Al salir de la cárcel en 1987 no albergaba la menor duda de que Juntas Españolas jamás despegaría y que el Frente Nacional iría aún peor. La media docena de falanges no contaban porque en su tradición consuetudinaria, el lío era su compañero inseparable. También en el entorno de CEDADE parecía haber habido una crisis y como tal, la sigla había dejado de existir. Eran los años del “nacional-anarquismo”. Un grupo madrileño, Bases Autónomas estaba desarrollando un activismo frenético, acompañado por un línea ideológica extraña en la que el “romper los esquemas” (esto es, ofrecer un comportamiento radicalmente al esperado para un grupo ultra) se anteponía a cualquier otra consideración. Pero ya había visto demasiado de todo esto y no podía sino percibirlo como un deja vû. Era como si el nacionalismo-revolucionario del FNJ se hubiera encarnado de nuevo en una dinámica activista a medio camino entre el nazismo y el castrismo. A fin de cuentas era una excentricidad, un producto de chicos jóvenes que tuvo su momento y que, como siempre, terminó mal, con gente amargada, gente quemada, gente procesada, gente encarcelada y un suicidio.
Bases Autónomas era mucho menos renovadora de lo que se consideraba. Se estructuraba en círculos de barrio, no existía una jerarquía establecida, sino más bien un completo desprecio a cualquier forma de jerarquía, tampoco existía estrategia, sino, como era habitual en la extrema-derecha, solamente activismo y más activismo y, luego, al final, un poco más de activismo, es decir, tácticas que podían fascinar a adolescentes díscolos, como diez años antes nosotros mismos nos habíamos sentido fascinados por otras formas de activismo.
Bases Autónomas ni tuvo un instante fundacional, ni un congreso de disolución, tal como vino, como cualquier otra tormenta de verano, llegó, armó el consiguiente cipostio y desapareció. La mayoría de militantes desaparecieron por donde habían venido, pero algunos grupos e individualidades –como le había ocurrido a mi generación activista- sobrevivieron a los distintos avatares y reaparecieron, más calmados, en formaciones posteriores.
No creo que pueda hablarse de riqueza doctrinal en aquel grupo, sino más bien de cultivadores de lo excéntrico y de las marginalidades varias. Los había que se decían “nacional-bolcheviques”, otros “nacional-anarquistas”, en su propaganda abundaba la foto del Ché, los pañuelos palestinos y las discusiones en las que se priorizaba al “Frente Negro” de los hermanos Strasser, frente al NSDAP hitleriano. La consigna más abundamente difundida era “!Por el caos¡”, en sí misma, todo un programa. Estaba bien eso del “caos”. Era como definir la sociedad española en la segunda mitad de la aventura felipista, cuando los escándalos, la cal sobre cadáveres torturados previamente, las promesas electorales sistemáticamente incumplidas, el expolio de los fondos reservados y los primeros 3.000.000 de parado que hoy casi añoramos... Eso de “Por el caos” si de lo que se trataba era de constatar la realidad, estaba bien, pero decía muy poco sobre lo que se aspiraba a construir y mucho menos si lo que se proponía era generar más caos del que había. Es significativo que el grupo arraigara solamente en Madrid y alrededores de la capital, pero ni siquiera despuntara en la periferia. Ya, por entonces, empezaba a intuir que el problema de la ultraderecha y el motivo por el que estaba encontrando tantos obstáculos en recuperarse –y Bases Autónomas era, a la postre, una formulación exótica y juvenil más de la ultra-. Las intentonas que salían de Madrid eran cabezonadas de unos y de otros, gente que se obsesionaba con que tal fórmula o tal otra cuajarían, no salían de análisis objetivos sobre la realidad y la posibilidad de modificarla o influir sobre ella, sino de voluntades subjetivas afirmadas por los excesos de testosterona. Yo entiendo que la gente que participó en todas estas iniciativas, sintió que estaba haciendo algo grande, pero la perspectiva del tiempo redimensiona todas estas iniciativas –empezando por las que yo mismo impulsé en los años 70- a un nivel absolutamente minúsculo e intrascendente. En cualquier caso, Madrid se configuraba como problema. Un antiguo militante del FNJ, Juan Carlos Castillón decía en la época –y le respeto el copyrigth- que en la extrema-derecha existía división provincial de funciones, en Barcelona se fundaba una revista (esto es, se creaba un proyecto y una idea), en Valencia un gimnasio y en Madrid un partido. Otros, como Xaviers Casals, el historiador empeñado en reconstruir las peripecias de la ultraderecha con un rigor innecesario y una precisión digna de mejor causa, explicaba que en Barcelona la ultra generaba ideas y al llegar a Madrid se aplicaban desvirtuadas.
La conclusión a la que llegué es que Madrid fue el foco principal de expansión de la ultraderecha hasta bien entrados los años 80. Seguramente se debía a que allí, el franquismo tenía su centro administrativo y ya se sabe que donde ha habido mucho siempre queda algo. Pero también es cierto que el clima madrileño, capital del Estado, favorece determinados vicios de la extrema derecha española que no están tan acusados en otros países. La extrema-derecha francesa, por ejemplo, es antijacobina, en todas las manifestaciones del Front National están presentes las banderas de las regiones de Francia, y en primera fila. Era un tributo a los orígenes contra-revolucionarios de la derecha francesa. En España, por el contrario, la bandera roja y amarilla fue la única concebible durante mucho tiempo. Es curioso que un régimen contra-revolucionario como el franquismo, apoyado además inicialmente por el foralismo carlista, y por amplios sectores del regionalismo de derechas, diera lugar a un régimen jacobino nivelador de las regiones y que desconfiaba de todo lo que no se definía, sobre todo y ante todo, como “español”. Esta característica hizo que la idea que desde Madrid se forjaban de España fuera diferente a la que existía en la periferia. En la periferia había tradiciones propias, identidades regionales, lenguas y mitos fundacionales, mientras que en Madrid, ciudad hecha a base de agregación de estratos funcionariales (que fue definido por Cela como una “mezcla de Navalcarnero y Kansas City poblada por subsecretarios”) apenas tenía tradición local, salvo el casticismo y este no tuvo jamás desembocadura política. La tradición madrileña se identifica solamente con la española y desde el centro, ser madrileño y ser español terminaba siendo lo mismo, mientras que en la periferia había más matices.
