jueves, 21 de marzo de 2019

365 QUEJÍOS (294) - EL FILM ANTIMASÓNICO POR EXCELENCIA: "FORCES OCCULTES"


En 1943, Robert Muzard, director de la productora Nova Films, lanza la película Forces Occultes recuperando las teorías del complot masónico difundidas desde el affaire Dreyfus por el núcleo intelectual que luego daría vida a Action Française. La película se proyectó por vez primera el 10 de marzo de 1943 en París (cuando ya la guerra había tomado un signo adverso para las potencias del Eje) si bien previamente se había presentado a las élites culturales de la Francia ocupada el 9 de enero del mismo año.

El argumento de la película es lineal y responde a los códigos del lenguaje cinematográfico de la época, excesivamente próxima a los orígenes del “Séptimo Arte” como para que hoy pudiera ser apreciada en todo su valor. Se suele decir que se trata de un film antimasónico y ciertamente lo es, pero también es una película antiparlamentaria en la medida en que se identifica de manera especialmente grotesca al hemiciclo como el germen de las peores corruptelas, como el reino de la estupidez y de la confusión, el dominio de la inmoralidad, el arribismo y el tráfico de influencias… Y todo esto se vincula a la masonería. Se ha dicho que la película es también “antisemita”. Hay que dudarlo. La cinta alude a la franc-masonería y solamente a esta orden; en ella no aparecen ni judíos, ni se hacen alusiones antisemitas. De hecho, tanto el director como el guionista conocían muy bien a la masonería (ambos habían sido iniciados en las logias), pero en ningún escrito demostraron animadversión hacia el judaísmo. Esta coletilla de “film antisemita” se incorpora falazmente para justificar el que el director fuera fusilado en la postguerra y el guionista condenado a muerte en contumacia…

La III República francesa había generado un extendido caldo de cultivo antimasónico. A lo largo de las primeras décadas del siglo XX, en efecto, se habían sucediendo escándalos y más escándalos que tuvieron su origen en la escasa moralidad de la clase política francesa. En alguno de estos casos, concretamente en el affaire Stavisky, la presencia de miembros de la masonería en todos los niveles del escándalo había erosionado la “moralidad” de esta asociación generando, especialmente en la extrema-derecha, pero también en la izquierda comunista, la sensación de que corrupción y masonería caminaban juntos bajo la III República.


Un guión poco exigente

La película empieza con lo que parece un debate parlamentario. Los diputados de izquierdas y de derechas hablan y se pelean interminablemente. El director los caracteriza como animales de pelea evidenciando así su desprecio hacia todo lo que representa el parlamentarismo. En el curso del debate se levanta un parlamentario –Pierre Auvanel– con un discurso articulado en torno a la necesidad de superar la dicotomía izquierda-derecha y sobre la necesidad de incorporar ideales nacionales y sociales a la tarea de construcción nacional. El discurso y la estética de este parlamentario –que será el protagonista de la película– le conceden una gran seriedad y un indudable prestigio parlamentario. Con todo el discurso es el propio de cualquier partido fascista de los años 30 y encierra en menos de cinco minutos de imágenes todos los elementos a partir de los cuales nacieron y se desarrollaron las distintas variedades de fascismo.

“Pierre Auvanel” lleva una vida normal, alejada de los fastos y de los oropeles parlamentarios. No se afirma explícitamente a qué partido pertenece pero su discurso inicial ha sido toda una declaración de afirmación fascista que le proporciona una inmensa notoriedad y peso político. Eso hace que en la logia masónica se hable de él y se propongan incorporarlo a la organización para aprovechar su prestigio ganado ante la sociedad.

El diputado en cuestión, parece ignorarlo todo sobre la masonería, tiene una vaga referencia a su existencia, como si se tratara apenas de una asociación cultural o de un círculo social de gente que practica obras de caridad y acciones filantrópicas. Sea como fuere, ignora lo que está –como se decía en aquella época– en la “trastienda de las logias” y acepta ser iniciado en la logia como si se tratara de un fastidioso ritual para entrar en una sociedad inofensiva. Su esposa le alerta sobre los comentarios que circulan en torno a la masonería, pero él lo ignora y eso permite alcanzar la médula central de la película y aquello por lo que ha pasado a la historia: la dramatización, real, sin exageraciones ni distorsiones, de una iniciación masónica en la que están presentes absolutamente todos los elementos, fases y objetos rituales y demás elementos litúrgicos que se utilizaban entonces y que se siguen utilizando en las logias 70 años después. Poco después de su iniciación, la masonería pide a Auvanel votar a favor de una ley que repugna a su conciencia, lo presionan y le amenazan. El diputado se mantiene firme y se niega a apoyar la villanía que le solicitan. Aquí termina el film.

