lunes, 17 de mayo de 2021

Un subgénero cinematográfico De la pornografía antinazi a las novelas “stalag” (6 de 8) - El origen judío de las novelas pornográficas sobre el “holocausto”

Yehiel Feiner De–Nur había permanecido durante dos años en Auschwitz y sobrevivió a pesar de que algo pareció haberse roto en su cerebro. Fue autor de lo que se considera como el precedente de los relatos stalags que firmó con el seudónimo de “K. Tzenik” (en hebreo “campo de concentración”) y de “Karl Zetinski” (nuevamente las iniciales son KZ). En 1955, Tzenik había publicado La casa de muñecas que narraba la historia de la hermana del autor convertida en “esclava sexual” en Auschwitz y a la que situaba concretamente en el Bloque 24. El libro es histórico, no por su contenido, sino en la medida en que se trató del primer relato escrito en hebreo sobre Auschwitz y fue difundido masivamente en medios populares. K. Tzenik había abierto la puerta por la que luego circularían los demás escritores de stalags.

Hoy, La casa de muñecas, es considerada como una “ficción pornográfica”. Ningún investigador judío serio ha encontrado razones para considerar la obra de Tzenik más allá de cómo una narración pornográfica de escasa calidad. El investigador del Yad Vashem, considerado como autoridad en materia de “holocausto”, Na’ama Shik, judío y doctor en historia, afirma taxativamente que el relato de K. Tzenik era “pura ficción” y que “no había prostitutas judías en Auschwitz”, entre otras cosas porque la legislación nacionalsocialista había prohibido las relaciones sexuales entre judíos y nazis… todo lo cual no es óbice para que K. Tzenik, aún hoy, sea considerado por muchos judíos como autor de “narraciones históricas” y sus textos leídos en las escuelas israelitas.

De–Nur murió de cáncer en 2001, pero el momento álgido de su vida fue cuando declaró el 7 de junio de 1961 ante el tribunal que juzgó a Adolf Eichmann y allí, entonces, se supo que era el autor que había firmado su libro con el seudónimo de “K. Tzenik”… Toda la televisión mundial mostró su declaración como la de un internado en Auschwitz, al que calificó literariamente como “planeta de cenizas”. Antes de que pudiera responder a las preguntas que el fiscal había preparado para él, pareció evidenciar malestar y se levantó de la silla; el juez le ordenó que se volviera a sentar y, justo en ese momento, cayó desmayado y convulso… Luego le fue imposible completar su declaración. Esta declaración se presentó como muestra de las consecuencias psíquicas que tuvo el internamiento en los campos de concentración.

La casa de muñecas describe lo que llama “Joy Division”, el sistema ideado por los nazis para convertir a mujeres judías en esclavas sexuales en los campos de concentración. Y es entonces cuando alude a su hermana y la convierte en protagonista afirmando que no sobrevivió a estas experiencias. Sin embargo, el historiador judío Tom Segev, especializado en las repercusiones sociológicas del “holocausto” denunció que De–Nur jamás tuvo una hermana. Luego, en 1961, justo mientras se abría el proceso contra Eichman volvió a sacar un nuevo relato, Piepel, en el cual describe como los nazis abusan de niños pequeños judíos. Y en esta nueva obra, su hermano es presentado como uno de estos menores torturados. Hacia 1976 se sometió a psicoterapia psicodélica, entonces de moda en Israel, y que incluía la utilización de LSD, una droga alucinógena. Al parecer vivía en un estado de permanente depresión sufriendo constantes pesadillas. Las experiencias alucinógenas las resumió en su libro Shiviti (palabra derivada del salmo 16 de David y que quiere decir algo así como “He visto al Señor delante de mí”.

Los relatos stalag o la pornografía judía de los 60

Los campos alemanes para prisioneros de guerra aliados eran conocidos como Stammlager, y de manera abreviada, como Stalag, y estaban sometidos a la Convención de Ginebra de 1922 y en ellos solamente había cabida para militares, nunca para detenidos políticos o civiles. Existían “stalags” para oficiales, suboficiales y para tropa. Se suele aceptar que, aparte de las privaciones propias de todo conflicto, la vida en los “stalags” era digna y aceptable y no se cometieron abusos. Se produjeron fusilamientos cuando se dieron situaciones previstas en la Convención de Ginebra y no hay que confundir estos campos de concentración con aquellos otros en los que fueron encerrados personal no uniformado que, por algún motivo, era considerado como un peligro por el III Reich.

