Info|krisis.- Después del 11-S, el curso
político puede darse por definitivamente iniciado. Seguimos sin gobierno y la
convocatoria de nuevas elecciones para diciembre no hace sino aumentar la
sensación de que esta broma ya pasa de castaño oscuro. Es el precio de haber
criado al calor de la constitución una clase política que siempre fue mediocre
y que, a fuerza de ir apareciendo como impresentable para la opinión pública,
ha terminado en una selección a la inversa: en efecto, las personalidades
brillantes se dedican a la empresa privada o, simplemente, se van al extranjero,
los honestos a sobrevivir y, solamente los más oportunistas, corruptos, ambiciosos,
pagados de sí mismos y psicópatas, siguen en ese escaparate público que es la
política.
Los problemas de todos los
partidos son siempre los mismos: ausencia de carisma de sus líderes (no hay más
cera que la que arde), vacío doctrinal profundo (no sea que la doctrina no sea
entendida por unos o por otros y redunde en mermas electorales), escándalos de
corrupción inolvidables (y poco importa si hay más corruptos en el PP o en el
PSOE), y falta de proyectos renovadores que puedan, como mínimo, revalorizar la
política y dar a la población la sensación de que son una “comunidad real”, un “pueblo,
en definitiva. Para eso haría falta que algún partido fuera capaz de señalar a
la población una “misión y un destino”, algo que está mucho más allá de las posibilidades
de las pobres siglas que pueblan la política española y en la que propuestas “alternativas”
como “derecho a la okupación”, “gediátricos
y seguridad social para mascotas”, se unen a las que, en boca de la clase
política, suenen como igualmente vacuas: “luchar contra el terrorismo yihadista”,
“por el derecho de autodeterminación”, “crear cuatro millones de puestos de
trabajo” y oras frases vacías que hace ya perdieron el sentido que pudieran
tener para la inmensa mayoría de la población.
Iremos a unas terceras elecciones
generales en menos de un año. Habituaros porque, desde que la crisis social se
convirtió en crisis política y el bipartidismo imperfecto pasó a ser cosa del
ayer, es lo que tendremos a partir de ahora: inestabilidad, en definitiva. O un
partido saca mayoría absoluta o se verá obligado a gobernar en coaliciones
inestables cuya supervivencia dependerá de la cocina de cualquier gabinete de
demoscopia. Todos intuimos lo que pasará en diciembre: ganará el PP, por
goleada. Cabría decir aquello de que “así se lo ponían el rey”. En efecto, un
Rivera que jamás debió salir de Cataluña, aterrorizado por la posibilidad de
quedar fuera de juego para siempre, se apresuró a pactar con el PP, para salvar
lo salvable y tener al menos unos años de bonanza para que los miembros del
neo-centrismo vayan haciéndose un patrimonio.
A la inversa, el “sostenella y no
enmendalla” de Pedro Sánchez, sufrirá un castigo que acabará para siempre con
su carrera política. Es posible, incluso, a la vista de los sondeos de
intención de voto, que el PSOE no logre contener su crisis interna antes de que
se conozca el batacazo decembrino que le aguarda. Pero así como el futuro de Cs
está íntimamente ligado a la suerte personal de Rivera, los hay en el PSOE que
quieren sobrevivir al pedrosanchizmo.
Las elecciones gallegas y vascas
que están aquí, pero alterarán poco la situación política general: parece que en
Galicia la victoria del PP está cantada y se encuentra próximo a la mayoría
absoluta. Pero Galicia pesa, políticamente, poco. Ni ahí, ni en las elecciones
vascas, Cs obtendrá –presumiblemente- diputados con lo que llegará a las
generales debilitado y con pocas expectativas. Ganará, claro está el
nacionalismo –a fin de cuentas, el electorado vasco es conservador y lo más
conservador allí es el PNV- con una menor presencia abertzale, la izquierda dividida entre Podemos y el PSE, desaparición de UPyD y empequeñecimiento de PP
y PSE.
