miércoles, 11 de diciembre de 2019

PARA ENTENDER MEJOR A LOS ESTADOS UNIDOS: LOS TRES GRANDES “DESPERTARES RELIGIOSOS” (2 de 4) LOS “CRISTIANOS RENACIDOS”


El tercer “gran despertar religioso” de los EEUU empezó en los años 60 pero solamente consiguió influir en las decisiones del poder al filo del milenio y con la administración Bush, al igual que el “primer gran despertar” tuvo influencia en el período de la independencia y el segundo abarcó desde los años previos a la Guerra de Secesión hasta finales del siglo XIX. Los años 60 fueron de grandes cambios en todo el mundo, pero especialmente en los EEUU tuvieron como resultado el nacimiento de la “contracultura” que derivó posteriormente al actual movimiento de la New Age, y, por otra parte, aparecieron cultos conservadores en el “cinturón de la Biblia” que fueron ganando fuerza, mediante el fenómeno de los “telepredicadores” y se configuraron genéricamente como “movimiento de los cristianos renacidos”. Esta es la historia de un modelo anómalo (y peligrosos) de espiritualidad.


LOS CRISTIANOS RENACIDOS

El historiador Gabriel Jackson escribía: «El factor más importante en la opinión pública estadounidense, que no es apreciado lo bastante ni por los liberales seglares estadounidenses ni por el mundo europeo en general, es la importancia de la cristiandad bíblica. Me quedé asustado recientemente al leer una encuesta Gallup que afirmaba que el 68% de las personas encuestadas creía en el diablo, que el 48% creía en el «Creacionismo», la creación directa del universo entero por Dios tal como se describe en el libro del Génesis, más que en la evolución darwiniana, y que el 46% se consideraban cristianos renacidos».

Jackson, sin duda, se sentiría más asustado si supiera que en 2003, el 90% de los norteamericanos creían en Dios el 82% en la vida eterna, el 60% asistía algún tipo de oficio dominical y otro 60% rezaba cada día. De las 15.000 confesiones religiosas que conviven en los EEUU, el 60% son protestantes, el 25% católicos, los judíos son seis millones y los musulmanes tres. Estas cifras no tendrían nada de sorprendente y serían un rasgo específicamente americano, especialmente por el seguimiento de las sectas nacidas en aquel territorio (amish, mormones, cuáqueros, apostólicos, angloisraelitas, dunkers, etc.), sino fuera porque una parte muy importante sostiene posturas extremistas, fundamentalistas, con actitudes en algunos casos próximas al terrorismo.

El caso de Randall Terry, fundador del violento grupo terrorista anti–abortista denominado «Operation Rescue» es significativo. Su “campaña por la vida” no se limita a realizar campaña contra el aborto e intentar la aprobación de iniciativas que limiten esta práctica. Randall Ferry entra perfectamente dentro de lo que podemos llamar en rigor, terrorismo: «Ustedes los abortistas mejor que corran, porque los vamos a encontrar y los vamos a ejecutar. Hablo muy en serio. Parte de mi misión es el enjuiciamiento y la ejecución de ustedes. Yo soy un Reconstruccionista Cristiano. Yo creo que la Iglesia debe gobernar este país. A los que dicen que debemos separar a la Iglesia del Estado yo le digo que la Biblia Cristiana es el centro de la civilización». Por su parte, Clayton Lee Wagner, miembro de un grupo similar, se explica en términos parecidos: «Dios me ha llamado a hacer la guerra contra sus enemigos…y no le importa a Dios o a mi si eres una enfermera, una recepcionista, un contador o barrendero... Si trabajas para un abortista yo te voy a matar».

Podría decirse que tanto Ferry como Wagner son marginales dentro de la sociedad americana. Sin embargo, Jerry Falwell, no era un marginal, sino el predicador más significativo del conservadurismo religioso norteamericano, encargado de celebrar la ceremonia fúnebre el 13–S tras los atentados contra el WTC. Fue allí donde dijo, textualmente: «Yo realmente creo que los paganos, los abortistas, las feministas, los homosexuales, las lesbianas, los derechos civiles (ACLU) y People For The American Way, todos ellos tienen la culpa de que Dios haya permitido que esto haya pasado [los atentados del 11-S]. Yo apunto mi dedo acusador en sus caras y se lo digo». Falwell organizó en los años 80 la «Mayoría Moral», uno de los grupos que apoyaron decisivamente la elección de Reagan como Presidente. La idea de Falwell y de la «Mayoría Moral» es que los EEUU están en crisis por que han dado la espalda a los valores originarios de la nación, aquellos que sellaron la alianza entre Dios y su pueblo –los EEUU, por supuesto–; las desgracias que los EEUU sufrieron el 11–S son, para él, producto de ese alejamiento, de la misma forma que los percances del Israel bíblico se debieron al mismo motivo y a la ruptura de la «Alianza».



