viernes, 28 de mayo de 2021

MEMORIA HISTÓRICA: ¿Tendencias pacifistas en los intelectuales fascistas?

Se tiene al fascismo por una ideología agresiva y belicista. Sin embargo en sus intelectuales abundaron las tendencias pacifistas. Ellos, que habían conocido las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y que estuvieron presentes en los campos de batalla, mejor que nadie, estaban legitimados para oponerse a la guerra. En Francia, además, los intelectuales fascistas, sabían que un nuevo conflicto les enfrentaría de nuevo a Alemania, país que para muchos de ellos era el modelo a seguir. El pacifismo de estos escritores está fuera de duda. Tarmo Kunnas nos lo explica en su obra La tentación fascista (hemos utilizado para la traducción, la primera edición Italia (Edizioni Akropolis, Milán 1981) y la edición francesa (Editions Les Sept Couleurs, Paris 1972).

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El ejemplo de los futuristas italianos y de Jünger demuestra que es fácil pasar del culto a la fuerza al militarismo (1). Hans Johst, en un primer momento pacifista, se convirtió luego en nacionalista militante e incluso en militarista (2). Es difícil, en efecto, conciliar las tendencias pacifistas inherentes en algunos de los escritores fascistas con la atmósfera más o menos militarista de los movimientos fascistas. Aun así es frecuente aludir al “pacifismo” de Ezra Pound (3), de Drieu La Rochelle o de Céline.

Gottfried Benn que estuvo muy alejado del militarismo nacionalsocialista, aceptó pagar caro su sueño nacionalsocialista. Sabe que el tiempo del fascismo es el de los violentos conflictos europeos y lo admite (4). No está, en realidad, afectado por la posibilidad de una guerra.

Ezra Pound no es el hombre del pacifismo integral. Ciertos compromisos nos revelan el carácter ambiguo de su pacifismo. Sostiene que los movimientos pacifistas están subvencionados por los mercaderes de armas. En su panfleto político afirma que ni el desarme, ni un pacifismo morboso son precisamente las mejores garantías para la paz (5). Si bien declara no amar la guerra, admite algunos “efectos positivos” de la Primera Guerra Mundial. Esta guerra fue, para Inglaterra, una especie de despertar, en el momento en que estaba por desplomarse en la decadencia (6); compromiso casi nietzscheano en este escritor anti-nietzscheano. En los Cantos Pisanos, tras la Segunda Guerra Mundial, afirma que cuando Pétain defendía Verdún, Léon Blum no defendía más que su bidé (7). En el curso de sus emisiones radiadas en Italia, durante el tiempo de Mussolini, Pound atacaba, más que a la guerra en sí misma, al carácter mercantil de las guerras de su época (8).

En cuanto al pacifismo de los escritores fascistas franceses, algunos se preguntan si no se trataba simplemente de oportunismo: combatir por la paz era la ellos su único medio para no atacar al fascismo. Deberemos examinar, así pues, su pensamiento en las obras anteriores a la crisis para verificar si se encuentran elementos sinceramente pacifistas antes que estallase la guerra con Alemania.

En efecto, en los poemas de guerra del joven Drieu existe cierta vacilación, casi una protesta contra la guerra, a pesar del latente pensamiento nietzscheano que domina su obra. Verosimilmente, el joven poeta, por un instante ha probado el horror de la guerra en Verdún y quizás a puesto a continuación en duda la legitimidad de la guerra en general.

El joven combatiente renuncia temporalmente a las poses nietzscheanas. No puede afirmar siempre que el sufrimiento es aceptable: “Ah, yo lo sé, yo no lo olvido / Sé que también este grito se lanzó / Pero entre el tiempo, no voy arrastrando aquel grito lanzado bajo la lluvia de las granadas / Aquel grito de revuelta que salió de mi / aquel grito que puso al mundo en una maternal evidencia / … En aquellos días, fui quien gritó “no” al dolor” (9).

