Info|krisis.- Una democracia solamente puede considerarse como tal, cuando tiende a
elevar el nivel cultural de un pueblo. De lo contrario ¿para qué sirve que una
masa amorfa, con un nivel cultural bajo–bajísimo acuda a las urnas? Solamente el
hecho de ver a la enseñanza española en la cola de Europa ya es suficientemente
ilustrativo del resultado que han dado los casi cuarenta años de régimen
constitucional.
Hoy, 14 de abril, me ha dado por
pensar en la Segunda República. Aquel régimen tuvo pocos hombres de valía; fue
traído por hombres mediocres de entre los que uno resaltaba por encima de todos
los demás: Manuel Azaña. De Azaña se sabe que era rarito, tan raro como suelen
ser intelectuales que aprecian más el debate en el Ateneo que el disfrute de la
vida. A pesar de que su voz era gélida, que no adoptaba gesticulaciones sino
que se quedaba hablando ante el micrófono como un pasmarote, lo cierto es que
las masas le escuchaban horas y horas. Su éxito radicaba en que quiso para
España lo que nuestro país no había tenido en el siglo XIX: una revolución
burguesa. Eso debía haber sido la Segunda República, pero las veleidades
proletarias de los socialistas, el anticlericalismo de manual de las izquierdas
y los frenos a la reforma agraria por parte de latifundistas sureños y
cerealistas castellanos, la hicieron imposible.
Carácter soberbio, propio del
intelectual elitista, hosco y de pocos o casi ningún amigo, Azaña era el típico
burgués ateneísta de la época, que desde las 11:00 de la mañana acudía al
casino a leer la prensa y hablar de política por los codos. Lo tenía todo para
ser un mal gobernante y el éxito momentáneo de Acción Republicana fue el
producto de una coyuntura concreta (crisis de la dictadura, desprestigio de la
monarquía y crisis mundial del 29) más que un logro personal.
Aún así, el pensamiento de Azaña,
en estos momentos, está olvidado y los pocos que han oído hablar de él, suelen
recordar su rostro grosero y carnoso, espolvoreado de verrugas, con papada de
glotón de porqueriza. Es uno de esos personajes que mejor leer sus novelas y
algunos de sus escritos políticos, que saber sobre su vida o su obra.
Azaña estaba enamorado de la Edad
Media. Sólo que no supo entender el espíritu de aquella época y se paró viendo
aquellos siglos con los ojos de un hombre del primer tercio del siglo XX. A
pesar de que era partidario de la “recuperación
de la tradición española medieval” está claro que nunca fue capaz de
definirla porque consideraba que implicaba “libertad
territorial, religiosa y política” y él, puestos a interpretar, en lugar de
asumir que los “fueros” era la alusión a la “liberta territorial”, lo tradujo
como Estatutos de Autonomía (aceptó el catalán y rechazó el vasco “por carca”).
Era nacionalista y hay en sus discursos frases del más acrisolado patriotismo,
pero, claro, también aquí cometió el error de identificar “República” con “España”...
a pesar de que si hubiera conocido la obra de Maurras y la hubiera aplicado a
España (como hizo Maeztu e incluso Cambó), hubiera recordado que la columna
vertebral de la historia de España había sido hasta entonces el catolicismo y
la monarquía.
Pero no son los errores de Azaña
los que quisiéramos comentar, ni tampoco su personalidad de ilustre olvidado,
sino uno de sus juicios en los que estuvo sembrado. Como, por ejemplo, cuando
afirma que “La nación es un gran depósito
de energías latentes, de obras posibles que sólo necesitan una buena
explotación y aprovechamiento cabal”. Azaña sacaba de esto la conclusión de
que “es un deber social que la cultura
llegue a todos, que nadie, por falta de ocasión, de instrumentos de cultivo, se
quede baldío” y terminaba: “Si a
quien se le da el voto no se le da la escuela, padece una estafa. La democracia
es fundamentalmente un avivador de la cultura”…
Estas frases están incluidas en
el manifiesto de Acción Republicana (el partido de Azaña) en 1924 (y fueron
redactadas por él). Y tenía toda la razón. ¿Para qué diablos sirve acudir a
votar si el que deposita el voto es un completo garrulo, sin el más mínimo
espíritu crítico, sin capacidad de discernimiento e incluso sin conciencia de
cuáles son los problemas y dónde pueden estar las soluciones más razonables?
