Es frecuente oír que Ramiro Ledesma representa la «izquierda
fascista» española en relación a la «derecha fascista» que estaría representada
por Onésimo Redondo y Ruiz de Alda (y seguramente con más amplitud por José
Calvo Sotelo) y al «centro fascista» de José Antonio Primo de Rivera, como hubo
en el NSDAP una derecha (Göring), un centro (Hitler) y una izquierda (Rhöm,
Strasser) e idéntico esquema encontramos en Italia personalizada en Rocco,
Mussolini y Farinacci. Todo esto, puede valer a la hora de las
simplificaciones, pero no puede convertirse en abusivo en la medida en que una
cosa es «la izquierda» tal como se la considera en términos de parlamentarismo
liberal y otra muy distinta el situarse «a la izquierda» dentro de un partido
fascista en cualquiera de sus variedades nacionales.
En los años en los que vivió Ramiro Ledesma nadie se hubiera atrevido a calificarlo como «hombre de izquierdas» (él mismo, no solamente no lo era, sino que rechazaba esta catalogación). Otro tanto ocurrió en los años 40, 50 e incluso en la primera mitad de los 60: la izquierda española era inexistente, no solamente por la obstaculización puesta por el franquismo a la difusión de esas ideas, sino porque las distintas formaciones clandestinas de esa corriente habían sido casi completamente desarticuladas sin que la opinión pública pareciera lamentarlo excesivamente. El problema vino cuando en la segunda mitad de los años 60, existe un verdadero progreso económico, una innegable industrialización que amplía el proletariado urbano y las clases medias y, en sintonía con otros países occidentales, aparece en la universidad el movimiento estudiantil y la nueva izquierda.
En los años en los que vivió Ramiro Ledesma nadie se hubiera atrevido a calificarlo como «hombre de izquierdas» (él mismo, no solamente no lo era, sino que rechazaba esta catalogación). Otro tanto ocurrió en los años 40, 50 e incluso en la primera mitad de los 60: la izquierda española era inexistente, no solamente por la obstaculización puesta por el franquismo a la difusión de esas ideas, sino porque las distintas formaciones clandestinas de esa corriente habían sido casi completamente desarticuladas sin que la opinión pública pareciera lamentarlo excesivamente. El problema vino cuando en la segunda mitad de los años 60, existe un verdadero progreso económico, una innegable industrialización que amplía el proletariado urbano y las clases medias y, en sintonía con otros países occidentales, aparece en la universidad el movimiento estudiantil y la nueva izquierda.
A partir de entonces, el franquismo y sus organizaciones de
masas (sindicatos, asociaciones juveniles, estudiantiles) empezaron a dar
muestras de agotamiento. Hacia 1969 (incluso antes) algunos sectores
falangistas ya no se sentían en condiciones de combatir a la izquierda,
especialmente en la universidad. Algunos sectores falangistas, por simple asimilación con el clima que se vivía en los centros de estudio, introdujeron el "obrerismo" en su discurso político, recuperando la figura de "Ramiro Ledesma fundador de las CONS". La publicación de ¿Fascismo en España?, y del Discurso
a las Juventudes de España por una editorial de amplia difusión y ubicada
políticamente a la izquierda, alimentó esta tendencia. La obra de Ledesma –y
más que la obra, algunos fragmentos, convenientemente aislados del contexto– se
convirtieron en referencias de la izquierda falangista.
Así mismo, en el desierto político que atravesó la extrema–derecha
española después de la transición, aparecieron formaciones de carácter
«nacional–revolucionario» (eufemismo de sustitución del pleonasmo
«neo–fascista») que recuperaron la figura de Ledesma. ¿Por qué? Para disponer
de un fundamento nacional y español en el que apoyar históricamente sus
doctrinas y pretensiones. También aquí, a la vista de que la totalidad del
personaje era irrecuperable, se prefirió evitar realizar un análisis
sistematizado de sus textos, publicando solamente comentarios encomiásticos que
ignorasen tanto el contexto como la perspectiva general y que, en buena medida,
estamos desmintiendo en estas mismas páginas: apareció así el Ledesma
antisemita, el Ledesma nacional–bolchevique, el Ledesma ultra–revolucionario de
izquierdas, el mismo Ledesma boicoteado durante el franquismo, y así
sucesivamente.
Como alguien escribió: «encontramos
la calculadamente ambigua teoría de la «transversalidad como caracterización de
los ideales de Ramiro para justificar en la actualidad lo que constituye un
ejercicio de saltimbalquismo que desprecia la esencia del ramirismo y lo
traduce en términos neo–nazis». La cita sería perfecta de no ser porque el
en párrafo siguiente y barriendo para casa, la estropea el autor añadiendo: «El sujeto de acción política para Ledesma
no era «transversal; estaba claramente definido en la clase obrera. Ramiro
utiliza en todo momento un discurso de clase, se dirige constantemente al
proletariado a quien llama a ocupar su destino como protagonista en la
dirección de la res–pública»… lo que implicaría que Ledesma se situaba a la
izquierda del panorama político, en una «izquierda nacional» a la vista de su
innegable impulso patriótico. Error notable.
