¿Llevamos tres días de infarto en
Cataluña? Claro está que son de infarto si se miran los informativos. Pero, a
pesar de algunas fracturas preocupantes en grupos de amigos y de vecinos, para
la inmensa mayoría de la población catalana todo sigue como el 18 de
septiembre: aquí no pasa nada y lo que es más interesante: la mayoría no quiere
que pase nada. Pero sí es rigurosamente cierto que los medios de comunicación y
determinadas noticias se obstinan en sembrar una inquietud que la mayoría de
catalanes siguen sin tener. Porque este
contencioso solamente afecta a los “españolistas–constitucionalistas” de un
lado y a los “nacionalistas–independentistas” de otro: a los demás, nos coge
por medio, siendo perfectamente conscientes de que no ganamos ni perdemos nada
en la partida, ni nada esencial se juega en ella: la España constitucional era,
desde el origen, una “España rota”, la “República Catalana” es, simplemente, un
aborto imaginario. Los que mantenemos “otras posiciones”, no contamos y
ninguna de estas dos pueden ser asumidas sin grandes reservas mentales. Luego
está una amplia gama de la izquierda (“referéndum
sí” y “referéndum sí, pero no así”)
y lo que es el grupo mayoritario, el de los “no
sabe–no contesta”. Finalmente algunos, como es mi caso, que lo único que
queremos es que termine toda esta comedia (que cada vez corre más el riesgo de
pasar a ser tragicomedia).
Ni me pienso manifestar por la “España constitucional”, ni la
“República Catalana” contará jamás con mi adhesión. Vaya esto por delante.
Ahora trataré de explicar el porqué sigo en mi estado de “exilio interior”
(tremendamente satisfecho, hay que decirlo, con mi condición de “apolítico”: no
ignorante de la política, sino distanciado de ella).
PRIMERA CONSTATACIÓN: UN “REFERÉNDUM” NO ES “DEMOCRACIA”
Los hay que tienen tendencia a
utilizar la palabra “democracia” como un puñetazo al estómago de su rival: “yo soy demócrata porque convoco un
referéndum. Tu eres fascista porque me lo impides”. Tal es el razonamiento
de “Puchi” y de los suyos. Ejem… si
convocar un referéndum imprimiera el marchamo democrático, habría que reconocer
que el franquismo fue, incluso más democrático que la Generalitat (con dos
referéndums con Franco vivo, en 1947 y 1966 y otro para hacerse el hara–kiri en
1976).
Se dirá que, entonces, la
oposición no podía manifestarse y que no habían “garantías democráticas”… ¡Pues
ya me dirán ahora en donde incluso para dar una apariencia de que había
“oposición” alguien ha ido colgando carteles con el “NO” firmados
fraudulentamente por el PP, el PSC y Cs…! Y que no me digan que los medios de
comunicación cuyos puestos de trabajo dependen de la benevolencia de las
subvenciones de la Generalitat, han dado paso a los partidarios del NO, tanto
del NO a la independencia de Cataluña como a los del NO a la consulta. De
hecho, llevamos desde 2003 con todo aquello del invento maragallano del “nou
Estatut”, casi quince años de machaque nacionalista–independentista que
siguieron a casi 30 años del chunda–chunda
nacionalista… sin que se conceda a los que opinan diferente espacios públicos
para expresarse.
La democracia es algo más que
convocar un referéndum (o elecciones cada cuatro años) para tener una ilusión
de que “el pueblo participa”… ¿Participa en qué? Hoy la democracia cuantitativa es inviable y condenable por la simple
razón de que la zafiedad, el mal gusto, la estupidez, la ignorancia, la apatía,
la prepotencia y la bellaquería son mayoría en la sociedad por encima de la
cultura, el estilo, la sabiduría, el conocimiento y la honestidad.
Cúlpese de ello a los creadores
del sistema educativo español, especialmente al PSOE que en este terreno se ha
creído con el derecho a imponer sus criterios “progresistas”… y a la vista está
a donde nos han llevado. Un día le dije en directo a Luis del Olmo, cuando se
iniciaba la andadura de “Protagonistas” que “la democracia es aquel sistema por el
que el 51% de violadores tienen la razón sobre el 49% de premios Nobel”.
Le costó entenderme y, en realidad, se lo tuvieron que explicar Hilario y
Mariñas que eran, a fin de cuentas, los que me habían metido en el berenjenal.
Cuarenta años después sigo pensando lo mismo: la diferencia es que en 1977,
este país quería tener una “experiencia
partitocrática” (y siempre estaba la posibilidad de que saliera bien) y
hoy, cuarenta años después, quien tiene oídos y oye, tiene ojos y ve, es
perfectamente consciente de que:
- existe una brecha insuperable entre la España oficial (la que se sienta y se beneficia de las instituciones) y la España real (la que paga y sufre las instituciones).
- el nivel de la clase política no se ha elevado desde 1978, sino que se ha ido rebajando más y más hasta entrar hoy en caída libre: ¿Queréis ver impresentables? Mirad en las bancadas de los parlamentos y en los ayuntamientos… hay sobredosis.