Esta duda no es más que un interrogante y el joven Drieu es ante todo una especie de militarista. Una cierta ambigüedad parece aún persistir también más tarde en el pensamiento del escritor. En Estado Civil son reconocibles algunas críticas a la guerra (10), pero el “joven europeo” tiene un espíritu guerrero (21).

Al final, es la idea de la decadencia la que ayuda al escritor a asumir un compromiso coherente frente a la guerra. Adapta esta noción de decadencia a la guerra moderna y por tanto resuelve el dilema: Drieu puede dar libre curso a su adoración por la fuerza, la voluntad de poder, de lucha y al mismo tiempo explicar que la guerra moderna no es más que una generación, porque es la forma decadencia del combate clásico. En Drieu se refuerza el sentimiento de la decadencia y en relación a la guerra, subraya la decadencia de la lucha. En la carta a los surrealistas de febrero de 1927, rechaza la guerra moderna, aunque esté en él presente la nostalgia apenas visible y teñida de ironía, de un ideas caballeresco: “!Oh tormentos miserables y ridículos de los hombres sin espada!” (12). El eterno enfrentamiento ha cambiado de aspecto, lo que abre la vía al “pacifismo” (13).

El “pacifismo” de Drieu alcanza su cumbre en La Comedia de Charleroi, que todavía puede peerse en la perspectiva de la decadencia. Se trata de una protesta contra la guerra moderna y no de una declaración de pacifismo absoluto. Viene escenificada la ceremoniosa visita de Madame Pragen al campo de batalla de Charleroi, donde ha caído su hijo. Esta comedia se apoya sobre todo en un contraste: de una parte lo que son los ritos sociales a partir de entonces privados de contenido, el patriotismo de hojalata, el malentendido sentido del honor de otra parte, el horror de la guerra moderna. El narrador de la novela confiesa que la guerra ha contradicho a sus sueños infantiles (14). El “teniendo de fusileros” rechaza sin reservas la guerra moderna (15). Esta protesta contra la guerra aparece también en la descripción del campo de batalla. El narrador de la novela Viaje a los Dardanelos, describe una trinchera y recuerda todas las consecuencias de la guerra: destrucción, sufrimiento, sordidez: “Son feos estos intestinos, repletos de todos los avances abominables que la guerra acumula apenas se conoce: latas, armas, mochilas, cajas, piernas, mierda, fundas de proyectiles, granadas, metralla e incluso papel de carta” (16).

Esta protesta contra la guerra se manifiesta más claramente en la última novela de la colección, El fin de una guerra, que se cierra con una enérgica toma de posición contraria a la guerra. El narrador actúa como intérprete en un batallón americano dislocado en la retaguardia. Parece reinar una paz absoluta; todo está calmado y tranquilo, pero bruscamente se oye el tableteo de una ametralladora: poco después es conducido un herido cuya fisonomía no esconde ninguno de los horrores de la guerra. La siguiente descripción pertenece a la literatura pacifista: “Un joven, guapo, robusto, un oficial con una pulsera de oro en la muñeca. Y un rostro devastado. Devastado. Completamente hecho papilla. No tenía ni ojos, ni nariz, ni boca, pero estaba bien vivo; sin duda sobreviviría” (17). El ritmo sincopado del relato, las frases elípticas, intensifican el horror y demuestran la profunda turbación del narrador.

Es absolutamente evidente que si Drieu hablará luego de pacifismo, no se deberá solamente a motivos de oportunismo, sino sobre todo a una profunda convicción.

Aunque el pacifismo de La Comedia de charleroi, no haya sido en aquel momento bien visto por la derecha (18), no se trata de un pacifismo absoluto. También en esta obra en la que Drieu está más alejado de sus tendencias belicistas, están presentes algunos matices que aclaran la verdadera naturaleza de su “pacifismo”. Cuando el narrador describe la primera batalla, la define con seriedad como “la guerra ideal” (19). No es de hecho un pacifista coherente quien hace decir a su portavoz: “Era una guerra bastante humana” (20).