En los años 60, un tipo de novela similar al “pulp” norteamericano, irrumpió en el Estado de Israel recibiendo precisamente el nombre “stalag”. Como se sabe, el “pulp” es una historieta de distintos géneros, encuadernada en rústica, de alta tirada, argumentos simples, que empiezan a aparecer en el primer tercio del siglo XX y se prolongan hasta los años 60 en los EEUU. Las historias eran gráficas y extremadamente sencillas, adaptadas para un público poco exigente.

Vale la pena recordar que la mayoría de judíos encerrados durante la guerra en los campos de concentración no fueron combatientes regulares, sino resistentes o población civil que, por cualquier motivo, en especial su posibilidad de que se vincularan a la resistencia antinazi en los países ocupados y en la propia Alemania, habían sido deportados. No hay, pues, que confundir el universo concentracionario que albergó a los judíos con los “stalags” diseñados para albergar presos procedentes de los ejércitos regulares aliados… Sin embargo, este fue el nombre de estas novelas populares que aparecieron hacia principios de los años 60 en el Estado de Israel.

Se trataba de relatos pornográficos en los que los prisioneros eran torturados y sufrían las iras de sus guardianes, frecuentemente mujeres de las SS que los utilizaban sexualmente. Obviamente, también los hombres de las SS aparecían como sádicos torturadores en unos relatos en los que las connotaciones sadomasoquistas eran explícitas y constituían el leit–motiv y el rasgo más evidente de estos relatos.

La existencia de estos pulps–stalags parecen hoy completamente increíbles: pensemos que solamente quince años después del desenlace de la guerra, en el propio Estado de Israel se había generado una literatura frívola y pornográfica, de carácter sado–masoquista que utilizaba el sufrimiento de las víctimas, e incluso que caricaturizaba este sufrimiento, derivándolo hacia el sendero de la pornografía más baja y de peor calidad. Durante algo más de dos años, no hubo nadie que impidiera esa literatura en el Estado de Israel, a pesar de que obviamente lesionaba y denigraba la peripecia sufrida por buena parte de los ciudadanos que en aquel momento constituían ese mismo Estado y que habían pasado los años 1939–45 como residentes de los campos de concentración. El mal gusto que hoy generan todas esas publicaciones no son nada comparado con el que debían generar en los años 60, especialmente entre los antiguos detenidos judíos y, no digamos, entre quienes habían perdido a algún familiar… y, sin embargo, esos pulps se pudieron difundir sin dificultades. Fue así como el “holocausto” se banalizó en el propio Estado de Israel.

Tener presente este tipo de literatura es básico a la hora de entender porqué quince años después, dejaban de ser literatura “popular” judía y la misma temática pasaba a la cinematografía en un subgénero de dudoso gusto y muy mediocre ejecución. La inflación de películas de subgénero nazi–pornográfico en los años 70 y 80, no se puede explicar sin recurrir antes a estos stalags que fueron sus precedentes y las fuentes primarias de inspiración. De hecho, nadie en la época se habría atrevido a filmar porno–antinazi, frivolizando especialmente el tema del “holocausto”, de no haber aparecido antes estos pulps–stalag precisamente en el Estado de Israel.

La historia de los stalag ha sido cuidadosamente ocultada durante décadas y en la época en la que aparecieron (primera mitad de los años 60), las noticias que llegaban a Europa sobre Israel aludían a otros temas mucho más importantes y significativos que estas novelas populares. La atención de la opinión pública en relación a Israel estaba centrada en el llamado “proceso Eichmann”.

En efecto, el 11 de mayo de 1960, en la zona norte del Gran Buenos Aires, había sido localizado y secuestrado por el Mosad, un ciudadano alemán con documentación falsa a nombre de “Richard Klement”. El secuestrado resultó ser Adolf Eichmann un alto oficial de las SS especializado en la “cuestión judía” (véase la Revista de Historia del Fascismo, nº V, dossier: Cuando las SS negociaban con Israel). El 20 de mayo despegó clandestinamente de Ezeiza con destino a Haifa. De nada sirvió que el embajador argentino ante la ONU denunciara la operación como una grave violación de la soberanía argentina y una burla a las leyes internacionales. Poco después se iniciaría el proceso y Eichmann sería, finalmente condenado y ejecutado, el 31 de mayo de 1962. Pues bien, fue durante ese mismo período (1960–1962) cuando se produjo el período “dorado” de los stalags. Luego decaería y hacia 1965 se trataba ya de una literatura a olvidar e incluso a ocultar su propia existencia.