Es cierto que Ledesma aludía con cierta frecuencia a la
«nacionalización de la clase obrera» y que defendía lo que en la actualidad
tiende a llamar un «patriotismo social» y lo que Drieu La Rochelle y Maurice
Bardéche llamaron en muchas ocasiones «socialismo fascista». Discrepamos en considerar que la
«nacionalización de las masas obreras de la CNT» (pues Ledesma se refería
especialmente a la CNT, de la que solía lamentar la tutela de que era objeto
por parte de la FAI, y prácticamente nunca reconoció a la UGT papel relevante
alguno ni siquiera entre la clase obrera) fuera una «estrategia». Era, como máximo,
una táctica tendente a penetrar en la clase obrera a la vista de que las
experiencias operadas en Italia y Alemania, indicaban que un «movimiento
fascista» debía tener un ala obrerista fuerte, viva y activa.
Es importante esta división entre «estrategia» (plan general
de operaciones para llegar a la conquista del objetivo político) y «táctica»
(cada una de las fases en las que se articula y lleva a cabo el plan
estratégico»). Hemos demostrado en el Capítulo III de Ramiro Ledesma a contraluz
que, en su período de madurez política (a partir del momento en el que concluye
el balbuceo y los primeros pasos de La Conquista del Estado y se embarca en la
construcción de las JONS) sólo contempló
una estrategia posible: la construcción de un gran partido fascista español…
una de cuyas tácticas es la consolidación de un fuerte rama obrera en su
interior y para ello impulsa las CONS justo cuando ya está en el interior
de Falange Española y logra «movilizar a los parados», según explica en ¿Fascismo en España? Ahora bien… el que
esta acción fue «táctica» queda claro especialmente porque tanto Ramiro Ledesma
como Primo de Rivera, en sus contactos con los monárquicos vascos de Renovación
Española, aceptaban fondos de esta procedencia a cambio de tratar de organizar
una fuerza sindical de carácter patriótico. Desde el principio, seguramente
porque de entre todos los «fundadores», Ledesma era el que más había insistido
en la necesidad de disponer de una base obrera amplia sin la cual no existiría
ese «gran partido fascista español», siempre –incluso en el primer y único
número de Nuestra Revolución–
insistiría en esa dirección. Y es significativo que, en ese último intento,
cuando ya se había reconciliado con Primo de Rivera y cuando ya se había
reintegrado en la estrategia que él mismo diseñara de «construcción del gran
partido fascista español», siguiera encargándose de galvanizar a la clase
obrera con mensajes dirigidos a integrarla en el «patriotismo social». Así
pues, el error de quienes han querido ver en Ledesma a un «obrerista»
interesado en crear una «izquierda nacional» o algo que pudiera ser considerado
como tal, estriba en confundir una mera táctica con una estrategia general.
Es más, si Ledesma utiliza el término nacional–sindicalismo en lugar de nacional–socialismo, se debe a que apuntaba a las masas obreras de la CNT a las que consideraba como más predispuestas para acoger el mensaje de la variedad española de fascismo que estaba elaborando. ¿Y qué mejor forma de interesar a los miembros de la CNT que incluir en el nombre de la doctrina la palabra «sindicalismo»? A fin de cuentas, el propio Mussolini había trabajado para integrar en el fascismo a la corriente sindicalista revolucionaria italiana y en esos mismos momentos, Hubert Lagardelle y sus sindicalistas sorelianos franceses estaban mirando con interés al fascismo e incluso la muy derechista Action Française reclutaba entre la clase obrera y no precisamente núcleos reducidos como ocurría en España en esos momentos.
Todo lo cual no
impide presumir que el obrerismo de Ramiro fuera sincero y honesto y,
efectivamente, el objetivo político final era desmontar el capitalismo, pero
para ello era necesario construir antes «el gran partido fascista» (fascismos
“a la española”, esto es: “nacional-sindicalismo”). Eso implicaba obtener
recursos, medios y extender a otros grupos sociales los ideales
nacional–sindicalistas. En ningún momento Ledesma afirma que la clase obrera
sea, como pretendían los marxistas, una «clase objetivamente revolucionaria»,
ni la única clase a movilizar, ni siquiera aludía a la «clase obrera» como
sujeto político, ni hay trazas de que realizara una «política de clase», o que
reconociera una «conciencia de clase»,
conceptos patentados por la izquierda marxista.
Para Ledesma la clase
es inferior a la nación, de la misma forma que el Imperio es la culminación de
la misma. En lugar alguno de sus escritos hay materia suficiente como para
pensar que tuviera a gala considerar a la clase obrera española como
objetivamente revolucionaria ni que realizara «política de clase». Está claro
que aislando tal o cual frase del contexto en el que fue pronunciada y a
despecho de otras frases que pudieran resultar contradictorias pronunciadas o
escritas en el mismo período, se logra retorcer el pensamiento auténtico de tal
o cual personaje hasta extremos increíbles y ya hemos visto como alguien
trataba de hacer de Ledesma un «nacional–bolchevique». Pero la verdad –y la
seriedad– están en otro lugar. Ledesma se merece que seamos honestos con su
pensamiento y evitar convertirlo en un monigote que se puede tirar hacia uno u
otro lado, haciéndolo coincidir con nuestras propias ubicaciones y proyectos
políticos, o para encontrar un «fundamento histórico» sobre el que justificar
las propias posiciones.