viernes, 27 de diciembre de 2019

CINE Y FASCISMO (1 de 4) - DE LA PROPAGANDA POLÍTICA AL ARTE PURO


El cine italiano en el Ventennio no difiere esencialmente de cualquier otro cine, sino por la presencia de un cierto número de películas (muy inferior al total de cintas filmadas entre 1923 y 1943) en las que se exalta, directa o indirectamente, al régimen fascista o al estilo y a la ideología fascista. En este artículo no se habla del “cine italiano” en el Ventennio, sino del “cine fascista” filmado en esos años. Ha sido inevitable recorrer algunos lugares comunes en los que ambos cines se entrecruzaron e interfirieron y muy especialmente las grandes construcciones del régimen en este terreno: el Istituto Luce y Cinecittà, la ciudad del cine, sin los cuales no sería posible comprender ni lo que fue el cine italiano del Ventennio, ni el cine italiano hasta nuestros días.


¿Cine político, cine de propaganda o
cine como expresión de una época?

Se espera de una cinta de propaganda que utilice todo el inmenso potencial de la imagen para convencer a los espectadores de la justeza de una determinaba visión que se pretende imponer en las mentes de los espectadores. Todos los gobiernos -incluidos los democráticos, e incluso diríamos, especialmente los democráticos- utilizaron desde el inicio de la industria cinematográfica este arma para convencer de sus bondades y desprestigiar a cualquier adversario. Especialmente en períodos bélicos o pre-bélicos, el cine ha sido utilizado masivamente para que los espectadores se decanten hacia la opción promovida por sus gobiernos. Hasta que la TV -que no es más que una forma de llevar algo parecido al cine a todos los hogares- irrumpió masivamente, el cine constituyó el principal instrumento de mentalización de masas.

La aparición de la “cinta de propaganda” fue casi contempánea al mismo nacimiento del cine. Desde principios del siglo XX, cuando algunas fuerzas económicas e industriales tendían a promover el enfrentamiento entre los “Imperios Centrales” y las potencias aliadas, ya tendían a presentar cintas en las que el futuro adversario era presentado como imagen del bárbaro sin escrúpulos. Porque, hay que recordarlo aquí, el cine de pura propaganda política es, sobre todo, un cine que trata cualquier tema de manera maniquea, simplista y sin medias tintas: lo propio es pintado con todos los rasgos angelicales con que es posible aureolarlo, lo enemigo, en cambio, es solamente demonizado. Sólo hay contrastes radicales, los tonos grises son eliminados para mayor eficacia y simplificación.



Iniciada la guerra, en 1916 ya se habçia filmado el primer documental británico de propaganda, La batalla del Somme que se proyectó en presencia del primer ministro Lloyd George el 2 de agosto de 1916, mientras en Francia la batalla proseguía, y un mes después en el castillo de Windsor en presencia de Jorge V. Pocas semanas después el documental había sido visto por 20 millones de esperadores. También en los EEUU el documental se proyectó masivamente en las salas cinematográficas, y generando el inicio de una corriente de opinión intervencionista allí en donde hasta entonces el grueso de la opinión pública había sido partidario de mantener la neutralidad.

A esas alturas quedaba ya demostrado el error de los Lumiére, inventores del cinematógrafo, cuando decían que su invento no era para vender, que se trataba de una mera curiosidad a la que la gente se habituaría pronto y por la que dejaría de tener interés.

Pero lo que hasta la Primera Guerra Mundial habían sido apenas pequeños balbuceos del cine de propaganda, luego, en los años 20 y 30 se convirtió en una de las principales armas de todos los gobiernos europeos, sin distinción de coloración política.

En la Unión Soviética, el cine se desarrolló por completo al margen de las lógicas del mercado. Apareció un cine propagandístico que no había pedido el público pero que era necesario para mantener la tensión ideal del bolchevismo. Los grandes cineastas rusos de la época son los que están más ligados al stablishment político bolchevique y que contribuyen a exaltarlo mejor en sus cintas: son los Einseintein, los Pudovkin, los Vertov que teorizan nuevas formas de hacer cine y más eficaces para su labor de concienciación de las masas. Las cintas más representativas de aquella época en la URSS son, desde luego, Octubre y El acorazado Potenkim. Luego, en la década siguiente, bajo Stalin, aparecerá el “realismo socialista” y las innovaciones de estos directores pasarán a segundo plano en beneficio de un cine uniformado, sin estilo y prácticamente monocorde.