Como todas las literaturas populares, los relatos stalags parecen casi todos cortados con el mismo patrón (si la fórmula tiene éxito ¿para qué modificarla?). En realidad, los propios autores a los que ha sido posible localizar actualmente (en 2007 la TV hebrea realizó un documental sobre este tema titulado Stalags, holocausto y pornografía en Israel del que hemos extraído lo esencial de información para esta parte del artículo) reconocen que apenas se limitan a modificaciones de aspectos muy secundarios, pero que nunca afectan a la línea central de los relatos. Estos tratan de aviadores norteamericanos que deciden realizar alguna acción bélica contra el poder militar alemán pero son derivados y encerrados en un stalag dirigido por mujeres exuberantes y crueles de las SS que los torturan, los utilizan sexualmente, los violan, aunque, finalmente, es el piloto norteamericano, símbolo de la virilidad masculina en la época, el que se resarce de tanto sufrimiento infringiéndoles a ellas idénticos castigos. La moraleja es que la aplicación de la Ley del Talión genera una especie de equilibrio cósmico en la que los efectos del mal son, finalmente, anulados y quienes lo han generado sucumben inevitablemente.

Variará la descripción del látigo, variarán las torturas, variará si el piloto es de Arkansas, Vermont o Alabama, variarán los castigos y su secuencia… pero todo lo demás, la estructura general del relato, permanecerá inalterable y constante como en cualquier otra saga de “novelas populares”.

Los libritos serán de pequeño formato (muy parecidas a las novelas “del Oeste” que florecieron en España en los años 50 y 60), impresas en un papel de ínfima calidad y con unas portadas suficientemente explícitas sobre lo que aguarda al lector: porno de alto voltaje, violencia, sadismo y crueldades sin fin en cada una de las páginas.

Hasta no hace mucho, los autores de todas estas obras han permanecido en secreto voluntario y los editores se han negado a prestar declaraciones. Era evidente que, una vez pasado el baño de masas, por su misma temática, la tosquedad en el desarrollo de las tramas y su contenido ominoso y ofensivo para los que vivieron en los universos concentracionarios de uno y otro bando, esta literatura era repulsiva y estaba llamada a ser condenada por la opinión pública. De hecho, el final de la misma se produjo cuando la magistratura hebrea llevó ante los tribunales al autor de Yo fui la puta del coronel Schultz que terminó siendo retirada de los kioscos por la policía.

Las novelas están escritas sin talento e incluso llama la atención que los partidarios de este género que han florecido con el nuevo milenio, coleccionistas de pornografía y erotómanos atraídos por los complejos sado–masoquistas, intenten ver “belleza” o “literatura en descripciones pobres, reiterativas, frases mal construidas y tosquedad argumental. Los autores y los editores que han podido ser identificados por los especialistas en la materia, sostienen, todavía hoy, que todo aquello ocurría habitualmente en los campos de concentración nazis y que, precisamente por eso, lo denunciaban a las jóvenes generaciones: nada de lo narrado se presenta, pues, como inventado o fruto de una pobre y obsesiva imaginación erótica, sino como hechos que sucedieron realmente.

De hecho toda esa literatura floreció, como hemos dicho, durante el proceso a Adolf Eichmann. El proceso fue escenificado con los habituales efectos grandguiñolescos (desmayos de testigos, rabinos judíos expulsados de la sala en momento álgidos del proceso, coups de thèatre y una sentencia final, esperada desde el principio del proceso) y la única duda que asalta es si las novelas stalag aparecieron para reforzar deliberadamente los efectos del proceso generados a modo de “operación psicológica”, o bien fueron el resultado de editores avispados, autores poco dotados para una literatura “seria” y un público ávido de emociones fuertes, los que aprovecharon la coyuntura del proceso Eichmann para lanzar y consumir estos subproductos pornográficos.

