Donald Trump es multimillonario y presidente de los EEUU… lo
que no quiere decir que sea “todopoderoso”. Sus primeros cien días en la Casa
Blanca salieron a campaña mediática en contra diariamente. Los “todopoderosos” fueron,
realmente, quienes articularon tales campañas que solamente bajaron de
intensidad cuando Trump ordenó el bombardeo de las posiciones del Ejército
Sirio: era el gesto exigido por el complejo petrolero–militar–industrial y por
la oligarquía financiera para rebajar su nivel de oposición al gobierno
legalmente elegido en los EEUU. Una especie de gesto de sumisión y respeto ¿Alguien
pensaba que con Trump, al día siguiente, las cosas cambiarían radicalmente? Han
cambiado, sí, pero sólo en la medida de lo posible, no hasta donde muchos hubiéramos
deseado.
También hay varios fenómenos en el mundo “euroescéptico” a
tener en cuenta:
– La decepción por los resultados de las elecciones
presidenciales austríacas en las que el candidato del FPÖ no pudo vencer al
ecologista.
– En Holanda, el Partido por las Libertades de Gert Wilders
mejoró posiciones pero no lo suficiente como alcanzar la mayoría.
– Por su parte, en Francia, solamente el paso de Marine Le
Pen y de Jean–Luc Melenchon (el equivalente a Podemos) a la segunda vuelta
electoral, hubiera podido dar la victoria a la primera, y evitar la sucesiva
dimisión de Marion Le Pen y las críticas internas de las que es objeto, en
estos momentos, la línea oficial del partido (especialmente por su ataque al
Euro).
Hace apenas cinco meses, algunos podían pensar que todo iba
a ser más rápido: que la victoria de Trump (o, incluso, el Brexit) eran una
victoria definitiva contra el stablishment
y que Europa se vería salpicada por enclaves cada vez más en ruptura con el “viejo
orden” de la globalización. No ha sido así. Es cierto que se ha registrado una “mejora
general” en las posiciones de las fuerzas antiglobalización y euroescépticas. De
hecho en todos los países europeos que hemos mencionado, son ya el “primer
partido de la oposición”, esto es la “segunda fuerza”. Las victorias de los
partidos del stablishment son –vale la
pena no olvidarlo– “pírricas”: esto es, de muy corto alcance. Macron, apenas es
una especie de última excrecencia del régimen francés con lenguaje híbrido
entre la corrección política y el discurso neoliberal, tardará poco en fracasar.
Veremos si el gobierno holandés, con las costuras de un Frankenstein, puede
resistir mucho tiempo. Y no parece que en Austria las simpatías por la inmigración
masiva y los “refugiados” hayan aumentando con la victoria de un “ecoloco soft”.
Los sistemas políticos modernos son complejos: no basta una
simple “marcha sobre Roma” para derribarlos de un plumazo. Además, se apoyan
unos a otros internacionalmente. Y lo que es aún peor: su “infraestructura” es
común a todos ellos y está formada por
una malla compuesta por oligarquías económico–financieras que constituyen el
basamento mismo del sistema y del poder mundial: no acuden a las elecciones, pero son el verdadero poder. Pensar que
un simple proceso electoral puede hacer saltar de un plumazo a estas
oligarquías es mostrar una absoluta ingenuidad, especialmente porque las
elecciones tienen carácter “nacional” y esta infraestructura constituye los
cimientos de un “sistema mundial”.
A partir de aquí hay tres posibilidades:
– o bien el sistema
mundial, construido sobre el absurdo neoliberal, terminará por desplomarse como
un castillo de naipes (lo que parece más probable y a lo que seguirá un
caos generalizado antes de que vuelva a estabilizarse un mínimo orden internacional);
– o bien las fuerzas “europescépticas”
y “antiglobalizadoras”, irán avanzando sus posiciones más y más, –como han
hecho en los últimos 5 años– hasta que, por puro desgaste de las fuerzas que
actúan en la “superestructura” del stablishment
(los Macron y sus avatares) ya no estarán en condiciones de contener por más tiempo
a los “populismos” (y en este caso, no bastará la victoria de estos en un país,
sino que deberá ser en toda un área geográfica para alcanzar la masa crítica
necesaria capaz de dar un vuelco a la situación);
– o bien, en última
instancia, la aparición de una forma de terrorismo de nuevo cuño que, en
lugar de golpear ciegamente, se oriente hacia los centros de poder haciéndolos
saltar mediante cyberataques inmisericordes y/o liquidación física de la oligarquía
(hipótesis posible que conocen bien los gemólogos: cuanto más dura es una
estructura cristalina –un diamante– más fácilmente resulta hacerlo estallar simplemente
dando un golpe preciso en un punto crítico).
