jueves, 6 de diciembre de 2018

365 QUEJÍOS (214) – TRANS-HUMANISMO Y POST-HUMANISMO (4)


No puede decirse mucho más del trans-humanismo. Cada una de las corrientes que lo conforman tiene una amplia y variada literatura en la que pueden identificarse una serie de errores comunes a todas ellas. Hay que distinguir, en especial, lo que es un campo de investigación científica de los gurús que lo insertan dentro de una perspectiva de superación del género humano. Así, por ejemplo, si bien la robótica puede alcanzar una importancia capital en los próximos años, incluyendo una alteración radical del mercado laboral, o bien la microinformática que tenderá cada vez a desarrollos más espectaculares y a una mayor miniaturización, o si la nanotecnología y la ingeniería genética consiguen llevar adelante sus proyectos más avanzados, es cuestionable que consigan el objetivo propuesto por los trans-humanistas: la superación de la humanidad mediante la tecnología. En cuanto al resto de corrientes, sus especulaciones tienen un valor muy desigual y siempre están realizadas en función de presupuestos poco racionales y, en algunos casos, absolutamente irracionales.

Así pues, vamos a intentar realizar una crítica de conjunto a las posiciones trans-humanistas y a valorar el fenómeno en su conjunto.

Optimismo tecnológico

El optimismo del que hacen gala las corrientes trans-humanistas es, en ocasiones descabellado y atañe especialmente a la vertiente tecnológica. Si hasta ahora, en los últimos doscientos años, la ciencia ha avanzado extraordinariamente y en los últimos cincuenta años se ha producido una aceleración aún mayor y procedido a la apertura de nuevos campos ¿Por qué no hay que pensar que en el futuro esté proceso se ralentizará? Los trans-humanistas afirman que seguirá de manera cada más acelerada.

Olvidan que, si bien en algunos campos (la aviación, por ejemplo), se ha progresado extraordinariamente desde que (los hermanos Wright volaron en su primitivo biplano por primera vez en 1903 y 65 años después el hombre pisaba la Luna), lo cierto es que el desarrollo ha sido desigual (los aviones comerciales son hoy iguales a los de hace cincuenta años) y no siempre a la velocidad prometida (la llegada a Marte se esperaba para la última década del siglo XX. En otras áreas el progreso se ha estancado (la cohetería capaz de hacer que un ingenio abandone la gravitación terrestre apenas ha mejorado desde el lanzamiento de la primera V-2 en 1943 y, en cualquier caso, dista mucho de garantizar la colonización de otros planetas) o la velocidad es insuficiente en relación a las necesidades (las dificultades para la creación de una estación espacial no están suficientemente resultas para garantizar una presencia prolongada de un humano fuera del espacio exterior).

Olvidan también que otras tecnologías crean tantos problemas como los beneficios que aportan (los conservantes y aditivos de los alimentos, han resuelto algunos problemas, pero están en el origen -junto con otros factores- del aumento desmesurado de determinadas enfermedades), otras se encuentran todavía en fase experimental (la “fusión en frío”) y no hay perspectivas de que se logre llegar -al menos a plazo medio- al final buscado (la elaboración de una fuente inagotable de energía). Hay tecnologías que se desarrollan aceleradamente, pero no al ritmo que imaginan o quieren ver los trans-humanistas (la robótica).

Podríamos seguir repasando cada uno de los campos y comprobaremos que los trans-humanistas se han dejado influir por un optimismo desmesurado y confuso, como el niño al que le regalan un muñeco de trapo y, finalmente, termina hablando con él, en la medida en que su imaginación basta para insuflarle vida propia. Algo parecido ocurre con los trans-humanistas que se han visto infectados por las ideas del progreso indefinido de las ciencias… cuando la realidad dice que las ciencias (y mucho más, las técnicas) tienen un rápido y espectacular crecimiento, pero no siempre su desarrollo posterior sigue a la misma velocidad.

Pérdida del sentido de la humano

En cierto sentido los trans-humanistas son víctimas de un movimiento más amplio, el mundialismo, pero al mismo tiempo comparten los mismos contenidos. En efecto, el mundialismo es aquella corriente que desea ordenar el globo terráqueo como una unidad cultural, étnica, religiosa, bajo el gobierno de una élite. Para ello les es preciso negar todos los regímenes de identidades que puedan darse: y ahí está la UNESCO, punta de lanza del mundialismo, para predicar la abolición de todo tipo de identidades, calificadas por ellos, como causantes de las “diferencias” y de la “desigualdad”, en beneficio de un mestizaje culturales y étnico, la desaparición de los Estados Nacionales en beneficio de un internacionalismo global, la desaparición de las identidades sexuales (y, por tanto, de la familia) para llegar a una humanidad situada por encima de los géneros y en el que la paternidad sea un hecho fortuito que puede realizarse en un útero mecánico.

Dentro de esta perspectiva de pérdida y destrucción de cualquier punto de referencia identitario, hay que situar el trans-humanismo que incide en el último frente: la destrucción de la propia identidad humana. Desde el momento en el que los trans-humanistas sostienen que la personalidad puede trasladarse a un soporte informático y, por tanto, se puede superar la degradación celular y aspirar a la inmortalidad, haciendo que los pensamientos, recuerdos y todo lo que contribuye a construir una personalidad, pasen a residir en “la nube”, lo que están haciendo es, no solamente mostrar su incomprensión por lo que es la “vida”, sino tratar de borrar el rastro de la “identidad humana”. Es significativo que algunos trans-humanistas lleguen a hablar de que toda la humanidad, conectada en red, tendrá un “espíritu único” similar al de una colmena o un hormiguero.

Somos seres humanos en tanto que poseemos sentidos, imaginación, cuerpo físico, instintos, pensamiento lógico, y la posibilidad de trascender a todo ello mediante algo que la ciencia todavía no ha logrado explicar y sobre lo que la psicología no ha construido una teoría válida, el alma. Si falta alguno de estos elementos, no estamos ante un ser humano, ni siquiera ante un ciborg: ¿a partir de qué punto -cabría plantear- un ser humano al que se le van añadiendo prótesis y sustituyendo partes biológicas mediante prolongaciones mecánicas puede ser considerado “humano”? que no es más que parafrasear la antigua pregunta lanzada por los presocráticos: ¿cuántos granos de arena hacen falta para poder hablar de un montón? Y, sin embargo, la respuesta es simple: un ser humano deja de serlo cuando su soporte físico deja de generar pensamiento lógico y sus células entran en una fase de pudrimiento.

Los trans-humanistas tienden a confundir planos que siempre han estado perfectamente diferenciados: la técnica por un lado y la vida por otro. Y, sobre todo, ignoran una idea todavía más importante: la de “jerarquía”, esto es la organización de los conceptos en distintos niveles. Si hubieran tenido en cuenta el concepto de “jerarquía” (demolido a partir del concepto liberal de “igualdad”, excluyente con él) hubiera aceptado que la técnica es un instrumento al servicio de lo humano y que, por tanto, está por debajo de lo humano: depende de lo humano y no puede reverenciarse como algo superior a lo humano, ni como el destino de lo humano al que nos acogeremos, no ya para mejorar la vida y tratar de prolongarla en la medida de lo posible, sino como último refugio de lo humano al que iremos a confluir para reducir la vida a un intercambio de impulsos eléctricos dentro de un sistema informático.

Los propios trans-humanistas, arrastrados por su optimismo tecnológico, no parecen estar en condiciones de distinguir “lo humano”, de “lo cibernético”. A la pérdida de todas las identidades, sigue también la pérdida de los planos de referencia.