Podemos debería leer aquella obra de Lenin, El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Allí hay alguna
de las claves de porqué el proyecto lanzado por Pablo Iglesias y sus amigos,
tendrá éxito… pero será estéril. Ganar votos no es difícil, basta con prometer
el oro y el moro, disponer de altavoces mediáticos y enlazar con el estilo de
una época. En esto ha consistido el éxito presente y futuro de Podemos. En esto radicará también su
esterilidad. A fin de cuentas, toda política realista pasa por reconocer los
problemas de la población: y uno de ellos, acaso el primero de todos, es que el
grueso de la población española carece de capacidad crítica, voluntad, interés
e incluso conciencia de cuáles son sus problemas más allá de los estrictamente
inmediatos... En esas circunstancias las organizaciones de tipo asambleario o
el recurso constante a apelar a consultas a la población, carece de sentido.
Solamente está en condiciones de opinar de manera precisa y objetiva quien
conoce la naturaleza de los problemas… no quien, simplemente ha oído hablar de
ellos
En la izquierda se da por
descontado que la democracia es el mejor sistema posible… aunque es frecuente
que no exista coincidencia sobre qué se entiende por “democracia”. No es lo
mismo la democracia tal como la consideran los “indignados”, el movimiento del
15–M y Podemos, que la “democracia”
tal como la concebía Lenin o como la querían los socialdemócratas de su tiempo,
o sus equivalentes en nuestros días. “Democracia”
es, sin duda, el término más desnaturalizado del vocabulario político desde Aristóteles
y Platón hasta nuestros días, hasta el punto de que cabe preguntarse, si es
viable hablar de “mando del pueblo” en el actual momento histórico y si es
posible hablar de “democracia” sin definirla antes.
¿”Mando del pueblo”? ¿Existe el “pueblo”?
En su acepción más extendida,
“democracia” es una forma de elegir a los representantes de un pueblo mediante
el recuento numérico de votos. A través de un acto casi mágico, la parcela de “soberanía
individual” que reside en cada ciudadano, tras el recuento de votos, se suma a
otras parcelas individuales, expresando la decisión de la mayoría. Se trata de
un proceso meramente cuantitativo. De ahí que no pueda extrañar la “calidad” de
los políticos y la eficiencia de las opciones que han recibido al favor
mayoritario de los votos. La calidad siempre, absolutamente siempre, está
reñida con la cantidad. Y en “democracia”, lo cualitativo desaparece siempre en
beneficio de lo cuantitativo. Ahí está la trampa. No es raro, por tanto, que en
las democracias de “baja calidad” como la española, todas las opciones
mayoritarias estén de acuerdo en reducir al máximo la capacidad crítica de la
ciudadanía, no vaya a ser que el ejercicio del arma de la crítica hiciera en
algún momento pasar a la clase política por las armas de la justicia.
De todas formas, el objetivo de
este artículo no es realizar una crítica a la democracia cuantitativa, crítica
que desde Enrique Ibsen y su obra de teatro –verdadero ensayo político– El enemigo del pueblo, ya está realizada
y nunca ha sido ni contestada, ni superada, ni refutada. De hecho, siempre que
un “demócrata” asume la defensa de la democracia, a la vista de la enormidad de
datos en contra se limita a una tímida argumentación basada en las boutâdes: “la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos” o
aquello otro de que “la democracia es el
peor sistema político a excepción de todos los demás”…
La base sobre la que se
establecía el poder ha pasado de ser de “origen divino” a tener una “base
popular”. En los antiguos regímenes el rey detentaba el poder por “voluntad de
Dios”. En la actualidad la soberanía reside en el “pueblo”. Pero las cosas no
son tan simples. La primera cuestión es saber si existe el “pueblo”.
Si consideramos como “pueblo” a
los habitantes de un conjunto territorial es evidente que la respuesta debe ser
afirmativa. Pero lo que ya no está tan claro es si estamos aludiendo a “pueblo”
o a “masa de población”. El pueblo deja de ser una “masa” cuando está
organizado, y vertebrado por principios, estructuras orgánicas y cultura digna
de tal nombre. Nada, por tanto, de lo que existe hoy. Luego, la soberanía, en
la práctica no puede residir en la “masa” cuya característica esencial es que
carece de capacidad de decidir: para decidir hay que comprender las
situaciones, conocer los problemas, tener capacidad discursiva para plantear
iniciativas. Difícilmente una masa que apenas tiene capacidad para pensar en la
satisfacción de sus necesidades primarias, que carece de ideales y conciencia
comunitarios y que se rige fundamentalmente por la ley del mínimo esfuerzo y la
máxima satisfacción, podría decidir sobre algo más que cuestiones muy básicas.
