Infokrisis.- El nacionalismo catalán
apareció históricamente en el último tercio del siglo XIX y tras un principio
del siglo XX en el que se aprovecho la crisis de “lo español” tras la pérdida
de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y posteriormente, del caos generalizado
instalado durante la II República, desapareció por completo durante 40 años.
Tras su salida a la superficie en 1977 se convirtió en el eje determinante de
la política catalana y española. Como era inevitable la persistencia de la
crisis económica iniciada en julio de 2007 repercutió en el nacionalismo,
apareciendo una corriente independentista que hasta ese momento había sido
completamente residual. Pero el independentismo nacionalista de 2012 no es el
mismo que el regionalismo nacionalista de 1870-1909. Muchas cosas han cambiado
y vale la pena realizar un análisis de esos cambios.
Pero ¿de dónde
surge todo nacionalismo?
Es muy simple: en el Antiguo Régimen el poder
estaba en manos de la realeza y de su prolongación, la aristocracia. Cuando se
produjo la acumulación de capital y el inicio de la primera industrialización
(segunda mitad del siglo XIX) la burguesía naciente acarició la idea de
desplazar a la aristocracia de los resortes hegemónicos del país. Ese fue el
sentido de las revoluciones liberales (empezando por la americana y por la
francesa): la sustitución de la aristocracia por la de la nueva burguesía. Los
que empezaban a tener el “poder económico” querían también el “poder político”
para gestionar mejor sus negocios. La burguesía empezaba a acariciar el
sustituir a la aristocracia como clase hegemónica.
A fin de redondear una ideología completa y
cerrada, la burguesía enmascaró sus ambiciones con una superestructura emotiva
y emocional: reconstruyó (o, simplemente, falsificó) la historia, empezó a
hablar de “nación” en lugar de “reino” y de “democracia” en lugar de
instituciones forales. Se construyeron los “mitos nacionales” capaces de reunir
en torno suyo todo el potencial emotivo que era capaz de suscitar adhesiones
entusiastas e irracionales por parte de la población y allí en donde los hechos
históricos no bastaban, simplemente se recurrió a la falsificación de la
historia y a la adulteración de los hechos históricos. También se olvidaron
algunos en los que la “historia nacional” no quedaba en excesivo buen lugar. Así
se construyó también el “nacionalismo español”, de matriz liberal, que tiene
sus orígenes en las Cortes de Cádiz y también en el “trienio liberal”
(182-1823). A no confundir –y eso es extremadamente importante- “nacionalismo”
con “patriotismo”…
Este mismo proceso se reprodujo, a modo de
fotocopia reducida, en determinadas regiones en las que las burguesías locales
habían logrado tener un mayor desarrollo y conseguido una mayor acumulación de
capital en torno suyo. No es, sin duda, por casualidad, que este proceso se
produjo en España en dos regiones fronterizas: las provincias vascas y
Cataluña. El comercio, la banca y las fundiciones fueron los puntales sobre los
que se elevó una pujante burguesía vasca que tras la decepción de las guerras
carlistas y con los cambios de la época desembocó en el nacionalismo aranista.
En Cataluña, los capitales amasados en las Antillas especialmente, invertidos
en especulación inmobiliaria en el llano de Barcelona con la formación del
Eixample (Ensanche) de la ciudad gracias al proyecto de Ildefonso Cerdá, y con
la formación de una amplia industria de hilaturas, dio como resultado la
formación de una pujante burguesía que, al igual que la vasca, unía a su
ferviente catolicismo una inquebrantable vocación de gobernar sus propios destinos
sin depender de un gobierno distanciado 600 km de la capital catalana.
Especialmente en torno al Vizconde de Güell y a asociaciones culturales nacidas
desde mediados de siglo (Jove Catalunya) apareció un movimiento cultural,
financiado por los Güell, que pretendía generar ese entramado emotivo y
sentimental propio de todo nacionalismo. A eso se le llamo eufemísticamente “construcción
nacional de Cataluña”.
