martes, 4 de diciembre de 2018

365 QUEJÍOS (212) – TRANS-HUMANISMO Y POST-HUMANISMO (2)


Empezábamos esta serie de artículos diciendo que el trans-humanismo es uno de esos términos de moda de los que se va a hablar mucho en los próximos años. Responde a una necesidad real: afrontar los cambios tecnológicos y asumir la redefinición de “lo humano”. Pero, en su conjunto, puede decirse que, las vías por las que ha irrumpido y que está explorando son erróneas e, incluso, peligrosas. En esta segunda entrega vamos a centrarnos en la orientación central de esta corriente.

Básicamente, el punto de acuerdo entre todas las tendencias trans-humanistas radican en que la evolución de las ciencias en las últimas décadas permite que superemos la condición humana mediante la tecnología. El pensamiento humano, no será, a partir de ahora, producto de un cerebro, sino que podrá estar interconectado a otros cerebros y, en especial, al “cerebro del mundo”, Internet, mediante interfaces neuronales. La vida humana no estará reducida a un tiempo que depende de los telómeros celulares, sino que podremos aspirar a vivir eternamente: será posible transferir la conciencia de un soporte informático y, a partir de aquí, prolongar la vida, cuando el cuerpo físico esté irremediablemente deteriorado. Así mismo, tendremos la ocasión de sustituir progresivamente partes de nuestro cuerpo por prótesis mecánicas, después de que nanomáquinas se introduzcan en nuestros tejidos y órganos fisiológicos para rectificar y prolongar el funcionamiento de lo que pueda haberse dañado. Incluso podremos aspirar a suspender la vida de nuestro cuerpo físico, si nos encontramos ante alguna enfermedad grave para la que no se haya encontrado una cura: bastará con hibernarnos durante todo el tiempo en el que la ciencia tarde en encontrar un remedio; en ese momento, podremos reavivarnos. La ingeniería genética podrá reproducir nuestro cuerpo y ofrecernos un doble que nos dotará de organismo de reemplazo e incluso podrá ejecutar tareas que, por algún motivo no nos interesa realizar.

En este contexto ¿seguirá siendo útil la definición de “lo humano” que mantenemos hasta hoy? Podemos dudarlo. De ahí que los transhumanistas sostengan que nos aproximamos a un momento en que lo humano quedará atrás y se producirá la superación de lo humano. El logotipo del movimiento es significativo: “H+”, esto es “más allá de lo humano”.

Por increíble que pueda parecer, algunas de las perspectivas que contemplan los trans-humanistas ya se están produciendo: desde los años 90, la empresa Alcor criogeniza los cadáveres de sus clientes (que antes de fallecer han abierto un seguro de vida a nombre de la empresa para garantizar los gastos de criogenización, almacenamiento y mantenimiento del cuerpo), sin olvidar que las prótesis óseas, válvulas artificiales, audífonos, son las avanzadillas de una revolución generalizada de la ortopedia y de la cirugía que en las próximas décadas, es de prever, que aumente su impacto. La ingeniería genética asegura que podamos tener “hijos bajo demanda” y el desciframiento del genoma humano realizado en la bisagra del milenio anterior y de éste, abre el camino a la modificación genética de las características de los hijos. Existen “adminículos” destinado a grabar todos los instantes de la vida del usuario y a “subirlos a la nube” para que todos sus recuerdos persistan más allá de la memoria cerebral… Así pues, justo es reconocer que, por increíbles que puedan parecer algunas de las propuestas o de los puntos de vista trans-humanistas, en cierta medida, ya se encuentran en estado embrionario en el presente…

Una perspectiva así se puede aceptar como un hecho consumado o con el entusiasmo del converso. La actitud de los trans-humanistas es ésta última: celebrar que se está a punto de superar los límites de lo humano. Lo que pueda ocurrir después es algo que no les preocupa. Si la ciencia ha realizado un nuevo avance, bienvenido sea, e incorporémoslo sin más dilación a nuestra cotidianeidad. ¿Por qué? Por qué en el fondo del ser humano late un ansia de inmortalidad. O, dicho con otras palabras: el ser humano huye del dolor y se refugia en el placer. Y la perspectiva de la muerte -esto es, de perder todo lo que tiene- le genera un dolor extremo. Porque, a fin de cuentas, lo que los trans-humanistas proponen es aceptar que el ser humano puede ser eterno y no tiene por qué morir.

En estas posiciones identificamos algunos elementos que nos permiten viajar a los orígenes de la corriente. Podemos identificar tres “sugestiones” en el nacimiento de esta corriente:
  • Por una parte vemos una concepción extrema del “progresismo” (actitud ideológica que consiste en considerar que la humanidad siempre sigue una trayectoria ascendente y que cualquier avance y nueva filosofía, por el mero hecho de serlo, suponen un “progreso” en relación a los estadios anteriores).
  • Vemos, así mismo, en el trans-humanismo una consecuencia de la idea “evolucionista” (desde los organismos unicelulares creados en la “sopa primitiva” se ha ido progresando a través de distintas especies, pero nada impide pensar que la llegada del Homo Sapiens 
  • Y, finalmente, se nos aparece como una consecuencia extrema del “materialismo”, esto es de la creencia de que solamente existe la materia tangible y que cualquier expresión humana es una simple expresión de esa materia, incluido el propio “espíritu” humano.

Recapitulando, podemos decir que el “padre” (la matriz de todo) es el materialismo, el “hijo” (la consecuencia lógica) el progresismo y el “espíritu santo” (la visión del futuro) el evolucionismo. Con esto ya tenemos una nueva “trinidad”. Con razón se decía que “Satán es Dios invertido”. Incluso desde una perspectiva agnóstica como la de quien escribe estas líneas, ésta es la conclusión a la que, inevitablemente, se llega: después de milenios marcados por la presencia de las religiones como una de las mientras que han acompañado inevitablemente a “lo humano”, la superación de “lo humano” lleva, no sólo a la irreligiosidad, sino a la creación de una religión laica (que ya estaba presente en algunos positivistas franceses de finales del XIX. Una vez más se cumplía la ley de Oswald Spengler: cuando cae la religión tradicional, lo que la sustituye no es una época de racionalismo y objetividad, sino un tiempo de supersticiones y mixtificaciones.