Pero como decimos, Galicia pesa
poco y la política vasca sin ETA interesa poco y ha perdido su capacidad para
dictar agendas. Desde el varapalo que se llevó el Plan Ibarretxe, el PNV ha
moderado su vocación independentista. Simplemente está a la espera de lo que
ocurra en Cataluña.
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En lo que se refiere al
soberanismo catalán, parece que sus mentores todavía no han aprendido las
lecciones de las pasadas elecciones autonómicas que demostraron a las claras
que no existía mayoría social suficiente como para aspirar a la independencia.
En realidad, aquellas elecciones evidenciaron solo que existían dos opciones:
independentistas y no independentistas, prácticamente igualadas. El tiempo no
juega a favor de los independentistas: a medida que pasan los 11-S, muestran
cada vez más sensación de cansancio y decepción. Aún así, su clase política
sigue como si nada, en un sorprendente caso de autismo político y cerrazón en
sí mismo: como si la independencia fuera para mañana, por no esperar a pasado,
los discursos del 11-S han presentado esa manifestación como la “última” antes
de la independencia. Los próximos pasos de la desconexión deberían ser convocatorio
del RUI (Referéndum Unilateral de Independencia) y elecciones constituyentes de
la República Catalana. Y se quedan tan anchos, aun cuando saben que dicha “hoja
de ruta” es imposible. Pero es que ya no tienen ningún otro aliciente que
presentar a su electorado.
Este año se han visto muchas
menos banderas en los balcones y las que lucen todavía especialmente en
pueblos, están descoloridas unas y deshilachadas otras. El cansancio es
evidente. La estrategia de la Generalitat consistía en esperar a que un
gobierno de izquierdas, con fuerte presencia de Podemos, se estableciera en
España y poder obtener la bendición para el referéndum soberanista por parte de
un Pedro Sánchez elevado a la presidencia del gobierno. Pero ha pasado un año y
todo induce a pensar que en 2017 Rajoy se sentará cómodamente en La Moncloa apoyado
por los restos de Cs que tienen cuentas pendientes con el soberanismo. Y, por
lo demás, a medida que pasan los días, la figura de Sánchez está cada vez más
erosionada y parece poco probable que en los próximos cuatro años haya un
gobierno de izquierda en España. Y, desde luego, cinco años de tensión
independentista no lo soporta ni la sociedad catalana ni los propios partidos
soberanistas. Especialmente cuando estos cinco años futuros vienen precedidos
por cinco de movilizaciones y, a su vez, estos, por diez años de devaneos sobre
el “nou Estatut”. Sumados, nos dará 20 años de paralización política de la
Generalitat y de ensoñación independentista. Imposible mantenerlo ad infinitum.
La única esperanza soberanista es
Ada Colau. Pero cada vez empieza a estar más claro que la ambición de ésta no
tiene como techo la poltrona en el Ayuntamiento, sino la que luce en el edificio
de enfrente, en la Generalitat. La Colau, además de no tener experiencia en
gestión, carece también de experiencia política, es una “elementa” típica de la
última hornada de la clase política: ambiciosos y oportunistas, sin más. Si la
Colau cree que el soberanismo le dará votos, se hará soberanista; si percibe
que le restará apoyos, lo denostará y es posible, incluso, que por la mañana
apoye a una y por la tarde a otra sin que se ruborice su rostro marmóreo. Veremos
hasta qué punto las costuras de su partido resisten los próximos meses. Su
gestión, por lo demás, al frente del ayuntamiento de BCN es, seguramente, una
de las más mediocres y mezquinas que se hayan visto jamás. Una muestra de la
crisis del soberanismo es, precisamente, que su futuro dependa de la Colau, a
la que le importa un higo la independencia de Cataluña y sus objetivos no van
más allá de donde alcanza su ambición de poder.
