Estas líneas constituyen el prólogo a la traducción que realizamos del libro de Thomas Molnar La Contra-Revolución, al que añadimos los siete primeros capítulos de la obra Los Hombres y las Ruinas, el ensayo Orientaciones y otros textos, en el volumen titulado La contra-revolución, publicado en 2017.
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LA FIGURA DE THOMAS MOLNAR, DESCONOCIDA EN ESPAÑA
Thomas Molnar
había nacido en Budapest en 1921. Tras la Segunda Guerra Mundial huyó de
Hungría conquistada por las tropas soviéticas. Estudió en Bruselas y en París
y, finalmente, en 1949, abandonó Europa afincándose en los EEUU en donde
transcurrirá el resto de su vida. No compartía la cultura norteamericana y se
consideró siempre un exiliado. Fue tras la caída del comunismo cuando pudo
regresar a su tierra natal. Además de en su lengua vernácula, escribía
fluidamente en francés e inglés. Su aportación profesional al estudio de la
historia nos lo muestra como un cultivador del ensayo filosófico y un analista
de la historia. En los últimos tiempos ejerció como profesor de filosofía de la
religión en Budapest y obtuvo su doctorado en la Universidad de Columbia.
Su orientación intelectual
era católica y no tuvo inconveniente en declararse partidario de Charles
Maurras. Llegó a decir, incluso, que si Francia había iniciado una larga agonía
después de la Segunda Guerra Mundial se debió a que se había apartado de los
valores tradicionales. Para Maurras esos valores eran dos: el catolicismo y la
monarquía. A pesar de su envergadura intelectual, en Internet encontramos poca
información y la que hay en Wikipedia –en varios idiomas- se reduce a enumerar
su obra escrita, compuesta por treinta títulos. Ni siquiera en Wikipedia-Hungría
tiene una entrada a su nombre [en 2017 NdA]. Está claro que Molnar, en tanto
que católico, tradicionalista y contrarrevolucionario, no tiene lugar en la
modernidad. Su lugar es, precisamente, la crítica a esa misma modernidad.
Y, sin embargo,
Thomas Molnar fue el último peso pesado católico capaz de enunciar, revisar y
completar la doctrina contrarrevolucionaria. Tras el Concilio Vaticano II
analizó lo que suponían los cambios aportados en dos obras: ¿Ecumenismo o nueva reforma? (1968) y La Iglesia, peregrina de los siglos
(1990). Desde su primera obra (un estudio sobre Bernanos publicado en 1960), se
manifestó siempre contra el llamado “humanismo cristiano” y cuando el cardenal
Lefevre exteriorizó su oposición al aggiornamento,
se alineó con él.
La política era
una de las áreas que más le interesaban y en las que se zambulló con más
frecuencia, siempre desde el punto de vista intelectual y nunca tomando
partido. Sus diálogos de Jean Marie Domenach, Augusto del Noce o Alain de
Benoist, fueron editados y sus libros El
animal político (1973), Los poderes
gemelos: la política y lo sagrado (1988), La izquierda dista de frente (1970), Tercer Mundo: ideología y realidad (1982) y, sobre todo, La
contra-revolución (1969) pueden ser considerados como todas de posición de
un intelectual conservador y contrarrevolucionario católico. En la actualidad
[2017, NdA], no existe ningún libro de Molnar en lengua española catalogado. De
ahí que hayamos realizado la traducción de La
Contra-revolución, que consideramos como uno de sus textos más importantes.
LA CONTRA-REVOLUCIÓN, O EL NÚCLEO DEL PENSAMIENTO DE MOLNAR
Molnar nos
ofrece en esta obra un análisis del proceso revolucionario y de la mentalidad
de quienes se oponen a él. Hay que decir que al hablar de “revolución” se alude
a la de 1789, madre de todas las revoluciones ulteriores. Molnar opone –como
Maurras y como los contrarrevolucionarios del siglo XX- al lema “libertad,
igualdad, fraternidad”, este otro, igualmente rotundo y en el que se
perciben los ecos de otra época: “Autoridad, Orden, Jerarquía”. Tal es
el mensaje de la Tradición.