Mis recuerdos de infancia, por ejemplo, están asociados al Penedés en donde todos hablaban catalán (y, por cierto, nadie cuestionaba a España ni siquiera en los ámbitos cerrados de las familias). Mi propio padre, cuando huyo con su primera esposa a la Zona Nacional por Irún, al ser el de mayor edad fue nombrado en Perpignan jefe de un grupo de huidos, la mayoría carlistas, todos ellos catalanes que morirían en el sitio de Codo encuadrados en el Tercio de Montserrat. Hablaban habitualmente su lengua natal, el catalán y al cruzar la frontera de Irun, en el puente internacional, un oficial franquista se encaró con ellos con la consabida frase de “Hagan el favor de hablar la lengua del imperio”. Si en aquel momento mi padre hubiera estado seguro de que no le habrían disparado por la espalda habría cruzado de nuevo el puente. Mayores excesos cometió Giménez Caballero en su alocución radiofónica cuando las tropas de Franco ocuparon Barcelona. Seguramente, si Franco hubiera asumido el hecho regional y lo hubiera integrado en su sistema siguiendo el consejo de los carlistas, de algunos falangistas como Ridruejo o de muchos que, como Cambó, le apoyaban desde la lejana Argentina, hoy no existiría el arduo problema sobre la vertebración del Estado. Además, en la tradición conservadora, anterior a la Revolución Francesa, el hecho regional estaba perfectamente integrado en la Nación, así que los fundamentos históricos no faltaban.
De hecho, la ultraderecha, al tener un polo de atracción en Madrid que, como los agujeros negros deforman el espacio y el tiempo, terminó siendo seguida solamente en la periferia por nacionalistas exaltados que odiaban el hecho regional, fuera cual fuera, y hubieran asumido esa concepción de España emanada desde Madrid que impedía por completo el que pudieran operar en sus periferias respectivas en las que se respiraba un clima muy diferente al madrileño. Tuvo que llegar España 2000 para que en sus reuniones y actos se desdramatizara el hecho regional y aparecieran banderas valencianas y se cantara el himno regional.
Bases Autónomas, por ejemplo, fenómeno madrileño, jamás escribió ni una línea sobre la periferia de España. En toda la ultraderecha, solamente CEDADE mantuvo una posición completamente diferenciada. Pero también aquí hay que hacer alguna precisión. CEDADE originariamente había sido fundada por un grupo de falangistas del Movimiento franquista que, por algún motivo, tenían tendencia a contactar con grupos similares en Europa. Conocí al fundador, años después, un tal Angel Ricote. Della Chiaie nos animó a colaborar con él y nosotros que precisábamos una estructura legal en 1972 para poder convocar conferencias y actos públicos, lo pusimos al frente del Circulo Cultural España/Occidente. Un error, porque Ricote inmediatamente se caracterizó por “Doctor No”, en tanto que la respuesta a cualquier propuesta de actividad era, simplemente, “No”. Cinco años antes, un grupo de jóvenes de la Sección Juvenil de CEDADE habían terminado dándole puerta a la vista de que también por aquellos pagos el “No” era su compañero inseparable. A partir de ahí, cuando las riendas de CEDADE estuvo en manos de seis o siete jóvenes, empezaron a dar que hablar.
Todos ellos tenían unas características comunes: eran admiradores del régimen nacional-socialista y eran hijos de la alta burguesía catalana. Su enfoque, siempre mucho más cultural que político, fue altamente tributario de estos dos elementos. A diferencia de los medios falangistas o nacionalistas españoles, en CEDADE la idea de España no era el inicio y el final de su teorización política: por encima de España estaba Europa como conjunto de pueblos del mismo origen étnico y cultural, y por debajo las regiones. Existía un mapa elaborado por las SS hacia 1943 o 1944 en el que los ideadores del nuevo orden hitleriano para Europa proponían reorganizar el continente en base a las “regiones históricas”. España aparecía en ese mapa dividida entre el antiguo reino de Aragón, el reino de Castilla, el Euskalherria, y Galicia (que aparecía comiéndose la mitad de Portugal). Los jóvenes de CEDADE se identificaron con este mapa de Europa que condicionó toda su actividad política posterior. En 1976 crearon el Partit Nacional Socialista Catalán. La esvástica apareció superpuesta a las cuatro barras, causando estupor en todo el espectro político. En actos públicos en Madrid, ya en 1974, se utilizaba el pendón de Castilla como la cosa más natural del mundo.
