Queda por tratar el espinoso problema del antisemitismo y de
las relaciones entre ambos partidos y las correspondientes dictaduras del Mariscal
Antonescu y del General Franco, para redondear la imagen que podemos hacernos
de los paralelismos existentes entre la Guardia de Hierro y Falange Española
La cuestión del antisemitismo
Obviamente, en España no existía problema judío, por tanto,
no es de extrañar que en el programa falangista no existan rastros de
antisemitismo. No sólo eso, alguno de los miembros de la “corte literaria” de
José Antonio, concretamente Samuel Ros, pertenecía a la comunidad judía
española. En el caso de Ernesto Giménez Caballero, ya hemos dicho que, no
solamente era vecino del financiero de origen chueta mallorquín, Juan March,
sino que además contó con el apoyo del banquero y jefe de la comunidad judía
española, Ignacio Bauer, para hacerse cargo de su revista, La Gaceta Literaria,
cuando empezó a perder ventas.
Vale la pena mencionar que Giménez Caballero, además, era el
máximo representante del llamado “neo-sefarditismo” en los años 20 y 30 trató
de restablecer contactos con las comunidades judías sefarditas expulsadas de
España en el siglo XV. Dicha teoría, a la que se adscribió el propio Franco o
personajes de la transición como Blas Piñar, implicaba que ver a la comunidad
judía, no como un todo, sino escindida en dos ramas: los sefarditas y los
azkenazíes. Los primeros habían demostrado ser “reciclables” en el
cristianismo, tal como demostró el que el santoral del Siglo de Oro registra la
presencia de varios de ellos como hijos de conversos y perfectos católicos.
Frente a ellos se encontrarían los “irrecuperables”, askenazíes, cuya presencia
se encuentra en todos los movimientos revolucionarios desde el siglo XVI hasta
nuestros días. Estos serían completamente refractarios a cualquier abandono de
sus tradiciones.
Así pues, en el ámbito falangista no puede hablarse de ningún rastro de antisemitismo, sino quizás como imitación de algún sector hacia otros modelos de fascismos extranjeros. Sin embargo, en Rumania la situación era muy diferente: allí se daba el caso de que, entre las pocas adhesiones que había suscitado el bolchevismo, se encontraban judíos dirigiendo el partido comunista; además existía un increíble pero muy real monopolio ejercido por los judíos en las profesiones liberales y especialmente en el comercio. Esto hacía que las clases medias “cristianas”, urbanas, vieran en los judíos a sus competidores más obstinados y peligrosos. El 80% de la población rumana era campesina y allí se había mantenido siempre un elevado tono antisemita en buena medida derivado de la religiosidad dominante. De los 142 almacenes comerciales de Bucarest, 134 eran propiedad de judíos. La proporción de estudiantes judíos en determinadas carreras superaba a la de rumanos, llegando incluso al 48% en derecho. El grupo de prensa más importante del país era, así mismo, propiedad de judíos. Y, para colmo, las acciones más discutibles emprendidas por el Rey Carol, se realizaron bajo la influencia de su concubina, madame Lupescu, judía. Todo esto creaba el caldo de cultivo para un antisemitismo concebido como defensa de las clases medias rumanas contra sus competidores y de los campesinos contra el “adversario religioso”.
El antisemitismo estaba presente en todos los partidos desde
el centro hasta la extrema-derecha. Y, por supuesto en la Guardia de Hierro.
Ahora bien, el antisemitismo de Codreanu era muy diferente al de los sectores
de la derecha y de la extrema-derecha rumana. Por ejemplo, Codreanu admitía -al
igual que el neo-sefarditismo español- que los judíos pudieran convertirse y
ocupar un lugar en la sociedad nacional rumana. Él mismo tenía amigos -y el
propio pope que ofició su ceremonia nupcial- eran judíos de raza, pero no de
religión. Lo que Codreanu exigía de los judíos, en tanto que nacionalista, era
que se asimilasen y dejasen de ejercer el monopolio de determinadas
profesiones. Una de las iniciativas más interesantes de la Guardia de Hierro,
fue la creación del llamado “comercio legionario”, red de empresas y
cooperativas que ofrecían servicios de todo tipo a precios asequibles, en
competencia con las redes judías. Hoy, los historiadores reconocen que el
antisemitismo del Partido Nacional Campesino y de la Liga de Defensa Nacional
Cristiana era mucho más duro y primario que el de la Guardia de Hierro que,
simplemente, pedía asimilación.