Vale la pena recordar que, tras las
pretensiones “patricias” de esta nueva aristocracia económica catalana, muy
frecuentemente se trataba solamente de veleidades culturales que hoy hacen
sonreír a los más piadosos y reír a carcajadas a los inmisericordes adversarios
del nacionalismo catalán. Se sabe, por ejemplo, que en los Juegos Florales de
1901 (pagados por el Güell) en su alocución inicial Don Eusebio Güell
Bacigalupi explicó con una seriedad pasmosa que el catalán es una lengua
anterior al latín y que deriva de un dialecto hablado en los Alpes Réticos. Y
la crema de la cultura catalana que estaba sentada en la platea aplaudió a
rabiar esta enormidad… acaso porque todos ellos, en mayor o menor medida,
estaban financiados por el prócer que así les hablaba.
Los Maragall, los Verdaguer, los Pico i
Campanar, el trío de arquitectos modernistas Gaudí-Doménec-Puig i Cadafalc, músicos
como Pep Ventura (murciano), etc, intentaron –siempre a las órdenes de la alta
burguesía catalana que aspiraba a ser dueña de su propia fiscalidad con la
obvia intención de pagar menos impuestos y ver más beneficiados sus negocios-
crear una “cultura catalana” partiendo de elementos fragmentarios o simplemente
inexistentes (el modernismo, por ejemplo, encontró sus raíces no en la
arquitectura tradicional catalana, sino en la obra del arquitecto francés Viollet
le Duc y en su Diccionario Razonado de Arquitectura Francesa). Autores como
Maragall o Verdaguer, con la mejor intención del mundo recuperaron fragmentos
de leyendas pirenaicas, se limitaron a cristianizarlos, a cambiar su sentido y
convertirlos en puntales emotivos de la “nacionalidad catalana”. En música, los
Güell horrorizados por que la burguesía catalana aplaudía una “música
extranjera” en el Liceo (el wagnerianismo estaba muy extendido en la Cataluña
de principios de siglo XX) intentaron crear una “ópera catalana” de la que la
obra Garraf (texto de pico i Campanar
y música de García Robles) es muestra de hasta qué punto se puede bostezar
escuchando música… Los Güell subvencionaron a poetas, a artistas plásticos y,
al mundo del teatro. Incluso los bailes regionales fueron adulterados y la “jota”,
uno de los bailes populares más extendidos por la Cataluña ochocentista y
decimonónica, fue sustituido por la sardana, inicialmente una música de moda
(el equivalente moderno sería… Giorgi Dan) tomada de Zarzuelas. Aquella música
tuvo éxito y Pep Ventura se convirtió en el prodigioso compositor de “sardanas”.
Precisamente en la sardana se percibe
claramente el por qué era necesario falsificar la historia para crear un
nacionalismo fuerte. En efecto, la historiografía oficial catalana nos cuenta
que la sardana deriva de las danzas griegas de hace tres mil años… luego añaden
que procedía de un baile popular bailado en la Cerdaña… A fin de cuentas, la
Cerdaña, junto con el Rosellón forman parte de las reivindicaciones del
nacionalismo. Que nosotros sepamos no existen huellas de ese baile pirenaico,
sin embargo, lo que sí se baila todavía en la isla de Cerdeña (Sardegna) es un
baile que se baila en círculo con los participantes cogidos por las manos y
punteando los pasos con los pies. A este baile se le llama el “ballo sardo”: a
observar que la raíz “sard” es la misma que la de “sardana” (sin olvidar que
uno de los primeros pueblos que poblaron aquella isla eran… los “sárdanas”). Es
evidente que el tráfico mediterráneo trajo este baile de la isla mediterránea a
Cataluña (y no al revés puesto que el nombre delata el origen) y que en el
siglo XIX fue aprovechado para dar una coreografía a las composiciones
populares (sino populacheras) compuestas por el murciano Pep Ventura. No se
podía, así mismo, reconocer que era extraterritorial, así que se recurrió a la
asimilación con el nombre del condado ultrapirenaico de la Cerdaña. Era
importante que la sardana, el “baile nacional de Cataluña” hubiera nacido en
territorio catalán reivindicado y no en una isla lejana del Mediterráneo…
Lo que fue un cuerpo mercenario que agrupaba
a poblaciones pirenaicas no solo catalanas sino gasconas, vascas y castellanas,
dirigidas por un antiguo templario alemán, Roger von Blum, expulsado de la
Orden por haber vendido pasajes de su navío (perteneciente a la Orden) durante
la evacuación de Tierra Santa, se convirtió en el gran mito de la cultura
catalana: los Almogávares. El problema era que sus andanzas estaban perfectamente documentadas y su recuerdo en el
Imperio Bizantino resultaba todavía hoy imborrable. El catalanismo evita aludir
a los desmanes, las venganzas, los actos de terrorismo y criminalidad pura y
simple que rodearon a aquel cuerpo mercenario de una pantalla de odio que
finalmente acabó con la vida de sus capitanes y con la extinción de sus huestes.
