3. Georgy Lukács, Karl Korsh y la "Primera Semana de Trabajo Marxista"
En 1923, la
oleada de agitación bolchevique en Europa central. Las sucesivas derrotas han
enseñado a los partidos comunistas que ni la revolución, ni la guerra civil en
los países occidentales iban a estallar en un futuro próximo. Dos teóricos
marxistas, Georgy Lukács y Antonio Gramsci, empiezan a considerar que Marx no
tuvo en cuenta algunos puntos. El primero coincidirá con Karl Korsh, en la
Primera Semana de Trabajo Marxista. Este acto es considerado como el “seminario
fundacional del Instituto de Investigación Social de Frankfurt”.
En dicho seminario se
presentaron dos trabajos. Por un lado, Historia y conciencia de clase de
Georgy Lukács y por otra Marxismo y filosofía de Karl Korsh. A partir
de ese momento se inicia lo que se ha llamado el “marxismo occidental” que
sería aquella forma de marxismo que rescata al Marx anterior a 1848 en el que,
además de demostrar interés por la economía, evidenciará también tendencias
filosóficas, éticas, culturales y antropológicas. Los “marxistas occidentales”, asumirían
esta herencia y tratarían de actualizarla. Este marxismo sería radicalmente
diferente al “marxismo oriental”, considerado no solamente en su acepción
geográfica, sino como forma militante del marxismo, encuadrado en los partidos
comunistas de obediencia moscovita y en la Tercera Internacional creada por
Moscú. El término “marxismo occidental” se aplica, habitualmente, a aquellos
marxistas que sitúan en un lugar secundario los estudios económicos de Marx y
priorizan el interés por sus ideas filosóficas. Eso les permite introducir en
la mecánica materialista de Marx, elementos “humanizadores”, extraídos
especialmente de Hegel. Suele enfatizar la importancia de los factores
culturales que, los “marxistas orientales” tan solo consideran a la hora de
movilizar a los “trabajadores de la cultura” para la causa del proletariado.
Georg
Lukács era algo mayor que la mayoría de los miembros de la Escuela de Frankfurt. Había nacido en 1885
(Marcuse nació en 1898, Adorno en 1903, Horkheimer en 1895, Benjamin en 1892,
Weil en 1898). Judío como ellos, a diferencia de ellos había sido un hombre de
pensamiento y de acción. Al estallar la Primera Guerra Mundial -declarado
inútil para el servicio de las armas- abordó el estudio de la obra de Marx e
ingresa en el partido socialdemócrata. En noviembre de 1918 figura entre los
disidentes socialdemócratas que se integrar en el recién constituido Partido
Comunista de Hungría bajo la dirección de Béla Kun.
Vale la pena detenernos brevemente en estos hechos. Ente el primer y el segundo congreso del Komintern, los sucesos que tuvieron lugar en Hungría supusieron un nuevo sobresalto para los amantes de la ley y del orden en Europa. Tras la caída de los Habsburgo, asumió el poder, Miguel Károlyi, un pacifista socialdemócrata que achacaba a la monarquía haber arrastrado el país hacia la guerra. Su programa era paz, formación de un Estado Húngaro separado de los territorios de la corona austríaca, régimen republicano y reformas sociales. El 25 de octubre de 1918 se constituyó un Consejo Nacional bajo la presidencia de Károlyi. Sin embargo, el Partido Comunista lanzó a las masas a la calle actuando al margen de las decisiones del Consejo Nacional y proclamaron la revolución socialista, ocupando edificios públicos y cuarteles. El conde Tisza, hombre fuerte de la corte fue asesinado por los soldados, impidiendo el regreso del monarca que se encontraba negociando en Viena. El 16 de noviembre de 1918 se proclamó la República, apareciendo en todo el país comités de obreros, campesinos y soldados. La situación dentro del país era insostenible: Károlyi propugnaba una alianza con Occidente, mientras que los soviets constituidos contemplaban solamente alianzas con Moscú. Pero no existía todavía un “partido comunista” que pudiera capitalizar la acción de los soviets. Lenin recurrió a los prisioneros húngaros que se encontraban en campos de concentración rusos. Con ellos constituiría lo esencial del nuevo partido. Su dirigente sería Bela Kun, un periodista judío de clase media, afiliado al Partido Socialdemócrata desde 1902 y que, a poco de ser capturado por las tropas rusas, ingresó en el Partido Bolchevique. Liberado tras la revolución de octubre de 1917, trabajó como periodista para el Comisariado de Asuntos Exteriores ruso y, finalmente fue elegido por Lenin para ponerse al frente del Partido Comunista