Se suele olvidar que en los circuitos pornográficos da la sensación de que los judíos están sobrerrepresentados. Obviamente se trata de judíos de raza que han abandonado la sinagoga (excepcionalmente restrictiva y exigente en materia de sexualidad, tal como las otras dos religiones abrahámicas lo son también). No es éste ni el medio, ni el lugar para realizar un estudio sobre la “pornografía hebrea”, pero si en Google se colocan las palabras de búsqueda “pornografía+judíos” aparecen en lengua castellana 1.200.000 entradas. Sin duda, no es por casualidad, que en una serie tan inofensiva, pero crítica, como The Simpsom’s, Krusty, el payaso, no solamente sea judío, sino también un gran consumidor de pornografía. La lectura que hacen los antisemitas de datos como este es errónea en la medida en que la pornografía no es, desde luego, una técnica para “controlar a los goyms” como sostienen, sino que también en el propio Estado de Israel, es decir, entre las filas judías, la pornografía ha causado estragos y quizás más que en ningún otro lugar. A fin de cuentas, los mismos stalags, adaptados y reconvertidos en novelas de guerra con tintes pornográficos al estilo de Hessa o de Los crímenes sexuales de la Gestapo, llegaron a Europa durante los años 70 y apenas pudieron mantenerse en los 80, pero, evidentemente no dejaron ni el más mínimo recuerdo e incluso el impacto de películas como las que describimos en este artículo fue extraordinariamente benigno y reducido a franjas freakys propias de toda sociedad moderna, excepcionalmente restringidas. En cambio, fue toda una generación joven en Israel –la que tenía entre 14 y 20 años durante los años 1960–1965– la que se nutrió de este tipo de literatura popular. Así pues, los propios judíos suelen ser las primeras víctimas de fenómenos seudo culturales en los que están implicados sus co–nacionales.

En un nuevo estudio presentado por la Universidad Bar–Ilan, dirigido por el doctor Dr. Yaniv Efrati, se demostró que las adolescentes judías ortodoxas y haredi (judíos ultra ortodoxos, literalmente “los que temen a Dios”) son casi dos veces más propensas a ver porno en Internet que las muchachas judías de su misma edad y laicas. La investigación se realizó entre 500 estudiantes con objeto de “medir su exposición a internet” y los “conflictos sexuales” que podían aparecer. El estudio reveló que el 33% de las chicas ortodoxas y haredi ven habitualmente porno en Internet, mientras solamente lo hace el 17% de las adolescentes laicas. Así pues, no hay “conspiración”, sino simplemente un esquema mental producto de las visiones sádicas y apocalípticas que acompañan descripciones de episodios del Antiguo Testamento que generan una psicología particularmente retorcida. Las creencias religiosas se ven reforzadas por pornografía sado–masoquista en la medida en que la enseñanza religiosa tiende a mostrar un rostro sádico de Yahvé en episodios como las doce plagas, los sufrimientos del “pueblo elegido”, la historia del “santo Job”, y un largo, larguísimo.

No es raro, por lo demás, que Hugh Heffner, fundador de Play–boy, sea de origen judío como otros muchos empresarios conocidos del sector: siempre se da la misma característica, se trata de judíos de origen, no de judíos de religión. Da la sensación de que cuando el judío se ve libre de su religión, da rienda suelta a lo que ha estado reprimido hasta ese momento en unos casos o bien, al haber renunciado a su propia tradición se cree obligado a destruir cualquier otra tradición (caso de los humoristas judíos del que Krusty el payaso es arquetipo, cuya ironía está orientada a demoler cualquier visión conservadora). Sea como fuere, los stalags son una rareza del alma judía que, promocionados como “operación psicológica” o surgidos voluntariamente de mentes judías retorcidas, alcanzaron en Israel más impacto y seguidores en la opinión pública que en cualquier otro lugar del mundo.

En los años 60, el Estado de Israel era extremadamente conservador y puritano (todavía no había llegado allí ni la minifalda, ni la píldora anticonceptiva, ni siquiera el bikini, ni, por supuesto, la “revolución sexual” que, desde California iba a arrasar el conservadurismo sexual en todo el mundo apenas unos años después). En el Israel de la época no había más literatura erótica que la ofrecida por los relatos stalag, de tal manera que los adolescentes atraídos por el sexo y que “buscaban”, terminaban inevitablemente leyendo estas novelas.

Se ocultaba por todos los medios que los autores fueran judíos. Aparecían como traducciones de libros publicados en EEUU, a pesar de que habitualmente en la mancheta de edición se aludía “Autor–Traductor”. Así pues, los autores se escondían bajo nombres ficticios, pero era significativo el énfasis que ponían en que el redactado pareciera, efectivamente, como si se tratase de una traducción: las frases eran complicadas, propias de una traducción realizada rápidamente. El éxito acompañó a ese estilo. En 1960, se llegaron a vender 80.000 ejemplares semanales de cada una de estas publicaciones, lo que en la actualidad y a la vista de la densidad de población de Israel en 2020, equivaldría a 1.000.000 de ejemplares.