- la constitución fue elaborada en unas condiciones, nacionales e internacionales, y hoy se dan otras muy diferentes: ni los grupos económicos, mediáticos y políticos que existían entonces, siguen existiendo, ni se dan los consensos de entonces, ni siquiera se mantienen los compromisos dados en 1978 al redactar la constitución.
- el Estado de las Autonomías ha constituido un fracaso absoluto porque no ha resuelto el problema de la “vertebración nacional”, sino que lo ha agravado, y, para colmo de males, el proceso de burocratización y las corruptelas están devorando el Estado del Bienestar que en 1978 era el objetivo a alcanzar. ¿Cuánto se va a tardar en reconocer que el mejor referéndum sería ese en el que nos preguntaran qué queremos hacer con ese cúmulo de iniquidades, faraonismos y miserias que son las autonomías?
Así pues, a esto nos ha llevado
la “democracia” y las continuas elecciones (autonómicas, generales,
municipales, europeas, y alguno quiere, además, elecciones a “presidente
nacional”…), así que no me pidan que tenga fe en un referéndum lastrado desde
el principio. Me gustaría conocer los argumentos lógicos para refutar estos
puntos que puedo sustentar perfectamente:
- que la gran masa del país, lo que se llama, “el electorado” es manipulable.
- que no tiene opinión propia, sino la opinión que le “sugieren subliminalmente” unos u otros, la “opinión pública” carece de forma, son los medios los que se la dan.
- que la gran masa del país no es consciente de lo que implica votar una cosa u otra, sino como máximo, vagas intuiciones irracionales.
- que el sistema educativo genera cada vez más analfabetos estructurales y
- que los problemas de nuestra sociedad, lejos de resolverse se van acumulando, más y más, hasta hacer hoy prácticamente imposible su solución (economía globalizada, aculturización generalizada, debilitamiento de TODAS las estructuras sociales). El referéndum catalán es un “falso objetivo” impuesto por los nacionalistas que desvía la atención de los grandes problemas acuciantes y considera a Cataluña como un islote al que solo le afecta el tenue puente existente hoy con el Estado Español…
Y este es el fondo de la cuestión: ¿Qué es la democracia? Lo dice la palabra: “mando del pueblo”. Difícilmente
puede haber democracia cuando no hay “pueblo”: hay que releer a Ortega. Lo que
hoy existe hoy en el lugar del “pueblo” es una “masa invertebrada” (o
débilmente vertebrada por un club de fútbol, la reivindicación del porro, por
un ritmo musical, por un mito y al que le interesan los trendig topics y los realitys
mucho más que el futuro o su propio destino). ¿Qué “democracia” va a existir
con esta tropa? ¿Pedir la opinión sobre el futuro demográfico de Europa a un colgao? ¡Si ni siquiera los demógrafos
progresistas son capaces de establecer teorías científicas realistas! ¿Pedir
que una masa opine sobre su futuro como “nación” cuando ni siquiera es capaz de
alzar la voz para que se eliminen determinados aditivos alimentarios que cada
día consume y que modifican cadenas de ADN generando cáncer, por poner un
ejemplo? ¿Cómo alguien que no es capaz de pensar en su interés inmediato y el
de sus próximos va a poder opinar sobre el futuro o el destino de una nación?
Si democracia es votar, hasta en las profundidades del stalinismo se
votaba. Si democracia es “votar en libertad y conscientemente”, para ello hace
falta una sociedad orgánica y estructurada, con cultura, nivel y educación, no
volatilizada como tal y convertida en masa amorfa que se mece según los vientos
que soplan.
LOS VENDEDORES DE “LIBERTAD” Y DEMOCRACIA
Lo lamento, pero la generalitat
no es la institución más adecuada para vender “democracia”. Mira que la
generalitat ha podido convocar referendos en estos últimos 35 años. Por
ejemplo, y ya que estamos, lo pudo convocar en su momento sobre la “inmersión
lingüística”. Solamente alguien que
antepone el nacionalismo a la familia es capaz de imponer –“democráticamente”,
claro está– la enseñanza obligatoria en
catalán a familias que considerábamos más importante para nuestros hijos el que
aprendieran bien el castellano porque nuestro horizonte de vida no se quería
reducir a las cuatro provincias catalanas y a Andorra. Los motivos de esa
decisión atañen a las familias y la generalitat, que no era nada más que una
“entidad colaboradora del Estado”, no tenía el derecho a imponer la enseñanza
del catalán: porque el ciudadano es
libre de expresarse como le dé la gana, no como quiere el gobierno autonómico…
especialmente en una región en la que el crecimiento de cualquier grupo llegado
de no importa dónde es muy superior al del grupo originariamente autóctono (cuya
“vitalidad” está disminuida desde hace un siglo y requiere la llegada de
inmigración, ayer del Estado, hoy del Magreb y mañana ¿de una galaxia lejana?).