El mismo ambiguo compromiso volvemos a encontrarlo en la novela El teniente de tiradores. Aunque el teniente critique a la guerra moderna, lo hace como un militarista de otros tiempos. No condena la guerra en sí misma, sino solamente la guerra que ahora está desnaturalizada por una época de decadencia. El narrador parece coincidir con el simpático guerrero que confiesa estar contento por los sufrimientos experimentados en África: “Pero en Mauritania, exclamó finalmente con cólera, he sufrido y he amado mi sufrimiento. He sufrido el hambre y la sed, la soledad, he experimentado atroces tormentos, con gusto renuncié a todo” (21).

El narrador admira, no sin ironía, la guerra medieval. Esta admiración hacia lo caballeresco refleja la simpatía del escritor hacia los ideales aristocráticos. El narrador confiesa, igualmente, que la guerra no ha sido nunca absoutamente pura: “No estoy muy seguro de los méritos de la guerra en el pasado, pero estoy seguro del demérito de la guerra actual” (22).  En la medida en que Drieu se pone en guardia ante los militaristas de los tiempos modernos, busca el peligro que la guerra representa en la actualidad, el conjunto de sus novelas es una lección de resignación antes que una protesta contra la bestialidad humana. También en la última novela de Drieu hace constar al narrador: “En la naturaleza existirá siempre la guerra, existirá siempre el dolor. La vida y la muerte, el dolor y la alegría siempre serán equivalentes” (23). A pesar de sus tendencias pacifistas, Drieu permanece fiel a su monismo dialéctico, según el cual todos los aspectos de la vida son indispensables porque forman parte de la misma unidad eterna. En lo que se refiere al instinto de conservación se encuentra en el ánimo del narrador contra la voluntad de poder, afirma que la vida es trágica y no puede ser de otra manera. En Socialismo fascista, Drieu rechaza también la guerra moderna, pero confiesa al mismo tiempo que existen virtudes que se muestran en la guerra (24).

Este pacifismo de Drieu es, como ha subrayado Alfred Fabre-Luce (25), una nostalgia desilusionada, antes que un verdadero pacifismo. En los artículos políticos, sobre todo en el período de 1936 a 1939, cuando Drieu pertenecía al partido de Doriot, repetía a menudo los eslóganes antibelicistas, pero es absolutamente consciente de que su pacifismo no es el de los pacifistas (26). El voluntarismo de Drieu está limitado por la insuficiencia de las posibilidades humanas: “Luchamos contra la necesidad de la guerra, de la guerra eterna, sea civil como entre Estados, sin arrogancia, sin desesperación” (27) .

Manteniendo las necesarias proporciones, parece que Drieu sea más fatalista en relación a la guerra en las obras literarias que en sus artículos políticos. Creemos más en el Drieu novelista que en el Drieu articulista, porque la resignación frente a la guerra en esos momentos inminentes está más de acuerdo con la esperanza pacifista con la esperanza pacifista en su visión del mundo. A veces confiesa también en los artículos políticos que es necesario estar dispuestos para un enfrentamiento muy próximo: “Debemos ser un partido de hombres decididos, comprometidos a fondo, dispuestos a sufrir y a combatir” (28). El Drieu “fascista” termina convergiendo con el joven poeta de la Interrogación.

En Gilles, aparecen algunos fragmentos críticos a propósito de la guerra moderna (29), el Epílogo de la novela es una aceptación sea de la voluntad de poder como de la guerra. En Carlota Corday el espíritu de violencia y de revolución no está lejano del militarismo. E igualmente, también Jaime Torrijos, el protagonista de El hombre a caballo, encarna una forma de belicismo. Es ciertamente un fascista: “Existe un solo hecho de armas que sea respetable, la guerra” (30). Este Jaime Torrijos es, naturalmente, un personaje literario en una Bolivia legendaria. La breve relación que encuadra los episodios de la novela, aleja a Jaime y a sus compañeros del lector y de la realidad. En cuanto a las tendencias personales del escritor, están representadas por el co-protagonista de la novela, el guitarrista Felipe.

Es preciso considerar como un elemento de la dialéctica del escritor también la afirmación ultrancista escrita en su diario algunos meses antes de su muerte: “Admito la guerra y también el militarismo” (31).

