En 1943, Robert Muzard, director de la
productora Nova Films, lanza la película Forces Occultes recuperando las
teorías del complot masónico difundidas desde el affaire Dreyfus por el núcleo
intelectual que luego daría vida a Action Française. La película se proyectó
por vez primera el 10 de marzo de 1943 en París (cuando ya la guerra había tomado
un signo adverso para las potencias del Eje) si bien previamente se había
presentado a las élites culturales de la Francia ocupada el 9 de enero del
mismo año.
El argumento de la película es lineal y
responde a los códigos del lenguaje cinematográfico de la época, excesivamente
próxima a los orígenes del “Séptimo Arte” como para que hoy pudiera ser
apreciada en todo su valor. Se suele decir que se trata de un film antimasónico
y ciertamente lo es, pero también es una película antiparlamentaria en la medida
en que se identifica de manera especialmente grotesca al hemiciclo como el
germen de las peores corruptelas, como el reino de la estupidez y de la
confusión, el dominio de la inmoralidad, el arribismo y el tráfico de
influencias… Y todo esto se vincula a la masonería. Se ha dicho que la película
es también “antisemita”. Hay que dudarlo. La cinta alude a la franc-masonería y
solamente a esta orden; en ella no aparecen ni judíos, ni se hacen alusiones
antisemitas. De hecho, tanto el director como el guionista conocían muy bien a
la masonería (ambos habían sido iniciados en las logias), pero en ningún
escrito demostraron animadversión hacia el judaísmo. Esta coletilla de “film
antisemita” se incorpora falazmente para justificar el que el director fuera
fusilado en la postguerra y el guionista condenado a muerte en contumacia…
La III República francesa había generado un
extendido caldo de cultivo antimasónico. A lo largo de las primeras décadas del
siglo XX, en efecto, se habían sucediendo escándalos y más escándalos que
tuvieron su origen en la escasa moralidad de la clase política francesa. En
alguno de estos casos, concretamente en el affaire Stavisky, la presencia de
miembros de la masonería en todos los niveles del escándalo había erosionado la
“moralidad” de esta asociación generando, especialmente en la extrema-derecha,
pero también en la izquierda comunista, la sensación de que corrupción y
masonería caminaban juntos bajo la III República.
Un guión poco exigente
La película empieza con lo que parece un debate
parlamentario. Los diputados de izquierdas y de derechas hablan y se pelean
interminablemente. El director los caracteriza como animales de pelea
evidenciando así su desprecio hacia todo lo que representa el parlamentarismo.
En el curso del debate se levanta un parlamentario –Pierre Auvanel– con un
discurso articulado en torno a la necesidad de superar la dicotomía
izquierda-derecha y sobre la necesidad de incorporar ideales nacionales y
sociales a la tarea de construcción nacional. El discurso y la estética de este
parlamentario –que será el protagonista de la película– le conceden una gran
seriedad y un indudable prestigio parlamentario. Con todo el discurso es el
propio de cualquier partido fascista de los años 30 y encierra en menos de
cinco minutos de imágenes todos los elementos a partir de los cuales nacieron y
se desarrollaron las distintas variedades de fascismo.
“Pierre Auvanel” lleva una vida normal,
alejada de los fastos y de los oropeles parlamentarios. No se afirma
explícitamente a qué partido pertenece pero su discurso inicial ha sido toda
una declaración de afirmación fascista que le proporciona una inmensa
notoriedad y peso político. Eso hace que en la logia masónica se hable de él y
se propongan incorporarlo a la organización para aprovechar su prestigio ganado
ante la sociedad.
El diputado en cuestión, parece ignorarlo
todo sobre la masonería, tiene una vaga referencia a su existencia, como si se
tratara apenas de una asociación cultural o de un círculo social de gente que
practica obras de caridad y acciones filantrópicas. Sea como fuere, ignora lo
que está –como se decía en aquella época– en la “trastienda de las logias” y
acepta ser iniciado en la logia como si se tratara de un fastidioso ritual para
entrar en una sociedad inofensiva. Su esposa le alerta sobre los comentarios
que circulan en torno a la masonería, pero él lo ignora y eso permite alcanzar
la médula central de la película y aquello por lo que ha pasado a la historia:
la dramatización, real, sin exageraciones ni distorsiones, de una iniciación
masónica en la que están presentes absolutamente todos los elementos, fases y
objetos rituales y demás elementos litúrgicos que se utilizaban entonces y que
se siguen utilizando en las logias 70 años después. Poco después de su iniciación,
la masonería pide a Auvanel votar a favor de una ley que repugna a su
conciencia, lo presionan y le amenazan. El diputado se mantiene firme y se
niega a apoyar la villanía que le solicitan. Aquí termina el film.