Aquella ley, aprobada con el visto bueno de los socialistas y de los
populares (que precisaban ambis del apoyo de CiU en el parlamento y hubieran,
literalmente, puesto el culo para obtenerlo), fue una ley injusta, poco
democrática y, lo que era peor, atentaba contra la coherencia de las familias,
metía a la generalitat en la sala de estar de tu casa, rompía deliberadamente
vínculos entre padres e hijos y era, desde todos los puntos de vista,
insostenible e inmoral… salvo desde una perspectiva nacionalista. Para
colmo, la generalitat, como ya he dicho, consiguió con esta política educativa
que hoy se hable un catalán mucho peor que hace cincuenta años, que el
castellano que se habla sea deleznable y, como guinda, que haya adolescentes de
origen magrebí que mezclan ¡árabe, amazigh, castellano y catalán!
Lo normal hubiera sido que, respondiendo
a la realidad de la sociedad catalana (bilingüismo), cada familia hubiera
podido elegir la lengua en la que quería que sus hijos fueran educados. Además,
y no hay que perderlo de vista ¡todo, además, para que solamente un 30–35% de
la población se exprese habitualmente en catalán! Cuando hablé con el director
de política lingüística de la Generalitat sobre la inmersión lingüística en el
colegio de mi hija, me respondió que eso “lo
había decidido el parlament”… La petición de que se abriera una línea de
enseñanza en castellano para un grupo –numeroso, ya que estamos en ello– ni se
tomó en consideración. No hubo “referéndum” para preguntarnos si preferíamos
“inmersión lingüística” o dos líneas de educación. Y ni entonces ni ahora, hay argumentos científicamente válidos, para
aquella ley… ¿Entonces no había lugar a referendo y ahora sí?
Toda Cataluña –toda, toda, toda–
era perfectamente consciente de que, desde los años 80 había algo en la
generalitat que no terminaba de funcionar. Personalmente lo vi cuando, durante
un período de paro, recibo una carta diciéndome que el curso que había seguido
costaba 250.000 pesetas de las de antes que se pagarían a un “centro
colaborador”. Yo no había seguido nada digno de llamarse curso (ir un día al
centro colaborador y ver que aquello era una pérdida completa de tiempo, no es “recibir
un curso” de nada) así que, en tanto que persona honesta, fui a la consejería
de trabajo a denunciar la equivocación. Debía ser algo inédito, porque pasé por
todos los pisos del antiguo edificio de ATA, al final tuve que subir a ver al
secretario del conseller que me vino a buscar a la puerta del ascensor: allí me
dijo, literalmente, que no se me preguntaba mi opinión, sino simplemente se me
notificaba el pago… Poco después, el conseller en cuestión (de UDC) resultó
detenido, procesado, condenado y encarcelado por un gigantesco fraude que
afectaba a toda la consejería. El asunto no era una excepción, sino la regla más lamentable y el secreto a voces.
Así pues, puedo constatar directamente que no es “honestidad” lo que
respiran los convocantes del referéndum por la autodeterminación. No me fío
de la “democracia” con que se les llena la boca a la hora de venderme el
“referéndum”. Estoy dispuesto a considerar que ellos son tan corruptos –como
mínimo– como los que gobiernan en Madrid. De hecho, sé que lo son. ¿Estamos
ante un concurso para ver quién es más corrupto? Acepto que unos y otros son
igualmente oportunistas, que están donde están para desviar dinero público a
sus bolsillos y los de sus tristes partidillos, sin ideas, sin proyectos, que
apenas son otras cosas que canales para las ambiciones de sus dirigentes (¡y
qué dirigentes!).
No voy a salir en defensa del “patriotismo constitucional” del PP.
Pueden estar seguros. Pero, me hacen reír todos esos que intentan presentar a
la generalitat como pura como la doncella de Orleans, santa como Teresa de
Ávila y libre de pecado como el Espíritu Santo… que no son más patéticos que
quienes presentan a cualquier otro partido, de esta o de aquella orilla del
Ebro como honesto y decente. Desengañaros: ya no queda honestidad entre la
clase política que, en el fondo, está compuesta por oportunistas de bajos
vuelos (ese Rufián, por citar un ejemplo peripatético de los ejemplares que da
la “política catalana”), que no hubieran pasado de ser reponedores en supers en la empresa privada y que ni
siquiera tenían cabeza para opositar, y tiene la misma tasa de ignorantes y
colgados que cualquier otro grupo social. Sólo que ellos “son la ley”, “hacen
las leyes” y “administran la caja”… No me pidan que los respete.
LA IZQUIERDA ANTE EL REFERENDUM
Seamos claros: la izquierda se ha visto desbordada por el
nacionalismo, no de ahora, sino desde hace muchos años. El PSC –vale la pena no olvidarlo– fue una
construcción ficticia que se impuso al PSOE (y a su federación catalana).