El relato Stalag 13 fue, sin duda la que alcanzó más difusión. A la vista del éxito siguieron Stalag 3, Stalag 190, y, por supuesto, Yo fui comandante de un stalag cuya portada remitía directamente a Hitler aunque el protagonista del relato fuera una traslación de la figura con la que el fiscal había presentado a Eichmann durante su proceso: funcionario, indolente, dispuesto siempre a cumplir no importa qué tipo de órdenes. El propio autor, localizado para el documental mencionado explicó que el proceso “hizo de raqueta” y multiplicó en espiral los efectos de la pelota lanzada, la novela stalag.

Puede decirse que los stalags murieron de éxito. Uno de los editores explicó que “cada día salía un nuevo número cada vez más extremo que el anterior”. El autor de algunas de estas novelas, Nachman Goldberg llegó a escribir varias sobre canibalismo e incesto. Pronto los temas se agotaron y las variaciones eran tan mínimas que casi resultaban imperceptibles. El proceso Eichmann pasó, y las nuevas orientaciones del género no suscitaron el mismo entusiasmo.

El mismo autor, Goldberg, tras la ejecución de Eichmann, pensó si no sería bueno desplazar el eje de atención a la Alemania de la época e inició una serie: Vengadores israelíes en Alemania, algunos de cuyos títulos son ilustrativos: El día más corto o El hombre que esquivó a un mísil... Ahora eran judíos los que viajaban a Alemania a buscar a antiguos criminales de guerra y copulaban con alemanas. Algunas eran novelas en las que se reconocía la existencia de mafias judías en Europa e incluso se aludía a gansters judíos que no habían estado en los campos de concentración pero que, habitualmente, hacían en gesto de remangarse la manga de la camisa para mostrar el número tatuado en su antebrazo, número que nunca enseñaban, pero cuyo gesto bastaba para generar respeto en otros judíos. Era novela, pero indicaba también cómo estaban las cosas. 

En aquellos momentos posteriores a la ejecución de Eichmann que había dejado un sabor agridulce en la sociedad hebrea (muchos hebreos habían visto aumentar su complejo de culpabilidad con el pensamiento “¿Cómo fue posible que otros muchos no sobrevivieran y yo si?” y –tal como explica el documental realizado por la TV hebrea y, por tanto, incuestionable en este aspecto– no entendían porqué, habiendo sido encerrados en los mismos campos de concentración no habían sufrido consecuencias tan atroces como habían desgranado los testigos presentados en el proceso Eichmann.

En realidad, este tipo de relatos (que realmente podemos considerar como la “segunda generación” de los stalag) tenían otro leit–motiv diferente. Si el de los stalag de primera generación, el erotismo y la iniciación sexual de los adolescentes especialmente atraídos por las prácticas sadomasoquistas, constituían el eje central de los mismos, y la conclusión final era las bondades de la Ley del Talión, en estos otros la idea de la “venganza” es central, desde principio a fin. Los relatos stalags generaron un desmesurado interés en la juventud del estado israelí, hasta el punto de que muchos de ellos, una vez llegados a la madurez confesaron antes las cámaras un explícito deseo de poder ser el pobre prisionero sometido a la voracidad sexual de una fanática y voluptuosa nazi. No sólo eso, sino que reconocían que, en una situación así, jamás hubieran tenido intención de abandonar el stalag

Sólo uno de estos relatos fue censurado: el que muestra a una madre alemana casada con un padre judío, cuyo hijo identificado con el judaísmo retorna para violarla y torturarla. Aquello fue mucho más de lo que el conservadurismo judío de la época podía consentir. Así que el autor y el editor fueron llevados a los tribunales. Otro no se pudo difundir a causa de la crudeza extrema de todo lo que narraba, el ya mencionado, Yo fui la puta particular del coronel Schultz, cuya tirada fue completamente destruida.

Una jueza israelí que llevó estos casos en los tribunales, explicó a los realizadores del documental citado que los editores y autores presentaban todas aquellas aberraciones como si realmente hubieran ocurrido (después de lo dicho por varios testigos durante el proceso Eichmann todo parecía ser posible), pero la propia jueza reconocía que nada de todo aquello había existido y que todo, absolutamente todo, era el producto de “mentes judías enfermas”.

En aquella época existían distintos semanarios judíos de información general, habitualmente realizados de manera tosca y con una pobreza de medios de composición y de soporte, verdaderamente significativo de las privaciones del Estado de Israel en esos primeros años de existencia. Era significativo que en esas publicaciones tipo magazine durante los años 60–62 tuvieran en la portada una imagen de las novedades que se iban produciendo en torno al proceso Eichmann, mientras que en la contraportada mostraban el anuncio habitual de una novela stalag. El horror se mezcló con el sexo. No era la primera vez que así ocurría.