Húngaro creado en Moscú el 4 de noviembre de 1918. A finales del mismo mes, Kun entraría en Hungría, acompañado por Tibor Szamuelly y Josef Rabinovicz, judíos como él, fundado con dinero traído de Moscú, el primer diario comunista húngaro, Vörös Ujsáj. Desde el primer momento, el tono de la nueva publicación fue extremadamente combativo y crítico con los medios socialdemócratas. El presidente Károlyi ordenó la detención de Kun y del resto de dirigentes comunistas, pero no les impidió seguir desde la cárcel con su tarea de agitación a través de las columnas de Vörös Ujsáj. Los comunistas húngaros fueron liberados y canjeados por una delegación socialdemócratas que ingenuamente se encontraba en Moscú. El 20 de marzo de 1919 la Entente envió a Budapest las condiciones para el armisticio: Hungría perdía las zonas que en ese momento estaban ocupadas por la Entente y debía ceder otros territorios a Rumania. El gobierno presentó su dimisión y Bela Kun aprovechó para exigir a la socialdemocracia la proclamación e la República Húngara de los Soviets y estableciese una alianza con la URSS. Al día siguiente se firmó el pacto de unificación entre comunistas y socialdemócratas y se constituía el Consejo Revolucionario, dirigido por Aljandro Garbal, un albañil, sin apenas personalidad política, Bela Kun se reservó el cargo de Comisario de Asuntos Exteriores y Georgy Lukács el de Educación. Es significativa la opinión recogida en una publicación norteamericana contemporánea, New International Year Book of 1919:
“Uno de los puntos
débiles principales del nuevo régimen era la animadversión a los judíos. En los
distritos rurales el sentimiento general era que la revolución había sido un
movimiento de los judíos para apoderarse del poder en beneficio propio; se oía
frecuentemente el comentario de que si los judíos de Budapest se morían de
hambre, tanto mejor para el resto del país. El gobierno de Bela Kun se componía
casi exclusivamente de judíos que también desempeñaban los cargos
administrativos. Los comunistas se habían unido inicialmente con socialistas
que no eran del partido radical extremista, sino que se asemejaban algo a los
laboristas o sindicalistas de otros países. Bela Kun, sin embargo, no
seleccionó a su personal entre ellos, sino que se dirigió a los judíos y
constituyó virtualmente una burocracia judía”.
En los dos primeros meses, más de 3.000
sociedades y propiedades pasaron a manos del Estado que no estuvo en
condiciones de gestionarlas, consiguiendo que pocas semanas después se
declararan en quiebra. El hecho de que la casi totalidad de los miembros del
del nuevo gobierno revolucionario fueran de origen judío generó reticencias por
parte de la población campesina, mientras que los temporeros exigían la rápida
distribución de las tierras. El gobierno respondió reprimiendo las
protestas de unos y otros y generando 10.000 muertos en los choques con las
tropas gubernamentales. Cien días después habían sido asesinadas 35.000
personas, incluyendo mujeres y niños. Lo sorprenden es constatar los grupos
sociales a los que pertenecían: burgueses, empresarios, militares y… judíos
adinerados. En total, los 100 días de gobierno bolchevique en Hungría habían
costado 50.000 muertos… El ejército rumano, entrando en Budapest puso fin a
esta desastrosa experiencia que vacunó a Hungría contra el comunismo y cuyos
efectos duraron durante todo el período soviético (1945.1988) y subsisten en
nuestros días.
Lukacs, al acabar la
Primera Guerra Mundial, tenía intenciones de emigrar a Alemania, pero no logró
que sus títulos fueran reconocidos en Heidelberg, por lo que decidió seguir una
carrera política en Hungría. Lo convenció Bela Kun. Así, en pocas semanas,
Lukacs renunció a lo que había escrito en El bolchevismo como problema moral,
última publicación premarxista, y se decantó por lo que había criticado apenas
unas semanas antes. Fue nombrado Comisario del Pueblo de Educación y Cultura,
adjunto del Comisario de Educación Zsigmond Kunfi (nacido Zsigmond Kohn, judío,
por tanto). Cuando, el propio Lukacs se descargaba de responsabilidades en las
masacres que tuvieron lugar durante la revolución húngara, olvidaba su artículo
publicado en Nepszava el 15 de abril de 1919: “La posesión
del poder del Estado es también un momento para la destrucción de las clases
opresoras. Un momento que debemos usar”, texto que, por sí mismo, le valdría ser
considerado como el “autor intelectual” de las masacres de aquella revolución.
