El cine italiano en el Ventennio no difiere esencialmente de
cualquier otro cine, sino por la presencia de un cierto número de películas
(muy inferior al total de cintas filmadas entre 1923 y 1943) en las que se
exalta, directa o indirectamente, al régimen fascista o al estilo y a la
ideología fascista. En
este artículo no se habla del “cine italiano” en el Ventennio, sino del
“cine fascista” filmado en esos años. Ha sido inevitable recorrer algunos
lugares comunes en los que ambos cines se entrecruzaron e interfirieron y muy
especialmente las grandes construcciones del régimen en este terreno: el Istituto
Luce y Cinecittà, la ciudad del cine, sin los cuales no
sería posible comprender ni lo que fue el cine italiano del Ventennio,
ni el cine italiano hasta nuestros días.
¿Cine político, cine de propaganda o
cine como expresión de una época?
Se espera de una cinta de propaganda que utilice todo el inmenso potencial
de la imagen para convencer a los espectadores de la justeza de una determinaba
visión que se pretende imponer en las mentes de los espectadores. Todos los gobiernos
-incluidos los democráticos, e incluso diríamos, especialmente los
democráticos- utilizaron desde el inicio de la industria cinematográfica este
arma para convencer de sus bondades y desprestigiar a cualquier adversario.
Especialmente en períodos bélicos o pre-bélicos, el cine ha sido utilizado
masivamente para que los espectadores se decanten hacia la opción promovida por
sus gobiernos. Hasta que la TV -que no es más que una forma de llevar algo
parecido al cine a todos los hogares- irrumpió masivamente, el cine constituyó
el principal instrumento de mentalización de masas.
La aparición de la “cinta de propaganda” fue casi contempánea al mismo
nacimiento del cine. Desde principios del siglo XX, cuando algunas fuerzas económicas e
industriales tendían a promover el enfrentamiento entre los “Imperios
Centrales” y las potencias aliadas, ya tendían a presentar cintas en las que el
futuro adversario era presentado como imagen del bárbaro sin escrúpulos.
Porque, hay que recordarlo aquí, el cine de pura propaganda política es,
sobre todo, un cine que trata cualquier tema de manera maniquea, simplista y
sin medias tintas: lo propio es pintado con todos los rasgos angelicales con
que es posible aureolarlo, lo enemigo, en cambio, es solamente demonizado.
Sólo hay contrastes radicales, los tonos grises son eliminados para mayor
eficacia y simplificación.
Iniciada la guerra, en 1916 ya se habçia filmado el primer documental
británico de propaganda, La batalla del Somme que se proyectó en
presencia del primer ministro Lloyd George el 2 de agosto de 1916, mientras en
Francia la batalla proseguía, y un mes después en el castillo de Windsor en
presencia de Jorge V. Pocas semanas después el documental había sido visto por
20 millones de esperadores. También en los EEUU el documental se proyectó
masivamente en las salas cinematográficas, y generando el inicio de una
corriente de opinión intervencionista allí en donde hasta entonces el grueso de
la opinión pública había sido partidario de mantener la neutralidad.
A esas alturas quedaba ya demostrado el error de los Lumiére, inventores
del cinematógrafo, cuando decían que su invento no era para vender, que se
trataba de una mera curiosidad a la que la gente se habituaría pronto y por la
que dejaría de tener interés.
Pero lo que hasta la Primera Guerra Mundial habían sido apenas pequeños
balbuceos del cine de propaganda, luego, en los años 20 y 30 se convirtió en
una de las principales armas de todos los gobiernos europeos, sin distinción de
coloración política.
En la Unión Soviética, el cine se desarrolló por completo al margen de las
lógicas del mercado. Apareció un cine propagandístico que no había pedido el
público pero que era necesario para mantener la tensión ideal del bolchevismo. Los
grandes cineastas rusos de la época son los que están más ligados al
stablishment político bolchevique y que contribuyen a exaltarlo mejor en sus
cintas: son los Einseintein, los Pudovkin, los Vertov que teorizan nuevas formas
de hacer cine y más eficaces para su labor de concienciación de las masas.