Los toros han sido proscritos de Cataluña aun
a pesar de que los grandes episodios de la historia de Cataluña del siglo XIX
suelen estar vinculados a la “fiesta nacional”, incluidas las bullangas de 1835
iniciadas tras una corrida en la que se lidiaron toros mansos bajo el sol
sofocante de julio en la plaza situada en donde hasta no hace mucho estaba la
Estación de Cercanías.
Y así podríamos seguir para llegar a la
conclusión de que lo que hoy se llama “cultura catalana” es una mixtura de
agregados de distintas procedencias, algunos de ellos inventados ad hoc durante
el último tercio del siglo XIX y a la que el rodillo del nacionalismo ha podido
darle un aire de relativa coherencia y unicidad. Esto solamente ha sido posible
a partir de que a mediados de los años 80 el nacionalismo pasara a subvencionar
a los medios de comunicación catalanes hablados, vistos y orales. Hoy más que
nunca la dependencia de cualquier medio de comunicación editado en Cataluña de
los fondos de la Generalitat hace imposible pensar en una prensa catalana
libre.
Nacionalismo de
ayer, nacionalismo de hoy
El proceso de fundación de todo nacionalismo
como vinculado a la burguesía local es algo innegable que hoy nadie tiene interés
en dudar, ni puede hacerlo. Salvo, por supuesto, los nacionalistas que lo
presentan como un producto del ansia de la población catalana de
autodeterminación e independencia. Bien… antes de las revoluciones liberales no
existía el concepto de “nación” por tanto, difícilmente Cataluña hubiera podido
ser “independiente” antes del siglo XIX, lo que existieron fueron “condados”
catalanes y todos ellos admitían su vinculación al Reino de Aragón (reino y no “federación”
tal como se intenta hoy presentarlo desde la historiografía “oficial” dictada
desde la Generalitat). Después de la irrupción del liberalismo es obvio que
Cataluña jamás ha sido independiente y, no solo eso, sino que el siglo XIX fue
el “gran siglo español de Cataluña”. Los catalanes lucharon contra los
jacobinos franceses en la “Guerra Gran”, invadieron el Rosellón y la Cerdaña,
no para conquistar territorios propios, sino para aliviar la presión que esos
mismos jacobinos franceses estaban generando en el País Vasco y Navarra. Luego
participaron en la resistencia antinapoleónica, no al grito de “Visca Catalunya”,
sino en nombre de España y de su Junta Central de Defensa. Los menestrales
barceloneses fusilados por los napoleónicos son buena muestra de esa actitud
que contrastaba con la legislación napoleónica que separaba a Cataluña de
España, la incorporaba a Francia con el catalán como lengua oficial. Ese
proyecto napoleónico fue rechazado de plano por el pueblo catalán y obligó a
los pocos que lo aceptaron a irse en los furgones de cola de los ejércitos
imperiales en retirada. Sin olvidar, por supuesto, el esfuerzo catalán en la
defensa de Venezuela y de Cuba, mayoritariamente colonizado por catalanes.
Así pues, históricamente, las ínfulas
independentistas no son más que un mal cuento para pobres infelices
adoctrinados por un profesor tan oportunista como cínico e ignorante, pagado
por la alta burguesía catalana.