Sin embargo, como decía, CEDADE, más que “político”, fue una organización “cultural” y tal fue siempre su estatuto como asociación. El modelo cultural que sostenía CEDADE era simplemente el que había sido propio de la alta burguesía catalana hasta no hacía mucho, hasta el punto de que se podría decir que aquel grupo de jóvenes tenía esos rasgos impresos en sus genes. Aquella alta burguesía catalana era católica y había aplaudido entusiásticamente las óperas de Wagner en el Liceo. Había en ello un elemento romántico y naturalista que se había manifestado en la creación de entidades como el Centro Catalán de Excursiones Científicas a finales del siglo XIX y que siempre había gozado de buena salud en Catalunya. Eso implicaba una admiración por la naturaleza y todo lo que contenía. En tanto que alta burguesía catalana, se expresaba habitualmente en catalán, huían del radicalismo y de las gesticulaciones extremistas, y tenían una idea atenuada de España, impropia del sector ultra que compartían, voluntaria o involuntariamente, con grupos falangistas, fuerzanuevistas y carlistas. De hecho, las características propias de CEDADE eran las mismas que cualquier sociólogo encuentra en los rasgos de la burguesía catalana entre 1890 y 1960. De ahí que el nacional-socialismo del que siempre hizo gala CEDADE estuviera modulado por estos factores: música de Wagner, aproximación a la naturaleza, excursionismo, amor a los animales, cierta tendencia por el cine de Walt Disney y un moderantismo en la expresividad que contrastaba con la imagen inherente a la idea que defendían (el nacional-socialismo), además de la tendencia a asumir el hecho regional catalán con más facilidad que cualquier otra tendencia ultra. En mi opinión habían construido un nazismo ideal que tenía muy pocas relaciones con el nazismo real que nació en 1919 y murió en 1945.
Lo cierto es que a lo largo de sus dos décadas de existencia, CEDADE se configuró como una puerta de entrada para generaciones de militantes que abandonaron a los pocos años la organización, pero siguieron en activo en otras dando vida a los más diversos proyectos e incluso destacando profesionalmente en sus ámbitos respectivos. El hecho de que CEDADE fuera una organización abierta a Europa –como por lo demás su propio nombre indicaba- implicó el que en sus locales fueran suficientemente conocidos revistas, boletines, iniciativas, manifestos, documentos, carteles que se generaban en Europa. Eso favoreció un clima constante de reflexión y de revisión sobre lo hecho y sobre lo que convenía hacer. No es raro que gente, inicialmente, surgida en el entorno de CEDADE, entre 1968 y 1988, impulsaran distintos proyectos de renovación de la ultraderecha, muchos de ellos con un alto contenido cultural.
Las ideas de la Nueva Derecha, por ejemplo, penetraron en España por ahí. El renovado interés por los estudios wagnerianos también tuvo su puerta de entrada en ese mismo ambiente. Hacia 1976, un miembro de CEDADE que respondía al alias de Tordesillas, ya había fundado la revista musical Montsalvat y algo más tarde la revista cultural El Martillo de la que aparecieron una docena de números y en cuya elaboración participé tangencialmente. La primera distribuidora de libros con un catálogo elaborado sistemáticamente desde la perspectiva de rivalizar con la entonces asfixiante cultura marxista, Sármata, la promovió José Luis Torrens, también desde el ambiente de CEDADE; luego, la primera recopilación de autores y escritores rotulados como “de la otra Europa”, fue publicada en 1981 también por CEDADE, siendo lo esencial de la obra las aportaciones de Tordesillas y las mías propias que contribuyeron a definir un marco cultural antimarxista y a hablar por primera vez en España de autores de primera fila que eran en su inmensa mayoría completamente desconocidos aquí. La gente que luego dio vida a iniciativas culturales tan sofisticadas como Punto y Coma, Hespérides, y que incluso aportaron nuevas perspectivas a los partidos de tipo ultra en un intento desesperado de desviarlos de su deriva problemática, permanentemente con la vista atrás, como Democracia Nacional también tuvieron a CEDADE como su primera escuela política. E incluso en sectores del PP más o menos disidentes con la línea oficial y que luego finalmente rompieron con ella, tuvieron en antiguos militantes de CEDADE a sus inspiradores.
Contrariamente a lo que se ha dicho y escrito, yo nunca he militado en CEDADE. Podría atribuirlo a la casualidad de haberme embarcado en esta aventura un murciano emigrado a Barcelona, pero no creo que fuera lo más exacto.
En realidad, yo era hijo de la burguesía catalana agraria a la que la “ley del hereu” obligaba al segundo hermano a buscarse la vida en la ciudad o en la emigración. Así que mi padre, abandonó su Penedés natal, estudió ingeniería, se convirtió en aviador en 1920 en los lozadales del aeródromo de Canudas gracias a los buenos oficios de un as de la aviación francés,a Julien Mamet, e hizo un patrimonio personal lo suficientemente significativo como para que al estallar la guerra civil debiera huir de la zona republicana. No es que se hubiera significado políticamente, a pesar de ser amigo de Dencás y compartir buena parte del ideario de la Lliga, pero su hermano menor, de apenas 16 años, era militante falangista y su primera esposa, fallecida luego de larga y dolorosa enfermedad, si pertenecía a una familia de la alta burguesía catalana. El conocer a mi madre, nacida en Extremadura, hija de militar republicano con dos condenas a muerte a sus espaldas y tres años de confinamiento, hizo que yo tuviera unos enfoques familiares hídridos. La familia de mi padre se expresaba habitualmente en catalán, mientras que en casa, mi padre, que pensaba en catalán, se expresó siempre en castellano con mi madre, por amor y cortesía. Amante de la música clásica, mi padre no era un wagneriano, para él Wagner era uno más entre otros compositores brillantes y aunque su juventud se había enardecido con las notas de la marcha fúnebre de Sigfrido y reconoció en Tristán e Isolda una obra escrita con la sangre del amor imposible de Wagner hacia Mathilde, nunca fue ni se consideró un wagneriano. Yo era de otra generación. Me gustaban los Beatles, Bob Dylan y Joan Baez. Era consciente en aquellos momentos, hacia mediados de los 60, de que estaba naciendo un mundo nuevo y quería identificarme con él. Let it be y Hey Jude, penetraron en mi flujo sanguíneo tanto como la Casa del Sol Naciente o Los tiempos van cambiando. Luego asumí el hecho de que no había música clásica ni moderna, sino buena o mala música. Fui al Liceo y el Liceo me aburrió. Allí me encontré a los de CEDADE en el incómodo quinto piso dando bravos durante interminables minutos e intenté imitarlos, pero debo reconocer que dragones Fafner de guardarropía, Sigfridos rechonchos y con el muslamen ajamonado, nibelungos, aparentemente enanos en el libreto, que resultaban más altos que el Wotan de turno y walkirias de carnes excesivas y gorgoritos chillones deambulando por la escena, no eran lo mío. No se les ocurra ver ni por asomo la Walkiria, dejando aparte la famosa obertura utilizada por Copola en la “carga de los helicópteros”, el resto de la obra es simplemente soporífero. Y en cuanto al Ocaso de los Dioses o al Sigfrido, cualquier disco con una selección de temas les alegrará más la vida que la ópera entera medio doblados en los pisos altos del Liceo. La músuca de Wagner no fue nunca lo mío y peor todavía si descendía a los libretos; a medida que me iba introduciendo en el estudio de las mitologías europeas, cada vez me sentía más alejado de la perspectiva wagneriana, si bien debo reconocer que sentí las notas hechidas de irreprimible pasión del Tristán e Isolda como propias en algún momento de mi vida.
