Reconozco que no me lo podía creer y conocí la noticia por
casualidad: una niña de ocho años había dado un “discurso viral” en la Asamblea
de Extremadura” reivindicando el “derecho a ser felices”. ¿Cómo negarle a un
niño ese derecho? El problema era que el niñ@ que decía estas palabras era…
transgénero. Había nacido niño, pero se comportaba como una niña y quería
ser una niña, así que su madre peleó y batalló para que lo fuera. Era la confirmación
de que, en la modernidad, la locura es la ración más habitual a consumir. Porque
no estamos hablando de “derechos” sino de locura.
Intento encontrar en Google más noticias sobre esta precoz
transexual. Hay muy poca cosa. Supongo que los “hábiles” políticos del
parlamento de Extremadura quisieron aprovechar el “desembarco” de Greta
Thumberg en España para generar un fenómeno regional similar. ¿Quién no va a
creer en el “cambio climático” si hasta una niña “sabe” lo candente de la
cuestión? ¿Quién no va a querer que un niñ@ sea feliz?
Como siempre los padres tienen algo que ver en todo esto.
Creo haber leído que la madre de la niña es “educadora social” y que anda
pontificando sobre transexualidad infantil en colectivos gays. Como los padres
de Greta, actores en busca de buenos papeles… para su hija, la madre de est@
transexual extremeñ@ no se preocupa por ocultar el rostro de una menor, sino
que quiere convertirl@ en icon@. Me recuerda a esas madres que acuden a los
castings con un niño porque es tan guapo y es tan buen actor que podría ser una
nueva Shirley Temple o un Macaulay Culkin o un Haley Joel Osment (el de “a
veces veo muertos”), o aquellos otros padres que, desde muy niños apuntan a sus
hijos a una Escuela de Fútbol porque quieren hacer de ellos un jugador de primera
división. Que destaque dando patadas a un balón o diciendo “soy Edu, feliz Navidad”,
antes que estudiando o aprendiendo un oficio. De gente así, convertidos en
adolescentes, se nutren ciertos programas de televisión, los “sálvames” y el
Gran Hermano: gentes que convierten su intimidad en espectáculo.
Leo en El Diario (que es uno de los pocos
medios que se ha ocupado de la madre más que de la hija: “A Anabel Pastor no
deja de sonarle el teléfono en la mañana de este miércoles”. Ana Isabel Pastor
es la madre del niño transexual que nació varón y que ahora es mujer. Buscando
por Internet he encontrado, finalmente, una noticia de hace dos años de El
Periódico de Extremadura en la que la misma Ana Isabel Pastor había
campaña para el cambio de sexo de su hijo. Decía que “Elsa” era una niña porque jugaba con muñecas y siempre ha
querido ropas de niña”… Esto ocurría cuando el hijo de Anabel Pastor tenía
¡seis años!
Probablemente, todo se hubiera enderezado con terapia
psicológica (tanto para la madre como para el niño), sin embargo, se optó por
la vía más complicada para todos -y debió optar la madre, porque el niño
desconocía (y sigue desconociendo) las implicaciones de su decisión.
Leo en El Diario una noticia que me parece escalofriante: “Desabastecimiento de fármacos para transexuales”. Al parecer, desde principios de diciembre de 2016 escasean en las farmacias los dos medicamentos para que los cambios de sexo se mantengan: las inyecciones de testosterona Testex Prolongatum 250 mgr y las pastillas de estrógenos Meriestra. Una trans madrileña decía al mismo informativo: “La principal consecuencia es el caos inicial, nadie tenía información al respecto o era confusa”. Por lego que sea en la materia, me da la sensación de que, si los trans no se administran estos fármacos, su sexo vuelve a lo que era originariamente, salvo que se hayan entrado en el quirófano para realizar las más siniestras operaciones, en el fondo, castraciones.
He conocido a trans de treinta años que, todavía a esa edad tenían
dudas sobre cuál era su sexo. Unas mañanas se levantaban y se vestían de
hombres y otra de mujeres. También he conocido a travestidos hormonados y
operados que, un buen día decidieron que querían volver a ser hombres, así que,
nueva entrada en quirófano y más fármacos para revertir sexo quedando sus
cuerpos, literalmente, destrozados y deformados. Desde esa época, tengo la
sospecha de que esos “problemas personales”, hubieran podido resolverse mediante
terapia psicológica, en lugar de dar la palabra a una industria
farmacéutica en busca de nuevos beneficios y a cirujanos estéticos con ganas de
ampliar clientela.
Nacemos varones o hembras. De momento, no lo decidimos nosotros,
ni nuestros padres: lo decide la naturaleza. El que el proceso de sexualización
de algunos no sea perfecto y que el sexo mental no encaje completamente con el
sexo físico en algunos casos, es un trastorno clínico como otro cualquiera, a veces
físico y hormonal, en otros mental y, a veces sociológico (inducido por terceros). Pero la infancia es un período
excesivamente temprano para saber lo que se quiere ¡y mucho más en materia de
sexualidad! Incluso la adolescencia posterior, un período de maduración de tendencias
interiores y de cambios radicales, no es el mejor momento para elegir nada y
menos el sexo.
