Las noticias que se reciben de Cataluña en el resto del
Estado y en el extranjero, tienen desde hace un mes una única dimensión: el
proceso por aquella filfa de referéndum del 1-O. Afortunadamente, Cataluña es algo más que un proceso… Pero ¿lo
es? Se demostrará en el próximo maratón electoral.
En los comentarios de la población, el proceso no registra
el más mínimo interés. La prensa, eso
sí, todos los días, da cuenta de las novedades y las cámaras fijas presentan las
declaraciones de los testigos… ¿Hay alguien que las vea? Quizás las
familias de los acusados directamente implicados en la declaración de tal
testigo, los becarios de las redacciones que quedan encargados de seleccionar
los clips que mejor convienen a la política de la empresa propietaria del medio
y poco más.
Para los independentistas, el proceso se hace sin garantías
judiciales y los acusados están indefensos… El problema es que el proceso se
está viendo en todo el mundo y los juristas o aspirantes a tales, tienen la
ocasión de ver si el proceso se atiene a los estándares judiciales dominantes
en todo el mundo, o se trata de un proceso estalinista en el que un vociferante
fiscal, a lo Andrei Vichinsky, el que llevó la acusación en las purgas de Moscú
de los años 30. Así mismo, los juristas pueden tomar nota de las alegaciones de
los defendidos que se basan en esto: “convocar
un referéndum no es delito”… olvidando que, en todos los países, hay unos
mecanismos constitucionales y legislativos para ello. Y ese es el problema: que todo el mundo está viendo a unos pobres
tipos, víctimas de su prepotencia, de su fanatismo y de las engañifas que el “capitán
Araña” y de los armadores del “procés”, les lanzaron en este fenomenal embrollo,
pillados, unos en su ingenuidad, otros en sus ambiciones y casi todos en su
tontería. Que acaben ya el “proceso al procés” que el circo debe continuar
con otros números.
Y el circo en estos momentos, en Cataluña, es, sobre, todo,
electoral. Pocas elecciones como estas van a ser tan significativas: que ERC se
llevará el título de partido mayoritario parece cantado. Pero esa no es la
cuestión, sino lo que hará desde la gencat: ¿reconocer que toda la vida política catalana ha estado varada desde
aquella malhadada idea del pobre Maragall de iniciar la tramitación de un “nou
estatut”, aguas primigenias que han traído estos lodos y que ya es hora de
pasar página? O bien ¿seguirá
insistiendo en la vía muerta del referéndum, eufemismo para aferrarse a la
independencia imposible, inviable y demodé? La primera implicaría el
declive definitivo del nacionalismo (¿qué nacionalismo es ese que reconoce la
inviabilidad en la construcción de una nación?) y la segunda es más de lo
mismo.
Fuera de ERC -con sus diferencias interiores de criterios, con su ausencia de estrategia en este momento, con un déficit en sus análisis políticos y un inmovilismo en sus objetivos, no sea que vayan a decepcionar al elector independentista- el resto de formaciones que apoyaron el procés están envueltas en una crisis de la que difícilmente saldrán: la CUP y el PDCat.
No sin cierta lógica, la
CUP ha decidido que no participará en las elecciones generales. Si no se
consideran parte del Estado Español, ¿para qué participar en unas elecciones?
Buen argumento que cae ante el visible debilitamiento de esta sigla tras los fracasos
mayestáticos de las manifestaciones del 21 de diciembre de 2918 y del 27 de
febrero de 2019 que debía ser una huelga general y ni siquiera llegó al estadio
de embotellamiento general. No es que se
ausentes por este motivo o porque reconocen por anticipado la derrota que les
aguardaría. Prudentemente, la CUP ha decidido replegarse y concentrarse en
las elecciones locales en donde tienen perspectiva de salvar el sueldo a unos
cientos de concejales. Veremos si lo consiguen… porque, de momento, lo único
que han logrado es que una de sus tendencias interiores, Poble Lliure, sí se presenten y con ellos se una el grupúsculo Som Alternativa de aquel argentino
espabilado, Dante Fachín, que dejó en la estacada a Podemos, tras ser su secretario general en Cataluña, y que, tras su
“brillante” declaración en el proceso por el 1-O aspira a seguir viviendo del
cuento.
En realidad, lo que se está jugando en el interior de la CUP
es una lucha para ver quién controla el chiringuito. Se trata de una organización asamblearia que ya parece difícil que haya
aguantado los sucesivos fracasos que ha promovido o en los que ha participado,
utilizando un lenguaje “revolucionario” y perentorio, más propio de los años 60
y 70 que del siglo XXI. Pero todo se acaba y la sensación que dan las CUP
es que hace mucho que llegaron a su techo máximo. Tras quemar a varias
promociones de militantes, ahora les queda remitir. Y en eso están.