Estaba compuesta por hijos de la alta burguesía, del mismo grupo social que
creó CDC. Unos “guiaban” a la burguesía, los otros catalana (los Obiols,
los Maragall, los Bohigas, los Clos, los
Reventós, los Serra, los Nadal…), los socialistas, al proletariado inmigrante.
En su cúpula (hasta Montilla), el PSC siempre tuvo al frente a hijos de la alta
burguesía que fueron aceptados por un proletariado castellano–parlante (el PSC
no ganó ninguna elección autonómica hasta 2003 a causa de su neo–nacionalismo
que procedía, en parte, del antiguo PSUC, que se diluyó en las zonas obreras a
lo largo de los 80, su voto pasó a engrosar la nómina del PP catalán hasta que
Aznar reavivó sus reflejos en 2002 con su malhadada posición pro–Bush en la
Guerra del Golfo).
Luego sobrevino la crisis
económica de 2008 y la izquierda española empezó su proceso de atomización. Por
una parte, el PSOE, maltrecho por la
infame gestión zapateriana, quedó convertido en una serie de federaciones y
partidos regionales, sin denominador común programático, ni liderazgo digno de
tal nombre. IU estalló, los segundas filas que estaban en el banquillo sin
cargo alguno formaron Podemos, no como movimiento unitario, sino como
federación de federaciones confederadas bajo una sigla inestable y dotada de
una clase política dirigente en la que no es precisamente sensatez,
experiencia, capacidad, ni preparación lo que abunda.
Los que se iban a bajar los
sueldos, los que iban a renunciar a prebendas, los que iban a renovar la
democracia, los que iban a defender a los menesterosos y a los deshauciados,
hoy, como cabía prever, se han hecho su hueco en el pesebre. Lo sorprendente –e
inquietante– no es eso: sino el estado de indigencia intelectual de muchos de
sus líderes, sus razonamientos infantiles, ingenuos, sub–panfletarios, sus
lídercillos locales del tres al cuarto, que a veces apenas llegan ni a las
cuatro reglas, con unos Echeniques instalados en la ignorancia más el
oportunismo (un año antes de entrar en Podemos, ya que lo mencionamos, el pobre Echenique se había
afiliado en Cs…). Existe la izquierda,
mejor dicho, existen “las izquierdas”, pero, en todas sus variedades
taxonómicas parece claro que ninguna tiene muy claro ni por dónde circulan, ni
cuál es su proyecto, ni que vayan más allá de donde iban los presupuestos del
zapaterismo: progresismo+humanismo+universalismo. Eso es todo.
La izquierda ha permanecido muda en el tema soberanista. Ha hablado mucho pero no ha sido capaz de decir nada, salvo vaguedades e incoherencias.
La izquierda de toda la vida en
toda Europa era jacobina. En España ya aparecieron tendencias nacionalistas dentro
del PSUC de los años 50. Era simplemente para ocultar y hacerse perdonar su
stalinismo. Luego, cuando este partido tuvo una masiva entrada de curas progres
y boy-scouts y alumnos formados por esos curas, mucho más que de obreros que,
aun participando masivamente en el PSUC, siempre ocuparon un lugar secundario,
la izquierda comunista catalana fue el motor real –el único motor real– del “llibertad–amnistía–estatut d’autonomia”
de la transición. El PSUC se “catalanizó” para ocultar su estalinismo y luego
debió travestirse de “eurocomunista”, lo que, a la larga generaría una ruptura
en el interior del partido… no es por casualidad que hoy mismo 800
sindicalistas hayan suscrito una carta común oponiéndose al referéndum.
La izquierda no es que sea
“demócrata”, es que es “ultrademócrata”, por
eso si le ponen el señuelo de una votación, en principio, dirá que sí. Pero, a
partir de ahí, tendrá dificultades para definirse: unos son
“internacionalistas”, por lo tanto, crear una nación es lo más alejado a su
ideal; otros, al desvalorizar las fronteras, les importa un higo si unos ilusos
se preocupan por establecer otras nuevas. Así pues, la izquierda, evita declararse independentista y encuentra en el “soberanismo” una fórmula poco
comprometida: “somos partidarios del
derecho de autodeterminación y del referéndum y que cada cual vote lo que le
parezca…”. Posición ambigua si la consideramos de la manera más benévola, y
forma, en cualquier caso, de seguir nadando y guardando la ropa.
A Sánchez le han tenido que
recordar que los pactos constitucionales del 78 comprometen al PSOE con la
defensa del “Estado Español”. El chico no sabía que decir. En Cataluña, cuando
el PSC ya es solamente una sombra de lo que fue, el osito de peluche que lo
dirige, adopta cada día una posición diferente. El problema es que el partido
está, claro, “partido” en dos, los partidarios de que se celebre el referendo y
los que no. ¿Su alternativa? El “federalismo” que es como decir, “vamos a romper lo que ya existe y luego con
sus partes, creamos una federación en la que cada parte es independiente pero
en realidad no lo sea…”, ante lo que cabe responder, hijo, cada vez me gustas más por lo bien que te
expresas. Ya sólo falta, por supuesto, que alguien recuerde que en el
programa del PSC todavía está aquello del “federalismo asimétrico” maragallano.