El pensamiento
contrarrevolucionario es un pensamiento que hoy parece definitivamente perdido.
Ya no existen grupos sociales concretos interesados en él, sus autores están
descatalogados y no encuentran acomodo en las grandes editoriales y, en lo que
se refiere a las pequeñas, ninguna quiere asumir el publicar libros por los que
no existe seguridad de que nadie se interese. En 1969, cuando aparece La
Contrarrevolución, todavía, algunos podían forjarse ilusiones. Existían
regímenes que, al menos parcialmente, sostenían los valores
contrarrevolucionarios (es decir, antiliberales y antimarxistas) e incluso
aristócratas y movimientos políticos de distintos signos no temían sostener
esos principios. Hoy, cincuenta años después, todo eso se ha perdido: los
contrarrevolucionarios han sido definitivamente vencidos y sus estructuras políticas
pulverizadas. Dos en concreto: la Iglesia y la Monarquía.
La crisis de la
Iglesia Católica que tanto interesó a Molnar, hoy ya no es crisis, es
hundimiento. Su pérdida de influencia, su repliegue en Europa, el hundimiento
del catolicismo americano, la excesivamente superficial impregnación católica
de las zonas del Tercer Mundo en las que se está expandiendo, y sobre todo, el
caos y la confusión interiores aportados por el Papa actual, la renuncia de
Benedicto XVI ante la imposibilidad de enderezar el rumbo, lo escénico de los
viajes de Juan Pablo II que contrastaban con la ausencia de reformas
especialmente en la liturgia, la brevedad del pontificado de Juan Pablo II, lo
gris del reinado de Paulo VI y la inconsciencia de Juan XXIII llamando a un
Concilio sin antes haber preparado las bases doctrinales, todo ello, sumado, da
como resultado el que sigue existiendo la Iglesia Católica, pero su fuerza, su
capacidad de influir entre la población, de que sus valores fueran compartidos,
y, en el terreno que nos interesa, su papel como uno de los pilares de la
contrarrevolución, todo eso ya hace tiempo que han quedado atrás.
El caso de la
monarquía es diferente pero no menos significativo. Los monarcas
“constitucionales”, se mostraron compatibles con regímenes liberales, a costa
de renunciar a cualquier forma de ejercicio del poder, siendo meras figuras
decorativas. Para colmo, su necesidad de “popularidad”, les llevó a no diferir
en absoluto de lo que un presidente del gobierno haría o buscaría. Los Borbones
españoles, desde Isabel II, siempre han querido ser “populares”, estar del
“lado del pueblo”, en lugar de ser ejemplo para el pueblo que era, a fin de
cuentas, una de las tareas de la monarquía: para ser “bien considerados”, han
aceptado hacer todo lo que es usual entre “el pueblo”, en lugar de ejercer como
modelos para ese mismo pueblo. El resultado ha sido que, a fuerza de aparecer
en la prensa del corazón, los monarcas no se han diferenciado de ningún otro
grupo social habitual de esos medios.
Pero hay algo
mucho peor que eso. No solamente los linajes monárquicos han variado su
orientación, sino que las aristocracias, pura y simplemente, han desaparecido.
Los días en los que los campesinos de La Vandea obligaban a los aristócratas a
ponerse al frente de sus tropas para defender la monarquía o cuando los
campesinos y menestrales navarros se alzaban una y otra vez para reponer en el
trono a la monarquía legítima, dirigidos por oficiales y generales con título
nobiliario, quedan ya muy atrás en la historia. Si se mira la historia de la
Segunda República, se verá que las iniciativas que partieron de la aristocracia
fueron decisivas y que su influencia se prolongó hasta 1967 cuando la Ley
Orgánica del Estado confirmó que España era una monarquía y que a Franco lo
sucedería un personaje regio. Hoy ya no quedan aristócratas que, como tales,
exterioricen sus opiniones políticas, ni siquiera iniciativas políticas o
intelectuales que se alineen con la contrarrevolución y en las que ellos
participen. Han optado por pasar desapercibidos, actuar y vivir como burgueses
acomodados, olvidar y hacerse olvidar su pasado.