La primera es la opción del Buda: “actuar sin actuar”,
permanecer vigilantes ante el desplome del sistema (que inevitablemente
sucederá), es la vía del “sacerdote”, del que medita y se prepara para cuando
ocurra ese momento. Es la de quienes “cabalgan el tigre”: permanecen
quietos y serenos hasta se ven pasar delante de casa el cadáver del enemigo y,
entonces llega la hora de “los que han sabido permanecer en vela en la noche
oscura”.
La segunda es la vía electoral emprendida por los partidos “euroescépticos”:
es una vía a medio plazo de la que no puede excluirse que su victoria vaya,
fatalmente, a confluir con la primera opción. Una
victoria de este tipo puede precipitar el hundimiento del sistema mundial. Es
la opción
del “trabajador”, del que actúa con sus manos, con su esfuerzo y lo
hace como un artesano medieval: hilando fino y realizando un trabajo preciso y
constante. Es la opción de las “hormiguitas laboriosas”, del
trabajo paciente sobre el terreno de la política convencional.
La tercera es la vía del guerrero y de la espada vengadora,
propia de aquel que quiere precipitar el caos súbito para que genere, además de
una catarsis liberadora, la destrucción de los fundamentos mismos de la “infraestructura”
del sistema mundial. A fin de cuentas, si alguien pudo hablar de un “gramscismo de derechas”, ¿por qué no va
a existir un “yihadismo euroescéptico”?
Posibilidad remota hoy, pero que no hay que excluir mañana. Es la opción del
toro que, en lugar de cargar contra el paño rojo que le ponen ante las narices,
quiere “hacer sangre” e hincar sus cuernos en el núcleo duro del sistema, pero
también es la actitud de quienes aceptan que les puedan clavar un estoconazo
por todo lo alto.
No hay una cuarta opción, ni una cuarta salida. Porque
pensar que el sistema mundial conseguirá funcionar indefinidamente mostrando
unos niveles de eficacia incompatibles con las reglas del sistema económico
mundial y con su tendencia desde hace 150 años a ir concentrando el capital en
cada vez menos manos, es obstinarse en pensar a la manera “progresista”: ver la
realidad a través de un espejo, olvidando que lo que estamos viendo es un
reflejo de la realidad, y su inversión. Es decir, negarse a ver, por ejemplo,
que, detrás de las victorias parciales de las fuerzas del stablishment, lo que existe es
1) un deterioro
inexorable del sistema ante imposibilidad por parte de la globalización de
estabilizarse y satisfacer a todas las partes,
2) un avance de las
opciones “euroescépticas” que son ya la “segunda fuerza” en buena parte de
Europa y
3) una progresiva
brecha entre los intereses de la población y los de las oligarquías económicas
que llevarán cada vez más a actitudes radicales tanto por una parte como por
otra, constituyendo el detonante de la crisis desintegradora.
Simbólicamente,
podríamos decir que “el Ragnarok ha
comenzado”: la forma en la que percibíamos el mundo está muriendo. El “Lobo
Fenrir” (la alta finanza, los centros de poder económico, los consorcios mediáticos,
en definitiva, “la infraestructura” del stablishment)
devora los mundos. Lo que tenemos ante la vista, no es la posibilidad de un simple
cambio político, es mucho más. Los viejos dioses, todos ellos, están cayendo,
todos, sin excepción. Pero estamos en un
momento de transición en el que lo que está muriendo y agoniza, todavía mantiene,
mal que bien, sus posiciones, y lo que está por nacer todavía no ha alcanzado
el nivel suficiente de maduración. De ahí la ambigüedad de nuestro tiempo y el
que los signos de desesperación se alternen con síntomas de que se aproxima el
amanecer.
Personalmente, concedo más valor a las leyendas de los
ancestros que a los mitos progresistas que constituyen la “superestructura”
emotiva y sentimental de nuestro tiempo. Las leyendas arcaicas nunca se
equivocan.