Mis nietos son, como todos los niños de hoy, caprichosos. Tienen 5 y 3 años. Todos hemos sido así a esa edad. Mis padres no me daban todo lo que quería y lo que pedía. Unas cosas porque no estaban en su mano, otras porque eran caprichos de crío. Si les pedía para Reyes el “Castillo del Cid” me lo compraban y si al año siguiente quería “la calle del Oeste”, tenía por cierto que iba a ser mía. Pero en la carta a los Reyes Magos había otras muchas cosas que jamás tuve y que les agradezco que no me regalaran como lección: 1º en la vida no se puede tener todo lo que uno desea y 2º en la vida hay cosas que ni siquiera vale la pena tener. A causa de esas lecciones es por lo que todavía hoy mis ojos de humedecen cuando pienso en mis padres y cómo les echo en falta.
Mis nietos son, como todos los niños de hoy, caprichosos. Tienen 5 y 3 años. Todos hemos sido así a esa edad. Mis padres no me daban todo lo que quería y lo que pedía. Unas cosas porque no estaban en su mano, otras porque eran caprichos de crío. Si les pedía para Reyes el “Castillo del Cid” me lo compraban y si al año siguiente quería “la calle del Oeste”, tenía por cierto que iba a ser mía. Pero en la carta a los Reyes Magos había otras muchas cosas que jamás tuve y que les agradezco que no me regalaran como lección: 1º en la vida no se puede tener todo lo que uno desea y 2º en la vida hay cosas que ni siquiera vale la pena tener. A causa de esas lecciones es por lo que todavía hoy mis ojos de humedecen cuando pienso en mis padres y cómo les echo en falta.
Conociendo la infancia es fácil suponer lo que ha pasado
con este niño extremeño (y que me disculpen si me equivoco, pero en la red hay poca información sobre el caso). Acaso su madre quería tener una niña… y tuvo un niño.
Quizás fue que educó al niño como niña o que éste tenía una tendencia innata a
jugar con juguetes de niña. Por lo que leo en la red estos extremos no
están aclarados. Bien, lo primero de todo, obviamente, es que cada niño es como
es y cada niño merece un respeto, el que nadie se burle de él y el que en el
colegio no sufra bullying ni nada parecido (que no era el caso del niño extremeño). Eso nadie puede negarlo y el respeto a la libertad de opción y a la
dignidad humana es un avance de la civilización.
En sí mismo, el discurso de la niña fue peripatético, acabó con un “No
permitan que nadie os arrebate la felicidad”… Al parecer, la felicidad
consiste en elegir el sexo a los seis años sin ser consciente de lo que ello
implica. Me alegro de que mi nieto a esa edad sólo pida confites y aún así, le digo NO la mayor parte de las veces.
Finalmente, dos líneas sobre la explotación de la
infancia. A Greta Thumberg se le ha unido, la niña extremeña, otra niña chilena
que dio un discursito en Cádiz sobre la situación de su país en octubre de este
año en el 34º Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, una niña indígena en
México orgullosa de reivindicar a sus antepasados indígenas (los que arrancaban
el corazón de otros niños colocados en el altar de sacrificios) y varios más
por el estilo, hasta el punto de que en algunos países se ha tenido que
prohibir la utilización de niños en “campañas publicitarias o políticas”. El que, para excitar la vena emotiva y sentimental de las poblaciones se recurra a niños, me parece, sencillamente, repugnante, sea cual sea la causa que se defienda.
Aquí harían falta leyes similares y cursos en los que los
padres aprendieran a distinguir lo que es un capricho infantil de lo que es un deseo firme de un crío;
lo que es una necesidad, de lo que es un estado ánimo transitorio; sobre las
diferencias entre biología y psicología; sobre el valor de decir “NO” a los
hijos como mis padres me lo dijeron tantas veces sin que nunca haya sentido disminuido
lo más mínimo el amor y el cariño que sentí hacia ellos, sino, más bien, agradecimiento. Y es que, a fin de
cuentas, los padres de hoy no saben decir “NO” a sus hijos de seis años en algo
tan drástico como un cambio de sexo. Es algo que ni siquiera podría aceptarse descargando
la última actualización del sentido común.
Por cierto, decía la madre que lo peor que le puede ocurrir a su hija es que Vox siga creciendo. ¿Formará también parte la susodicha del "cordón sanitario" contra Vox? ¿Será la niña trans un enésimo elemento de la política de contención de Vox? No lo sé. De lo que no me cabe la menor duda es de que se trata de una víctima, aunque me resulte mucho más difícil decir de quién.