Estos son los factores políticos
que se pueden resumir así: pocos cambios en las elecciones autonómicas gallega
y vasca de poco alcance nacional, gobierno de centro-derecha para 2017 y una
progresiva pérdida de vigor del soberanismo catalán… que, con muchas
probabilidades, puede generar algún sobresalto a la vista de que sus dirigentes
no terminan de creerse que están muy lejos de tener “fuerza social” suficiente
para obtener la independencia. Tampoco son héroes, así que cualquier pequeño
gesto del gobierno central hará que el maximalismo soberanista se quede
solamente en el capítulo del verbalismo y así hasta la próxima queda de una
bandera española el próximo 11-S. Eso sí, Cataluña huele a elecciones
anticipadas que, casi con toda seguridad, tendrán lugar también a lo largo de
2017.
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¿Y la economía? Tampoco aquí
parece que vaya a producirse ninguna novedad. Estamos ante una ficción tan
falaz como la que se dio en el período 1997-2007: el creer que el aumento del
PIB suponía una mejora en la situación económica del país. Los medios publican que
uno de los indicativos de que la situación “mejora” es que se están vendiendo
más inmuebles que hace un año e incluso que en las grandes ciudades, su precio
se ha elevado un 10%. Mentira. Esos inmuebles no los están comprando ciudadanos
españoles, sino fondos de inversión extranjeros. Existe la suposición de que el
sector inmobiliario garantiza una rentabilidad superior al 5%. Falso. Puede
llegar a un 15% de revalorización anual, pero antes o después, llegan los
ajustes y se produce el batacazo final con pérdidas que superan con mucho a los
beneficios. Todavía hoy hay miles de familias que están pagando hipotecas por
pisos que la tasación actual les da la mitad del valor. Así que, en el momento
en el que los fondos de inversión tengan otras ofertas más tentadoras, el
sector inmobiliario volverá a redimensionarse a la baja.
El año 2016 ha sido bueno para el
turismo, monocultivo económico nacional. A poco que en Francia sigan
produciéndose atentados yihadistas o que el mundo mediterráneo del sur siga
como paradigma de la inestabilidad, los turistas seguirán llegando. Pero el
turismo es una moda y, por lo demás, duros competidores en el Adriático, se
están armando. El turismo no durará eternamente… sin embargo, el sector de la
hostelería se ha convertido en el foco principal de las inversiones.
Sigue sin haber modelo económico
más allá del turismo. Esta es la triste realidad a partir de 2007. Exportaremos
a condición de que el Euro tienda a depreciarse o nosotros a rebajar los costes
de producción (y esto solamente puede hacerse conteniendo salarios para lo
cual, basta con abrir ligeramente la espita de la inmigración). Y, sobre todo,
exportaremos si la coyuntura mundial se mantiene con cierta estabilidad, lo
cual no está del todo claro. En primer lugar porque la tendencia general es una
desaceleración del crecimiento mundial. Hoy se crece porque el precio del
petróleo es bajo, como bajos son los tipos de interés y el precio de las
materias primas tiende a decrecer ligeramente. Pero luego están las llamadas “tensiones
geopolíticas” y, sobre todo, las elecciones en EEUU.
El aislacionismo de Trumb
conduciría a un mayor fortalecimiento del dólar y, por tanto, a crear
dificultades a las economías emergentes. Por el contrario, la victoria de
Hillary Clinton, acentuaría las tensiones internacionales y el intervencionismo
de los EEUU en todo el mundo. Solamente así se lograría enmascarar la debilidad
estructural del dólar: mediante el recurso a los marines y a los misiles.
Los especialistas nos cuentan que
España en 2017 adquirirá los niveles de PIB previos a la crisis. Hemos tardado,
simplemente, 10 años en recuperarnos. La pregunta es ¿realmente nos hemos
recuperado? Todo depende del color del cristal con que se mire. Si termina –como
es de esperar- la situación de inestabilidad política, el gobierno podrá
afrontar el problema capital de nuestro país: el elevado déficit del sector
público. Por eso hubiera sido necesario un acuerdo entre los grandes partidos:
para pactar un límite al gasto, especialmente en las comunidades autónomas,
verdadera sangría de fondos públicos.