Las cintas más representativas de aquella época en la URSS son, desde luego, Octubre
y El acorazado Potenkim. Luego, en la década siguiente, bajo Stalin,
aparecerá el “realismo socialista” y las innovaciones de estos directores
pasarán a segundo plano en beneficio de un cine uniformado, sin estilo y
prácticamente monocorde.
En ese mismo tiempo y en un horizonte completamente diferente, en
Hollywood, se está estructurando una industria del cine, buena parte de cuyos
esfuerzos estarán orientados hacia las tareas de propaganda pre-bélica en los
prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial y al servicio de la Office of War
Information (la rama del Pentágono destinada a vigilar las producciones
cinematográficas para impedir que pudieran contrarrestar su política belicista.
Antes incluso del desencadenamiento de las hostilidades, los grandes
disrectores de la época, Frank Capra, John Ford, Alfred Hitchcock y Howard
Hawks han filmado o filmarán meras cintas de propaganda bélica.
Pero será en Alemania y en Italia en donde este tipo de cine alcanzará en
pocos años sus más altas cotas. El Alemania será a partir de 1933 cuando Joseph
Goebbels asuma la dirección de la industria cinematográfica de ese país a
través de su Ministerio de propaganda. Los héroes del nacionalsocialismo, los
temas propios de la cultura del NSDAP, los temas patrióticos y los grandes
eventos de la época, se convertirán en verdaderas cintas de propaganda y
promoción de las bonbades del régimen. Así mismo, aparecerán algunos filmes y
documentales de carácter antisemita. Películas como El Judío Süss,
documentales como El judío errante, se proyectarán y lograrán un éxito
de masas junto a los filmes específicamente propagandísticos filmados por Leni
Riefenstahl, Olympia (1936) y El triunfo de la voluntad (1934).
En Italia, el fascismo utilizó el cine desde el primer momento como arma
propagandística. El
propio Mussolini mostró cierta predisposición a apoyar directamente la creación
de un industria del cine italiana que estuviera en condiciones de competir con
la de Hollywood. Como veremos, la idea de Mussolini no consistía solamente
en utilizar la balbuceante cinematografía solamente como arma de propaganda,
sino también convertirla en industria de vanguardia característica de la
modernidad italiana en la que el fascismo quería insertarse.
No hay cifras exactas, pero se sabe que en los últimos 13 años del
régimen fascista, entre 1930 y 1943 se filmaron en Italia 772 películas de las
que un centenar aproximadamente pueden ser consideradas como propaganda
política de signo fascista. La mayoría de todas ellas jamás habrían podido
filmarse de no haber impulsado el régimen de Mussolini una serie de estructuras
para el desarrollo de la industria italiana del cine. El propio Duce era un
gran aficionado al cine y fruto de este interés fueron sus tres creaciones que
han marcado trascendentalmente la cinometografia italiana: la fundación del Istituto
Luce (1932), la primera edición de la Mostra del Cinema di Venezia
(1936) y la creación de los estudios de Cinecittà. No es raro que
prácticamente hasta iniciarse el último tercio del siglo XX, prácticamente
todos los grandes directores de cine italiano hubieran participado, de alguna
manera, en el cine de propaganda del Ventennio fascista. Sin embargo, en
sus primeros momentos, cuando todavía no existía ninguna de estas tres
instituciones, el fascismo ya utilizó el cine para sus fines de propaganda.
Este cine tuvo como características dominantes las propias del fascismo
como movimiento político: culto a la grandeza de Italia y al Duce, aspectos de
la historiografía italiana en particular énfasis en la romanidad y en el
período imperial, exaltación del mundo rural, recuperación del Risorgimento
como precedente del régimen fascista (el cual habría culminado este movimiento histórico o bien habría realizo
el “segundo Risorgimento”), preparar el terreno para impulsar un
colonialismo italiano exaltal la misión
civilizadora de Roma y, finalmente exaltar los valores militares, deportivos y
de la juventud inherentes al fascismo, enfatizando a partir de las
intervenciones italianas en Etiopía y en la Guerra Civil Española el papel de
las tropas de este país, odo ello, obviamente, junto a unas orientaciones anticomunistas
y muy en segundo lugar anticapitalistas.