El rechazo de la guerra moderna es una tentación permanente para este “militarista”. Un conflicto más puro, es el sueño del autor de Perros de paja. El narrador de esta novela dice de Constant, uno de los protagonistas: “No había esperado nada de la guerra y así no se había visto desilusionado. Amaba la guerra, pero no la consideraba como inmensos choques de masas, regulados por una burocracia de ingenieros y agentes publicitarios. ¿Dónde situaba la guerra? En su corazón, quizás contra los hombres” (32).

Parece que su compromiso político haya alejado a Drieu del pacifismo aproximándolo al militarismo. Pero no se trata de una verdadera evolución, sino de un retorno a sus ideales de juventud.

El problema del pacifismo es aún más sorprendente en el caso de Céline, en la medida en que su pacifismo es más radical que el de Drieu. En las obras puramente literarias es absoluto. En La Iglesia, aun bromeando sobre el idealismo pacifista, se muestra contra la guerra más que contra la ingenuidad pacifista. Es un “idealista escandinavo” el que desvela su buena fe: “Procedamos por grados: en lugar de suprimir la guerra con un solo gesto, la volvemos deportiva. Ya no es la brutalidad primitiva desencadenada, la frenamos y le damos reglas… eso es todo” (33).

El Viaje al fin de la noche, en su conjunto, no deja ninguna duda sobre el pacifismo del escritor (34), pues la guerra moderna le parece completamente despreciable. Como el joven soldado de La Comedia de Charleroi, también Bardamu se ha enrolado en el ejército con entusiasmo, pero su desengaño es aún más profundo que el del héroe de Drieu. Así, Céline, en su visión de la guerra, muestra la fuerza de lo irracional y de la mística, tal como lo expresa Bardamu: “E… es difícil alcanzar lo esencial, incluso en lo que concierne a la guerra, la imaginación se resiste a tanto” (35).

Marte desencadenado en Rayos y flechas, así como las páginas claramente antimilitaristas de Casse-pipe completan el cuadro del pacifismo de Céline. Este pacifismo está de nuevo presente tanto en los panfletos políticos (36) como en las novelas de postguerra. Los pasos que describen la guerra moderna en Guignol’s Band (37), en Normance (38), en El castillo de los refugiados (39), en Nord (40), son una verdadera apología de la paz.

En Homenaje a Zola, Céline está convencido de que tanto los fascistas como los liberales y los marxistas hacen el juego al militarismo (41). En Mea Culpa son solamente los “optimistas”, es decir los liberales y los marxistas, quienes hacen estallar la guerra. Céline identifica así el disgusto por la guerra con el mundo moderno: “Masacres a miles, todas las guerras desde el Diluvio en adelante tienen como música el Optimismo… Todos los asesinos ven el porvenir rosáceo, forma parte de su trabajo. Así sea. La miseria, sería muy comprensible que no hubiera bastante de una vez por todas; la miseria es el accesorio típico en la historia del mundo moderno” (42).

Podemos preguntarnos en qué medida la protesta pacifista de El Viaje al fin de la noche se aplica a la guerra moderna. Céline no se cuida de estas sutiles distinciones y se limita a comunicarnos sus impresiones sobre la guerra, sin especificar; para comprender bien la evolución que va de El Viaje, a su “compromiso” político es necesario constatar, desde El Viaje, la condena de la guerra moderna. Céline describe lo que entiende por su guerra de la misma forma que Drieu hace otro tanto. No necesariamente todo heroísmo, todo patriotismo, todo espíritu de sacrificio es puesto en discusión por Céline en El Viaje, sino son determinadas formas de heroísmo, de patriotismo, de sacrificio las que ridiculiza. Nos indica el ideal de una época marchita, el vacío de la civilización moderna tal como la describe Drieu en La Comedia de Charleroi. Sólo así se conoce la evolución ulterior de estos escritores. Rechazando la guerra moderna, Céline no por esto está muy convencido de los méritos de la guerra de otros tiempos, pero, en sus panfletos, habla sobre todo de la guerra de nuestra época. En La escuela de Cadáveres se burla de la ciencia moderna que facilita las muertes. Se trata de la guerra tal como la ve Bardamú, su personakje: “El animal humano, gracias a las recientísimas técnicas de las transfusiones casi instantáneas, sobre los mismos campos de batalla, encuentra un motivo añadido para lograr morir en esos mismos campos de batalla. No. Una vez herido, se le practica inmediatamente una transfusión de sangre, así, en la pira, con la herida aun abierta, sangre viva o también sangre “en conserva”, según la ocasión, supera la condición de cadáver. Se le hace vivir de nuevo para que pueda volver a combatir” (43). Puede notarse hasta qué punto el pacifismo de Céline está comprometido con la crítica de la época.

