lunes, 11 de marzo de 2019

365 QUEJÍOS (289) – EN LA MUERTE DE GUILLAUME FAYE


Hace cuatro días, el 7 de marzo de 2019, falleció en Angulema Guillaume Faye. Uno de los pocos libros que salvé de la liquidación de mi biblioteca convencional fue el primero que leí de él durante mi exilio francés, Le système à tuer les peuples. Desde entonces he seguido su carrera como ensayista. Al volver a España lo perdí de vista y durante años no volví a saber de él. En un viaje a París -debió ser a finales de los 90- compré la nueva revista que publicaba, J’ai tout compris. Ayudé en la traducción de El Arqueofuturismo que incluía algunas notas sobre su polémica con Alain de Benoist, su exclusión del GRECE (por dos ocasiones, en 1986 y en 2000), y, desde entonces, fui traduciendo algunos libros y artículos que escribió entre 2000 y la fecha de su muerte.

No tengo ningún inconveniente en afirmar que su obra constituyó una inspiración para mí. Sus puntos de vista y la forma en la que los exponía, generalmente provocadores e impactantes, animaron múltiples debates. Fue uno de los que primero denunciaron la “islamización de Europa” y denunció el rostro de la modernidad. La fórmula “arqueofuturista”, síntesis de tradición y revolución, sigue siendo para algunos de nosotros la mejor expresión del pensamiento alternativo, el mejor paradigma contra la corrección política y el resumen del programa contra el Nuevo Orden Mundial.

Nunca dejó de creer en la idea europea y en el potencial europeo para superar la peor crisis de su historia: la actual.

Su técnica consistía en lanzar andanadas provocadoras que suscitaran debates. Era de los contrarios a cualquier catecismo. Uno de los motivos que me impulsaron a experimentar el mayor respeto y admiración por él fue la crítica que él mismo realizó al “gramscismo cultural” defendido por él mismo y por la “nouvelle droite” en los años 70.

Todos los que lo conocimos, directamente o a través de su obra, sabemos que se trataba de un personaje excesivo, tanto en su vida personal como en sus escritos. A diferencia de otros responsables de la antigua “nouvelle droite”, Faye nunca intentó entrar en los medios de la “respetabilidad intelectual” y optó siempre por el papel, menos rentable, pero más grato desde el punto de vista personal, del eterno “enfant terrible”.

En los medios de extrema-derecha, su libro sobre la cuestión judía resultó muy criticado y se habló de que se había convertido al nacional-sionismo. Es discutible porque la obra de un autor no puede medirse por algunas páginas de uno de sus ensayos, sino por la totalidad de su obra. Como máximo puede reconocerse que Faye compartía la idea de que había que cerrar las puertas al mundo islámico en Europa y que uno de los aliados objetivos para esta cuestión era el Estado de Israel. No era el único en proponer esta idea dentro de Francia, incluso en los medios de extrema-derecha la misma idea había estado presente en los años 50.

Se acusa a Faye de haber sido excesivamente catastrofista en sus previsiones y de haber anunciado una “guerra étnica” que todavía no ha estallado. De hecho, él no la anunció a plazo fijo, pero sí estableció que algunos fenómenos que se están produciendo en la actualidad, suponen los primeros chispazos de esa guerra étnica. Creo, sinceramente, que, en este terreno, Faye acertó plenamente: los nuevos grupos étnicos llegados a Europa siguen sin reconocerse en la cultura europea y mantienen entre ellos el espíritu de tribu aferrados a valores religiosos no europeos y a su propia identidad racial. Si hay momentos en los que están tranquilos es porque el sistema ha comprado la paz étnica mediante un régimen de subsidios. Si nos limitamos a constatar la realidad, cuidadosamente ocultada por medios y tertulianos, veremos que una parte muy importante de los problemas y molestias que sufre la sociedad europea (incluida la violencia doméstica, las agresiones sexuales y violaciones, la delincuencia, el deterioro de la seguridad ciudadana) están vinculados, en mayor o menor medida, al fenómeno de la inmigración masiva y descontrolada.

Libros como La colonización de Europa o El nuevo discurso a la nación europea, o el mismo Arqueofuturismo con el que regresó a la arena de la polémica, seguirán siendo libros de texto para todos los que muestren una objetividad y una ausencia de prejuicios ideológicos en su intento de ver la realidad tal cual es y no mediante la utilización de prismas y lentes deformantes.

El esfuerzo de Faye, su carácter dionisíaco y carente de prejuicios, lo situaban en las antípodas de los intelectuales pequeño-burgueses que solamente aspiran a que su obra sea reconocida en los foros bienpensantes y de alta difusión.

Faye, como Evola, como el propio Benoist, incluso como Thiriart, Duguin y tantos otros, exigen del lector cierta formación cultural y cierta capacidad para discernir, discriminar y decidir. No son obras que puedan aceptarse o rechazarse en su totalidad, cada una de ellas tiene matices, aciertos y déficits y así hay que tomarlos. Faye ni tendrá ni exigirá, ni siquiera le gustaría que existieran “fayeanos”: lo que sí exige del lector es algo tan simple como que piense por sí mismo. Si en este blog figura en el encabezamiento un paradigma personal, reconozco que parte de él, se debe a escritores como Guillaume Faye, grande entre los últimos intelectuales europeos.