins era, ante todo y, sobre todo, un
católico tradicionalista. El suyo no era, desde luego, el catolicismo surgido
del Concilio Vaticano II, sino el “de toda la vida”, aquel en el que había sido
educado en su infancia, por el que lucharon él y sus antepasados y al que no
renunció jamás. Para Léon de Poncins la defensa cerrada de sus posiciones
tradicionalistas era un compromiso con su linaje, con su patria y con su fe. Si
a eso se le llama “integrismo”, Léon de Poncins, lo fue. Lo que no fue, fue un
católico armado con la “fe del carbonero”, cerril y obstinado, con pocos
argumentos y menos luces. Se preocupó siempre de dialogar, formarse,
documentarse y estudiar aquellos aspectos que consideraba no suficientemente
explicados en la modernidad. Eso le llevó a identificar la acción oculta de
determinadas sociedades secretas que modificaban el curso de la historia desde
la revolución francesa. En concreto, sus pesquisas le llevaron a establecer la
responsabilidad masónica en las revoluciones liberales y en las convulsiones
de los siglos XIX y XX. Pero no fue un “conspiranoico”: buscaba fuentes
fiables, contrastables y, preferentemente, emanadas por las propias sociedades
secretas. Él se situaba en el campo opuesto, el de la fe católica y del nacionalismo
francés. Políticamente se le puede aplicar el adjetivo “contrarrevolucionario”.
Había observado en los movimientos históricos revolucionarios que pequeñas
causas producían efectos desmesurados: como si 2 + 2, en lugar de dar 4 como
resultado, diera 8 o 16. Eso implicaba que había “algo” que se escapaba a la
historiografía convencional, pero que operaba entre bambalinas y dejaba pocos
rastros. Cuando se convocó el Concilio Vaticano II, uno de los puntos a tratar
era la eliminación de los rastros de antisemitismo en la liturgia católica. Poncins
venia estudiando desde antes de la Segunda Guerra Mundial, la obra de los
intelectuales judíos que propusieron al Vaticano esta temática y conocía
perfectamente sus intenciones que denunció en esta obra. Nadie quedó totalmente
satisfecho con el resultado del conflicto: por una parte, los intelectuales
judíos no pudieron eliminar del Evangelio las referencias a la responsabilidad judía
en la muerte de Cristo; por parte de los católicos tradicionalistas, la
eliminación de algunas oraciones de Semana Santa con referencias antijudías,
fue una concesión a los no-católicos y una amputación de hojas de la gran
tradición católica. Para el propio Papa Paulo VI, la votación final, supuso la
demostración de que sectores de la Iglesia seguían defendiendo su doctrina tradicional
y rechazaban cualquier forma de “aggiornamento”. Un texto resumido de esta obra
fue distribuido, entre otros documentos, entre los padres conciliares e inspiró
el voto de una parte notable de ellos. Lo importante de este texto es que marca
el punto cero, el arranque, de la actual crisis de la Iglesia Católica: una
Iglesia cuya cabeza ha perdido la fe en sí misma.
SUMARIO
Nota del traductor y
editor
Prólogo
Dedicatoria
PRIMERA PARTE La
enseñanza del desprecio
I – La cuestión judía y el Concilio Vaticano II
2 – Jules Isaac y los Evangelistas
3 – Jules Isaac y los Padres de la Iglesia
2ª PARTE El problema
judío en el curso de las eras
4 – La complejidad del problema judío
5 – La ley mosaica y el Talmud
6 – Los Marranos
7 – La asimilación
8 – Un Estado dentro de otro Estado
9 – El antisemitismo
10 – La revolución mundial
11– El eterno antagonismo
12 – Retrato de un judío
Tercera Parte La solución
del Concilio
13 – El voto del Vaticano
14 – Panfletos contra el Concilio
15 – Cómo los judíos han cambiado el pensamiento católico
ANEXO I A los Jefes de
Estado
ANEXO II – Seis millones
de víctimas inocentes
BIBLIOGRAFÍA
CARACTERÍSTICAS:
Tamaño: 15 x 23 cm.
Páginas: 328
Portada en cuatricomía.
Impreso en papel de 80 grs.
Precio de Venta al Público: 30,00 €
Pedidos AMAZON: EL
JUDAISMO Y EL VATICANO