Charles Maurras,
en su estudio sobre Francia, decía que se apoyaba sobre dos pilares: la Iglesia
y la Monarquía. Tales eran las fuerzas que “habían hecho Francia”. Sus
discípulos en España, llegaron a conclusiones similares. El corolario de esta
afirmación era que, el día que ni la Iglesia, ni la Monarquía existan, tampoco
existirá Francia… o España. Pues bien, ese tiempo ha llegado y, de ahí que el
fenómeno “nacional”, esté en crisis en nuestros días. Y no hay remedio: ni la
Iglesia podrá salir de su agonía, ni la monarquía de su querencia por la
popularidad. La palabra “Tradición” ya no dice nada ni a una ni a otra. Es más:
la Iglesia del siglo XXI y las monarquías de nuestro tiempo, están, justamente,
de espaldas a su propia Tradición.
DEL PROCESO DE "LA REVOLUCIÓN" A LA "CONTRA-REVOLUCIÓN"
Vale la pena
saber cómo se ha operado este fenómeno y cómo una ideología, en principio
bastante sumaria, a ratos, incluso, ingenua e infantil y, casi siempre errónea
en sus previsiones, haya conseguido imponerse en los últimos 250 años a las
fuerzas de la Tradición. Tal problemática es la que Molnar aborda en los
primeros capítulos de su obra. Y vale la pena seguirlos porque la alusión a los
“filósofos” y al Siglo de las Luces, nos muestra un proceso que todavía hoy se
sigue realizando y que es, a fin de cuentas, el que ha permitido a la
subversión derrotar a la Tradición.
Molnar nos
presenta luego la perspectiva de los distintos retrocesos operados por la
contrarrevolución para reordenar sus filas y obtener éxitos momentáneos,
especialmente en el primer tercio del siglo XX. Durante la segunda mitad del
siglo XVIII y a lo largo de todo el siglo XIX, las ideas contrarrevolucionarias
tenían la seguridad de que defendían un orden superior y una autoridad
legítima, encarnada por unas dinastías. Por tanto, se preocuparon poco por
argumentar y mucho menos aún por difundir sus ideas entre las masas. Existieron
pensadores de altura: el Conde de Maistre, Donoso Cortés, Edmund Burke, el
abate Barruel, Antoine de Rivarol, Jaime Balmes… pero no existió, en realidad,
una “propaganda de masas”. Y lo que se les escapaba a los
contrarrevolucionarios es que ¡se había entrado en la era de las masas, un
tiempo en el cual, era preciso contar con ellas…! Las distintas corrientes
monárquicas, frecuentemente perdidas en sus rivalidades dinásticas, no
estuvieron en condiciones de elaborar una doctrina que fuera más allá del
“derecho divino” de los Reyes a reinar. Debió de llegar Charles Maurras para
que, metódicamente, haciendo gala de un sistema de análisis positivista,
llegara a conclusiones lógicas que, pronto, fueron asumidas por los monárquicos
de todo el mundo. Pero, a pesar de que los miembros de la escuela maurrasiana
constituyeron un balón de oxígeno para la renovación de las ideas
contrarrevolucionarias, lo cierto es que solamente pudieron extender su radio
de acción en determinados sectores de la burguesía y especialmente entre los
jóvenes universitarios conservadores de los países latinos.
Lo más
sorprendente de Maurras es que no le interesaban ni las querellas dinásticas y
que era agnóstico. Aún así, en un alarde de honestidad intelectual, había
reconocido el valor de la Iglesia y de la Monarquía en la historia de Francia.
Sus escritos no conocen “políticas sociales” y tampoco puede hablarse de una
metodología de organización y de conquista del Estado. Estaba convencido de que,
logrando la hegemonía intelectual, lo demás vendría dado por añadidura. Se
equivocaba, especialmente, a partir de 1918 cuando terminó la Primera Guerra
Mundial y con ella resultó destruido el baluarte de la contrarrevolución: el
Reich Alemán y los Imperios Austro-Húngaro y Ruso. Pero, cuando Europa entera
parecía que iba a ser anegada por la revolución, la contrarrevolución adoptó
una forma nueva: los fascismos.