¿Se acuerdan de CiU? Las siglas dominantes durante el “pujolato”
se extinguieron: UDC sigue existiendo como residuo testimonial y CDC se
transformó en PDCat para huir de los muchos procesos que la anterior sigla
tiene abiertos. La sigla CiU durante un largo ciclo de casi 40 años fue el
paradigma de lo que se llamó “el nacionalismo moderado”, pero los casos de
corrupción y el aventurerismo de Artur Mas, implicaron el declive de la sigla.
Cuando apareció Carlos Puigdemont, el partido ya estaba en crisis y eligieron a
un tipo de provincias para estar al frente.
Puigdemont sería eso
que en los EEUU llaman un “paleto de la América profunda”, un tipo con pocas
luces, pero ambicioso y que, fuera de la política y de la pastelería familiar,
literalmente, no tiene donde caerse muerto. La primera jugada le salió
bien: para evitar el “sorpasso” de ERC, les propuso una alianza, Junts per Catalunya. Y Oriol Junqueras
se lo creyó. ERC renunció a ser el partido mayoritario en Catalunya para
subsumirse en una coalición que debía llevar Cataluña a la independencia. Meses
después, Junqueras se dio cuenta de que lo habían timado. Se sabe lo que
ocurrió después: tras el 1-O todo estalló: Puigdemont se preocupó de salvarse a
sí mismo y allí sigue, en su Waterloo particular. Junqueras, en cambio, lleva
más de un año en prisión y luce sombrío en el banquillo de los acusados
convertido en el predicador de dos religiones que pierden creyentes día a día:
el catolicismo y el independentismo.
Puigdemont podía
pasar hasta ahora como un político honesto que ha huido para seguir adelante
con sus ideas… salvo por el hecho de que ahora se ha sabido que Puigdemont
ocultó un informe interno que admitía corrupción masiva en la obra pública
ejecutada en Cataluña. Dicho con otras palabras: la corrupción del 3-5%
sigue viva y activa, es una herencia del “pujolato” que ha sobrevivido a la
descomposición de CiU, al “procés” y que forma parte de la “construcción
nacional de Cataluña” tanto como la sardana o los concursos de castellers de
TV3. ¿Honestidad? Sí, pero con el 3%. Los datos que hoy presenta El Confidencial sobre este tema, por
supuesto, son evitados en la titubeante prensa catalana e ignorados por los
independentistas.
Al paleto de Waterloo le ha caído esta noticia, en uno de
esos días de desgracia, cuando el gobierno español y el parlamento europeo han
tirado por tierra su particular cuento de la lechera. Puigdemont aspiraba a presentarse a las elecciones europeas, ser
elegido, recibir inmunidad parlamentaria y volver a España con lo que sería
feliz y comería perdices. Le han dicho que no. Napoleón, al menos tuvo una
isla para gobernar sus últimos años. Puigdemont solamente tiene su “república
digital”. ¿La Crida per la República
que promovió? Creada como tramoya “unitaria”, no logró atraer a nadie salvo a escasos
sectores del PDCat.
En la última reunión del consejo de dirección del partido,
compuesto por 440 miembros, solamente asistieron 176. Puigdemont impuso sus
candidatos, recibiendo la hostilidad de buena parte de la organización,
especialmente de las comarcas de Gerona (su tierra natal). Pocas horas después
de conocerse las listas, 200 afiliados se dieron de baja. Las voces que claman
para que el presidente del partido, David Bonvehí, sea sustituido, agravan la
situación interior.
¿Qué ha ocurrido? Algo
muy simple: a poco de crear Puigdemont La Crida Nacional per la República, se
dio cuenta de que carecía de “tirón” y que su recorrido estaba agotado en la
misma meta de salida. Así que ha decidido recuperar el control sobre el PDCat e
imponer sus candidatos y sus puntos de vista… al margen de las opiniones de los
afiliados. Lo que, en la práctica, implica que el centro político del
independentismo (lo que en otro tiempo fue CDC) está ahora vacío: porque el
PDCat es ya hoy un partido convertido en un mero títere de un paleto exiliado
por sus propios errores y por sus torpezas.
Y así afronta el mundo independentista las próximas
convocatorias electorales. ¿Qué puede esperarse? Victoria pírrica de ERC antes del mazazo que supondrán las sentencias
del 1-O, con sus multas y sus inhabilitaciones. La obsesión por la
independencia será sustituida por la petición de amnistía. Dos elecciones
más y Rufián tendrá que vivir del paro…
Así está la Cataluña independentista. Menos mal que Cataluña
es algo más que el independentismo, mientras que del independentismo se sabe
que existe gracias a las noticias que van llegando sobre el “proceso al procés”.