En Las bellas banderas, Céline subraya la diferencia entre las dos guerras mundiales: “Existe una gran diferencia entre 1914 y hoy. El hombre era aún natural, hoy todo es falso (…). Es un estafador como todos. Es una frívolo y de ilustre nacimiento, es el hipócrita proletario, la peor especie de vómito, el fruto de la civilización” (44).

El pacifismo de Céline es igual, así, al pacifismo de Drieu. Se trata de un pesimismo sobre el presente mucho más que de un pacifismo de principios. En el mismo libro, parece encontrarse ante un excombatiente herido en la derrota militar: “Tocaba a los militares estar allí, frenar al invasor, morir en su puesto, con el pecho vuelto hacia los hunos y no salir por piernas” (45)- Es la misma amargura, provocada por una desilusión, la que hace protestar a Céline: “Querían precisamente que todos recitáramos la comedia, pasar bajo la Puerta de Brandemburgo, hacerse llevar al Arco del Triunfo, robar las glorias del campesino, pero no para reventar en nombre de la Nación” (46). Bardamu no es más que una variación en la cialéctica de Céline, casi como “el desertor” lo es en el pensamiento de Drieu.

En otros contextos, tras la guerra, Céline rechaza explícitamente la guerra moderna: “… guerras en esta época de ridículo, es casi inconcebible…” (47). El testimonio de Marcel Ayme sobre Céline es interesante: “Esta guerra mundial que juzgaba aberrante, odiosa, estaba orgullo de haberla combatido con valor y distinguiéndose, y no había nunca evitado estar orgulloso de las graves heridas que le causó el servicio a su país”. ¡Qué lejos estamos de Bardamu!! (48). Aquí se percibe que la persona privada es distinta al escritor como tal. El escritor no manifiesta siempre al hombre en su integridad. Céline esconde el lado menos pacifista del doctor Destouches. Sin duda, el pensamiento de Céline tuvo una evolución: se alejó del ideal pacifista en el momento en el que se aproximó a los movimientos fascistas, pero no se debe forzar demasiado esta oposición. El pensamiento de un escritor inteligente no es fruto del capricho: su pacifismo forma parte de su crítica de la cultura.

También el pacifismo de Brasillach es ambivalente. En sus primeras obras literarias como en sus artículos está presente un espíritu belicista junto a un sincero pacifismo. Análogamente a Drieu, el joven Brasillach se nutre de admiración por la guerra del pasado (49), no ama a los “pacifistas” del tipo de Erasmo (50). Aunque un cierto tipo de militarismo es ridiculizado en su obra Domrémy, en la que Pierre de Bourlemont encarna la pedantería de los militares (51), aunque Henriette no pueda alcanzar la felicidad a causa de la aventura bélica de Jeanne (52) es el simpático Frate François quien tiene razón cuando pone de relieve el carácter belicista de la vida: “Tu eres una víctima de la más dura y antigua ley de Dios, quen o quiere que en este mundo reine la paz y para turbar esta paz plebeya y reprobable ha comprometido e instituido a sus santos. He venido a traer no la paz sino la espada, decía Nuestro Señor Jesu, y por mi causa los hermanos se alzarán contra los hermanos y los padres contra los hijos” (53). La obra, todavía no es una lección de belicismo, porque Brasillach, guiado más por el intento dramático que por la ideología, da razón tanto a Henriette que quiere la paz como al belicismo, encarnado por Santa Juana de Arco.