Molnar en su
libro alude a ellos como un momento en el que el protagonismo pasa del Rey a lo
que llama “el héroe contrarrevolucionario”. Por esta figura entiende a los
“césares” que aparecieron los años 20 y 30 y abordaron una decidida lucha
contra la subversión, derrotándola en toda línea, al menos inicialmente.
Aquella generación de contrarrevolucionarios siguió manteniendo y exhibiendo
los valores de “Orden, Autoridad y Jerarquía”, pero hizo algo más: organizó
portentosos movimientos de masas que estuvieron en condiciones de batir en el
terreno a las fuerzas de la subversión y retrasar el proceso fatal dos décadas.
Se sabe lo que ocurrió en 1945.
Aparecieron
entonces, como sustitución del “héroe contrarrevolucionario”, una nueva figura
que Molnar identifica y a la que llama el “seudo-héroe”. Menciona a tres: De Gaulle, Paulo VI y Nixon.
Pero estos personajes ya son de otra pasta. Así como el “héroe”
contrarrevolucionario no decepciona, sigue siempre, sin concesiones defendiendo
sus posiciones y atacando, el “seudo-héroe”, en cambio, es extraordinariamente
sensible a los cambios en la opinión pública, nunca lo que dice que va a hacer
en el período inmediatamente anterior a su toma del poder es lo que
verdaderamente hará cuando lo tenga entre las manos. De Gaulle será llamado de
nuevo a ocupar la jefatura del Estado para evitar que Argelia caiga en manos de
la subversión, sin embargo, una vez en el poder será el primero en proponer y
firmar los acuerdos de Evian. Paulo VI aludirá a que “el humo de Satanás ha
entrado en la Iglesia” pero, a fin de cuentas, puede creerse que, en buena
medida, él fue quien le abrió las puertas y nunca hará nada para que las
comisiones que subsistieron después del Concilio lleven las posiciones a los
más alejados extremos de la anti-tradición. En cuanto a Nixon, llegará la
“vietnamizar” la guerra del Vietnam, después aumentará la inestabilidad a todo
el Sudeste Asiático y finalmente se retirará ominosamente.
DEL "HÉROE CONTRA-REVOLUCIONARIO" AL "ANTI-HÉROE"
A nadie se le
escapa que la obra de Molnar fue escrita en 1968 y que, desde entonces ha
pasado casi medio siglo, el mismo plazo que transcurrió entre la aparición del
“héroe contrarrevolucionario” y el “anti-héroe”. Hoy, ya ni siquiera se
encuentran seudo-héroes en las clases políticas occidentales. De hecho, lo que
han aparecido son “anti-héroes”. Podemos poner tres ejemplos, Donald Trump,
Marine Le Pen y Silvio Berlusconi. Quizás valga la pena que digamos algo sobre
este nuevo modelo de dirigente político sobre el que Molnar no tuvo tiempo de
aportar nada.