Votar, debería implicar, estar informado y para estarlo hace falta tener cierta
“educación” o, lo que es lo mismo, cierta “formación”.
Azaña, como otros iluminados de
la izquierda creían que con proponer “educación
laica, gratuita y obligatoria” ya estaba todo resuelto. Escuelas para todos
y a otra cosa… Hoy sabemos que no es así: sabemos que no basta que haya
almacenes de niños de 9:00 a 17:00 horas, que es necesario algo más. Por
ejemplo, que los programas educativos, los profesores y, sobre todo, la
estructura del sistema de enseñanza, sean válidos y eficientes. Y esa validez
se demuestra cuando de la escuela salgan jóvenes mejor formados, con mayores
aspiraciones, preparación y con carácter.
El hecho de que hace menos de una
semana hubiera una manifestación masiva de jóvenes a favor de unos u otros
finalistas del Gran Hermano, indica ya cuál es el estado del sistema educativo
español, sin necesidad de recurrir a las evaluaciones del Programa
Internacional de Evaluación de Alumnos de la UE, más conocido como “programa
PISA”.
Resulta evidente que quienes han
controlado el régimen en los últimos 40 años han querido una juventud que,
sobre todo, careciera de espíritu crítica e incluso de conocimientos culturales
para ejercer el arma de la crítica. Y para ello han operado sobre los programas
educativos y las leyes de enseñanza. La responsabilidad socialista en este
terreno es absoluta pues todas las leyes de educación y reformas que se han ido
aprobando desde principios de los ochenta, han estado inspiradas por el PSOE y éste,
en todo momento, ha insistido en que éste era un terreno en el que reclamaba
iniciativa en exclusiva.
A la derecha le ha faltado claridad,
voluntad y proyecto. Ha preferido dejar hacer porque, en el fondo, también la
derecha se beneficiaba de unos proyectos educativos cuyo único fin era evitar
que las aulas se convirtieran en problemáticas y en origen de disidencias
contra el régimen.
Hoy llama la atención incluso, la
vacuidad, la superficialidad e incluso la ingenuidad, sino la ignorancia, de
aquellos sectores antiglobalización cuya critica al “sistema” es meramente
planfletario (y lo estoy diciendo por Podemos
y sus franquicias, para precisar más). Tiene gracia que estos sectores se
presenten a sí mismos como los “más democráticos”, simplemente porque consultan
más veces en menos tiempos a las “bases”… olvidando que esas bases –y ellos mismos–
son los productos de un sistema educativo que lleva como treinta años quebrado.
En estas circunstancias, la
democracia no puede ser sino de mala calidad: no solamente no se ha preocupado
de la mejora que proponía Azaña (“que la
cultura llegue a todos”, cuando lo que ha llegado a todos ha sido la “cultura
basura” y la “telebasura”), sino que, además, ha estimulado deliberadamente ese fracaso educativo, no hizo nada para
paliarlo cuando hace ya un cuarto de siglo se empezó a advertir que las cosas
no estaban yendo bien, cuando se vio que en España el fracaso escolar empezaba
a ser preocupante y que la tradicional y consuetudinaria apatía de nuestro
pueblo, aumentaba más y más, envuelta en zafiedad, en ignorancia, en
superficialidad y en estupidez. Era inevitable que la “cultura basura” y la “telebasura”
terminaran siendo promovidos por “partidos basura” y que la única política que
pudiera formularse desde las instituciones (y que fuera entendida) fuera la “política
basura”.
El “frente cultural” es el gran
fracaso del régimen constitucional de 1978; la educación y la cultura han
constituido su gran estafa, su fraude extremo y lo que ha abocado al
empobrecimiento cultural del país. Y, siguiendo en esto a Azaña, podemos decir
que, por todo ello, esta democracia no es democracia. O como máximo es “democracia
basura”.
© Ernesto Milá – info|krisis –
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