Para entender la situación actual de la nueva derecha religiosa, es preciso viajar hasta principios del siglo XX, cuando ya se había agotado completamente el impulso del Segundo Gran Despertar y empezaba a cobrar forma en medios religiosos la sensación de que la tensión espiritual en los EEUU se estaba debilitando. Fue entonces, cuando Lyman Steward y un grupo de teólogos protestantes de Princeton, publicaron una colección de doce folletos titulado Fundamentalism: a testimony of the truth. La palabra «fundamentalismo» deriva de este grupo que proponía un estilo de vida rigorista y dictado por las páginas de la Biblia. En los tiempos en los que el progreso generaba problemas de identificación para los cristianos, los «fundamentalismos» presentaban la vida austera y la observación de los preceptos bíblicos como la forma más adecuada para afrontar la modernidad.

Políticamente, este grupo se convirtió en un ala del Partido Republicano. En aquel momento emprendieron una lucha extremadamente dura contra los darvinistas en nombre del «creacionismo». Su aceptación del texto bíblico, no solamente en su sentido moral, alegórico o simbólico, sino también en su interpretación de la génesis del ser humano –«Y Dios creó al hombre»– los llevó necesariamente a rechazar las nuevas corrientes del pensamiento científico.

Cuando crecieron, dieron vida a diversos grupos militantes: primero la Liga de América y luego Cruzada anticomunista. Estos grupos estaban perfectamente adaptados al marco del anticomunismo generado a partir del Golpe de Praga en 1948, pero siempre fueron a la zaga de organizaciones mejor dotadas desde el punto de vista doctrinal, como la John Birch Society. A partir de los años 60, estos grupos fundamentalistas cristianos empezaron a parecer inadecuados para una sociedad que había descubierto la píldora, la minifalda, la liberación sexual, el rock y el movimiento hippy. A medida que se avanzó en la década de los 60, los grupos fundamentalistas, fueron perdiendo influencia y, por eso mismo, radicalizándose aún más. Ya no eran solo enemigos de los comunistas, sino de lo que ellos llamaban «criptocomunismo» que, en buena medida, correspondía a sectores que nada tenían que ver con el Partido Comunista ni con ninguna de las agrupaciones marxistas organizadas. Esta radicalización no contribuyó a aumentar su influencia. Aquellos años fueron de un crecimiento económico espectacular y, difícilmente, podría exigirse austeridad y rigorismo a una población que estaba degustando a placer las mieles del consumo y de una prosperidad económica innegable. No era un buen momento para ningún dios.

Sin embargo, tal como Marvin Harris explica en su libro La cultura norteamericana contemporánea: «En los años sesenta, los teólogos se preguntaban sin esperanza si Dios había muerto. En los setenta, había multitud de personas en los Estados Unidos que afirmaban hacer constatado con sus propios ojos que Dios está vivo o que ellos mismos eran dioses vivientes». La crisis de las organizaciones fundamentalistas no indicaba el eclipse del espíritu religioso norteamericano a principios de los años 70, simplemente, éste había derivado hacia otros derroteros. Los Niños de Dios irrumpieron en California en 1968; cuatro años antes, junto al movimiento hippy podían verse los primeros Hare Khrisna. El movimiento del cientología, formado por Ron Hubbard en los años 50, no logró hasta finales de los sesenta adquirir cierta relevancia. Otro tanto le ocurrió a la Iglesia de la Unificación del reverendo Moon, constituida en 1959, pero que no logró irradiar hasta doce años después. Otro tanto ocurrió con toda la serie de gurús orientales llegados a California a principios de los setenta que impregnaron el movimiento de la contracultura. También en esa época se publicó el primer libro de Carlos Castaneda sobre las presuntas enseñanzas de un chamán indio.

Todas las grandes religiones (y los “despertares” propios de EEUU) se han producido en momentos de gran transformación social y económica. El Tercer Gran Despertar generado entre principios de los años setenta y los primeros años del siglo XXI, responden a estas características. Se buscan soluciones a problemas prácticas, soluciones que tienen que ver más con el pensamiento mágico que con el científico. Se utiliza la religión para conseguir dinero y fortuna. Ron Hubbard expresó magistralmente esta aspiración cuando dijo «El dinero es un símbolo. Representa el éxito cuando se posee y el fracaso cuando no se tiene, no importa quien haga propaganda en contra».