En cuanto a la galaxia podemita
catalana, hay de todo y su contrario y su actitud no es más que una
prolongación de las dudas hamletianas del PSC. El grupo de la Colau no sabe ni
que decir ante un tema que no va con ellos y bastante tienen con el atentado yihadista de agosto (y los que se prevén
en el horizonte), con el descenso del turismo a causa del proceso soberanista y
están en camino de recuperar su fe religiosa rezando para que a nadie se le
escape un tiro, ni haya algún saqueo que pudiera salir en primera página de la
prensa mundial. Sería lamentable que cuando apenas faltan cinco años para
concluir ese monumento al kitsch y al
mal gusto que es la Sagrada Familia, no hubiera visitantes para horrorizarse antes
de que lo tire por los suelos un atentado perpetrado por yihadistas subsidiados.
Los podemitas catalanes, como los socialistas de ayer, carecen de proyecto e
irán improvisando sobre la marcha: viéndose arrastrados por unas circunstancias
que no controlan, sin iniciativa y sin brújula. Eso es todo.
LA DERECHA CATALANISTA
Primero: no existe el "nacionalismo moderado". Segundo:
existía en 1978, tocó el cielo con el pujolato y se la pegó en su caída. Todos
los intentos de la derecha española por sacrificar al PP catalán y constituir
una especie de “Lliga Regionalista” rediviva, fracasason y esto por una buena
razón: las condiciones que se daban en el primer tercio del siglo XX ya no se
repetían a partir de 1976. La percepción
histórica que se tenía desde Madrid era el de la existencia de un “catalanismo
moderado” que no quería romper con España y que colaboraría en la
gobernabilidad del Estado si éste le daba manos libres en Cataluña. Pujol (que
por cierto no era Cambó) se benefició extraordinariamente de este mito
madrileño que no tenía en cuenta lo que había pasado en los cuarenta años
anteriores: en lugar de haberse aplicado la idea “tradicionalista” (Dios,
Patria, FUEROS, Rey), o incluso la “joseantoniana” (expresada en el artículo
sobre la Gaita y la Lira, con la muy
razonable diferencia entre lo “espontáneo” y lo “difícil” que, a fin de
cuentas, no eran contradictorios, sino que los presentaba como integrables), se
aplicó en aquellos años un extraño jacobinismo que no pertenecía a la tradición
política de la que se reclamaban los vencedores, ni siquiera al del grupo minoritario
alfonsino de Renovación Española, sino, más bien, al rudo imaginario castrense.
Se olvidaba también la influencia que había tenido en el pensamiento de Cambó o
de Prat de la Riba, la figura de Maurras cuyos conceptos fueron decisivos tanto
en los carlistas como en los alfonsinos y joseantonianos.
Se confundió el “catalanismo
regionalista” con la nefasta gestión de Companys al frente de la Generalitat,
el total vacío de poder que se produjo a partir del 18 de julio de 1936 que
tuvo dos dramas capitales, en los fusilamientos posteriores al 18 de julio y en
la guerra civil en la guerra civil en marzo de 1937… “incidentes” en todos los
cuales estuvo ausente el independentismo que, simplemente desapareció desde
1936 hasta la última fase del franquismo. Pagó la cultura catalana que durante
40 años no estuvo prohibida, pero tampoco subvencionada.
Pujol, literalmente, engañó a sus interlocutores madrileños que, en los
años de la transición, lo ignoraban todo de la historia política de Cataluña:
se presentó como el portavoz del “nacionalismo moderado”… cuando su proyecto
era –y hoy lo sospechamos– independentista desde el principio. De hecho, el
entorno de Pujol ya había intentado en 1971-72 crear algo parecido a una ETA
catalana, en lo que fue el Front d’Alliberament de Catalunya, desarticulado en
1973 y que no llegó muy lejos. Era la vieja estrategia de: “los radicales son estos, yo soy el moderado, así que negociad conmigo”. Inútil decir que fracasó porque Cataluña nunca ha sido tierra fértil para grupos armados o terroristas.
A fin de cuentas, Pujol no engañó salvo a los que querían ser
engañados y querían creer que el Estado de las Autonomías iba a ser el remedio
a un problema mucho más complejo; si se hubieran fijado en el título que
Pujol daba a su doctrina, “nacionalismo
catalán”, hubieran debido sospechar hacia dónde tendía: nacionalismo indica que se defiende la
existencia de una “nación” y que esa nación para serlo plenamente, precisa de
un Estado. Las aguas y los problemas no resueltos de la transición de 1978
dieron como resultado los lodos actuales que algunos, como De Guindos, quieren
prolongar como sea proponiendo, una mayor autonomía fiscal en Cataluña y un
mejor concierto económico a cambio de olvidar la idea del referéndum. La misma
ceguera de Suárez en 1978 es la de De Guindos en 2017. Nada nuevo bajo el sol.