En ese mismo tiempo y en un horizonte completamente diferente, en Hollywood, se está estructurando una industria del cine, buena parte de cuyos esfuerzos estarán orientados hacia las tareas de propaganda pre-bélica en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial y al servicio de la Office of War Information (la rama del Pentágono destinada a vigilar las producciones cinematográficas para impedir que pudieran contrarrestar su política belicista. Antes incluso del desencadenamiento de las hostilidades, los grandes disrectores de la época, Frank Capra, John Ford, Alfred Hitchcock y Howard Hawks han filmado o filmarán meras cintas de propaganda bélica.



Pero será en Alemania y en Italia en donde este tipo de cine alcanzará en pocos años sus más altas cotas. El Alemania será a partir de 1933 cuando Joseph Goebbels asuma la dirección de la industria cinematográfica de ese país a través de su Ministerio de propaganda. Los héroes del nacionalsocialismo, los temas propios de la cultura del NSDAP, los temas patrióticos y los grandes eventos de la época, se convertirán en verdaderas cintas de propaganda y promoción de las bonbades del régimen. Así mismo, aparecerán algunos filmes y documentales de carácter antisemita. Películas como El Judío Süss, documentales como El judío errante, se proyectarán y lograrán un éxito de masas junto a los filmes específicamente propagandísticos filmados por Leni Riefenstahl, Olympia (1936) y El triunfo de la voluntad (1934).

En Italia, el fascismo utilizó el cine desde el primer momento como arma propagandística. El propio Mussolini mostró cierta predisposición a apoyar directamente la creación de un industria del cine italiana que estuviera en condiciones de competir con la de Hollywood. Como veremos, la idea de Mussolini no consistía solamente en utilizar la balbuceante cinematografía solamente como arma de propaganda, sino también convertirla en industria de vanguardia característica de la modernidad italiana en la que el fascismo quería insertarse.

No hay cifras exactas, pero se sabe que en los últimos 13 años del régimen fascista, entre 1930 y 1943 se filmaron en Italia 772 películas de las que un centenar aproximadamente pueden ser consideradas como propaganda política de signo fascista. La mayoría de todas ellas jamás habrían podido filmarse de no haber impulsado el régimen de Mussolini una serie de estructuras para el desarrollo de la industria italiana del cine. El propio Duce era un gran aficionado al cine y fruto de este interés fueron sus tres creaciones que han marcado trascendentalmente la cinometografia italiana: la fundación del Istituto Luce (1932), la primera edición de la Mostra del Cinema di Venezia (1936) y la creación de los estudios de Cinecittà. No es raro que prácticamente hasta iniciarse el último tercio del siglo XX, prácticamente todos los grandes directores de cine italiano hubieran participado, de alguna manera, en el cine de propaganda del Ventennio fascista. Sin embargo, en sus primeros momentos, cuando todavía no existía ninguna de estas tres instituciones, el fascismo ya utilizó el cine para sus fines de propaganda.

Este cine tuvo como características dominantes las propias del fascismo como movimiento político: culto a la grandeza de Italia y al Duce, aspectos de la historiografía italiana en particular énfasis en la romanidad y en el período imperial, exaltación del mundo rural, recuperación del Risorgimento como precedente del régimen fascista (el cual habría culminado este movimiento histórico o bien habría realizo el “segundo Risorgimento”), preparar el terreno para impulsar un colonialismo italiano  exaltal la misión civilizadora de Roma y, finalmente exaltar los valores militares, deportivos y de la juventud inherentes al fascismo, enfatizando a partir de las intervenciones italianas en Etiopía y en la Guerra Civil Española el papel de las tropas de este país, odo ello, obviamente, junto a unas orientaciones anticomunistas y muy en segundo lugar anticapitalistas.