La película sorprende por su brevedad, es un mediometraje de apenas 51 minutos y 38 segundos, equivalente a la duración de determinadas series de televisión e impropia de películas rodadas actualmente para su exhibición en salas. Todo su argumento parece destinado a llegar al núcleo de la película, la ceremonia de iniciación masónica sin que el guionista ni el director atribuyan excesiva importancia a todo lo que antecede y sigue a estas escenas nunca antes filmadas y que nunca, por lo demás, volverían a reproducirse con tanta fidelidad a la ceremonia real.

La película: ficha técnica

El origen de la película Forces Occultes se encuentra en una iniciativa datada en 1942 de la oficina de propaganda alemana en el París ocupado. En efecto, tras la ocupación del Norte de Francia en junio de 1940, la Embajada del III Reich en la capital francesa creó un departamento para controlar los productos culturales galos durante la ocupación. Este departamento recibía el nombre de Propagandastaffel (literalmente, “escuadrón de propaganda”) que existía en todo el marco del Reich y en los países ocupados. Su misión consistía en velar para que las publicaciones, las emisiones de radio y los espectáculos no lesionaran los intereses alemanes. Posteriormente, esta oficina dependiente de la Embajada alemana en París pasó a llamarse Propaganda-Abteilung Frankreich manteniendo sus dos atribuciones básicas: censura de los contenidos y actividades de propaganda pro-alemana.

La ocupación alemana de París hizo que buena parte de las películas que se estrenaron en aquellos años en la capital francesa fueran de origen alemán. Por razones obvias (fundamentalmente a causa de los distintos códigos del lenguaje cinematográfico que imperaban en Alemania y que no eran los mismos a los que estaba habituado el público francés, y también por una especie de rechazo chauvinista que experimentaban buena parte de los franceses hacia todo lo que llegaba del otro lado del Rhin), lo cierto es que aquella oleada de películas alemanas tuvo un éxito limitado. Goebels se quejó en su diario, tras estrenarse la producción de la UFA, La synphonie fantastique inspirada en la vida y la obra del compositor francés Héctor Berlioz: “Esto furioso porque nuestras oficinas en París enseñan a los franceses cómo representar el nacionalismo en sus films. Di instrucciones muy claras para que los franceses no produjeran más que films ligeros, vacíos y, si es posible, estúpidos. Pienso que se contentarán con ellos. No hay necesidad de desarrollar su nacionalismo”.

El proyecto de Goebels estaba claro: sustituir la “vacuidad francesa” por producciones alemanas más elaboradas y con más contenido. Sólo más adelante, cuando Otto Abetz advirtió que el cine alemán en Francia se estrellaba con la hostilidad de los espectadores, el Ministerio de Propaganda y la Propagandastaffel variaron la orientación. No solamente permitieron que floreciera bajo la ocupación un cine francés neutro, sino que impulsaron películas realizadas por actores, guionistas y directores franceses que podían popularizar algunos temas de la propaganda alemana que, por lo demás, interesarían también al Gobierno de Vichy. Fue así como nació la idea de encargar una película de denuncia de la masonería bajo la III República.

El equipo que impulsó la película estuvo formado por Paul Riche como director y Jean Marqués-Rivière que se encargó del guion y especialmente de la escenografía. El papel de “Pierre Auvenel”, el diputado que se inicia en la masonería, fue encargado a Maurice Rémy. Se trataba de tres nombres muy conocidos en la vida cultural francesa de la época.

Paul Riche: el director

Paul Riche, de verdadero nombre Jean Mamy, dirigió la película. Venía avalado por una amplia experiencia en el cine en donde había ejercido prácticamente todos los oficios relacionados con el séptimo arte. Mamy realizó sus primeras armas en la escena como regidor y actor de teatro entre 1920 y 1931 trabajando para distintas compañías. Cuando en 1931 el cine parecía haber alcanzado su madurez, Mamy filmó su primera película, Baleydier, de la que en la actualidad no existe ninguna copia. Políticamente era en esa época un militante de izquierdas que incluso había ingresado en el Gran Oriente de Francia en la Venerable Logia Renan (8). Pocas semanas antes del comienzo de la II Guerra Mundial, Mamy rodará Dédé de Montmartre con Albert Préjean como actor principal.