En el PENS bromeábamos trasladando la lucha de clases a las dos visiones del nazismo que, ultraminoritarias ambas, circulaban por la Barcelona de finales de los 60 y los dos primeros años 70: nosotros encarnábamos al nacional-socialismo proletario, activista y militante, que precisaba el enfrentamiento, el choque con el enemigo y la prueba para demostrar el propio valor; CEDADE era para nosotros, un nazismo de clase, asumido por los vástagos de la alta burguesía catalana a la que habían extrapolado la particular visión del mundo heredada de sus padres.
Conocí a Jorge Mota, el que fuera presidente de CEDADE, en circunstancias muy particulares. Estudiaba yo el 5º de Bachillerato en el Colegio de los Escolapios de Balmes, que parecía en aquellos años haber abandonado la doctrina pedagógica de San José de Calasanz y asumido el marxismo como ideología de sustitución. Allí tuve como tutor a Jaume Botey que luego ascendió a presidente de Izquierda Unida y Alternativa y ya por entonces coqueteaba con el PSUC siendo uno de los curas que se manifestaron por la Vía Layetana en 1967. Aquel año, se convocó un seminario sobre marxismo y andaba yo interesado en el asunto a la vista de que me faltaba una puerta por la que penetrar en esa ideología tan de moda en la época. Para colmo, el que daba el seminario, un profesor de filosofía, se llamaba “Antonio Izquierdo”, nombre y apellido que desde entonces nunca me ha dado buena suerte. El caso fue que algún alumno debió avisar a la gente de CEDADE e, inaugurado el seminario, a los pocos minutos apareció Mota repartiendo, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, unas hojas en las que se convocaba a una conferencia sobre marxismo en el local de CEDADE. Mota fue repartiendo las hojas y detrás, los organizadores del seminario las iban recogiendo. Cuando Mota desapareció tal como llegó, juzgué que valía la pena conocer a aquella persona y al levantarme para ir a saludarlo, creo recordar que fue Antoni Domenec que luego dirigiría una revista de las típicas revistas ladrillo de la izquierda intelectual tardomarxista, Mientrastanto, quien me entregó todos los papeles distribuidos por Mota para que se los devolviera. La gracia del asunto es que no llegué nunca a entender, hasta hará menos de medio año, cierta hostilidad que siempre había notado de Mota en relación a mí. La atribuía a mis ironías sobre Wagner y hacia aquellas walkirias gordotas y vociferantes que se paseaban como en camisón por el escenario. Un amigo y camarada de aquella época, miembro de CEDADE, no hará más de seis meses, me comentó que, efectivamente, la hostilidad existía verdaderamente y procedía de aquel insustancial episodio: Mota ha pensado durante los últimos 40 años –que se dice pronto- que había sido yo quien había recogido todos los papeles en un gesto para boicotear su conferencia.
De todas formas, las rivalidades entre “nacional-revolucionarios”, con todos los resabios mantenidos durante 40 años, han sido siempre menos “asesinas” que los que se han propinado otras familias ultras entre sí. Las puñaladas por la espalda y los crochets de derechas entre falangistas han sido proverbiales desde tiempos fundacionales. Los católicos han zurrado y apostrado con reproches dignos del mismísimo diablo en persona a todos aquellos en los que intuyeran que les flaqueaba la fe o no fuera tan firme y granítica como la suya, demostrando mucho celo y menos caridad. Este desgaste mínimo en batallas interiores (que desgarró a Fuerza Nueva y al FNJ y que ha condenado a la nada a DN), unido a sus permanentes contactos en el exterior, ha favorecido que todos los intentos de renovación de la ultraderecha, procedieran casi unánimememente de gentes de este sector tal como iremos viendo.
En 1987 apareció el primer número de la revista DisidenciaS con una tirada de 2.000 ejemplares. Apadrinado por un grupo de antiguos falangistas y de gente surgida del entorno de CEDADE, junto a algunos antiguos miembros del Frente de la Juventud, la revista supuso la primera concreción de un intento de renovación de la ultraderecha con cara y ojos. En primer lugar, se abandonaban las referencias “históricas”: ya no se hablaba en nombre de un pasado próximo o lejano, ni se utilizaba una hermenéutica de otro tiempo, los temas y enfoques tampoco eran los habituales en las revistas ultras de la época. No se trataba de una revista “cultural”, sino de carácter político en la que se analizaba la realidad política del momento y se elaboraban dossiers sobre temas que estaban en el candelero.