En nuestro artículo sobre las 300 familias
que componen el núcleo duro de “lo catalán” y que controlan lo esencial de la
sociedad civil catalana no entramos en un elemento que hoy nos parece el
central porque condiciona la actualidad política del nacionalismo y su deriva
independentista
Veamos… El nacionalismo independentista
actual no es ya una emanación de la burguesía catalana para beneficiar a sus
negocios y lograr que los destinos de la población que viva en Cataluña sea
regida en función de decisiones tomadas en Barcelona por esa misma alta
burguesía. Habitualmente los analistas no han percibido que se ha producido en
los últimos 25 años una mutación histórica y no se es frecuente que al analizar
el nacionalismo catalán se recurra a elementos que están más allá de los altos
muros de su huerto particular.
Pero lo cierto es que desde principios de los
años 70 la industria textil catalana entró en crisis (en esa época el III Plan
de Desarrollo previó la destrucción subvencionada de varios miles de usos y
telares) y que veinte años después la globalización terminó de rematar la faena
enviando a Marruecos, a China, a Vietnam y, en cualquier caso fuera del
territorio catalán, a miles de empresas del sector textil. Cuando tenían lugar
los fastos del 92, la burguesía catalana ya se dedicaba de manera creciente y
progresiva a actividades especulativas o a sectores de bajo valor añadido…
similares en todo a las que constituían los elementos centrales de la actividad
económica en el resto del Estado: construcción y turismo. Los beneficios
obtenidos con la venta de propiedades familiares, con los ingresos por
actividades derivadas de estas dos actividades, con la venta de sectores enteros
de la economía a multinacionales o con cierres subvencionados, no se utilizó en
generar una nueva industria catalana… sino que pasó a los circuitos
especulativos que, a partir de ese momento, ya no dependían ni siquiera de la
bolsa de Barcelona. Bastaba con que uno de estos antiguos “próceres” apretara
al “enter” de su ordenador para que cientos de millones de euros fueran invertidos
en la bolsa de Nueva York, en industrias petroleras iberoamericanas o en iniciativas
turísticas en el sudeste asiático. Por otra parte no era raro a partir de
finales de los 80 que quienes disponían de ingentes medios económicos los
llevaran –habitualmente de manera ilícita- al paraíso fiscal andorrano (el “país
de los Pirineos”, el único en el que la lengua catalana es oficial, pasó de ser
una calle en donde se vendían especialmente manufacturas de contrabando, a ser
un paraíso fiscal que recogió buena parte del capital catalán… que huía de
Cataluña con la sana intención de evadir impuestos. Montserrat Caballé llevó lo
esencial de lo obtenido con su voz a Andorra, mientras que la familia Pujol lo
enviaba a Iberoamérica).
Es cierto que las 300 familias siguieron
teniendo una influencia determinante en el seno del nacionalismo pero para
ellos el intervenir en política ya no era la cuestión central. A partir de los
años 90 los grandes nombres que hasta entonces habían sido habituales en el
nacionalismo de los últimos 100 años, desaparecieron de la primera fila de la
acción política. En buena medida esas familias tenían problemas internos (se
sabe que en Cataluña los abuelos crean las empresas, los padres las promueven a
grandes empresas y los hijos las revientan…) y se veían sometidas a los mismos
problemas que cualquier otra familia catalana y española: divorcios, edad
avanzada para tener hijos, poca descendencia, etc. De hecho, las cifras de
natalidad en la Cataluña actual están adulteradas por dos factores: primero por
la presencia masiva de inmigrantes que están próximos a protagonizar 1 de cada
3 nacimientos de niños en Cataluña y en segundo lugar por los contingentes de inmigración
interior llegados al cinturón industrial de Barcelona entre los años 50 y 80. Dicho
de otra manera los hijos de catalanes-catalanes son hoy una exigua minoría como
si en ellos se hubiera agotado un principio vital.
La conclusión fácil a la que llegamos es que,
aun teniendo un extraordinario peso en la sociedad civil y en el mundo de los
negocios (negocios que se realizan en su mayor parte fuera de Cataluña y que no
tributan en las provincias catalanas), la alta burguesía catalana ya no es lo
que hace sólo 30-35 años. Entonces ¿quién está detrás del nuevo impulso
nacionalista?