Y, aun así, los mecanismos de control mental que se vienen utilizando en los
últimos cien años, contribuirían a condicionar las respuestas según los
intereses de quienes controlaran los medios de comunicación.
Para colmo, en un marco en el que
los canales educativos han tendido sistemáticamente en las últimas décadas a
amputar desde la escuela la capacidad crítica a los alumnos, lo que tenemos es
una masa invertebrada incapaz de responder con criterio objetivo a cualquier cuestión
que se le plantee. No es que el “pueblo” no tenga razón; es que la “masa” nunca
puede tener respuestas a problemas que excedan más allá de los meros instintos
primarios o del sentimentalismo y la emotividad.
Algunos ejemplos del “derecho a decidir”
Es inútil preguntar a la masa si quiere
o no quiere estar en la OTAN. Sea cual sea la respuesta (OTAN si, OTAN no)
nunca será capaz de advertir las implicaciones finales de la opción. Todo lo
más que podrá hacer será fiarse de una serie de consideraciones subjetivas que
toman cuerpo en función de sugestiones generadas por intereses ajenos a las
masas y suscitadas desde los medios de comunicación o desde los distintos
centros de poder; nunca desde la racionalidad, la frialdad y la objetividad.
Es inútil exigir el “derecho a
decidir” si quienes tienen que “decidir” ignoran lo esencial del problema que
se les plantea y si entrar en la materia, conocerlo e informarse, les supone un
esfuerzo excesivamente superior para su capacidad y su disponibilidad, esfuerzo
que no están dispuestos a realizar en modo alguno e incluso para el que no
tienen capacidad intelectual de discernimiento. La quiebra de un sistema
educativo no se mide por el número de suspensos que cosechan sus alumnos, sino
por el grado de preparación que demuestran para vivir en sociedad y afrontar
los problemas y retos de una sociedad moderna. En este sentido, la quiebra del
sistema educativo español, puede decirse que es absoluto.
En un problema como el referéndum
soberanista catalán, por ejemplo, la carga emotiva se sitúa en que todos
tenemos derecho a decidir sobre “nuestro” futuro y, por tanto, todos quieren
tener la oportunidad de decidir si a Cataluña le iría mejor separada de España…
pensando que la mayoría de los electores tienen a su disposición los instrumentos
suficientes como para poder responder a esta pregunta, sin olvidar que lo
esencial de la cuestión no es esa.
Porque el “derecho a decidir”
solamente puede aplicarse cuando existe un conocimiento de la situación y del
problema en los términos en los que se plantea en un momento dado.
Y en lo que se refiere a la
formación de una nación o a la secesión de una parte del Estado, no estamos
hablando de decidir en función de los datos disponibles en “un momento dado” y
que están al alcance de una generación en una determinada coyuntura… sino que
afecta a todas las generaciones que vendrán y modificará la obra realizada por
las generaciones que nos han precedido. Algo que no se puede expresar en votos.
De ahí que nunca, ninguna nación se haya formado por acuerdo de una mayoría,
sino que haya expresado una voluntad histórica manifestada a lo largo de
generaciones.
Existen otras decisiones en las
que tampoco la mejor opción nacerá de la suma de los votos a favor y de los
votos en contra obtenidos en referéndums. ¿Es posible plantear a la “masa”
preguntas técnicas sobre cómo resolver sus problemas? ¿Puede una masa conocer cuál
será la línea económica que le aportará más seguridad a él y a la comunidad en
la que vive? ¿Tiene conocimientos técnicos para poder discernir sobre la
materia y valorar las implicaciones de su opinión cuando la tome? Si a una masa
se le preguntara qué es más importante impulsar un programa de investigación
aeroespacial o repartir todos esos fondos para uso y disfrute de las masas ¿qué
elegiría? Si se organizara un referéndum en el interior de una prisión ¿podría
reconocerse la victoria “electoral” de 51 violadores sobre 49 funcionarios de
prisiones…? Eso precisamente es la democracia: la ley del número, al margen de
cualquier otra consideración.
No es raro que en las elecciones sea frecuente que no ganen “los
mejores”, sino aquellos que mienten con más desparpajo, que adulan a las masas
cultivando así su voto, que prometen sin intención de cumplir pero con la expectativa
de un apoyo electoral masivo por parte de los engañados y de los seducidos. No
hay nada más que ver los debates electorales, los argumentarios de las
campañas, para percibir la calidad de los candidatos y el fuste de los
vencedores. Luego ocurre que, en el ejercicio de su cargo, un Chaves, un
Griñán, un Pujol –por citar solamente a los que hoy están en el candelero de la
actualidad– saquean el erario público, extorsionan, roban o simplemente hacen
de su gestión una verdadera práctica propia de salteadores de caminos. Han
salido del voto de una masa cerril que ha visto en ellos al no va más de la
honestidad y la eficacia.