El “anti-héroe” domina el terreno de la propaganda, sabe ser escuchado por el pueblo como los “héroes” de los años 30, pero sólo esto le une con ellos. En realidad, el “anti-héroe” ya no contempla, ni siquiera tiene noción de las catalogaciones de derecha-izquierda, revolución-contrarrevolución, subversión-reversión; tan pronto adopta posiciones de derechas como de izquierdas, nunca se atreve a condenar completamente las doctrinas revolucionarias, sino solamente una parte (la relativa al marxismo, pero nunca al liberalismo). En su formación doctrinal los teóricos del pensamiento contrarrevolucionario están completamente ausentes y no han desempeñado ningún papel en su formación. Sus acciones, declaraciones e iniciativas, van contra los desarrollos revolucionarios más extremos, pero no son capaces de estructurar un programa contrarrevolucionario, ni siquiera les gusta comprometerse excesivamente con lo que queda de estas escuelas. Cometen errores tácticos garrafales: creen más importante ganar a la opinión pública de izquierdas que a la de derechas y así ocurre, como a Marine Le Pen en las pasadas elecciones que, para hacerlo, debió hablar constantemente de economía –un terreno en el que los contrarrevolucionarios nunca se han movido particularmente bien- olvidando y dejando en segundo plano todo el discurso relativo a la identidad francesa, la decadencia de las costumbres, la islamización de Francia. El resultado fue que la izquierda no respondió como preveía y la derecha se sintió lejana del discurso. En lugar de buscar una segunda vuelta en la que el enfrentamiento fuera contra Melenchón y su izquierda radical, en la primera vuelta intentó atrapar a fracciones de ese electorado, debilitando apenas esa opción, pero dejando la posibilidad de que el centro-izquierda y la derecha-liberal estuvieran juntas en la segunda vuelta. De haber elegido la táctica adecuada (debilitar a la derecha para lograr una segunda vuelta en la que estuvieran presentes ella y Melenchón, en una perspectiva que hubiera obligado a la derecha a votar por la candidatura de Marine Le Pen, ante la tesitura de tener que hacerlo a favor de la extrema-izquierda), ahora sería la Presidenta de la República en lugar de la cabeza visible de un partido en crisis, desmoralizado y desmovilizado.
Por lo que se refiere a Donald Trump, las cosas son algo diferentes: llegó al poder, no amparado en los grupos conservadores, sino más bien en los errores y en el rechazo a lo que representaba su oponente, Hillary Clinton. Hoy se sabe que buena parte de los votos que dieron la victoria de Trump procedían de los mismos grupos sociales que habían apoyado ocho años antes de Barak Obama: grupos que se sentían lesionados por el Estado Federal y que ahora veían a Hillary Clinton como la representante del stablishment. Trump, por otra parte, no era, en realidad, un “contrarrevolucionario”, sino más bien un populista que amaba el baño de masas, el reconocimiento público y el elogio, sea quien sea que se lo depara. Su ignorancia y su rechazo a las cuestiones doctrinales o de cierta envergadura teórica, le convierten en un político populista al uso, de poco calado, y cuyo futuro se verá comprometido por mucho que intente rectificar. Su única vía en el momento presente es seguir cultivando el populismo como los Borbones españoles han cultivado siempre su tendencia a rebajarse al nivel de las masas.
Es el mismo caso de Silvio Berlusconi, el hombre que derrota a la izquierda italiana, no en nombre de la Tradición, sino en nombre del libre mercado y de la vulgaridad. No se olvide que, antes que político, Berlusconi era un promotor mediático que, finalmente, se postuló a sí mismo como jefe de gobierno y que sus canales de televisión no han sido vehículos para la expansión de ideas contrarrevolucionarias, sino más bien vehículos de telebasura e intoxicación de las masas.
El
contrarrevolucionario cuando vota y si es que vota- suele votar a estos
“anti-héroes” a falta de algo mejor y, quizás, porque, aun siendo
fundamentalmente pesimista, cree que todavía es posible enderezar la situación,
combatir las ideologías de género, la relación de las costumbres, el
ultrademocratismo, el humanismo y el universalismo y la pérdida de cualquier
referencia cultural y existencial cualitativa. Es la teoría del “mal menor”.
Pierde, en realidad, el tiempo. Lo máximo que puede conseguir es ralentizar
mínimamente la velocidad de caída durante un ciclo de 4 a 8 años, sin olvidar
que esa aceleración aumentará después. Lo que Molnar no dice –entre otras cosas
porque falleció en 2010- es que hoy un contrarrevolucionario solamente puede
vivir en una especie de “exilio interior” y que la vía de la política (e
incluso de la cultura) se ha cerrado para él definitivamente. No son estos
tiempos de contrarrevolución, porque no estamos en el inicio de un nuevo ciclo
histórica, sino en las postrimerías del ciclo de la decadencia. Solamente
reconociéndolo, se evitarán amarguras mayores.