La diferencia es que en 1978 las caretas estaban puestas: el
nacionalismo se presentaba como “colaboracionista” y “moderado”, consciente de
que era preciso recatalanizar el país, disponer de medios de comunicación
propios y de una estructura de “pre–Estado” (la generalitat) que preparara las
condiciones para la independencia. Hoy, las caretas están quitadas: ya no caben
términos medios, sino valor para afrontar las realidades y estas son: que el
Estado Español es inexistente en Cataluña más allá del texto constitucional.
Una parte de la población
catalana, ganada por la publicidad machacona y por la catalanización forzada realizada
desde 1978, quiere ser independiente; otra se sigue sintiendo más vinculada a
“la España constitucional” (sea lo que sea que representa esa idea) y otro
sector, acaso mayoritario, le tiene todo esto al fresco. Así pues, desengáñense
quienes creen lo contrario: no existen soluciones para la actual situación, al
menos soluciones definitivas, consensuadas y que no generen más problemas a la
vuelta de unos años: una Cataluña
independiente no podrá soportar en NINGUNA CIRCUNSTANCIA la presión del islam
que es hoy una realidad en la Cataluña construida durante el pujolato y sus
sucesores, con el visto bueno de Aznar y ZP. Tampoco las escuelas y los
medios de comunicación catalanes darán nunca una visión de la propia historia y
de “España” menos acorde con el ideario nacionalista. Estas situaciones –lamentablemente,
insisto- solamente tienen una salida definitiva: cuando una parte, la que sea,
aplasta completamente a la otra y le disuade de emprender nuevas aventuras. Indudablemente,
las dos partes en litigio, carecen de fuerza, prestigio, decisión, autoridad y
valor para afrontar la “solución final”. Por eso digo que esta situación se
enquistará y carecerá de salida.
Por otra parte, resulta difícil llegar más allá de donde
han llegado los estatutos de autonomía. Y, finalmente, para colmo, las
fuerzas sociales que buscan la independencia ya no son las mismas que
alumbraron al nacionalismo catalán del primer tercio del siglo XX y que lo han
controlado hasta finales de los 90. Hoy son solamente borrokas de la CUP, población rural y periférica votante de ERC y
la casta funcionarial y clientelar creada por la Generalitat. Estos grupos
tienen poco que ver en sus intereses, en su estado de ánimo, en sus objetivos e
incluso en su influencia.
LOS LOGROS DEL TÁNDEM MAS–PUCHI
La sociedad catalana es una sociedad atomizada: no existen partidos
homogéneos y monolíticos, cada fuerza política con presencia parlamentaria está
a su vez dividida interiormente en capillas, fracciones, tendencias,
“colectivos”, federados y/o confederados, a veces sólo apiñados, y con unos
líderes que, muchas veces más que dirigir son empujados por unos o por otros,
sin gran ascendiente sobre las masas y sin capacidad de controlarlas una vez
puestas en la calle.
Cuando se produjo el llamado
“otoño de las nacionalidades” en 1989 y la URSS permitió que se segregaran
aquellas nacionalidades que lo desearan (Lituania, Letonia, Estonia y Moldavia)
y contaran con el apoyo de 2/3 de la población, al menos se aceptaba cierto
“consenso” necesario para justificar una ruptura y una independencia nacional…
pero el tándem Mas–Puchi, no se ha enterado de que, como máximo tiene 1/3 de
los apoyos, los estatalistas otro y la “opción mayoritaria” sigue siendo la de
“no sabe – no contesta – a mí que me
importa – y vete a paseo con el rollo”. Sin olvidar, claro está que, para
colmo, a un 18-20% de la población
catalana, de origen inmigrante, mira más hacia sus países de origen que hacia
la Plaza de Sant Jaume y que solamente podría ser ganada para la causa
nacionalistas (o españolista) si se comprara al peso su concurso. Porque,
por mucho que la Generalitat crea, lo que ha comprado es la paz étnico–social–religiosa.
Nada más.
Tal es el peripatetismo del mosaico
catalán del que nadie parece hacerse eco, ni aparecer en ningún análisis de
“politólogos”, “tertulianos”, “opinadores” o “enteraos”.
Y esto es lo peor porque, entre
todos la mataron y ella sola se murió: ¿quién? El pueblo catalán, por supuesto.
Lo que existe hoy en Cataluña, vamos a
decirlo claramente, es una masa fracturada interiormente hasta lo indecible en
divisiones verticales (derechas, izquierdas, no sabe–no contesta), horizontales
(independentismo, españolismo, pasotismo), divisiones ideológicas
(estatalismo-independentismo-apoliticismo), transversales (partidos fraccionados
interiormente, rivalidades y desigualdades locales a cascoporro, diferentes
actitudes en la medida en que existen regiones con distintos grado de
“catalanización”) y, para colmo, como guinda traída por Pujol y Angel Colom, un
millón y cuarto de islamistas que solamente quieren la fiesta del cordero, que
se recojan sus derechos a celebrar el ramadán, qwue nadie les toque la lengua sagrada en la que se escribió el Corán, a tener sus mezquitas y una
existencia subvencionada..., a ver quién les dice, que si un mal día
falta el dinero para ellos, que no se lo tomen a mal, a ver quién les tose de las dos aceras de la plaza de Sant Jaume…).