No es raro que las nuevas confesiones religiosas de los años 70 propusieran a sus miembros una vida austera, pero no dudaran en pedirles que legaran sus bienes a la comunidad. Varias confesiones religiosas tienen pujantes negocios de venta piramidal, o bien explotan contratos comerciales en exclusiva y, todas, desde luego, utilizan a sus adeptos para mendigar, vender sus productos o realizar labores de proselitismo que atraigan más fondos para la organización. En esto que el 18 de noviembre de 1978 se produjo la tragedia del Templo del Pueblo en Guyana. El «reverendo» Jim Jones y 900 seguidores fueron encontrados muertos (asesinados o suicidados) en plena selva. Todos ellos (negros, ancianos, outsiders) se habían retirado a esta comuna como respuesta a la presión que sufrían del medio urbano estadounidense: los precios de los alojamientos crecían continuamente, lo mismo ocurría con la asistencia médica y la delincuencia era cada vez más mayor. Las ciudades eran progresivamente más hostiles para la gente mayor y, además, el racismo seguía latente en la sociedad. Prefirieron segregarse y seguir a Jones en su loca aventura.

El impacto del suceso fue tremendo, pero evidenció –junto con la irrupción fugaz del «Ejército Simbiótico de Liberación», un grupo de terroristas de carácter místico y alucinado– la importancia que habían tomado bruscamente las sectas en una sociedad en permanente transformación desde mediados de los años sesenta. Con el paso del tiempo –y especialmente a partir de la masacre de Guyana– todo este sector religioso–contracultural terminó por eclipsarse y solamente volvió a renacer, transformado en un movimiento terapéutico, cultural, esotérico y de autoayuda, la “New Age”.

Tanto los movimientos emanados de la contracultura, como las nuevas formas religiosas que aparecieron en los setenta y el movimiento de los newagers pueden ser considerados como partes constitutivas del Tercer Gran Despertar, pero faltaba la componente más popular y, sin duda, la que ha tenido más importancia: los movimientos cristianos evangélicos. Harris dice al respecto: «Los Yogis swamis, sris y Don Juanes afirman que pueden acostarse en camas de clavos, levitar y volar, pero la nueva raza de evangelistas puede hacer algo mucho más impresionante: emitir sus imágenes vía satélite y llegar a cualquier ciudad y pueblo de Norteamérica». Añade: «Los cristianos televisivos no tienen que abandonar casa, empleo, ni familia para participar en los poderes de curación y alivio de una comunión que se preocupa de ellos y los apoya. Todo lo que necesitan es enviar veinte dólares y enchufar el aparato. Los evangelistas les hablan directamente. Y si sienten la necesidad de mantener un diálogo, un equipo de voluntarios está preparado para recibir sus llamadas las 24 horas del día».

Fue así como el fundamentalismo cristiano que había languidecido a lo largo de toda la década de los 60 y solamente logró recuperarse a finales de los 70, emergió gracias al fenómeno de los telepredicadores. En ese momento irrumpió Jerry Falwell y su Mayoría Moral, pero también Bil Graham, Pat Robertson, Pat Buchanan y otros muchos. El primero de todos ellos, Rex Humbard, retransmitía sus oficios semanales desde la Catedral del Mañana, a través de 650 emisoras de televisión. Su organización, a finales de los setenta, recaudaba veinticinco millones de dólares al año. Por su parte, Jim Baker y su esposa Tammy, recaudaron cincuenta millones de dólares en 1980 para su organización Alabado sea el Señor, popularizada también a través de 200 emisoras de televisión. En esa época, Pat Robertson, ingresaba con su Club 700, 58 millones dólares al año y pudo gastar 20 millones en la sede central de su Red de Difusión Cristiana. Robert Schuller, predicador de California, creó su Catedral de Cristal, esperpéntica construcción formada por 10.250 espejos engarzados en acero. Cuando «vendía» su producto religioso, explicaba que podía «aliviar la impaciencia, ansiedad y frustración financiera que afligen a nuestra cultura y a nuestro pueblo». Y, finalmente Jerry Falwell, otro predicador que inició su trayectoria en los años cincuenta, pero que solo empezó a ser reconocido como líder de masas veinte años después, explicaba ante las cámaras de su programa La Hora del Evangelio de Siempre que «Cristo no ocupa el corazón de un hombre hasta que no tiene su cartera». A sus dos millones de contribuyentes solía decirles: «Pon a Jesús el primero en tu lista de gastos y permítele que te bendiga financieramente».