A pesar de su título de Comisario de Educación y Cultura, fue nombrado también
comisario de la Quinta División del Ejército Rojo húngaro. Y se mostró
despiadado: en mayo de 1919, ordenó el fusilamiento de ocho de sus propios
soldados, algo que se vio obligado a reconocer años después.
Si nos hemos extendido
más de la cuenta en la figura de Lukács, es porque, puede ser considerado como
“padre intelectual” de la primera generación de la Escuela de Frankfurt. En su trabajo
presentado en la Primera Semana de Trabajo Marxista, Lukács, se centra en el
concepto de dialéctica hegeliana para descubrir el devenir histórico como una
“totalidad”, pero no ya al estilo tradicional, vinculada a los designios
divinos, sino su estricta inversión: la comprensión total de la realidad
socio-económica de cada momento. Escribe: “El conocimiento de los hechos no es posible como conocimiento de la realidad más
que en ese contexto que articula los hechos individuales de la vida social en
una totalidad”. Lukács se limita a repetir lo que el “joven
Marx” ya había dicho: “las relaciones de producción de toda sociedad
constituyen un todo” y son “la clave misma del conocimiento histórico de las
relaciones sociales”.
Influenciado por el Tomo
I de El Capital, aprovechará para introducir dos temas que luego
desarrollará la Escuela de Frankfurt (y, en concreto, Marcuse) en su teoría
sobre “la industria cultural”. Por una parte, hablará del “fetichismo de la
mercancía”. Fetichismo es toda creencia en que un objeto puede encerrar poderes
superiores. Lukács rectifica a Marx que creía que el valor de las cosas es
inherente a ellas mismas, y explica que tal valor está determinado por las relaciones
sociales de producción. El segundo elemento del capitalismo sobre el que se
centra Lukács es la “obsesión cuantitativa” que percibe en él: el capitalista
está obsesionado por la producción estandarizada de objetos de consumo y esta
es su lógica, producir más, más rápidamente, a un coste menor, obteniendo un
mayor beneficio. Lo que le interesa, sobre todo, es la primera parte de esta
ley, la producción estandarizada. Lukács sostiene que este paradigma
cuantitativo consistente en aplicar patrones de estandarización se reproduce en
todos los escalones del sistema capitalista, sea cual sea el escalón que se
ocupa: el médico no pensará por sí mismo, se limitará a aplicar protocolos,
el juez aplicará leyes estandarizadas, la escuela buscará formar jóvenes en función
de los programas de estudio prestablecidos. En cualquiera de estos casos, lo
cuantitativo gobierna sobre lo cualitativo. No se trata de llegar a lo “mejor”,
sino de superar lo “más”. Y entonces llega a la teoría de la alienación: “la
cultura moderna -dice- es el resultado de un proceso generativo que termina
separando el alma humana de sus productos culturales”, tema en el que aparece
una línea convergente con el pensamiento de Gramsci. Como éste, Lukács intenta
reforzar el marxismo con elementos procedentes de Hegel, de Simmel o de Weber,
en otras palabras, superando el nivel exclusivamente económico y ampliando la
polémica a los aspectos objetivos, estéticos y éticos que Marx había dejado en
segundo plano.
Lukács, al igual que hará
Gramsci en esa misma época, duda se da cuenta de que algo “no funciona” en el
concepto de “conciencia de clase”. Distingue entre la “conciencia de clase” que
se atribuye al proletariado, de la conciencia de clase que tendría si no estuviera
alienada y fuera consciente de los hechos que la rodean. Lukács toma en
consideración a Nietzsche y acepta su doctrina sobre la “muerte de Dios” que ve
presente en Hegel. La muerte de los dioses implicó la dispersión y la pérdida
del sentido unitario de la historia, pero con la “aparición del proletariado”,
y con su inclusión en el proceso dialéctico de la lucha de clases es posible
recuperar una interpretación unitaria de la filosofía de la historia. En el
momento en el que aparezcan “disidencias” en el devenir histórico, serán
interpretadas como obstáculos -contradicciones- que encuentra el proletariado
para afirmar su hegemonía sobre la burguesía. Nada más. Y esas contradicciones
no serán solamente del capitalismo, sino del proceso total de la historia. Esto
implica que, para conocer el capitalismo será preciso recurrir también a las
contradicciones que genera y que estarán encarnadas en el proletariado.
