Como se sabe Benedicto XVI era el último papa
de la profecía de Malaquías, quizás no tan antigua como se creyó, pero que, en
cualquier caso, desde el siglo XVII acierta en cuanto a las características de
los papas que se van sucediendo en el trono de San Pedro. Albino Luciani, como
se sabe estaba asociado al lema “luz blanca”, perfecta traducción de su nombre
laico. Juan Pablo II, “labori dei soli”, correspondía tanto a su carácter
trabajador como a la novedad de que fuera uno de los pocos papas rubicundos de
la historia. Y así sucesivamente. Da la sensación de que Malaquías o quien
fuera, percibió como en una perspectiva aérea y rápida las características del
reinado de los papas y retuvo en su memoria el rasgo que más le llamó la
atención, asociándola a un lema. A fin de cuentas, una profecía no es más que
la dramatización sensible de un hecho intuido. Pues bien, la lista de papas
aportada por Malaquías ya ha concluido.
Con Benedicto XVI ha tenido lugar una novedad
sin precedentes. No era normal encontrarse con un papa dimisionario. La
cuestión que se plantea es por qué ha dimitido. El decir que no se sentía con
fuerzas no sirve: ¿Con fuerzas para qué? A fin de cuentas, el antiguo miembro
de las Hitlerjugend y artillero de la FLAK, era un intelectual y si llegó al
papado fue precisamente por su superioridad en ese terreno. El intelectual lo
es hasta su muerte. Pero el intelectual no es, necesariamente un gestor
enérgico. Y todos sabemos que resulta muy difícil dirigir incluso una empresa
familiar con la bondad y la razón.
El problema de fondo es el que se planteó desde
los años 60 cuando el Concilio Vaticano II se presentó como una necesidad (la
de “aggiornar” la Iglesia, “ponerla
al día”), pero que concluyó en un lamentable fracaso autodestructivo. La
Iglesia se puso al día en casi todo… menos en los problemas que preocupaban a
los jóvenes: especialmente en todo lo relativo a la sexualidad. Y en ello sigue.
Se modificó la liturgia (para “acercarla al pueblo”) y se aumentó el rol de la
Virgen (muy por encima de su presencia efectiva en los Evangelios)… los
prelados creyeron en la sugestión de los años 60, cuando todos, incluido los hippis, pensaban que se entraba en “tiempos
nuevos”, cuando incluso en las filas eclesiásticas se creía que estaba próximo
el advenimiento de una “nueva era” bajo el signo del humanismo y el
universalismo y que sonaban tiempos en los que la mujer aumentaría su papel en
la sociedad. Todo eso no eran más que sugestiones con las que se justificó el
desmantelamiento de la liturgia y la creación de un ceremonial a medio camino
entre el protestantismo y la iglesia tridentina.
Lo que hasta entonces eran certidumbres y
dogmas, se convirtieron en algo en lo que hasta los mismos sacerdotes dejaron
de creer y que nunca estuvieron en condiciones de transmitir. Los argumentos
para defender la virginidad o las restricciones puestas a la sexualidad, serían
admisibles dentro de un contexto de autocontrol y en la educación de la
voluntad, pero no podían solamente avalarse en función de dogmas o encíclicas.
De la misma forma que la educación en España languidece porque una parte
sustancial del profesorado ha dejado de creer (por las razones que sean) en su
misión, la Iglesia ha periclitado porque sus pastores han dejado de dominar el
arte de conducir a su rebaño.
Todo eso importa ya poco: el papel de la
Iglesia ha pasado y la misma Iglesia pertenece, más que a otro mundo, a otro
tiempo. La homosexualidad y la pederastia entre algunos cleros nacionales es
solamente una desagradable anécdota más. Mucho más grave es que los seminarios
estén vacíos, que la edad media del clero supere los 60 años y que Europa haya
dejado de ser el centro de la Iglesia para pasar éste a Asia y especialmente
África. Hoy, Europa es nuevamente “tierra de misiones”.
La unidad de la Iglesia ha sido sustituida por
la multiplicidad de sectas, sectillas (o si se le quiere llamar “prelaturas
personales” y “asociaciones confesionales”) construidas por personajes de los
que lo más piadoso que puede decirse es que sean ejemplos de moralidad,
santificados o no. Mientras el clero diocesano es hoy casi una entelequia, estas
asociaciones tienen medios, movilizan militancia y despliegan una actividad que
ya el sacerdote de barrio no está en condiciones, ni con ganas de realizar.