La película sorprende por su brevedad, es
un mediometraje de apenas 51 minutos y 38 segundos, equivalente a la duración
de determinadas series de televisión e impropia de películas rodadas
actualmente para su exhibición en salas. Todo su argumento parece destinado a
llegar al núcleo de la película, la ceremonia de iniciación masónica sin que el
guionista ni el director atribuyan excesiva importancia a todo lo que antecede
y sigue a estas escenas nunca antes filmadas y que nunca, por lo demás,
volverían a reproducirse con tanta fidelidad a la ceremonia real.
La película: ficha técnica
El origen de la película Forces Occultes se
encuentra en una iniciativa datada en 1942 de la oficina de propaganda alemana
en el París ocupado. En efecto, tras la ocupación del Norte de Francia en junio
de 1940, la Embajada del III Reich en la capital francesa creó un departamento
para controlar los productos culturales galos durante la ocupación. Este
departamento recibía el nombre de Propagandastaffel (literalmente, “escuadrón
de propaganda”) que existía en todo el marco del Reich y en los países
ocupados. Su misión consistía en velar para que las publicaciones, las
emisiones de radio y los espectáculos no lesionaran los intereses alemanes.
Posteriormente, esta oficina dependiente de la Embajada alemana en París pasó a
llamarse Propaganda-Abteilung Frankreich manteniendo sus dos atribuciones
básicas: censura de los contenidos y actividades de propaganda pro-alemana.
La ocupación alemana de París hizo que
buena parte de las películas que se estrenaron en aquellos años en la capital
francesa fueran de origen alemán. Por razones obvias (fundamentalmente a causa
de los distintos códigos del lenguaje cinematográfico que imperaban en Alemania
y que no eran los mismos a los que estaba habituado el público francés, y también
por una especie de rechazo chauvinista que experimentaban buena parte de los
franceses hacia todo lo que llegaba del otro lado del Rhin), lo cierto es que
aquella oleada de películas alemanas tuvo un éxito limitado. Goebels se quejó
en su diario, tras estrenarse la producción de la UFA, La synphonie fantastique
inspirada en la vida y la obra del compositor francés Héctor Berlioz: “Esto
furioso porque nuestras oficinas en París enseñan a los franceses cómo
representar el nacionalismo en sus films. Di instrucciones muy claras para que
los franceses no produjeran más que films ligeros, vacíos y, si es posible,
estúpidos. Pienso que se contentarán con ellos. No hay necesidad de desarrollar
su nacionalismo”.
El proyecto de Goebels estaba claro:
sustituir la “vacuidad francesa” por producciones alemanas más elaboradas y con
más contenido. Sólo más adelante, cuando Otto Abetz advirtió que el cine alemán
en Francia se estrellaba con la hostilidad de los espectadores, el Ministerio
de Propaganda y la Propagandastaffel variaron la orientación. No solamente
permitieron que floreciera bajo la ocupación un cine francés neutro, sino que
impulsaron películas realizadas por actores, guionistas y directores franceses
que podían popularizar algunos temas de la propaganda alemana que, por lo
demás, interesarían también al Gobierno de Vichy. Fue así como nació la idea de
encargar una película de denuncia de la masonería bajo la III República.
El equipo que impulsó la película estuvo
formado por Paul Riche como director y Jean Marqués-Rivière que se encargó del
guion y especialmente de la escenografía. El papel de “Pierre Auvenel”, el
diputado que se inicia en la masonería, fue encargado a Maurice Rémy. Se
trataba de tres nombres muy conocidos en la vida cultural francesa de la época.
Paul Riche: el director
Paul Riche, de verdadero nombre Jean Mamy,
dirigió la película. Venía avalado por una amplia experiencia en el cine en
donde había ejercido prácticamente todos los oficios relacionados con el
séptimo arte. Mamy realizó sus primeras armas en la escena como regidor y actor
de teatro entre 1920 y 1931 trabajando para distintas compañías. Cuando en 1931
el cine parecía haber alcanzado su madurez, Mamy filmó su primera película,
Baleydier, de la que en la actualidad no existe ninguna copia. Políticamente
era en esa época un militante de izquierdas que incluso había ingresado en el
Gran Oriente de Francia en la Venerable Logia Renan (8). Pocas semanas antes
del comienzo de la II Guerra Mundial, Mamy rodará Dédé de Montmartre con Albert
Préjean como actor principal.