Lo peor es que los líderes
independentistas, las más de las veces arrastrados por sus partidarios más
pedestres, han terminado creyendo que Cataluña podría ser independiente con un
referéndum no reconocido ni por el Estado Español, ni por las instituciones
europeas, y que bastaba para segregarse tener un 0’1% de ventaja con una abstención del 50%… Ahora, no se
trata solo de decirles, “oye, es que las
naciones se crean con consensos mucho mayores, no por los pelines” o
aquello otro de “mira, no es por nada,
pero con un 30–35% de gente que se expresa habitualmente en catalán, me temo
que el techo del 50,01% os quedaría algo lejos”: el problema es que el dontancredismo de Rajoy les ha dado alas y ahora,
no solamente creen que el referéndum del 1–O se celebrará –cuando cualquier
persona razonable sabe que, por el momento, esa vía no va a prosperar– sino
que, además, lo tienen ganado y que para el 2–O Cataluña ya va “desconectarse”…
Para colmo, las detenciones de
dirigentes de la generalitat no han sido suficientemente explicadas por el Estado,
se han hecho tarde, mal, y no es que jurídicamente no estuvieran justificadas,
es que eran iniciativas demasiado tardías: si el referéndum es ilegal, quien lo
promueve, claro está, entra en la ilegalidad: el pequeño matiz que se le escapa
a los “doctrinarios del independentismo” es que si hoy Cataluña pertenece a una
legalidad, para crear otra, hace falta un proceso según los cauces normales, en
lugar de forzar la legalidad actual, instalarse en una legalidad paralela y,
desde ella, armarse con otra lógica legal, mientras que lo que se escapa a los “patriotas
constitucionales” es que si el referéndum era ilegal, no lo era ahora, sino
hace siete años cuando empezó a plantearse…).
Yugular el referéndum
independentista por la vía legal, hubiera tenido sus efectos hace unos años.
Hoy ya no. Y lo único que ha logrado ha sido generar una mayor tensión en la
calle que veremos hasta dónde llega.
Hoy no puede excluirse ninguna hipótesis de futuro salvo una: esto no
acaba aquí. Esta crisis ya no tiene vuelta atrás: ni el Estado va a poder
seguir vendiendo ese fraude faraónico del Estado de la Autonomías como un “gran
logro democrático”, sino que el invento recupera su carácter inviable
económicamente y centrífugo; ni tampoco el independentismo va a resolver nada
incluso en la remota hipótesis de que lograra su objetivo, porque luego, queda
la pregunta que los independentistas no quieres oir: ¿y mañana qué?
¿negociar con la UE, negociación que España vetaría y que encontraría en
Francia y Alemania una oposición aún mayor? ¿poner el culo, literalmente, ante
Qatar, las monarquías del golfo, configurarse como paraíso fiscal y sede de los
negocios de individuos repugnantes a lo Soros, negociar con la Liga Árabe la
formación del primer Estado occidental que reconociera al Islam como religión
privilegiada por delante de cualquier otra? Sin olvidar los miles de personas,
de negocios, de sedes sociales, que abandonarían Cataluña en el momento mismo
de la independencia y las promesas que deberían afrontar los promotores de la
independencia cuando se encontrarán con un “pequeño problema de tesorería”,
demandas internacionales y una situación revuelta tanto en el interior de
Cataluña como en el exterior: es lo que
pasa cuando no se tiene un consenso y se cree en la ficción de que basta con un
0’1% de ventaja para crear una nación.
UN CONSEJO A UNOS Y OTROS
Los que nos declaramos ajenos al “patriotismo constitucional” y
permanecemos alejados del independentismo, somos perfectamente conscientes de
que esto no va con nosotros. Personalmente creo que Cataluña no tiene remedio y
que es la vanguardia de la desintegración de España en el sentido de que
Cataluña refleja la atomización política y social de España. Nada más.
Aquí hay tanta corrupción como en
Madrid. Aquí hay una ceguera ante el problema de la inmigración como la que hay
en Madrid o en Andalucía. Aquí hay una casta política desaprensiva, ambiciosa y
sin escrúpulos, sin categoría, nivel, ni preparación, tanto como puede haberla
en cualquier otro lugar de España. Aquí hay una partitocracia como la hay en
Madrid y la habrá en una Cataluña independiente o vinculada al Estado o
comiendo de la mano de Soros o de las monarquías del Golfo Pérsico. Aquí hay
una brecha entre la Cataluña real y la Cataluña de las oficinas y delegaciones
de la Generalitat, como hay una brecha entre la España real de la gente que
cada día se levanta para vivir, trabajar, ser feliz y la España legal de los
ministerios, los gurteles y las corruptelas. Aquí y en Madrid se oculta que la
globalización es el gran problema del país. ¿Es que no habéis mirado cómo está
la sociedad catalana, es que no la habéis comparado con la que hay en Madrid,
Valencia, Espartiñas, Lugo o Sabiñanigo y no os habéis dado cuenta que es una
sociedad que comparte los mismos problemas de hundimiento del sistema
educativo, hundimiento próximo del sistema de pensiones, hundimiento de la
sanidad, hundimiento de las estructuras tradicionales, hundimiento de las
costumbres, culto a la corrección política, política del avestruz ante los
problemas reales? ¡¡¡Para que ahora
vengan los Puchi, los Junqueras y demás y me digan que todo esto se resolverá
con un… pasaporte y un DNI catalán!!!