Hemos elegido a presidentes que
han ordenado masacres con cargo a los presupuestos generales del Estado (Felipe
y los GAL). Hemos elegido a presidentes que han provocado verdaderas hecatombes
económicas (con Aznar y su modelo económico). Hemos elegido a verdaderos inútiles
que han generado, por su propia ignorancia e incapacidad para ocupar el cargo,
convulsiones sociales y endeudamiento masivo por generaciones mientras
predicaban ingeniería social y alianzas de civilizaciones. Y, como colofón, las
urnas han dado las riendas del poder a alguien para quien los problemas tienen
solución o no la tienen. Si la tienen, el tiempo la da, y si no la tienen,
¿para qué preocuparse? Ese es Rajoy y esto es lo que han dado de sí 36 años de “democracia
constitucional”. Hemos votado en no menos de treinta ocasiones para llegar a
donde estamos… a un lugar que no es el mejor de los mundos posibles.
No era esta, desde luego, la
democracia que defendía Platón, ni tiene nada que ver con el concepto clásico
de “mando del pueblo” o del “Senatus
Populusque Romanorum”. Es más bien un ejercicio práctico de uno de los
corolarios del “principio de Murphy”, aquel que dice que “si alguien puede
equivocarse, se equivoca”…
Podemos y el democratismo
Podemos tiene, por el momento, una estructura organizativa de
carácter asambleario. Herri Batasuna,
en sus primeros tiempos mantenía asambleas abiertas a todos los ciudadanos
(allá por los años 80). El “movimiento de los indignados” fue en todo momento
asambleario y abierto. De hecho, el programa de Podemos ha surgido de las aportaciones introducidas por cientos de
asambleas.
Existe una idea que planea sobre
el programa de Podemos desde sus
primeras páginas: la idea de “democracia”. Hay en el programa, tres puntos que
definen la tendencia que ya desde Lenin se llamó “democratismo”: el suponer que
cualquier alternativa que se plantee a una comunidad puede ser respondida a través
de una votación popular. En tres puntos concretos del programa de Podemos se
insiste en esta idea y en cómo llevarla a la práctica:
- El punto
4.1. Impulso a la participación.
- El punto
5.5. Garantizar la celebración de referendos
- El punto 5.7.
Ejercer el derecho a decidir.
Los títulos de estos parágrafos
son suficientemente elocuentes como para que valga la pena reproducir su
contenido. Lo que se está proponiendo a la población es que tenga el derecho a
expresar sus opiniones… lo que parece algo sumamente razonable, especialmente
si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría de decisiones tomadas por los
gobiernos suelen ir en contra de los intereses populares (harina de otro costal
es que esos gobiernos estén en el poder por votación irreprochablemente
democrática…). Pero si tenemos en cuenta todo lo dicho en los parágrafos
anteriores, empezaremos a albergar las más serias dudas sobre la posibilidad de
que, no el “pueblo”, sino la “masa” pueda opinar con conocimiento de causa, y
por tanto, con precisión.
Lo más elocuente no son los tres
puntos en donde se explicita el “democratismo” de Podemos, sino en el espíritu que planea sobre la totalidad de su
programa. Estamos ante una especie de absolutismo al revés: “todo para el pueblo… pero decidido sólo por
el pueblo”. Podemos parece no
haber contemplado la situación de la sociedad española: con su sistema
educativo quebrado, con una población apática, que ha votado durante décadas a
sus verdugos, con una izquierda que se mueve en el terreno de los tópicos
humanistas–universalistas, con una masa que ha perdido la noción de “comunidad
del pueblo”, que, como máximo tiene minorías obsesionadas con algunos temas (el
animalismo, la ecología, el feminismo y los derechos de las minorías sexuales, el
papeles para todos, etc)… eso es la sociedad española, lo más alejado de un
mundo feliz.
Quizás en esto radique la mayor
ingenuidad de Podemos y su mayor
riesgo: Podemos se niega a reconocer
el rosto auténtico de nuestra sociedad (una sociedad que no tiene “derecho a
decidir” porque ha manifestado una “incapacidad para decidir”; una sociedad que
carece de capacidad crítica y discursiva para poder decidir con conocimiento de
causa; una sociedad a la que se le ha amputado su capacidad crítica
especialmente por sucesivas reformas educativas planteadas siempre por socialistas…)
y casi parece un límite extremo y vertiginoso al “optimismo antropológico” del
que hacía gala el peor Zapatero.