Ahora bien, cuando se produjo el asesinato de Codreanu y
tras las primeras semanas de gobierno del Mariscal Antonescu, con ministros de
la Guardia de Hierro, arrecieron algunas acciones antisemitas que tenían su
origen en medios extremistas del partido. En todos los casos, los incidentes fueron
organizados por miembros del Cuerpo de Obreros Legionarios, fuertes en algunos
distritos de la periferia de Bucarest. Pero, hoy todos los historiadores
tienden a reconocer que el antisemitismo del que hizo gala la Guardia de Hierro
era muy relativo y, desde luego, los pogroms
protagonizados por el Cuerpo de Obreros Legionarios no eran compartidos por el
partido.
Franco – Antonescu, ¿vidas
paralelas?
Quizás sea el momento de regresar, en estas líneas finales a
las relaciones de ambos partidos con los jefes del Estado, Francisco Franco y
el Mariscal Ion Antonescu. En este caso si que cabe tratar de vidas paralelas:
ambos militares tenían experiencia en combate, eran conservadores y
paternalistas en lo político, monárquicos, y ejercieron el poder con plenos
poderes dictatoriales. Pero -y esto es lo que nos interesa- ambos se apoyaron inicialmente
en los respectivos partidos fascistas nacionales para lograr un engarce con las
masas populares.
En efecto, cuando el Mariscal Antonescu decidió asumir
mediante golpe de Estado los plenos poderes, lo hizo apoyándose en la única
fuerza que tenía peso político y seguimiento popular como para poder aportar una
base de masas para el nuevo régimen. Franco, hizo algo parecido y pronto se
demostró que las masas de la “España nacional” tendían a sumarse a la Falange
antes que a otras organizaciones. Y otro tanto ocurría con las banderas falangistas
que, inicialmente en julio de 1936, aportaron la mitad de lo que aportaban las
milicias tradicionalistas, pero que al acabar el conflicto suponían el doble.
Sin olvidar que los sindicatos solamente habían podido ser organizados por los
falangistas.
Pero la colaboración entre los dictadores y los partidos
fascistas fue breve: en el régimen franquista, los falangistas solamente fueron
hegemónicos entre 1937 y 1942, mientras que en Rumania la colaboración duró
solamente unos pocos meses. Ambos dictadores, propusieron al “partido fascismo”
el ser nombrados jefes políticos. En el caso de Falange Española, Franco no
tuvo gran problema en imponerse como jefe después del decreto de unificación de
abril de 1937, pero en lo que se refiere a Rumania, la Guardia de Hierro no
aceptó que Antonescu fuera considerado como el sucesor de Codreanu.
Precisamente su negativa, más que cualquier otro factor, supuso el inicio de
una fase de alejamiento que terminaría con la represión contra la Guardia de
Hierro. Solamente una minoría de miembros de la Guardia de Hierro (entre ellos
el padre de Codreanu) aceptaron colaborar con el régimen. En cambio, en España,
las resistencias al decreto de unificación fueron mínimas y el propio “jefe
nacional provisional”, Manuel Hedilla, no se resistió a él, sino que se quejó
de la forma en la que se había elaborado.
No hay que tomar en consideración el que España no entrara
en la Segunda Guerra Mundial y que Rumania, en cambio, si lo hiciera. Rumania,
por su situación geográfica y por los conflictos que había tenido con la URSS
en 1940, estaba casi obligada a implicarse en el conflicto (por otro lado, el
empresariado alemán, ya en tiempos de paz, había penetrado profundamente en la
industria petrolera rumana), mientras que la situación geopolítica de España
favorecía el mantenerse aislada y neutral. Ahora bien, ambos países registraron
cierta participación en la “Cruzada Antibolchevique”: España enviando los
25.000 voluntarios de la División Azul y Rumania participando con varios
cuerpos de Ejército en la penetración alemana en Ucrania y Crimea, dirigidos en
persona por el propio Antonescu.
Esto, y el hecho de que el dictador rumano muriera fusilado
en 1946 y Franco en la cama entubado en 1975, cierran este rápido repaso a los
paralelismos y divergencias entre ambos movimientos nacionales que encarnaron
el fascismo en sus respectivos países.
Falange Española – Guardia de Hierro, paralelismos y
diferencias (4)