Luego está el impacto que pueda
causar el Brexit y que los especialistas consideran que afectará negativamente
a nuestro crecimiento económico. Generará menor inversión y descenso en las
exportaciones. Sea como fuere, los especialistas auguran una desaceleración de
la economía española. Los hay incluso que, a la vista de la desaceleración de
la economía china, llegan a prever una nueva recesión económica en España. Por
otra parte, el ciclo expansivo de la economía norteamericana está tocando a su
fin y, dado su volumen, en el momento en el que entre en recesión, arrastrará,
inevitablemente, a la economía mundial. En 2016, los beneficios de las empresas
norteamericanas llevan más de cuatro trimestres cayendo, signo inequívoco del
cambio de ciclo. Además, una pequeña subida de tipo de interés –que, antes o
después, se producirá- tendrá como efecto situarnos más cerca de la recesión:
cuando esto ocurre, suelen caer las bolsas, disminuyen los flujos de capitales
procedentes de economías emergentes y, para colmo, un fenómeno casi oculto,
pero de dimensiones impresionantes, son las tasas de morosidad de los bancos
chinos que, antes o después, los pondrán en dificultades y harán necesarios
procesos de recapitalización…
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¿Qué puede esperarse de todo
esto? Gobierno de centro-derecha lleva directamente a austeridad pagadera por
las clases medias. Un paso más en le merma de derechos laborales para alcanzar
la ansiada “competitividad”. Aumento de las protestas sociales, especialmente
por parte de la izquierda y en el momento en el que, como parece probable, las
cifras del paro repunten (la nueva recesión prevista para 2017 no nos cogerá
como la anterior en 2007, con un 8% de paro, sino con un 18-20%). La buena
noticia es que viviremos los últimos sobresaltos independentistas en Cataluña
antes de que el fenómeno remita definitivamente. La Unión Europea vivirá sus
horas más bajas: el ascenso de fuerzas políticas identitarias y patrióticas,
hace inevitable una reformulación, so pena de que algunas de las partes decida
romper la baraja e imitar el ejemplo del Reino Unido. La falta de protestas
populares en España, induce a pensar que la inmigración seguirá llegando y
siendo esa bomba aspiradora de recursos sociales que es en todo el mundo. En
zonas como Cataluña, la paz étnica solamente podrá mantenerse a costa de
mayores esfuerzos presupuestarios y ayudas sociales. Un año más, la inmigración
masiva seguirá siendo, junto al Estado de las Autonomías y los intereses de la
deuda, el principal lastre de nuestra economía.
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¿Alguna alternativa renovadora a
todo esto? ¿Puede aparecer algo parecido a la AfD, al FN, al PVV, o la Lega
Nord, al FPÖ? Hay muchas razones para responder negativamente a esa pregunta y
una de ellas es que faltan mimbres suficientes –incluso recurriendo a la unidad
y rebañando en todas las partes- y ya ha habido demasiadas decepciones como
para que de todos esos restos de serie pueda aparecer algo importante. Tampoco
da la sensación de que en unas futuras elecciones municipales puedan mejorar
notablemente las posiciones (sobre todo si tenemos en cuenta que ya ha pasado
un tercio de legislatura; cuando quedan dos tercios hasta plantaremos en mayo
de 2019, no da la sensación de que haya actividad de grupos locales capaces de
obtener concejales). No hay pues que confundir deseos con realidades: y la
realidad es que los grupos alternativos, identitarios y euroescépticos seguirán
estando ausentes en las elecciones de diciembre de 2016, prueba del nueve de su
inexistencia en la realidad política. En democracia, quien no se presenta a las
elecciones, simplemente, no existe.
© Ernesto Milà – info|krisis – http://info-krisis.blogspot.com – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Prohibida la reproducción de este
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