Podemos ha realizado algo que ni el político más corrupto se había
atrevido a hacer: no solamente ha cortejado a franjas del electorado adulándolo
y satisfaciéndolo en su narcisismo, sino que ha trasladado esta adulación a
toda la masa: “tú, masa, tienes derecho a
decidir sobre tu futuro y sobre cualquier tema que te afecte. Tú puedes opinar
de economía, de política internacional, sobre educación y defensa, sobre
sanidad y ciencia. Y, poco importa si en las últimas décadas, tú mismo, masa,
te has puesto la cuerda en el cuello y has tirado de ella, poco importa si has
elegido a los políticos más corruptos e inútiles que te han puesto la bota
sobre el cuello y, poco importa, si ni siquiera tienes interés en opinar, lo
que importa es que puedes hacerlo y, por tanto, tienes derecho a hacerlo”.
Dejando aparte las buenas intenciones de los votantes de Podemos e incluso aplicando el principio de honestidad a su dirección,
vale la pena recordar que de principios falsos y de bases movedizas no pueden
surgir líneas políticas que aporten rectificaciones radicales a los rumbos
problemáticos que ha tomado la modernidad.
Vale la pena recordar la Política de Aristóteles: “Una
quinta especie [de democracia] es aquella que traspasa la soberanía a la
multitud, que reemplaza a la ley; porque entonces la decisión popular, no la
ley, lo resuelve todo. Esto es debido a la influencia de los demagogos” (Lib.
VI, Cap. IV, Especies de democracia). Esta fue la primera definición del democratismo
que ha asumido Podemos.
No olvidemos el origen de esta
organización: el 15–M del 2011, el “pueblo” tomó la calle. El 25–M del 2012,
ese mismo “pueblo” rodeó el parlamento. Era evidente que la fase siguiente del
movimiento iba a ser introducirse en el parlamento. La doctrina organizativa en
todos estos “tempos” ha sido la misma:
organización asamblearia, impulso a las iniciativas legislativas populares,
utilización de las nuevas tecnologías para ejercer el voto en las asambleas,
etc. La estrategia es que, los representantes de Podemos en el Congreso, en los futuros ayuntamientos y comunidades
autónomas, sabrán atender a las
necesidades de la población por que las decisiones han surgido del “pueblo
mismo, sin mediación alguna”, de tal forma que cuando Podemos tenga mayoría en el parlamento, será el pueblo quien esté
representado y tomando las decisiones. Así se resetea el sistema como en un ordenador, para cuando se active de
nuevo el sistema operativo se instale la “democracia real”.
Cuando un “comunista consejista”
como Anton Panneköek criticaba la nueva constitución soviética aprobada por
Stalin decía de ella que era la “más democrática del mundo” pues afirmaba que
el Partido Comunista en el poder era el representante de “toda la población”. Sin
establecer paralelismos sobre Stalin y Podemos,
si percibimos el mismo espíritu “democratista”, ese “fundamentalismo
democrático” que ya había criticado Lenin con su peculiar visión mecanicista de
la acción de la vanguardia organizada en el partido comunista en su folleto El izquierdismo, enfermedad infantil del
comunismo.
Podemos cae dentro de los errores de la izquierda progresista
que ya se habían expresado desde la Revolución Francesa. El propio Roberspierre
en su Discurso sobre los principios de la
moral política pronunciado el 18 pluvioso del año II (…o más claramente, el
5 de febrero de 1794) se había dado perfecta cuenta del problema: “La
democracia no es un estado en el que el pueblo –constantemente reunido– regula
por sí mismo los asuntos públicos; y todavía menos es un estado en el que cien
mil facciones del pueblo, con medidas aisladas, precipitadas y contradictorias,
deciden la suerte de la sociedad entera. Tal gobierno no ha existido nunca, ni
podría existir sino fuera para conducir al pueblo hacia el despotismo”. Lenin,
posteriormente atacó con los mismos argumentos a las corrientes izquierdistas,
recordando que cuánto más democrático era un país capitalista, más se
encontraba su parlamento sometido a los intereses de la bolsa y de los
banqueros. Recordará que las ideas “democratistas”
son residuos pequeño–burgueses procedentes del anarquismo, tanto en su teoría
como en su práctica y que, habitualmente, tienden a converger finalmente con la
socialdemocracia y los movimientos más tibiamente reformistas.
Podemos es, en el sentido leninista, una organización “democratista”,
de modelo organizativo inspirado en el anarquismo asambleario que terminará por
converger con otros restos de la izquierda en descomposición. Después de las
elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2015, Podemos estará en condiciones de formar gobiernos en algunas
autonomías y en decenas de ayuntamientos, no en solitario sino en coalición con
lo que haya sobrevivido del PSOE, de IU, Equo, Compromís, etc.
Eso no será lo peor: lo peor
es que ni Podemos, ni el conjunto de
la izquierda postmoderna lograrán entender nunca que una “masa” no es un “pueblo”
y que para lograr un cambio efectivo en la sociedad hace falta una vanguardia
organizada que, con frecuencia, se vea obligada a actuar contra la “masa” y en
contra del peso muerto de las “masas”.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Prohibida la reproducción de
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