Es fácil advertirlo: abandonados por la alta
burguesía (que cada vez envía más a sus hijos a estudiar –los que deciden
estudiar o sirven para ello- al MIT o a Oxford) los mitos del nacionalismo, sin
embargo, estaban ahí, iban de la mano de partidos como Convergencia Democrática
de Cataluña o Unión Democrática de Cataluña, sirviendo solamente en las
campañas electorales para aportar ese factor emotivo que siempre precisa el
nacionalismo, pero los que hasta ese momento habían sido sus patrones, da la
sensación de que se fueron desentendiendo de la acción política especialmente
durante los años 90 cuando se evidenció que la política realizada a la luz
pública era un terreno demasiado arriesgado y que, antes o después, traería
problemas (los procesamientos de Félix Millet por un lado y de los más próximos
colaboradores de Pujol por otro, Prenafeta y Alavedra, les dieron la razón a
quienes opinaban esto). Luego vino el marasmo de los años del tripartito en
donde el nacionalismo de CiU en lugar de ser sustituido por un gobierno que
insistiera en avances sociales mucho más que en reivindicaciones nacionales,
volvió a ser más de lo mismo. En esos años ocurrió algo notable: la Generalitat
se convirtió en un monstruo burocrático y como en cualquier otra entidad del
mismo tipo (la ONU, la UNESCO, como ejemplos más evidentes), en su interior se
creó una casta de funcionarios cada vez
más amplia cuyo medio de vida era… la Generalitat y cuyos negocios estaban
puestos al calor de la misma.
Ya no es que, como ocurría durante el período
de gobierno de Pujol, éste pusiera el cazo en Madrid para pedir más y más
fondos que servirían para financiar las actividades de los “amigos” (esto es de
las 300 familias), sino que se trataba de pedir siempre más fondos para
alimentar a la élite burocrática en cuyas manos está la Generalitat. Para esta
élite funcionarial, la Generalitat ya no es la expresión del gobierno autónomo
de Cataluña, sino un fin en sí mismo: si se está “dentro” de la Generalitat (en
cualquiera de sus despachos oficiales, de sus cientos de “institutos”, de sus
negociados kafkianos) se están “en el ajo” y se obtiene la posibilidad de hacer
buenos y grandes negocios en los que lo importante no es tanto los beneficios
obtenidos como el apoyo prestado por la institución a la que se pertenece, la
Generalitat).
Históricamente, lo que ha ocurrido es que el
eje del nacionalismo catalán se ha desplazado de la alta burguesía industrial a
la baja burguesía funcionarial que aspira a convertir la Generalitat en su
modus vivendi ad infinitum.
Así es comprensible que el principio
histórico del nacionalismo catalán (“Cataluña es la parte seria de España y por
tanto los catalanes reivindicamos la primacía de gobernar en España”) haya sido
sustituido por el simple afán de obtener una fiscalidad catalana propia: si a
lo que se aspira es a vivir de la Generalitat lo normal es que se reivindiquen
las llaves de la caja y que esta tenga la potestad para recaudar toda la
fiscalidad generada en Cataluña pagando al Estado una cantidad estipulada en
calidad de “pago por alquiler” de servicios e infraestructuras. A esto, en
definitiva, es a lo que aspira Artur Mas con su reivindicación de un concierto
económico.
El resto no es más que el agregado emotivo y
sentimental de siempre (con su alto grado de falsificación histórica, con sus
nimiedades convertidas en elementos centrales para la “construcción nacional de
Cataluña” y con sus obsesivos programas sobre castellers y sardanas servidos
por el Canal 33 justo antes de fusionarse, ante la caída en picado de
audiencia, con el Canal Super 3 de carácter infantil…) necesario en la medida
en que de lo que se trata es de ganar elecciones apelando a los instintos más
bajos y a la ignorancia de las poblaciones.
Artur Mas es el responsable de que el
independentismo catalán haya subido como la espuma en el último año. No en vano
ha inyectado 200 millones de euros en las entidades que lo promueven. Para
colmo, ese independentismo ha encontrado un período excepcionalmente apropiado
para un discurso simplista: “Madrid es el responsable de la crisis, no salimos
de la crisis por culpa de Madrid, Madrid nos roba”… y a tenor de quien ha
gobernado en Madrid en las últimas décadas cabe decir que la posición del
gobierno del Estado es indefendible en la medida en que desde Felipe González e
incluso desde Adolfo Suárez no se ha podido gestionar peor el poder en el
Estado.