Me cupo ser uno de los impulsores de este proyecto que logró en aquel momento aglutinar a una serie de militantes que permanecían en activo, decididos a operar una catarsis en un sector del que nos considerábamos herederos pero que éramos conscientes de que, en sí mismo, era completamente inoperante. No se trataba de que “enmascarásemos” el hecho de que éramos “ultras”, sino que aspirábamos a actualizar los planteamientos que habíamos defendido desde muy jóvenes movidos por la ambición de hacerlos más comprensibles para la población.
Para mí, los años 80, con las peripecias del exilio y de la cárcel incluidas y acaso por eso, por que en la cárcel había tiempo suficiente para leer, fueron los años en los que sellé mi aproximación a la llamada “corriente de pensamiento tradicional”. En esos años traduje muchas obras de Evola y puse particular énfasis en difundir su obra y la de René Guénon. Así mismo, era consciente de la necesidad de recuperar nuestra “historia” y realizar un análisis crítico de lo que había sido la vida del FNJ, de Fuerza Nueva y de Patria y Libertad. Movido por estas ideas, puse en marcha las informales Ediciones Alternativa que en pocos meses ofrecían en un catálogo una veintena de textos sobre todos estos temas. Era otra forma de proseguir con la catarsis liberadora de nuestro pasado. La difusión de todos estos fue pequeña, nunca llegaron a más de 400 ejemplares fotocopiados de cada título. Sin embargo, con el paso del tiempo, el trabajo de allos meses, supuso el que algunas intuiciones y juicios difundidos entonces por primera vez en los folletos de Ediciones Alternativa y en los siete números que salieron de la revista DisidenciaS, sirvieran para que mucha militancia que los había leído rectificara sus posiciones y participara en proyectos mucho más acordes con los tiempos que corrían.
En Disidencias fuimos a confluir un grupo de militantes que, por primera vez actuó “en red”. Jamás constituimos grupo político alguno, pero cada uno de sus miembros tenía cierta capacidad de movilización e influencia en los ambientes que frecuentaba. Además, las reuniones y los contactos frecuentes facilitaban el que tuviéramos una visión global de la evolución del sector. La convivencia fue importante en el desarrollo de las actividades del grupo que realizó excursiones de larga duración (siempre acompañados de alguna botella de anís Machaquito), seminarios, presentaciones y aunque no celebrara congreso alguno, todos terminamos confluyendo en Madridejos (Toledo) en la boda, como suele decirse, de “uno de los nuestros”. La foto final de los asistentes, amigos del novio, ha sido durante mucho tiempo una especie de “cuadro de honor” de la ultra más reconvertida de la época.
Pero la conversión era todavía parcial. Éramos conscientes de que no podía volverse a transitar por los estériles campos que habíamos recorrido hasta entonces. Pero nos quedaba el pelo de la dehesa de nuestra común procedencia ultra y, finalmente, a falta de un esquema completo de nuevas referencias, tendíamos a reconstruir a la primera de cambio, los planteamientos ultras de siempre. La etapa de DisidenciaS fue un comienzo, pero en modo alguno un final. Los siete números que aparecieron sirvieron para aproximarnos a un modelo de revista y de línea que supusiera una innovación real equiparable a la que en esos mismos momentos empezaba a avanzar en toda Europa.
Hacía falta contactar con gente que no tuviera un pasado ultra, o al menos no un pasado específicamente ultraderechista. Eso podría ayudar y acelerar la evolución del ambiente. Por otra parte, esto siempre sería enriquecedor. Algunos pensaban que esos sectores se encontraban dentro del PP o recién salidos del mismo. Yo no estaba tan convencido. No me cabía la menor duda en la época de que si alguien había entrado en el PP era para satisfacer ambiciones personales y si esto era así, el que se configuraran como una especie de “ala sofisticada” del PP y para ello asumieran la difusión de los puntos de vista de la “nueva derecha” francesa, no era más que una forma de justificar su presencia allí. Creo que a través de Enrique Moreno, un antiguo militante del Frente de la Juventud, entré en contacto con Juan Colomar. La historia de Colomar en la ultra era larga y dilatada, casi como la nuestra, solo que en la ultraizquierda. Pasado de grupos falangistas universitarios disidentes de los años 60, a la izquierda clandestina, estuvo en la rama catalana del FLP y más tarde en el Grupo Proletario que dio vida a la Liga Comunista Revolucionaria, sección del Secretariado Unificado de la IV Internacional. “Carapalo”, su nombre de guerra en la LCR, debió entrar en la clandestinidad y luego, fue de los escindidos que quieron vida a la Liga Comunista. Y una vez puestos a cuestionar algo, Colomar y su entorno cada vez se sintieron más alejados del marxismo, hasta que finalmente rompieron con él. Creo recordar que fundaron el Grupo Voluntad, editaron un manifiesto y adoptaron como símbolo esa especie de rayo rodeado de un círculo que luego utilizó el movimiento ocupa y que yo había conocido en 1968 cuando los últimos partidarios de la Union Mouvement de Sir Oswald Mosley se habían puesto en contacto conmigo.