Diré incluso algo más: soy completamente indiferente al proceso
soberanista, pero también afirmo públicamente que no existe gran diferencia en
apoyar al “patriotismo constitucional” o en apoyar las promesas de los
independentistas. Ambas son dos demostraciones válidas para gentes que creen en
Papa Noel o que no se han enterado que los Reyes Magos son los papás y que, en
definitiva, no tienen valor, capacidad, ni imaginación para mirar cara a cara a
las realidades. Los que tenemos algo de espíritu crítico, sabemos que hay
problemas mucho más acuciantes y graves que el referéndum del 1–O. El mito construido por los independentistas,
no es mi mito.
No me pidáis que lo apoye, como
no me pidáis que apoye a los que ni siquiera tienen el valor decir que una
“patria” está por encima de las constituciones. Miro lo que me rodea, oigo la
televisión, leo los informativos, cuando viajo por España miro y me digo: si esta es España, como patria no va. En
una República Catalana no creo, simplemente. Pero esta España, lo lamento, pero
no me va: está ya demasiado rota y descompuesta como para zurcirla y decir
“aquí no ha pasado nada”. Ha pasado
que estamos ante un fracaso histórico. Recuerdo a Ramiro Ledesma, sin duda,
uno de los intelectuales más profundos y olvidados que dio el siglo anterior y
que resumió así el último siglo y medio de la historia de España: “Fracaso de la España tradicional, fracaso de la
España subversiva (ambas en sus luchas del siglo XIX), fracaso de la
Restauración (Monarquía constitucional), fracaso de la dictadura militar de
Primo de Rivera, fracaso de la República…”, a lo que cabría añadir: Fracaso
del franquismo, fracaso de la transición, fracaso de la España constitucional, fracaso sobre fracaso y
verdadera "pirámide de fracasos" sobre la que ya resulta imposible asentar nada
sólido, ni en su conjunto, ni ninguna de sus partes.
Es triste reconocerlo, pero si
abrís los ojos, fuera de vuestras filias y de vuestras fobias y miráis la
España que os rodea (de la que Cataluña forma parte), veréis que el panorama es
desolador y no existe ningún motivo para
el optimismo, por mucho que independentistas y constitucionalistas estén
cegados por sus propias mentirijillas. Por eso, si tengo que dar un consejo a la clase política, les diría: no
molestéis más, no importunéis más a las buenas gentes que solamente queremos
una vida honesta, tranquila y agradable, confundiendo las defensas de vuestros
intereses con los intereses de todos nosotros.
Lo digo porque, la división
empieza a sentirse en la sociedad catalana: los grupos de amigos, ya se están
rompiendo, los que hasta hace poco se llevaban bien, ya discuten viva y
airadamente, envenenados por aventureros políticos y dontancredos de la vida,
los vecinos ya empiezan a recelar del que toca la cacerola de 22:00 a 22:05 y
de quién no la toca. La mayoría de la
gente, a la que todo esto le importa una higa, empieza a preocuparse por el qué
ocurrirá mañana. Es otra muestra de la atomización de la sociedad catalana.
Hace siete años, cuando empezó
todo esto, creía sinceramente que se cerraría con una negociación por ambas
partes (Estado y Generalitat), hoy sólo estoy seguro de algo: de que en cualquier momento puede saltar la chispa
que de lo “irreversible” pase a lo “irremediable”. Basta para ello que a
algún borroka se le escape algún
coctel molotov, que a un Guardia Civil o a un Mosso le intenten robar un arma y
dispare, que una masa puesta en la calle, sin dirigentes capaces por ningún
lado, sin saber qué hacer, termine desbordando cualquier cauce o que un
gobierno sin personalidad –en Madrid o en plaza de Sant Jaume– se lance a una
aventura irreparable. Lo triste es constatar que, cada día un poco más, la
convivencia en el interior de Cataluña se va degradando más y más y más.
Se me acusará de pesimista: realista, más bien. Porque realismo es
reconocer que esta situación no tiene ni salida para delante, ni salida para
atrás.
Felicitaciones a todos los políticos irresponsables que habéis llevado a
Cataluña y a España al punto en el que se encuentra hoy. No podíais haberlo
hecho peor. Unos y otros. Todos. Compraros cinco euros de democracia y
perderos.