Al producirse la derrota francesa en junio de 1940, Mamy empezó a escribir para diarios y revistas calificadas como colaboracionistas ya con el nombre de “Paul Riche”. Mamy se sentía próximo al Parti Populaire Français de Jacques Doriot y fue redactor-jefe de L’Appel, una revista partidaria de la colaboración con Alemania. Los méritos de Mamy como redactor de L’Appel le llevaron a ser requerido por la oficina de propaganda alemana en París para dirigir Forces Occultes. A la Propagandastaffel no se le había escapado que Mamy era masón y, seguramente por eso, consideraba que era el más adecuado para realizar un film de propaganda antimasónica con conocimiento de causa.

En agosto de 1944, tras el desembarco en Normandía y tras la ocupación norteamericana de París, Mamy fue detenido por las Fuerzas Francesas del Interior de carácter gaullista. Pasó tres años en cárcel antes de ser juzgado, condenado a muerte y fusilado. Se le acusó de haber colaborado con la Gestapo. Sus versos escritos en la prisión de Fresnes fueron publicados por su hijo en 1963 con el título de Les Barreaux d’or.

En Forces Occultes, Mamy con apenas cinco filmes en su haber, titubea y realiza una cinta desigual en la que alterna escenas geniales con otras de banalidad y desinterés absolutos. Los dos puntos clave de la revista son la escena de la iniciación masónica, por supuesto, pero también el arranque de la película con las escenas del debate parlamentario que marcan los dos polos ideológicos de la obra. Vaya por delante que en su conjunto no es una buena película, sino que se trata más bien de una cinta mediocre que ha conseguido pasar a la historia del cine por estos dos momentos que hacen de la película un testimonio honesto, realista y sin adulteraciones de ningún tipo de lo que ocurría ayer y sigue ocurriendo hoy en el interior de las logias masónicas en las ceremonias de admisión de nuevos miembros y un documento que resume la crítica fascista al parlamentarismo.

Jean Marqués-Rivière: el guionista

La ambientación y la escenografía de la película, así como una parte sustancial del guión se deben a Jean-Marie Rivière, más conocido en la literatura esotérica como Jean Marquès Rivière. Rivière falleció en el año 2000 a la provecta edad de 97 años después de una vida intensa especialmente en el terreno esotérico y ocultista. La fama de Rivière y su presencia en Forces Occultes deriva precisamente del prestigio del que gozó en los medios culturales franceses de las entreguerras como representante de la corriente esotérico-tradicionalista. A los 13 años se había interesado por el budismo y esto le llevó a la Sociedad Teosófica, entrando en  esta temática por la puerta equivocada propia de los seguidores de Helena Petrovna Blavatsky, pero tras un breve tránsito por esta sociedad, ingresó en la masonería y, ya en su interior, se interesó por los planteamientos de René Guénon y por su “tradicionalismo integral”. En 1925 una delegación tibetana compuesta por varios lamas se desplazó a París , uno de los cuales lo inició en el “angkour”, un ritual del budismo tántrico. En esa época había emprendido estudios de sánscrito que le permitieron desarrollar su innata vocación orientalista.

No es raro pues que Rivière, una vez familiarizado con la obra de Guénon, iniciada ya la II Guerra Mundial pasó a las filas del “colaboracionismo”. En realidad, Rivière había abandonado la masonería antes del escándalo Stavisky y se convirtió en uno de los críticos más persistentes a la presencia masónica durante la III República. Sabía de lo que hablaba, no en vano, había sido alto cargo de la masonería y su presencia en la revista Documents Maçonniques fue celebrada por toda la redacción.