En El niño de la noche, el narrado está más próximo al pacifismo que al belicismo, y juzga la guerra como un acontecimiento brutal (54). Parece aun que en el momento en el que Brasillach es tentado por los movimientos fascistas su compromiso en relación a la guerra se convierta en más favorable. En junio de 1937 está abiertamente a favor de las virtudes militares, aunque conozca las desgracias de la guerra: “… la guerra, por dura que sea, es el momento en el que la verdad recupera su lugar y las nubes se disipan” (55). Este aspecto del pensamiento de Brasillach está presente también en la novela Como para es tiempo, aunque el autor subraya el carácter puramente literario de su obra: “No se busque en las páginas que siguen nada más que una leyenda áurea” (56). Y René, un personaje que focaliza las simpatías del escritor, encarna también el belicismo: “Todo esto tiene un aspecto idiota, pero quizás es ella, la guerra, para mí, aquella alegría un poco estúpida que enmascara tantas cosas y que todavía es tan sincera, en absoluto patética, como pura, verdaderamente pura” (57).

No es el heroísmo nihilista del joven Drieu el que encontramos en Brasillach, sino más bien una sed de pureza y de solidaridad (58). La guerra es una fatalidad y, por tanto, resulta ineludible tomar parte en ella, y es por esto que vemos a René, tan poco militar, tomar parte en el conflicto con furia (59), es por esto que el “prisionero alemán” puede decir: “… La guerra es una terrible epidemia, y en una epidemia el hombre tiene también la ocasión de mostrar su grandeza, como en cualquier sufrimiento y en cualquier situación de riesgo. Esto ya es suficiente” (60).

En ocasiones Brasillach distingue entre la guerra de hoy y la de otros tiempos, lo que se explica porque cada vez es más consciente de la decadencia moderna. La posición del Drieu heroico es idéntica a la que encontramos en el “prisionero alemán”: “Cada concepción aristocrática, caballeresca de la guerra… corre el riesgo de parecer abominable y falsa en un mundo que practica la guerra democrática” (61). El aburrimiento que sufren los combatientes de Brasillach es análogo al que sufren los de Drieu (62). Esta distinción entre la guerra moderna y la del pasado se encuentra de nuevo en el Corneille de Brasillach.

Está presente en Brasillach un cierto lirismo militar, por lo menos en algunos fragmentos de Los siete colores y de La Conquistadora (63). Los portavoces literarios del escritor admiran el heroísmo de los guerreros (64), y esto demuestra que belicismo y heroísmo van juntos. En Berenice, es Pulin quien demuestra aprecio por la guerra (65).

Curiosamente, la tendencia pacifista parece acentuarse en Brasillach a partir de 1938. Quizás esto dependa de las circunstancias: toda la derecha francesa era contraria a la inminente guerra contra la Alemania nacionalsocialista; pero también en Brasillac este pacifismo es anterior a 1936. Está presente en la correspondencia del escritor (66). Descrimiento la guerra de España, Brasillach no esconde en absoluto el carácter abominable de la guerra (67). Percibe perfectamente de qué locura procede (68). Lo mismo sucede en su producción literaria; en Los siete colores cita un fragmento del “diario francés” que muestra el mal universal llamado “guerra”. Poco importa quienes si son los rojos o los blancos quienes matan  o mueren, siempre estaremos ante el mismo mal. Se habla de una mujer española: “Habla delgada, llorando y apre de tanto en tanto su bolso de tela encerada. Le han matado el marido y el hijo y no tiene patatas. ¿Quién los ha matado? ¿Los rojos? ¿Los blancos? No se sabe, en su inmenso terror lo confunde todo y, desesperada, golpea con sus puños el bolso de tela” (69). El tono pacifista se hace menos intenso en su siguiente obra. En Seis horas perdidas el escritor condena los desastres de la guerra (70). Berhier ironiza sobre la justificación nietzscheana de la guerra: “Por suerte la guerra rejuvenece a los hombres y ésta es su única justificación y, decididamente, me parece insuficiente” (71). LA atmósfera del poema Navidad de guerra no es mucho más entusiasta: “Cañón sordo como un tiro al corazón / Que redobla los rumores de la noche / Aquí curioso visitante  Como te escucho en la noche / … Aquí, curioso visitante. El cañón como un tiro en el corazón” (72). Finalmente, Brasillach reacciona frente a la guerra de una forma diverente al joven Ernst Jünger o a Drieu.