Siempre ha habido órdenes religiosas en la Iglesia, sí, pero las nuevas “asociaciones”
y sus fundadores carecen de al altura de benedictinos, franciscanos, dominicos,
etc. Y eso es lo que queda de la Iglesia, eso y un patrimonio extraordinario
cuyo control, por cierto, es lo que persiguen buena parte –no digamos todos,
por pura prudencia- de esos grupos.
En cuanto a la Iglesia española no hay que
olvidar que los conventos femeninos ya están casi completamente vacíos de
monjas de menos de 60 años, la mayoría de las novicias son filipinas,
sudamericanas y africanas. Sin olvidar que en El Raval de Barcelona existen 15 “puntos
de oración” islamistas y una sola iglesia católica con oficios una vez a la
semana (y otras dos cerradas). La llegada masiva de sudamericanos ha servido
mucho más para revitalizar las dormidas sectas evangélicas y a los
protestantes, que a la adormilada iglesia local. Y los seminarios siguen
vacíos.
Hace diez años escribimos que a la Iglesia
española sólo le quedaba irse extinguiendo como la luz de una vela en su último
tramo. Hoy reiteramos esa impresión en la certidumbre de que así ha ido
ocurriendo. No se espere que tal acumulación de patrimonio y tantos millones de
fieles pueden desaparecer de un día para otro, pero si resulta inevitable que
se vayan extinguiendo poco a poco, perdiendo influencia primero, luego
perdiendo peso social, luego dándose dentelladas en su interior y, finalmente, dirigido
por una jerarquía para la que lo predicado no tiene ya nada que ver con lo
pensado o con el día a día vivido por ella misma. Porque el problema no es de
falta de vocaciones, sino de plantearse ¿cuántos sacerdotes y jerarquías en
activo siguen creyendo verdaderamente en el dogma y cuántos otros están donde
están por simple inercia, por conveniencia social, ambición o apatía?
En España todo esto es mucho más trágico,
especialmente para los patriotas que asocian su fe política a su fe religiosa.
La escuela de historiografía que asoció la historia de nuestro país con la
iglesia católica hizo que España empezara a existir SÓLO desde la conversión de
Recaredo… Pero hubo una Hispaniae antes del episodio, de la misma forma que hay
una España ahora cuando con propiedad puede decirse que “España ha dejado de
creer en el catolicismo” (porque el catolicismo militante es sólo patrimonio de
una minoría y la inmensa mayoría de la población está ausente de los oficios
religiosos). Creemos, en estas circunstancias, que resulta muy difícil seguir
manteniendo esta identidad entre Catolicismo y España. El declive inevitable
del primero, no debe necesariamente entrañar el fin del segundo.
El problema religioso no me interesa más allá
de mí mismo. Allá cada cual con su conciencia y su vida y allá cada cual con
sus creencias. Pero hay que reconocer que no podemos hacer nada para rectificar
la pendiente decadente de la Iglesia (doctores tiene la institución…) en este
período post-Malaquías. Pero sí podemos hacer algo por nuestro país. Es hora de
un patriotismo emancipado definitivamente de la idea religiosa que responda a
las preguntas de cuál es la “misión” y el “destino” de España en el siglo XXI,
sin recurrir a algo que ya sigue una dinámica autodestructiva propia ante la
cual no podemos hacer nada.
Poco importa lo que decida el cónclave y cuál
sea el nuevo “rostro” que presidirá el Vaticano, la crisis de la Iglesia es tal
que con las meras fuerzas humanas resulta imposible rescatarla… y para los que
esperan una intervención divina, lo sucedido en las últimas décadas en la
Iglesia induce a dudar sobre si allí queda algo de divino o, simplemente, es un
pozo de inmoralidades tal como parece haberlo percibido un intelectual metido a
Papa que prefiere dimitir antes que seguir al frente de la cáscara hecha de
oropel y dogma, vacía y hueca, en la que las dentelladas entre sectas
sustituyen al amor fraterno, las inversiones del Banco Vaticano tienen más peso
que el ejercicio de la caridad, la tercermundización interesa más que la
difusión de una visión cultural clásica, el vicio se enseñorea de la jerarquía
cuando la jerarquía debía ser ejemplo y cuando lo único que puede hacerse es, o
gritar la verdad esperando una reacción o bien retirarse a meditar a la espera
de los últimos días.
Benedicto XVI, el antiguo artillero de la FLAK
y el antiguo Hitlerjugend ha optado por lo segundo. No voy a ser yo quien se lo
reproche a quien, en rigor, puede ser llamado “el último papa”
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com