JULIUS EVOLA, TRADICIÓN AL MARGEN DE LA TRADICIÓN CATÓLICA
Y esto nos lleva
al otro autor contrarrevolucionario cuyos escritos hemos traído a colación en
la segunda parte de esta obra: Julius Evola. Evola y Molnar tenían referencias
doctrinales similares, pero no idénticas. Molnar era católico, Evola se
interesaba por la espiritualidad y por las religiones, pero nunca se consideró
católico. Ambos aluden a la Tradición, pero, así como para Molnar se trataba de
la “tradición católica”, Evola remite a una tradición suprahistórica no
circunscrita exclusivamente al catolicismo. Y, ambos, son igualmente,
monárquicos.
Evola es casi completamente
desconocido en España, salvo por algunas obras “técnicas” (El misterio del Grial y la Tradición gibelina del Imperio, Metafísica
del Sexo, La Tradición Hermética), pero sus dos obras cumbre, un estudio
sobre la morfología de las civilizaciones en relación a la espiritualidad y, al
mismo tiempo, una interpretación histórica sobre los procesos de la decadencia
(ambos aspectos están incluidos en Rivolta
contro il mondo moderno) y el que puede ser considerado como el mejor
manifiesto político de la Derecha Tradicionalista en la segunda postguerra, Gli Uomini e le rovine), son
fundamentales para entender lo que es la contrarrevolución, su análisis
metahistórico y sus propuestas.
En este volumen
ofrecemos una muestra de los escritos contrarrevolucionarios de este autor. El
primer es el opúsculo Orientaciones,
escrito para los jóvenes del Movimiento Social Italiano de los años 50. El
texto tiene varias versiones y ha sido traducido en varias ocasiones en España.
Hemos intentado, en esta nueva traducción, hacerlo lo más comprensible y
accesible para un público no especializado. A continuación, hemos traducido los
siete primeros capítulos de Gli Uomini e
le rovine que, en lo que se refiere a la contrarrevolución son los más
significativos: en ellos Evola enuncia los “principios”. Hemos añadido el texto
Americanismo y bolchevismo y dos
escritos sobre Donoso Cortés y Metternich que antes habíamos traducido y subido
a Internet. Estos textos servirán para ofrecer una perspectiva complementaria
de las ideas contrarrevolucionarias de Julius Evola.
EL "AGGIORNAMENTO", UNA NECESIDAD DE LA CONTRA-REVOLUCIÓN
Ahora bien, los
escritos de Evola son anteriores a 1970, por tanto, tienen el mismo problema
que La Contrarrevolución de Molnar: dicen poco sobre cómo es nuestro
tiempo y menos aún sobre cómo puede actuar el contrarrevolucionario en el
actual ciclo histórico. Sin embargo, Evola, en los años 60 escribió otra obra
fundamental, Cabalgar el Tigre, en la
que ofrecía una alternativa. Venía a reconocer que, efectivamente, la sima es
excesiva para poder ser remontada por las solas fuerzas humanas. Todo lo que es
Tradición está en crisis y todo se está desvirtuando y diluyendo a velocidad
vertiginosa (piénsese que la primera edición del libro es de 1962) por tanto,
las posibilidades de éxito de una acción “exterior” contrarrevolucionaria son
mínimas, similares a las que podría tener un individuo con sus meras fuerzas
tratando de detener un alud que se desliza salvajemente por la ladera de una
pendiente.
Evola,
recomienda la acción política para aquellos que tengan vocación, obviamente en
las filas de la derecha o de grupos tradicionalistas, pero es
extraordinariamente pesimista sobre sus posibilidades. En cualquier caso, ahí
está el Orientaciones y el Gli Uomini e le Rovine para ilustrar un
programa de acción contrarrevolucionario. ¿Y qué deberían hacer aquellos otros
que no sienten una particular vocación política? Es a ellos a los que Evola
dedica su Cabalgar el Tigre: dice, no
es malo que se produzcan los procesos de disolución social, cultural y política
actualmente en curso. Lo que está en crisis no es la sociedad tradicional, sino
la sociedad burguesa, lo que se extinguen no son los valores tradicionales sino
los valores burgueses. Cuanto antes se toque fondo, antes se podrá iniciar la
recuperación. Para ello hay que aferrarse a los valores, evitar acciones
exteriores, organizarse en pequeños grupos, órdenes, incluso en linajes
familiares, y seguir los principios, los valores y las técnicas de la Tradición.