La Carta a un soldado de la Generación de los Cuarenta, es el desarrollo de las precedentes tendencias de Brasillach: “La guerra es una mal abominable porque confiere, aquí y allí, depores absolutos a individuos inmediatamente desencadenados” (73).

Si el compromiso político ha acentuado el lirismo militar de Drieu y Brasillach, por el contrario no ha tenido mucha influencia en las tomas de posición de Céline. El mismo Brasilach se ha orientado hacia el pacifismo tras haber visto las masacres de la Segunda Guerra Mundial.

Es la distinción entre la guerra moderna, a partir de ahora degenerada, y la guerra de los tiempos aún sanos la que da coherencia al pensamiento de estos escritores a la vez pacifistas y fascistas.

Las tendencias pacifistas son muy fuertes en Céline y en Brasillach, como para que pueda hablarse de fascistas verdaderos. En cuanto a Drieu por su parte está muy alejado del militarismo de Marinetti o de Jünger. No fue precisamente el culto a la guerra lo que fascinó a los escritores fascistas franceses.

Notas a pie de página:

(1)    Archivi del futurismo, pág. 17; Schwarz, Der konservative Anarchist, pág. 60.

(2)    Pfanner, Hanns Johst, pág. 219-226, Leo Schlageter, pág. 51: (Leo Schlageter) “Kampf ist schön, Fraäuleion Alexandra… Wir schön war es in der Front zu stehen”.

(3)    Lander, Ezra Pound, pág. 79.

(4)    Benn, Zütchtung I, G. W., 3, pág. 782: “Ein Jahrhundert grosser Schlachten wird beginnen, Heere und Phalangen von Titanen, die Promethiden reissen sich von den Felsen, und keine der Parzen wird ihr Spinnen unterbrechen, um auf uns herunterzusehen. Ein Jahrhundert voll von Vernichtung steht schon da…”.

(5)    Pound, Jefferson and/or Mussolini, pág. 35.

(6)    Op. cit., pág. 67: “I saw groggy old England get up on her feet from 1914 to ’18. I don’t like wars, etc… bus given the state of decadente and confort and general incompetence in pre-war England, nobody who saw thar effor can remain without respect for England.during-that-war”.

(7)    Pund, Pisan Cantos, pág. 72: “Pétain defended Verdun while Blum was defending a bidet…”.

(8)    Cfr. Cornell, The Trial of Ezra Pound, pág. 140.

(9)    Drieu La Rochelle, Interrogation de la paix, en Interrogation, pág. 89.

(10)Drieu la Rochele, Etat-civil, pág. 58-59, 154.

(11)Drieu La Rochelle, Le Jeune Européen, pág. 26-27.

(12)Drieu La Rochelle, Sur les écrivains, pág. 51.

(13)Cfr. Drieu La Rochelle, Genève ou Moscou, pág. 74.

(14)Drieu La Rochelle, La Comédie de Charleroi, pág. 72.

(15)Drieu La Rochelle, Le lieutenant de Tiralleurs, en La Comédie de Charleroi, pág. 194.

(16)Drieu La Rochelle, Le voyage des Dardanelles, en La Comédie de Charleroi, pág. 166.

(17)Drieu La Rochelle, La Fin d’une guerre, en La Comédie de Charleroi, pág. 250-251.

(18)Cfr. Michel Mohr, Drieu La Rochelle, en La Parisienne, pág. 1029.

(19)Drieu La Rochelle, La Comédie de Charleroi, pág. 32.

(20)Drieu La Rochelle, Le lieutenant de Tiralleurs , en La Comédie de Charleroi, pág. 193.

(21)Op. cit., pág. 188.

(22)Op. cit., pág. 189.