En esto llegó el referéndum sobre la OTAN y, para esas fechas, Colocar había contactado por circuitos que hoy se me escapan, con el ENSPO, el exótico grupo heidegeriano que había formado Jaume Farrerons y uno o quizás dos acólitos más. Yo, a todo esto, estaba en el limbo de los justos, en la celda 23 del primer piso de la VI Galería de la Modelo, así que de todo esto ni me enteré. Por curioso que pueda parecer, estos grupos tenían su lugar de reuniones en el antiguo local de CEDADE de calle Valencia, a la derecha del Ensanche. Allí, en una sala que podía albergar a unas 50 personas y apretujadas hasta 75, tuvo lugar un mitin contra la OTAN, del que la única versión que tengo es la facilitada por Colomar. La gente la puso Colomar y estaba compuesta por antiguos cofrades suyos llegados de la izquierda, pero el primer orador era Farrerons quien abordó el tema desde una perspectiva inesperada para todos y, por lo que parece, inoportuna, derivando el tema de la OTAN hacia la “ideología de Auschwitz” o algo así. Esto no fue obstáculo para que tiempo después recuperaran la colaboración en el seno de algo que, no sabría decir cuál de los dos fue el impulsor. Me hace el efecto que cuando se llegaba a ese punto (1988) ni el grupo Voluntad, ni ENSPO existían ya. Así que nos tomamos unas cervezas y sondearon la posibilidad de que colaborásemos.
Mi error consistió en intentar que el grupo DisidenciaS se integrara en la nueva asociación que recibió el nombre bastante aséptico de “Nueva Europa” y estuviera más identificado con el de su publicación, “Sin Tregua”. A los pocos meses, aquello seguía sin convencerme. No había excesivo feeling y los debates era un canto constante a la falta de pragmatismo. Intentamos sumar gente dispersa de provincias, algunos de los cuales acudieron a reuniones en Madrid y Zaragoza, pero era evidente la falta de entusiasmo ante lo opaco de los debates. Se sumaron los especialistas en marginalidades varias. Emilio Mariat, un antiguo de la Falange Auténtica, al despedirnos de uno de estos encuentros le dijo a Farrerons: “Me alegro de haber venido, más que nada por haber conocido a gente tan curiosa como tú”.
Mentiría si dijera que aquellos debates me interesaban mucho y creo recordar que me abstuve al máximo de participar, seguramente porque no me imaginaba qué podía aportar al debate sobre el “hombre nuevo” o sobre el nacionalismo que Colomar ya había coronado. Por otra parte, la gente que venía con Colomar de la izquierda ya estaba demasiado baqueteada y muy poco dispuesta a volver a la militancia, mientras solo se tratara de debates teóricos, la cosa iría bien, pero cuando se tratase de colgar carteles o repartir panfletos, podía esperarse muy poco de ese sector. Así pues, la cosa era menos prometedora de lo que parecía inicialmente. Para colmo, por lo que recuerdo, y contrariamente a lo que ha escrito Farrerons, yo no tuve ni arte ni parte en su alejamiento. De hecho, desde el principio me pareció suficientemente sombrío como para que jamás me acercara mucho a él; creo recordar que fue Colomar quien más insistió en la necesidad de alejarlo del grupo, algo que a mí, a fin de cuentas, me importaba muy poco a la vista de que cada vez me sentía más alejado de aquello. Así que fui espaciando mis asistencias a las reuniones y finalmente dejé de asistir por completo alegando razones personales, entre otras, mucho trabajo, muchas preocupaciones y poco tiempo, que, por lo demás, eran figurosamente ciertas.
De todo aquel asunto lejano de Sin Tregua, la conclusión que saqué es que, cuidado con las “renovaciones” porque es posible que, renovando, renovando, termines encontrándote embarcado en unos debates que ni te van ni te vienen y, para colmo, teniendo como compañeros de viaje a gentes tan poco pragmáticas como había encontrado en los lugares habituales de la ultraderecha. Y para ese viaje, francamente, no necesitaba alforjas. Desde hace tiempo tiendo a no crearme ni crear a otros muchas complicaciones ideológicas. No he negado nunca que mi referencia doctrinal es el pensamiento de Julius Evola y de René Guenon, modulado por algunas interpretaciones y giros originados a partir de la Nueva Derecha francesa. Es falso –y los hechos diarios lo demuestran- que para irrumpir en el terreno político haga falta enarbolar una ideología cerrada y perfectamente defida, o de lo contrario, uno sea un oportunista frívolo y sin escrúpulos. Esa visión rígida la he encontrado tanto en la extrema-derecha como en la extrema-izquierda que, cuanto más inoperantes son, más aferradas están a sus trincheras ideológicas, como si en lugar de proyectarse sobre la sociedad, fueran sólo una defensa frente a la sociedad y a sus valores.
Y ¿cómo puede resumirse la perspectiva ideológica que sostenía? Es simple. Ya lo he dicho: el vacío es la forma y la forma el vacío, no existe ni sufrimiento, ni liberación del sufrimiento, ni doctrina para la liberación del sufrimiento; todo es vanidad de vanidades; pruébate a ti mismo cuantas más veces mejor que la prueba te dará la medida de lo que vales; abordar un viaje hacia la propia interioridad, encontrarse a sí mismo ante un muro blanco y desnudo, gozar de la vida con la seguridad de que es finita sin obsesionarse con esa finitud, cumplir el propio “Dharma” (algo imposible sin antes saber lo que uno lleva dentro), vivir la aventura y alternar la serenidad de Apolo con la carcajada de Dionisos, asumir que somos biología, pero también algo más que biología y que la tarea más alta en la vida es percibir el mundo tal cual es, con plena objetividad, hacer en cada momento lo que el cuerpo pide: si pide, aventura, dale aventura; si pide meditación, dale meditación; si pide comer, dale comida; si pide beber, procura que sea la mejor bebida posible la que le des; y si pide mujer, goza con ella que no hay nada más tristón que una gallarda en soledad física o mental.