Así se logrará tener una minoría capaz de “reaccionar” cuando se den ciertas
condiciones exteriores. ¿Dentro cuándo? ¿diez, ¿cincuenta? ¿cien años? No
importa: los procesos de decadencia siempre, antes o después, tocan fondo y es,
a partir de ese momento, cuando pueden acometerse acciones audaces e
iniciativas con probabilidades de éxito. Utiliza para describir ese momento una
frase de Hofmanstal: “Cuando los que han permanecido en Vela en la noche
oscura se den la mano con los nacidos con el nuevo amanecer”. Es, pues, el
tiempo del repliegue y del silencio. Lo que, utilizando el análisis de Molnar
podía ser considerado, como el período de los “post-anti-héroes”.
MI PEQUEÑO DECÁLOGO CONTRA-REVOLUCIONARIO
Esto es lo que
el lector va a encontrar en las páginas que siguen. Quizás sea el momento
exponer un pequeño decálogo contrarrevolucionario como síntesis de las ideas
expuestas en esta obra:
Soy y me declaro contrarrevolucionario y creo
1) Creo que quien detente la autoridad, el escalón máximo de la pirámide jerárquica no debe ser como yo, sino superior a mí y a todos y esta superioridad se debe medir en términos de fuerza y de espiritualidad. Si hubiera nacido hace 250 años hubiera creído en la causa del Rey. Si hubiera nacido hace 100 años, hubiera seguido a los “héroes contrarrevolucionarios”. Mañana, no sé qué forma adoptará un “Gobierno justo”, pero sé los valores que le inspirarán y sé que los reconoceré.
2) Creo que la Revolución Francesa fue un período de terror que subvirtió cualquier forma de Orden y se inspiró en mitos tan ingenuos como falaces, así como en ideas retorcidas que solamente pudieron penetrar en el edificio de la Tradición, previamente carcomido por la "filosofía de las luces".
3) Creo que el lema “libertad, igualdad, fraternidad”, engañoso y falaz, sigue inspirando la modernidad. El lema nos ha conducido al pensamiento único, a lo políticamente correcto y al nuevo orden mundial.
4) Creo que cualquier forma de poder, en cualquier lugar del mundo, deriva de éste lema de la misma forma que revolución rusa de 1917 lo recuperó y que la revolución de mayo de 1968 lo hizo suyo. Por lo demás, ese mismo lema está en el arranque de los valores “mundialistas” incrustados en Naciones Unidas y en la UNESCO, el principal laboratorio ideológico del Nuevo Orden Mundial.
5) Creo que frente al lema “libertad, igualdad, fraternidad” se eleva el lema de la Tradición: Autoridad – Orden – Jerarquía.
6) Creo que, frente a la aspiración y la proclamación de derechos y más derechos, es bueno plantearse de una vez por todas, nuestros deberes y obligaciones como seres humanos responsables. Creo que el cumplimiento de un deber personal es más digno que el disfrute de un derecho uniforme y homogeneizado.
7) Creo que el gran drama del conservadurismo de nuestro tiempo es que ha llegado el tiempo en el que no hay nada que merezca ni sea digno de ser conservado.
8) Creo que las dos principales estructuras que mantenían la sociedad tradicional y conservadora, en Europa, la Iglesia y la Monarquía, están irremisiblemente destruidas.
9) Creo que el “progresismo” en todas sus formas es un conjunto de doctrinas perversas y nefastas que implican siempre un mayor o menor grado de error.
10) Creo que el contrarrevolucionario solamente vencerá a condición de enrocarse en sus principios básicos e irrenunciables y de organizarse en torno a una élite intelectual.
Montreal, 14 de
julio de 2017