Al producirse la derrota francesa en junio
de 1940, Mamy empezó a escribir para diarios y revistas calificadas como
colaboracionistas ya con el nombre de “Paul Riche”. Mamy se sentía próximo al
Parti Populaire Français de Jacques Doriot y fue redactor-jefe de L’Appel, una
revista partidaria de la colaboración con Alemania. Los méritos de Mamy como
redactor de L’Appel le llevaron a ser requerido por la oficina de propaganda
alemana en París para dirigir Forces Occultes. A la Propagandastaffel no se le
había escapado que Mamy era masón y, seguramente por eso, consideraba que era
el más adecuado para realizar un film de propaganda antimasónica con
conocimiento de causa.
En agosto de 1944, tras el desembarco en
Normandía y tras la ocupación norteamericana de París, Mamy fue detenido por
las Fuerzas Francesas del Interior de carácter gaullista. Pasó tres años en
cárcel antes de ser juzgado, condenado a muerte y fusilado. Se le acusó de
haber colaborado con la Gestapo. Sus versos escritos en la prisión de Fresnes
fueron publicados por su hijo en 1963 con el título de Les Barreaux d’or.
En Forces Occultes, Mamy con apenas cinco
filmes en su haber, titubea y realiza una cinta desigual en la que alterna
escenas geniales con otras de banalidad y desinterés absolutos. Los dos puntos
clave de la revista son la escena de la iniciación masónica, por supuesto, pero
también el arranque de la película con las escenas del debate parlamentario que
marcan los dos polos ideológicos de la obra. Vaya por delante que en su
conjunto no es una buena película, sino que se trata más bien de una cinta
mediocre que ha conseguido pasar a la historia del cine por estos dos momentos
que hacen de la película un testimonio honesto, realista y sin adulteraciones de
ningún tipo de lo que ocurría ayer y sigue ocurriendo hoy en el interior de las
logias masónicas en las ceremonias de admisión de nuevos miembros y un
documento que resume la crítica fascista al parlamentarismo.
Jean Marqués-Rivière: el guionista
La ambientación y la escenografía de la
película, así como una parte sustancial del guión se deben a Jean-Marie
Rivière, más conocido en la literatura esotérica como Jean Marquès Rivière.
Rivière falleció en el año 2000 a la provecta edad de 97 años después de una
vida intensa especialmente en el terreno esotérico y ocultista. La fama de
Rivière y su presencia en Forces Occultes deriva precisamente del prestigio del
que gozó en los medios culturales franceses de las entreguerras como
representante de la corriente esotérico-tradicionalista. A los 13 años se había
interesado por el budismo y esto le llevó a la Sociedad Teosófica, entrando
en esta temática por la puerta
equivocada propia de los seguidores de Helena Petrovna Blavatsky, pero tras un
breve tránsito por esta sociedad, ingresó en la masonería y, ya en su interior,
se interesó por los planteamientos de René Guénon y por su “tradicionalismo
integral”. En 1925 una delegación tibetana compuesta por varios lamas se
desplazó a París , uno de los cuales lo inició en el “angkour”, un ritual del
budismo tántrico. En esa época había emprendido estudios de sánscrito que le
permitieron desarrollar su innata vocación orientalista.
No es raro pues que Rivière, una vez
familiarizado con la obra de Guénon, iniciada ya la II Guerra Mundial pasó a
las filas del “colaboracionismo”. En realidad, Rivière había abandonado la
masonería antes del escándalo Stavisky y se convirtió en uno de los críticos
más persistentes a la presencia masónica durante la III República. Sabía de lo
que hablaba, no en vano, había sido alto cargo de la masonería y su presencia
en la revista Documents Maçonniques fue celebrada por toda la redacción.
Durante esos años escribió docena y media
de libros sobre historia del esoterismo, de la francmasonería y del
orientalismo que todavía hoy son regularmente reeditados y siguen figurando
entre las mejores obras sobre estos temas. A la sombra de los monasterios
tibetanos, su primera novela publicada cuando tenía 27 años sigue siendo objeto
de reediciones en varias lenguas. También publicó artículos en la revista
dirigida por René Guénon, Le Voile d’Isis y varios ensayos de contenido
político. En 1940, cuando ya había abandonado la masonería y convertido en un
crítico de la misma, publicó su gran obra, Historia de las Doctrinas Esotéricas
obra a la que inevitablemente van a parar todos los que aspiran a escribir en
la actualidad sobre este tema. A partir de ese momento, la casi totalidad de
sus obras fueron estudios críticos sobre la masonería escritos desde el punto
de vista de alguien que había conocido desde dentro a la asociación y sabía de
lo que estaba hablando. Mención particular merece la obra La traición
espiritual de la franc-masonería, lamentablemente no publicada en lengua
castellana. Se trata de una obra escrita en la línea del tradicionalismo
integral de René Guénon en donde reprocha a la masonería el haber servido como
ariete contra el mundo de la Tradición y ser un elemento más para la
construcción del mundo moderno. Tras la II Guerra Mundial escribió sobre
doctrinas orientales y orientalismo.