Posteriormente, Althuser,
marxista estructuralista, miembro del Partido Comunista Francés, desarrolló
algunos aspectos del gramscismo. Su vida estuvo marcada por la inestabilidad y
los problemas mentales (en 1980 estranguló a su esposa, siendo internado en un
psiquiátrico y dictaminado que asesinó a su esposa en un acto de locura). En su
obra, Ideología y aparatos ideológicos del Estado, establece que la familia, la
iglesia, la escuela, los partidos y los sindicatos terminan siendo siempre
“aparatos ideológicos del Estado” a través de los cuales se transmite su
influencia a través de la sociedad. Así mismo, las prisiones, las leyes, las
policías y los ejércitos, forman parte de los “aparatos represivos del Estado”.
Ambos se coaligan para asegurar que la “ideología dominante” siga siéndolo,
detener, ralentizar y/o invertir el proceso dialéctico que llevaría al triunfo
final del proletariado sobre la burguesía. A través de estos “aparatos
ideológicos”, el Estado consigue mantener al proletariado en su estado de
“alienación”.
Conocer al proletariado
implica conocer la naturaleza de su alienación. Para Marx, la “alienación” era
el abandono de la propia naturaleza, de lo que son las personas, para
convertirse, ser y pensar en algo que no son. Marx sostenía que el trabajador
está alienado desde el mismo momento en el que vende su fuerza de trabajo deja
de ser dueño de una parte de sí mismo, le “aleja de su humanidad” y pierde la
capacidad para determinar su vida y su destino. Esto ocurre porque el
empresario no le importa si el trabajador comprende el valor de su trabajo y la
importancia de éste. Todo lo que obliga el capitalista está guiado por el deseo
de obtener una mayor cantidad de beneficios y extraer del trabajador el máximo
de plusvalía. Marx se limitó a adaptar una teoría de Ludwig Feuerbach,
verdadero creador de la teoría de la alienación (que aplicaba al
cristianismo afirmando que Dios ha alienado las características naturales del
ser humano). Luego, añadió el concepto de “cosificación” al que conduciría
inevitablemente la alienación capitalista: los trabajadores dejarían de ser
tratados como seres humanos, para pasar a ser “cosas”.
Lukács aspiraba a
encontrar una fundamentación filosófica al bolchevismo y sostenía que la
superioridad marxista radicaba en el “método”: argumentaba que “aunque todas
las proposiciones sustantivas fueran rechazadas, el marxismo seguiría siendo
válido debido a su método distintivo”. Lukács, quería evitar por todos los medios que el
marxismo pasara a ser una especie de “religión laica”, con sus dogmas, sus
sumos sacerdotes, sus catequistas, y sus “creencias”. Sostenía que el marxismo
ortodoxo era, ante todo, un “método”. En otras palabras, que el ejercicio
del materialismo dialéctico es el camino que conduce a la verdad y, por tanto,
hay que conocer a la totalidad del marxismo. Si se acierta en la utilización
del método, se percibirán todos los mecanismos de la alienación y será posible
esquivarlos, denunciarlos y destruirlos, y, por lo mismo, en ese momento se
percibirá que el proletariado es el sujeto histórico y, por tanto, la historia
volvería a tener un sentido que había perdido al caer los antiguos dioses.
En el prefacio de la
reedición de esta obra en 1967, Lukács explica como tuvo ocasión de leer en
1930, dos años antes de que se publicaran, los Manuscritos económicos y
filosóficos de Marx de 1844. En esa época, se encontraba en Moscú
colaborando en el Instituto Marx-Engels, encargado de estudiar los manuscritos
inéditos de Marx. En ese momento ha tenido que hacer la autocrítica para ser
readmitido en el Partido Comunista. Alega que, cuando escribió Historia y
conciencia de clase, todavía no conocía estos escritos y atribuyó a Marx,
doctrinas que, en realidad, eran de Hegel. Hoy se sabe -tras la caída de la
URSS- que durante aquellos años colaboró en las depuraciones estalinistas.
Al regresar en 1944 a Hungría, en los furgones del Ejército Soviético, fue
nombrado profesor de Estética en la Universidad, miembro del Parlamento y de la
Academia de Ciencias. Nombrado ministro de cultura popular en el gobierno de
Imre Nagy, siendo encarcelado al producirse la Revolución de 1956. A diferencia
de Nagy, Lukács volverá a Budapest al año siguiente, siendo solamente expulsado
del partido.
Karl Korsh, ni era judío
(a pesar de que su esposa si tuviera un 50% de sangre judía), ni siquiera
pertenecía a la aristocracia económica. Estudió en Londres entre 1912 y 1914,
adhiriéndose a la Sociedad Fabiana.