Los fieles daban dinero, pero ¿qué recibían a cambio? En los años setenta solamente curaciones a distancia y la fácil promesa de recibir el ciento por uno por sus donaciones. No siempre se cumplía, claro está, pero lo masivo de las audiencias hacía que entre los televidentes hubiera alguien afortunado que se veía beneficiado con alguna casualidad. Los telepredicadores aprendieron a explotar esta ventaja estadística. Siempre había alguien aquejado de sinusitis que bruscamente, viendo el programa piadoso por TV, se daba cuenta de que estaba curado. Llamaba a la emisora y el hecho, banal e intrascendente, era contabilizado como milagro. Era también frecuente que un exiguo porcentaje de necesitados, recibiera improvisadamente una herencia, le tocara la lotería o, simplemente, encontrara unos cuántos dólares. Cuando se tienen audiencias de 16–20 millones, cualquier fenómeno estadístico puede producirse. Robertson explicaba que cada año más de 20.000 espectadores llamaban afirmando haber sido curados milagrosamente de sus dolencias. Sobre 16 millones de telespectadores, estamos hablando de un porcentaje del 0’1%... que, sin duda, se debe a curaciones de dolencias inexistentes, curaciones casuales debidas a tratamientos médicos convencionales o curaciones de enfermedades psicosomáticas que sólo requerían un placebo para hacerse efectivas. Decididamente la Providencia no parece esforzarse mucho, a pesar de la abultada cifra de 20.000 «curaciones» anuales. Espectáculos mediáticos de este carácter se hicieron extremadamente populares en los últimos años setenta y principios de los ochenta. Pero los telepredicadores no estaban dispuestos a quedarse en el nivel de un mero circo mediático por lucrativo que fuera.

Utilizando un lenguaje mucho más agresivo y directo, se agruparon en lo que se llamó «nueva derecha cristiana» que aportó el elemento más dinámico a la elección de Ronald Reagan. En 1989 se fundaba la Coalición Cristiana y unos años antes, el mismo núcleo había dado vida a la Christian Broadcasting Network, una estación de TV especialmente dedicada al fundamentalismo religioso. El grupo decidió que el campo más adecuado para su acción de regeneración de la sociedad era la política. Como hemos dicho, participaron decisivamente en la elección y en la reelección de Reagan, pero en 1988, Pat Robertson se presentó a la nominación como presidente y cuatro años después lo intentó Buchanan. Ambos fracasaron en su empeño. Podían influir en la sociedad… pero no dirigirla directamente.

Cuando subió al poder Bill Clinton, el grupo pareció languidecer de nuevo, pero se trataba de un espejismo. De hecho, al producirse el episodio Levinsky, tras la Coalición Cristiana que desempeñó lo esencial de la agitación contra el Presidente, se encontraban Dick Chenney y Ronald Rumsfeld, mucho más diestros en el manejo de las campañas de alta política y cuyo fervor religioso brillaba por su ausencia. Con Bush, los fundamentalistas tocaron de nuevo poder e impusieron a la administración un programa que el propio presidente compartía sin fisuras. Todos partían de la vieja idea de que los EEUU son la nación elegida por Dios, el “nuevo pueblo elegido”, los “judíos de la modernidad”, ideas que les llevaban a una mezcla de mesianismo enfermizo y unilateralismo exasperado, teniendo como trasfondo en política interior una reacción brutal contra el laicismo. Su programa exigía el retorno de la religión a la escuela, la protección de la familia, la lucha contra el divorcio, el aborto, la homosexualidad y el feminismo. El 13–S, Bill Graham resumió esta ideología llamando al «arrepentimiento» de los norteamericanos, sus pecados habían causado el castigo de Dios –los ataques del 11–S– si querían prevenir nuevos atentados debían aceptar el reinado de Dios, el arrepentimiento de sus pecados colectivos y… la defensa del derecho del Estado de Israel a existir en las fronteras conquistadas durante la «Guerra de los Seis Días» en 1967.

Si el movimiento tuvo éxito fue por dos motivos esenciales: en primer lugar porque los telepredicadores supieron llegar a cada hogar a través del monitor de TV y convertir sus curaciones «milagrosas» en espectáculo mediático; en segundo lugar porque sus aparentes locuras respondían a los problemas no resueltos que se habían planteado en los EEUU y que resume Harris: «problemas no resueltos que plantea el consumismo disfuncional, la inflación, la inversión de los roles sexuales, el ocaso de la familia basada en el varón proveedor, la alienación laboral, la opresión del gobierno y las burocracias corporativas, el sentimiento de aislamiento y soledad, el miedo a la delincuencia y la perplejidad sobre la causa fundamental de que tantos cambios se produzcan a la vez».

En las elecciones presidenciales de 1980, se había hecho evidente la importancia sociológica de la «derecha cristiana» y, por tanto, del Tercer Gran Despertar. En el cuarto de siglo que siguió, en la medida en que los cambios no cesaron, sino que siguieron produciéndose con mucha más celeridad, el fundamentalismo cristiano fue aumentando su influencia en la sociedad como movimiento político–espiritual, tal y como había ocurrido en los dos anteriores “despertares” (el que abrió el camino a la independencia y el que condujo a la guerra civil). En opinión de sus mentores, este Tercer Gran Despertar debía de abrir el camino para que el “destino manifiesto” de los EEUU llevara a la construcción de un imperio unipolar y a una sociedad universal globalizada “justa”. Pues bien, este concepto de «destino manifiesto» merece ser observado con más detenimiento.