Soy de los que creía en el cambio climático. Me
acordaba de los inviernos de mi juventud y me decía que entonces hacía más frío
que ahora. Creía normal que el ser humano, que, desde la primera revolución
industrial había ido lanzando al espacio toneladas y toneladas de humos y gases,
hubiera terminado por modificar el clima. Todo esto se apoyaba en las lecturas
que desde 1970 he ido realizando: aquel Manifiesto Ecologista que
publicó Alianza Editorial ese mismo año. Incluso, antes, en 1969, en el
ambiente político en el que me movía ya se había publicado el Manifiesto
Cassandre, impreso por la publicación francesa Le Devenir Europeénne,
en el que se aludía a temas tan variados como la obsolescencia programada o la
degradación del medio ambiente ecológico. Y esas certidumbres son las que
han alimentado mi creencia en que, efectivamente, el clima estaba cambiando
gracias a la acción deletérea del ser humano. Tengo que agradecer a Greta
Thumberg el haberme alumbrado: en efecto, todo era mentira.
Reconozco que tenía por reaccionarios a todos los que
opinaban que el capitalismo salvaje y depredador no contaminaba. ¡Claro que
contamina! ¡Como el socialismo que gobernó durante sesenta años en el Este! De
hecho, cualquier acción humana contamina. Barcelona huele mal, entre
otras cosas porque cada día 150.000 chuchos arrojan un litro de pis en las
calles. ¿Cómo no va a oler mal la ciudad en la que anualmente se desperdigan
por las calles 55.250.000 litros de orina de perro que equivalen a 55.250
metros cúbicos? Por lo mismo, resulta indudable que casi 7.500 millones de habitantes
del planeta, contaminan más que los 10 millones de personas del neolítico. Más
población, más contaminación: es inevitable. Como para seguir con el “crecer
y multiplicaros” bíblico o practicar desprecio africano hacia el preservativo y
la contracepción.
De todas formas, el clima no cambia por eso. Si miramos el
globo terráqueo y sus dimensiones, o su capacidad de regeneración, veremos que
el ser humano es excesivamente pequeño para modificar sustancialmente el clima.
Nos creemos protagonistas de todo lo que ocurre en el planeta, cuando en
realidad somos sufridores pasivos. Me explico: Erik el Rojo era un vikingo
que llegó a una isla inmensa y verde a la que llamó Grünes Land y que hoy
conocemos como Groenlandia. Allí estableció una colonia. No era para menos:
clima paradisíaco. Pero una generación después, tuvieron que abandonar aquellos
emplazamientos idílicos porque el frío se estaba enseñoreando de la isla. Terrible
historia. Decimos que el clima cambia y, efectivamente, lo hace, pero, de la
misma forma que nadie en su sano juicio atribuiría a Erik el Rojo la
responsabilidad de la aparición de nieves en Groenlandia tras la tala de
algunos bosques para construir cabañas y obtener leña, también existe una
desproporción entre la contaminación humana y sus efectos.
No podemos olvidar que el eje de la tierra no es vertical
contrariamente a lo que aprendimos en los primeros años de enseñanza. No
debemos olvidar que, además del movimiento de rotación de la tierra en torno a
su eje y de traslación siguiendo su órbita, existe un tercer movimiento que
hace oscilar a la tierra como una peonza en un ciclo completo que dura en torno
a 25.000 años. Y ese movimiento es también continuo, como el de rotación
que marca el día y la noche o el de traslación que señala el paso de las
estaciones. Lo más probable es que el clima cambie, especialmente, a causa
de ese movimiento de inclinación, lento pero independiente de la voluntad
humana.
Una última observación antes de entrar en mi agradecimiento a
Greta Thumberg. Sabemos que hubo épocas glaciares y que, incluso, en períodos
no tan alejados, en la misma edad media, se produjeron cambios bruscos de
temperatura: ninguno de ellos puede ser atribuido al ser humano. La memoria del
hombre moderno es corta y solamente dispone de observaciones sistemáticas sobre
el clima y la temperatura desde el último tercio del siglo XIX, es decir, desde
anteayer: un plazo de tiempo excesivamente corto en el devenir histórica para
adivinar si el clima cambia, en qué dirección y por qué causas.
Y entonces llega la “Cumbre del Clima” de Madrid. Nada
importante. Otro sarao más en el que “expertos” y políticos trabajarán para aparecer
en los medios y mostrar su “conciencia ecológica”. Greta Thumberg anunció
que asistiría, pero en catamarán, nunca en avión. Ya se sabe que el avión
contamina… Siempre me ha parecido un personaje patético esta niña con
trastornos psicológicos, hija de unos padres que viven del espectáculo y que
quieren convertir a sus hijos en espectáculo rentable.
Greta Thumberg pertenece a ese tipo de gente que “quiere
hacer algo por el planeta” y cree que lo hace cambiando el avión por el
catamarán (¿quién contaminaría más un Jumbo de 475 pasajeros o 100 catamaranes
cruzando el Atlántico con entre 4 y 5 tripulantes cada uno? Multiplíquese esta
cifra por los miles de aviones que sobrevuelan el océano y se tendrá una cifra
monstruosa que, además de contaminar lo mismo o mucho más, generaría un caos
absoluto), como otros creen salvar al planeta separando los envases de plástico
de los envases de vidrio…
Luego vi la llegada triunfal de Greta al puerto de Lisboa
y el que no quisiera ir en no sé qué tren hasta Madrid porque había una zona del
trayecto que no estaba electrificado. Así se salva al planeta: generando un
show constante para minucias que hacen sonreír por la ingenuidad pretenciosa de
quienes la niña que, a estas alturas no hace falta decirlo, está como las
maracas de Machín.
Y entonces, al ver a la Sexta transmitir el desembarco de Greta
en Lisboa, como Cappa lo hizo con el de Normandía, cuando tuve la epifanía: si
fuera cierto que el clima cambia, no haría falta montar espectáculos de tan
bajo nivel, tendentes a tocar la fibra emotiva utilizando a una niña enferma
pontificando sobre sus neurosis. Si fuera verdad que el clima está
cambiando aparecería un comité de científicos reconocidos, entregados a su
trabajo, que con cara triste nos dirían: “desaparecemos si no hacemos algo”.
No hace falta montar un espectáculo para demostrar lo evidente. Y si se
monta el espectáculo es que lo “evidente” no lo es tanto.
Hoy, gracias a Greta, estoy más tranquilo: sé que la
contaminación, las emisiones de gases, la combustión, todo eso, no afecta especialmente
al clima del planeta. Es la lección que he aprendido de Greta, eso sí, en
negativo. Greta está ahí para tocar la fibra emotiva y sentimental y evitar que
la población y los gobiernos lleguen al fondo de la cuestión.
Porque me preocupa, eso sí, que haya gente que muera por
cánceres y enfermedades que podrían evitarse eliminando ciertos productos,
reduciendo emisiones o prohibiendo aditivos y conservantes: pero eso no
afecta al planeta, afecta a individualidades y colectivos. Y sobre esto, la
pobre-progre Greta calla, porque no está en el guion y porque sus neurosis, ni
los intereses de quienes la promocionan, no van en esa dirección.