En esto llegó el referéndum sobre la OTAN y, para esas fechas, Colocar había contactado por circuitos que hoy se me escapan, con el ENSPO, el exótico grupo heidegeriano que había formado Jaume Farrerons y uno o quizás dos acólitos más. Yo, a todo esto, estaba en el limbo de los justos, en la celda 23 del primer piso de la VI Galería de la Modelo, así que de todo esto ni me enteré. Por curioso que pueda parecer, estos grupos tenían su lugar de reuniones en el antiguo local de CEDADE de calle Valencia, a la derecha del Ensanche. Allí, en una sala que podía albergar a unas 50 personas y apretujadas hasta 75, tuvo lugar un mitin contra la OTAN, del que la única versión que tengo es la facilitada por Colomar. La gente la puso Colomar y estaba compuesta por antiguos cofrades suyos llegados de la izquierda, pero el primer orador era Farrerons quien abordó el tema desde una perspectiva inesperada para todos y, por lo que parece, inoportuna, derivando el tema de la OTAN hacia la “ideología de Auschwitz” o algo así. Esto no fue obstáculo para que tiempo después recuperaran la colaboración en el seno de algo que, no sabría decir cuál de los dos fue el impulsor. Me hace el efecto que cuando se llegaba a ese punto (1988) ni el grupo Voluntad, ni ENSPO existían ya. Así que nos tomamos unas cervezas y sondearon la posibilidad de que colaborásemos.
Mi error consistió en intentar que el grupo DisidenciaS se integrara en la nueva asociación que recibió el nombre bastante aséptico de “Nueva Europa” y estuviera más identificado con el de su publicación, “Sin Tregua”. A los pocos meses, aquello seguía sin convencerme. No había excesivo feeling y los debates era un canto constante a la falta de pragmatismo. Intentamos sumar gente dispersa de provincias, algunos de los cuales acudieron a reuniones en Madrid y Zaragoza, pero era evidente la falta de entusiasmo ante lo opaco de los debates. Se sumaron los especialistas en marginalidades varias. Emilio Mariat, un antiguo de la Falange Auténtica, al despedirnos de uno de estos encuentros le dijo a Farrerons: “Me alegro de haber venido, más que nada por haber conocido a gente tan curiosa como tú”.
Mentiría si dijera que aquellos debates me interesaban mucho y creo recordar que me abstuve al máximo de participar, seguramente porque no me imaginaba qué podía aportar al debate sobre el “hombre nuevo” o sobre el nacionalismo que Colomar ya había coronado. Por otra parte, la gente que venía con Colomar de la izquierda ya estaba demasiado baqueteada y muy poco dispuesta a volver a la militancia, mientras solo se tratara de debates teóricos, la cosa iría bien, pero cuando se tratase de colgar carteles o repartir panfletos, podía esperarse muy poco de ese sector. Así pues, la cosa era menos prometedora de lo que parecía inicialmente. Para colmo, por lo que recuerdo, y contrariamente a lo que ha escrito Farrerons, yo no tuve ni arte ni parte en su alejamiento. De hecho, desde el principio me pareció suficientemente sombrío como para que jamás me acercara mucho a él; creo recordar que fue Colomar quien más insistió en la necesidad de alejarlo del grupo, algo que a mí, a fin de cuentas, me importaba muy poco a la vista de que cada vez me sentía más alejado de aquello. Así que fui espaciando mis asistencias a las reuniones y finalmente dejé de asistir por completo alegando razones personales, entre otras, mucho trabajo, muchas preocupaciones y poco tiempo, que, por lo demás, eran figurosamente ciertas.
De todo aquel asunto lejano de Sin Tregua, la conclusión que saqué es que, cuidado con las “renovaciones” porque es posible que, renovando, renovando, termines encontrándote embarcado en unos debates que ni te van ni te vienen y, para colmo, teniendo como compañeros de viaje a gentes tan poco pragmáticas como había encontrado en los lugares habituales de la ultraderecha. Y para ese viaje, francamente, no necesitaba alforjas. Desde hace tiempo tiendo a no crearme ni crear a otros muchas complicaciones ideológicas. No he negado nunca que mi referencia doctrinal es el pensamiento de Julius Evola y de René Guenon, modulado por algunas interpretaciones y giros originados a partir de la Nueva Derecha francesa. Es falso –y los hechos diarios lo demuestran- que para irrumpir en el terreno político haga falta enarbolar una ideología cerrada y perfectamente defida, o de lo contrario, uno sea un oportunista frívolo y sin escrúpulos. Esa visión rígida la he encontrado tanto en la extrema-derecha como en la extrema-izquierda que, cuanto más inoperantes son, más aferradas están a sus trincheras ideológicas, como si en lugar de proyectarse sobre la sociedad, fueran sólo una defensa frente a la sociedad y a sus valores.
Y ¿cómo puede resumirse la perspectiva ideológica que sostenía? Es simple. Ya lo he dicho: el vacío es la forma y la forma el vacío, no existe ni sufrimiento, ni liberación del sufrimiento, ni doctrina para la liberación del sufrimiento; todo es vanidad de vanidades; pruébate a ti mismo cuantas más veces mejor que la prueba te dará la medida de lo que vales; abordar un viaje hacia la propia interioridad, encontrarse a sí mismo ante un muro blanco y desnudo, gozar de la vida con la seguridad de que es finita sin obsesionarse con esa finitud, cumplir el propio “Dharma” (algo imposible sin antes saber lo que uno lleva dentro), vivir la aventura y alternar la serenidad de Apolo con la carcajada de Dionisos, asumir que somos biología, pero también algo más que biología y que la tarea más alta en la vida es percibir el mundo tal cual es, con plena objetividad, hacer en cada momento lo que el cuerpo pide: si pide, aventura, dale aventura; si pide meditación, dale meditación; si pide comer, dale comida; si pide beber, procura que sea la mejor bebida posible la que le des; y si pide mujer, goza con ella que no hay nada más tristón que una gallarda en soledad física o mental.