También, a diferencia de
casi todos los “frankfurtianos” había participado en la Primera Guerra Mundial,
si bien nunca participó en los combates de las trincheras y su compañía,
llamada “compañía roja”, fue de las primeras en insubordinarse y negarse a
combatir generando el hundimiento del frente. Su relación con la Escuela de
Frankfurt se limita a su participación en la Primera Semana de Trabajo
Marxista. Tampoco participó en ninguna de las acciones insurreccionales de los
años 1919-1922. En julio de 1919 se unió a los socialdemócratas independientes
(USPD) y con esta formación ingresó en el Partido Comunista Alemán, asumiendo
una línea leninista en el “aparato de propaganda”. Tras su participación en
la Semana de Trabajo Marxista fue ministro de justicia en Turingia durante unas
semanas. Luego fue elegido diputado del parlamento regional y más tarde en el
Reichstag. Participó en el V Congreso del Komintern y dirigió la revista
teórica del KDP: Die Internationale. Resultaría expulsado del partido
en 1926, aunque solamente renunciaría tardíamente a su fe marxista a finales de
los años 50.
Su obra más significativa, presentada en el curso
de la Semana de Trabajo Marxista es Marxismo y filosofía. De todo el
entorno de la primera generación de la Escuela de Frankfurt (a la que él,
formalmente, no perteneció, pero con la que se relacionó a través de varios de
sus miembros, Félix Weil, entre otros), Korsh fue el único que verdaderamente
tuvo una experiencia política y militante directa y no se limitó a ver los
toros desde la barrera.
Korsh, en tanto que doctrinario, lamentaba
profundamente que los partidos bolcheviques y socialdemócratas hubieran
vulgarizado la doctrina marxista amputándole de sus contenidos filosóficos
aportados por Marx antes de 1848. En tanto que marxista-leninista, su libro
empieza con una cita de Lenin “Debemos organizar el estudio sistemático de
la dialéctica de Hegel, guiados por puntos de vista materialistas”. Korsh
denostaba que hasta ese momento el marxismo solamente mereciera un párrafo
exiguo en los tratados de filosofía del siglo XIX como un resultado de la “descomposición
de la escuela hegeliana” y tampoco aceptaba de buen grado que los propios
marxistas renunciaran a ser, como pretendía Marx, herederos de la “filosofía
clásica alemana”. Para Korsh, el marxismo, es, ante todo y sobre todo,
una escuela de filosofía. Si para Lukács, era preciso recuperar a Feuerbach y
su teoría de la alienación, Korsh, está de acuerdo con él, en recuperar también
el legado de Hegel, pero así como Lukács insistía en incorporar al proletariado
como sujeto histórico, Korsh está mucho más interesado en la dialéctica y en
incluir y en el “principio de especificación histórica”, para lo cual era
preciso estudiar una época histórica concreta para identificar todos los
aspectos que pueden tener importancia en la historia de la lucha de clases,
fueran o no de naturaleza económica. Esto introducía un elemento nuevo,
porque podía darse que, en una situación revolucionaria, el propio Partido
Comunista no estuviera en condiciones de asumir su condición de sujeto activo
del proceso revolucionario y, por tanto, no pudiera encarnar el papel de punta
de lanza de la clase obrera. Korsh, sin embargo, se había apoyado en Marx del
que decía que “se ocupó de todas las categorías de la investigación
económica y socio-económica en la forma específica y en la conexión específica
en la cual aparecen en la sociedad burguesa moderna. No los trató como
categorías eternas”.
A partir de 1925, el tono de las críticas de
Korsh al estalinismo, a la política del Komintern y a la línea del KPD van
creciendo de tono. Fue
relevado de la dirección de Die Internationale. Korsh impulsó la
creación de una fracción izquierda en el KPD que pronto se dotó de un medio de
prensa de aparición mensual, Komunist Politik. En mayo de 1926 sería
expulsado del partido y, junto con otros dos diputados igualmente expulsados, formó
el Grupo de Comunistas Internacionalistas en el Reichstag (sus compañeros
Werner Scholem y Ernst Schwarz eran de origen judío, mientras que Heinrich
Schlagewerth, otro miembro del grupo de Korsh, pasó al nacional-socialismo
entre 1934 y 1936, generando la desarticulación de varios grupos
ultraizquierdistas). El grupo mantuvo contactos internacionales con Amadeo
Bordiga y disidentes bolcheviques rusos antiestalinistas.