lunes, 17 de diciembre de 2018

365 QUEJÍOS (223) DE LAS MINI-CASAS A LOS PISOS-ATAUD


En EEUU están de moda las mini-casas. Es posible que ustedes hayan visto algunas en televisión. Se trata de viviendas de un máximo de 20 metros cuadrados -si 20 m2-, habitualmente sobre ruedas (no se trata de los antiguos remolques o “roulottes”), que imitan un chalet, con un altillo superior (que suele ser el “dormitorio”), un porche en el que difícilmente cabe una persona sentada y una cocina-salón en la planta baja, unido a un lavabo-ducha tan grande como el de un yate pequeño. Por lo visto están en torno a 10-25.000 dólares y constituye la única posibilidad de un “hogar” para la clase media baja norteamericana. Siniestro ¿verdad?

Uno ve esos programas sobre mini-casas y la ilusión con la que los ocupantes -habitualmente parejas jóvenes- esperan que se les entregue y piensa: “Veremos a estos pobres dentro de 5 años, cómo están después de convivir en estas cajas de cerillas y de ver que nunca más podrán salir de ahí y que esa vivienda es como un mueble de IKEA: dura entre tres y cinco años, nada más”. Por supuesto, ni podrán tener hijos (aunque, curiosamente, varios de ellos tienen mascotas), ni evitar sentirse en una ratonera. Recuerdo uno de estos programas en donde un veterano de Afganistán y su novia, llamaban “espacio multimedia” apenas a 50 cm2 en donde pensaban colocar un ordenador portátil, la video-consola y un minúsculo plasma. ¿Han oído? “Espacio multimedia”: la cuarta parte de lo que servidor utiliza como mesa de trabajo. Al veterano ni siquiera le cabe la esperanza de que sea “la nación agradecida” la que le haya pagado el cuchitril tras su licenciamiento.

Pero, dejemos a los EEUU en su larga agonía. Estamos en España. Alguno de mis hijos anda por Barcelona. El otro día, un amigo me decía que su hija, de 28 años, ha tenido que irse a vivir con otras tres amigas para poder pagar un piso desvencijado de 1.000 euros. Me lo creo, por que mi hija, de esa misma edad, está viviendo en Hospitalet con otras dos amigas. A los 28 años,  mi mujer y yo teníamos ya dos hijos. Pero si alguien cree que esta es la peor situación a la que puede verse abocado un joven, ayer, sin ir más lejos, antes de revisar los estrenos de los distintos streammings, veo unos minutos un informativo de TVE1: las mini-casas no han tenido éxito en España, pero en Barcelona ha aparecido un producto nuevo: la casa-ataud.


En la Barcelona de Ada Colau, la que hizo su campaña contra los desahucios (y durante sus casi cuatro años de mandato los desahucios por impago de alquileres han alcanzado sus más altas cotas), la que hizo campaña contra la invasión hotelera (y en cuyo mandato la Ciudad Condal, se ha “hotelizado” como nunca), la que ha rematado la obra de anteriores ilustres inútiles, orgullosos de haber contribuido, cada uno más que el anterior, a la decadencia barcelonesa, en esta ciudad con olor a porro, gasolina quemada, meada de perro, cloaca y zotal, han irrumpido un “nuevo concepto habitacional”.

Se trata de espacios de 85 m2, dotados de un pequeño lavabo y de una cocina, altos para la convivencia de 14 personas en otros tantos habitáculos de 1,20 metros de altura. Cada espacio individual no tiene puerta, solamente una cortinilla. A cambio de ello, el “inquilino”, deberá pagar entre 200 y 225 euros al mes ¡por 3 m2! Para su “uso y disfrute” y para el acceso a la cocinilla (en realidad un micro-ondas) y al lavabo (un simple plato de ducha). El propietario -obviamente, un consorcio de capital-riesgo- se llevará la bonita cifra de 3.150 euros/mes: la rentabilidad de máxima de los 85 m2. Como para darse con un canto en los dientes. Son lo que en Japón se llama “hoteles-nicho”. La vivienda del conde Drácula.

En España, la legislación establece que, como mínimo, un lugar, para ser habitable debe tener, al menos, 5 m2. Por tanto, algún lúcido juzgado, al enterarse colocó el precinto a uno de estos locales (unos bajos que, en otro tiempo, debieron ser un comercio). Lo que vimos por televisión fue sorprendente: una cuadrilla de albañiles, simplemente, quitaba el precinto por iniciativa propia (si no trabajan, no cobran, así que la responsabilidad es para ellos, no para la empresa inversora) y proseguían las obras ante las protestas de los vecinos que gritaban “un ataúd no es una vivienda” y lindezas por el estilo…

A esto se ha llegado: cuando Aznar -Aznar y no otro- abrió las puertas a la inmigración, proliferaron los “pisos patera” (en los que estaban empadronados cientos de inmigrantes) y luego el régimen de “camas calientes” (donde los inmigrantes se turnaban solamente para dormir), los chicos establecieron en el Raval pisos amueblados solamente con literas para albergar a más inmigrantes en menos espacio). Y todos dijimos: “Bueno, son inmigrantes, aceptan voluntariamente una vida de perros en un país en el que no los atan con longanizas, pudiendo elegir quedarse en su país”. Pero éste es nuestro país: estas son nuestras ciudades, estos nuestros barrios y otro nuestro estilo de vida. Pues bien, delante de los ojos -y con la permisividad- de los ayuntamientos podemistas, se está gestando el “gran cambio social”: aumento disparado de los alquileres, precios de venta solamente aptos para fondos de inversión, imposibilidad para las parejas jóvenes de formar una familia y tener un hogar dignos de tal nombre, masificación y embrutecimiento de las condiciones de vida: y todo esto apunta contra las nuevas generaciones de clase media, uniéndose a la batería de iniciativas para conseguir grupos sociales atemorizados por tener que vivir bajo un puente, no pode optar en su tierra natal, no ya a un trabajo remunerado, ni siquiera a una vivienda digna.

Los alquileres se han disparado, al precio de la vivienda le ha ocurrido otro tanto: no es lo mismo que hace diez años: ahora no es el “crédito para todos” lo que ha generado el alza en las ventas de inmuebles, sino los fondos de inversión extranjeros, los que comprar, sin discutir mucho el precio, reforman y promocionan sus adquisiciones como “pisos turísticos”. Cuando dejen de ser una “buena inversión”, los venderán y, en Barcelona, está a punto de ocurrir. ¿Y mientras? Mientras, nuestros hijos, en la Barcelona de la Colau, ni siquiera pueden aspirar a una “mini-casa”, deben conformarse con un piso-ataúd: como si se tratara de barracones en campos de concentración.

Quejarse es poco: proponer el fusilamiento (tras un juicio sumarísimo, claro está, no somos bárbaros) de quienes nos han conducido a esta situación, parece excesivo… ¿o no? Piénsenlo.