(23)Drieu La Rochelle, La Fin d’une guerre, en La Comédie de Charleroi, pág. 193.

(24)Drieu La Rochelle, Socialisme fasciste, pág. 138.

(25)Fabre-Luce, Journal de la France (marzo 1939-julio 1940), pág. 215-216.

(26)Drieu La Rochelle, Avec Doriot, pág. 95-96; Chronique politique 1934-42, pág. 78, 151, 188.

(27)Drieu La Rochelle, Chronique politique 1934-42, pág. 151.

(28)Drieu La Rochelle, Avec Doriot, pág. 173.

(29)Drieu La Rochelle, Gilles, pág.86-87, 487.

(30)Drieu La Rochelle, L’Homme á cheval, pág. 201.

(31)Drieu La Rochelle, Le Récit secret, pág. 101.

(32)Drieu La Rochelle, Les chiens de paille, pág. 172.

(33)Céline, L’Eglise, O.I., pág. 444.

(34)Cfr. Vandromme, Céline, pág. 18.

(35)Céline, Voyage au bout de la nuit, O.I. pág. 26.

(36)Céline, L’Ecole des cadavres, pág. 136, 222; Les Beaux draps, pág. 213.

(37)Céline, Guignol’s Band, I.O. II, p. 522, 527, 573, 650, 661, 665; Guignol’s Band, II, III, pág. 33, 234.

(38)Céline, Normance, O. IV, pág. 11, 41, 48, 58, 96, 108 y 187.

(39)Céline, D’un château a l’autre, O. IV, pág. 381, 417.

(40)Céline, Nord, O. V., pág. 73.

(41)Céline, Homage à Zola, O. II, pág. 505.

(42)Céline, Mea culpa, O. III, pág. 343.

(43)Céline, L’Ecole des cadavres, pág. 248.

(44)Céline, Les Beaux draps, pág. 20.

(45)Op. cit., pág. 17.

(46)Op. cit., pág. 18.

(47)Les Cahiers de l’Herne, Nº 5, pag. 191.

(48)Les Cahiers de l’Herne, Nº 3, pag. 217.

(49)Brasillach, Jean de Joinville (9 de agosto de 1931), O. C., XI, pág. 91.

(50)Brasillach, Albert Maison: “Erasme” (21 de septiembre de 1933), O.C., XI, pág 341.

(51)Brasillach, Domrémy, O.C., pág. 68.

(52)Op. cit., pág. 126.

(53)Op. cit., pág. 106.

(54)Brasillach, L’Enfant de la nuit, O.C., I, pág. 230.

(55)Brasillach, Henri Massis: “L’Honeur de servir” (24 de junio de 1937), O.C., XII, pág. 59.

(56)Brasillach, Comme le temps passe, O.C., pág. 228.

(57)Op. cit., pág. 230, cfr. También pág. 232.

(58)Op. cit., pág. 231.

(59)Op. cit., pág. 261.

(60)Op. cit., pág. 263.

(61)Op. cit., pág. 267.

(62)Op. cit., pág. 229.

(63)Brasillach, Les Sept couleurs, O.C. II, pág. 416; La Conquerante, O.C. III, pág. 222, 263.

(64)Brasillach, Les Captifs, O.C., I, pág. 642.

(65)Brasillach, Bérénice, O.C. IV, pag. 130.

(66)Brasillach, Correspondance: 30 septiembre 1938 a su madre, 26 de octubre de 1939 a Bardeche, 28 de febrero 1940 a su hermana, O.C. X, pág. 510, 515, 538.

(67)Brasillach, Notre avant-guerre, O.C. VI, pág. 231.

(68)Brasillach, Journal d’un homme occupé, O.C. VI, pág. 347.

(69)Brasillach, Les sept couleurs, O.C. II, pág. 511.

(70)Brasillach, Six heures à perdre, O.C. III, pág. 399, 446.

(71)Op. cit., pág. 423.

(72)Brasillach, Poèmes (1939), O.C. IX, pág. 47.

(73)Brasillach, Lettre à un soldat de la classe soixante, O.C. V, pág. 595.