El cambio de posición de Riviére y su
tránsito de la masonería al anti-masonismo tuvo lugar en 1930 cuando su
maestro, René Guénon, ya se había establecido en Egipto. En esa época, Rivière,
realizaba rituales tántricos en los que intervenía sangre y alcohol, invocando
a “deidades” terribles para obtener “poderes”. Con el uso y abuso de estos
rituales terminó obsesionándose con lo que el ocultismo considera “habitantes
sutiles del mundo intermedio”. Estos rituales, realizados sin la necesaria
cualificación requerida se habían saldado con fracasos totales y con un estado
de obsesión permanente. Fue en ese momento cuando se produjo el cambio. Rivière
se sometió al ritual del exorcismo practicado por el padre Joseph de Tenquédec,
gran exorcista de la archidiócesis de París y se reintegró a la Iglesia
Católica. Poco después entregaba a Le Volie d’Isis un artículo sobre los
riesgos de las “prácticas mágicas”. Guénon en ese momento ya se encontraba en
Egipto y reprochó al director de la revista el que hubiera publicado el texto
de Riviére que le parecía confuso.
Tal fue la temática de La Traición
espiritual de la franc-masonería con el que se inicia la serie de los escritos
antimasónicos de Riviére que le llevaron a ser uno de los organizadores de la
exposición antimasónica de París realizada en plena ocupación a la que siguió
su participación en el guion y en la escenografía de la película Forces Occultes.
Al entrar los aliados en París, Rivière se
desplazó hacia el Este y durante varios años se perdió su pista. Más adelante
se supo que había conseguido alcanzar España. Su responsabilidad en las
actividades antimasónicas durante la ocupación y, especialmente, la redacción
de textos críticos en relación a la masonería fueron los elementos que
determinaron el que un tribunal lo condenara a muerte en contumacia… condena
exagerada especialmente si tenemos en cuenta que su único delito había sido
escribir y presentar los rituales masónicos tal como se celebrar en el interior
de las logias.
Maurice Rémy: “Pierre Avenel”
Maurice Rémy que en la película asumía el
papel de protagonista como “diputado Pierre Avenel”, había rodado entre 1930 y
1942, 35 películas. Forces Occultes sería la última de su carrera, nunca más
volvería a protagonizar ningún otro film. Su nombre, ha sido eliminado de todas
las historias oficiales del cine francés y ni siquiera en Wikipedia es posible
saber incluso su lugar de nacimiento y la fecha de su muerte.
La película, a pesar de tratarse de una cinta
que ha sido vista más en los últimos años (a través de sistemas P2P y de
youTube) que en el momento en que fue estrenada, no fue olvidada por aquellos
contra los que iba dirigida: la francmasonería. Es curioso constatar que, en la
actualidad, incluso algunas webs masónicas recomienden ver esta película y en
especial la escena de la iniciación masónica, como la única posibilidad que
tiene el profano de aproximarse a la escenificación de un ritual celebrado en
las logias.
Si tenemos en cuenta que el director de la
película fue fusilado (y su delito había consistido en realidad en mostrarse
leal y aceptar al gobierno de Vichy), si tenemos en cuenta que el guionista
debió exiliarse y fue condenado a muerte en contumacia y si tenemos,
finalmente, en cuenta que el actor protagonista, después de una prometedora
carrera y de haber protagonizado 35 cintas no volvió nunca más a protagonizar
una película y que su nombre desaparecería de la historia del cine… podemos
afirmar que la cinta no aportó sino desgracia a quienes participaron en su
elaboración de manera destacada. ¿Tan peligrosa era una película que se
limitara a mostrar que la masonería había jugado el papel de una sociedad
influyente durante la III República y recordar que algunos de sus miembros
habían confundido la “fraternidad” masónica con la “complicidad”? Debía de
serlo a tenor de los destinos de sus artífices.