¿Entienden por que me la trae al fresco a estas alturas una discusión ideológica? Si fuera un misionero, estaría preocupado por transmitir estos valores a otros, no lo soy, así que bastante tengo con enseñar a mis hijos lo que es la vida y esperar que ellos mismos vayan asumiendo estos valores que, a fin de cuentas, fueron también los que me transmitió mi padre.
El esquema del que partían Colomar y Farrerons al alimón era que una definición ideológica precisa y extrema, casi detallista, era la base para una acción política justa y eficaz. Yo no estaba por la faena. Lo que había visto hasta entonces era que contra más dogmatismo y rigorismo ideológico se asumía, más pequeño era el grupo, más aislado se encontraba de los problemas reales de la sociedad y menos capacidad tenía de operar sobre la misma. En Nueva Europa, por ejemplo, los elementos del debate eran la crítica al nacionalismo como expresión de la burguesía y del capitalismo, y el “hombre nuevo”. No era raro que se trabajara sobre el vacío. Ni uno ni otra eran los problemas del momento y, ni uno ni otro interesaban lo suficiente como para poder asentar sobre estos temas un programa político que llamara la atención de algún grupo social. Se trataba, por el contrario, de elaborar un programa, de buscar alianzas, de establecer nuevas formas de actuación y de tener claro que debía existir una desembocadura política y en lugar de un debate permanente.
Cuando en un grupo empiezan a confluir solamente gentes interesadas en el debate, pero muy poco por las desembocaduras políticas de ese debate o son incapaces de hacer algo más que debatir, al final a lo que se llega es a que el grupo se autopurga: desaparecen por completo los partidarios del pragmatismo y quedan solo eruditos, los palizas y los plastas, o los que se dejan arrastrar por unos y por otros. Y finalmente, en el fragor del debate, todos, antes o después, terminan peleados o asumiendo posiciones cada vez más opacas. Guardo muy pocos recuerdos de aquella época que solamente puedo comparar con mi paso por el medio falangista, si hemos de atender a la esterilidad política de ambos tránsitos.
Colomar, en mi modesta opinión, se equivocó de destino. Su papel no debería de haber sido el de crear, participar y animar diversas siglas, sino escribir artículos de actualidad política que, sin duda, habrían sido publicados en diarios y revistas de gran tirada. Lo perdí de vista hacia 1992 y supe luego que había dado vida, desandando lo andado, a un Partido Nacional Republicano, en el que se sigue, cuando ya el enemigo no era el nacionalismo sino que el aliado era justamente el nacionalismo jacobino. Supongo que habrá argumentado con el rigor que le caracteriza todas estas posiciones, como antes del 92 argumentó justo las contrarias. Pero, francamente, tanto ayer como hoy, tuve la indeleble sensación que eso “no era lo mío”. Y en estos casos lo más prudente fue saltar a la cuneta a la primera de cambio.
El esquema del que partían Colomar y Farrerons al alimón era que una definición ideológica precisa y extrema, casi detallista, era la base para una acción política justa y eficaz. Yo no estaba por la faena. Lo que había visto hasta entonces era que contra más dogmatismo y rigorismo ideológico se asumía, más pequeño era el grupo, más aislado se encontraba de los problemas reales de la sociedad y menos capacidad tenía de operar sobre la misma. En Nueva Europa, por ejemplo, los elementos del debate eran la crítica al nacionalismo como expresión de la burguesía y del capitalismo, y el “hombre nuevo”. No era raro que se trabajara sobre el vacío. Ni uno ni otra eran los problemas del momento y, ni uno ni otro interesaban lo suficiente como para poder asentar sobre estos temas un programa político que llamara la atención de algún grupo social. Se trataba, por el contrario, de elaborar un programa, de buscar alianzas, de establecer nuevas formas de actuación y de tener claro que debía existir una desembocadura política y en lugar de un debate permanente.
Cuando en un grupo empiezan a confluir solamente gentes interesadas en el debate, pero muy poco por las desembocaduras políticas de ese debate o son incapaces de hacer algo más que debatir, al final a lo que se llega es a que el grupo se autopurga: desaparecen por completo los partidarios del pragmatismo y quedan solo eruditos, los palizas y los plastas, o los que se dejan arrastrar por unos y por otros. Y finalmente, en el fragor del debate, todos, antes o después, terminan peleados o asumiendo posiciones cada vez más opacas. Guardo muy pocos recuerdos de aquella época que solamente puedo comparar con mi paso por el medio falangista, si hemos de atender a la esterilidad política de ambos tránsitos.
Colomar, en mi modesta opinión, se equivocó de destino. Su papel no debería de haber sido el de crear, participar y animar diversas siglas, sino escribir artículos de actualidad política que, sin duda, habrían sido publicados en diarios y revistas de gran tirada. Lo perdí de vista hacia 1992 y supe luego que había dado vida, desandando lo andado, a un Partido Nacional Republicano, en el que se sigue, cuando ya el enemigo no era el nacionalismo sino que el aliado era justamente el nacionalismo jacobino. Supongo que habrá argumentado con el rigor que le caracteriza todas estas posiciones, como antes del 92 argumentó justo las contrarias. Pero, francamente, tanto ayer como hoy, tuve la indeleble sensación que eso “no era lo mío”. Y en estos casos lo más prudente fue saltar a la cuneta a la primera de cambio.
Nunca me perdonaré lo suficiente interrumpir la experiencia de DisidenciaS para abordar la de Nueva Europa. Creo que, de haber seguido por la vía emprendida, la revista hubiera mejorado, habría podido ampliar su base sin muchas dificultades y hubiera estado presente en las reconversiones de la ultraderecha que tuvo lugar en los años que siguieron y en los que permanecí completamente al margen.
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar procedencia.
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