Durante esos años escribió docena y media de libros sobre historia del esoterismo, de la francmasonería y del orientalismo que todavía hoy son regularmente reeditados y siguen figurando entre las mejores obras sobre estos temas. A la sombra de los monasterios tibetanos, su primera novela publicada cuando tenía 27 años sigue siendo objeto de reediciones en varias lenguas. También publicó artículos en la revista dirigida por René Guénon, Le Voile d’Isis y varios ensayos de contenido político. En 1940, cuando ya había abandonado la masonería y convertido en un crítico de la misma, publicó su gran obra, Historia de las Doctrinas Esotéricas obra a la que inevitablemente van a parar todos los que aspiran a escribir en la actualidad sobre este tema. A partir de ese momento, la casi totalidad de sus obras fueron estudios críticos sobre la masonería escritos desde el punto de vista de alguien que había conocido desde dentro a la asociación y sabía de lo que estaba hablando. Mención particular merece la obra La traición espiritual de la franc-masonería, lamentablemente no publicada en lengua castellana. Se trata de una obra escrita en la línea del tradicionalismo integral de René Guénon en donde reprocha a la masonería el haber servido como ariete contra el mundo de la Tradición y ser un elemento más para la construcción del mundo moderno. Tras la II Guerra Mundial escribió sobre doctrinas orientales y orientalismo.

El cambio de posición de Riviére y su tránsito de la masonería al anti-masonismo tuvo lugar en 1930 cuando su maestro, René Guénon, ya se había establecido en Egipto. En esa época, Rivière, realizaba rituales tántricos en los que intervenía sangre y alcohol, invocando a “deidades” terribles para obtener “poderes”. Con el uso y abuso de estos rituales terminó obsesionándose con lo que el ocultismo considera “habitantes sutiles del mundo intermedio”. Estos rituales, realizados sin la necesaria cualificación requerida se habían saldado con fracasos totales y con un estado de obsesión permanente. Fue en ese momento cuando se produjo el cambio. Rivière se sometió al ritual del exorcismo practicado por el padre Joseph de Tenquédec, gran exorcista de la archidiócesis de París y se reintegró a la Iglesia Católica. Poco después entregaba a Le Volie d’Isis un artículo sobre los riesgos de las “prácticas mágicas”. Guénon en ese momento ya se encontraba en Egipto y reprochó al director de la revista el que hubiera publicado el texto de Riviére que le parecía confuso.

Tal fue la temática de La Traición espiritual de la franc-masonería con el que se inicia la serie de los escritos antimasónicos de Riviére que le llevaron a ser uno de los organizadores de la exposición antimasónica de París realizada en plena ocupación a la que siguió su participación en el guion y en la escenografía de la película Forces Occultes.

Al entrar los aliados en París, Rivière se desplazó hacia el Este y durante varios años se perdió su pista. Más adelante se supo que había conseguido alcanzar España. Su responsabilidad en las actividades antimasónicas durante la ocupación y, especialmente, la redacción de textos críticos en relación a la masonería fueron los elementos que determinaron el que un tribunal lo condenara a muerte en contumacia… condena exagerada especialmente si tenemos en cuenta que su único delito había sido escribir y presentar los rituales masónicos tal como se celebrar en el interior de las logias.

Maurice Rémy: “Pierre Avenel”

Maurice Rémy que en la película asumía el papel de protagonista como “diputado Pierre Avenel”, había rodado entre 1930 y 1942, 35 películas. Forces Occultes sería la última de su carrera, nunca más volvería a protagonizar ningún otro film. Su nombre, ha sido eliminado de todas las historias oficiales del cine francés y ni siquiera en Wikipedia es posible saber incluso su lugar de nacimiento y la fecha de su muerte.

La película, a pesar de tratarse de una cinta que ha sido vista más en los últimos años (a través de sistemas P2P y de youTube) que en el momento en que fue estrenada, no fue olvidada por aquellos contra los que iba dirigida: la francmasonería. Es curioso constatar que, en la actualidad, incluso algunas webs masónicas recomienden ver esta película y en especial la escena de la iniciación masónica, como la única posibilidad que tiene el profano de aproximarse a la escenificación de un ritual celebrado en las logias.

Si tenemos en cuenta que el director de la película fue fusilado (y su delito había consistido en realidad en mostrarse leal y aceptar al gobierno de Vichy), si tenemos en cuenta que el guionista debió exiliarse y fue condenado a muerte en contumacia y si tenemos, finalmente, en cuenta que el actor protagonista, después de una prometedora carrera y de haber protagonizado 35 cintas no volvió nunca más a protagonizar una película y que su nombre desaparecería de la historia del cine… podemos afirmar que la cinta no aportó sino desgracia a quienes participaron en su elaboración de manera destacada. ¿Tan peligrosa era una película que se limitara a mostrar que la masonería había jugado el papel de una sociedad influyente durante la III República y recordar que algunos de sus miembros habían confundido la “fraternidad” masónica con la “complicidad”? Debía de serlo a tenor de los destinos de sus artífices.