El nacionalismo catalán ha ejercido el
chantaje contra el Estado en los últimos 33 años. En unas legislaturas todo se
ha reducido (así se diseñó la constitución: para permitir el chantaje de los
nacionalistas catalanes y vascos) a cambalachear votos en el parlamento a cambio
de dinero y en otras a atizar el fantasma independentista (o terrorista) con
aquello de “si no nos dais lo que pedimos los radicales independentistas lo
tendrán fácil para hacerse con el control de la situación y con ellos os será
más difícil negociar”… tal fue el discurso de Pujol en algunos momentos y el
discurso con el cual se fue a Madrid Artur Mas después de la manifestación del
11-S para, nuevamente, poner el cazo.
Lo que ocurrió es sabido: hay crisis
económica y el Estado no dispone de los fondos necesarios que en otro tiempo
hubiera entregado al rector de la Generalitat para que hiciera lo que quisiera
con ellos. Ahora, simplemente, no hay dinero y España está bajo el microscopio
de la Unión Europea y determinadas “alegrías” podrían acarrear censurar por
parte de la UE. De retorno, Mas se encontró entre la espada y la pared: no
podía interrumpir bruscamente el discurso soberanista (aun a sabiendas de que
carece de desembocadura práctica), pero tampoco podía permitir que el monstruo independentista
que él mismo creó creciera hasta el punto del “surpaso” en relación al
nacionalismo de CiU. Y convocó elecciones anticipadas. Nadie convoca este tipo
de elecciones si no tiene garantía de que las va a ganar.
Con el paso de las semanas, Mas va “modulando”
su discurso: él es el primero en saber que la independencia es imposible así
que insiste en la “autodeterminación” (que es como decir, quiero que se vote que
podemos convocar un referendo por la independencia pero no digo lo que voy a
votar, si a favor o en contra) idea ambigua en la que cabe cualquier
interpretación. Sabe que la legislación española no lo permitiría pero que la
UE excluiría pura y simplemente a Cataluña de su diseño, lo que equivaldría a
un mayor empobrecimiento de esa región, que con su 1.500.000 de inmigrantes,
sus bajas tasas de natalidad y la premura con que los jóvenes se están dando en
abandonarla hacia otras regiones del Estado o hacia el extranjero
especialmente, y dadas las altas tasas de natalidad de la inmigración, en
apenas 20 años, es presumible que la población inmigrante y la población
autóctona se hubieran igualado existiendo antes la posibilidad de que se
implantara la sharia antes que el derecho foral catalán.
Mas está quemando los últimos cartuchos: las
tasas de uso del catalán no avanzan y las cifras no hacen honor a la realidad.
Solamente el 35% de la población utiliza habitualmente el catalán, pero no
indican de qué edades. Los porcentajes de espectadores de cine catalán están
bajo mínimos y son residuales, se lee poco libro en catalán, las web catalanas,
a pesar de recibir impulsos y apoyos de la Generalitat, son pocas y de
audiencias extremadamente débiles y en cuanto a la música catalana, pasada la
época del “rock catalán” y recordándose solamente en libros de historia la “nova
cançó” está simplemente estancada con tendencia a la desaparición. Y todavía
queda por llegar lo peor.
Cuando la economía española esté intervenida
por la UE, la “troika comunitaria”, los “hombres de negro” fiscalizarán
cualquier gasto: hará falta mucha moral para explicarles los generosísimas
entregas de fondos a la Generalidad y mucha mano izquierda para que ésta logre
explicar qué hace con ellas y cuáles son las inversiones productivas que
verdaderamente han dado algún resultado en estas últimas décadas. Desde la
Generalitat se tiene horror a este momento porque la lupa no solamente se va a
poner sobre el Estado, sino especialmente sobre las Comunidades Autónomas. La
desaparición y las fusiones de canales de la TV catalana y de las radios
catalanas, son un mal presagio. De ahí que para CiU sea extremadamente
importante (es decir, para la élite funcionarial de la Generalitat) aposentarse
ahora mismo del máximo de resortes de poder, porque a partir de la llegada de
la “troika” la fiscalidad va a hacer muy difícil progresar bajo la lupa.
Por eso se han convocado estas elecciones
autonómicas.
© Ernest Milà – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com