miércoles, 13 de diciembre de 2023

LA RELACIÓN DE JULIUS EVOLA CON EL FASCISMO Y EL NACIONALSOCIALISMO (3 de 3)

Al final de esta investigación, no cabe duda de que Evola no era la "éminence grise del Duce", ni el "Rosenberg italiano", ni siquiera el "amigo de Himmler", que lo toleraba sin apoyarlo nunca realmente. ¿Significa esto que la cuestión de la relación de Evola con el fascismo y el nacionalsocialismo, la cuestión de por qué tomó las decisiones que tomó en su momento, ha quedado zanjada? Por el contrario, yo diría que acaba de empezar a plantearse seriamente. En este sentido, mi contribución no habrá tenido otro mérito que el de despejar el camino, abriendo la vía, espero, a estudios teóricos en profundidad.

Lo curioso de todo esto es que Evola -y esto es seguro- nunca se hizo grandes ilusiones sobre la posibilidad de lograr una restauración tradicional en Europa a través del fascismo y el nacionalsocialismo. Yo añadiría, por cierto, que su vocabulario de la época -los títulos de sus conferencias, por ejemplo- no debe inducir a error. Una lectura atenta de los textos evolianos del periodo de entreguerras muestra que Evola utilizaba el léxico fascista o nacionalsocialista de forma puramente táctica, instrumental, para hacerse entender más fácilmente. En aquella época, además, el término "ario" estaba de moda, e incluso autores que no simpatizaban con las diversas teorías racistas lo utilizaban a veces.

Esta breve observación, al igual que el recordatorio anterior de la relativa habilidad de Evola para difundir sus tesis en Italia y Alemania, no aboga, sin embargo, a favor de un cierto "maquiavelismo" en el autor de Cabalgando el tigre. Al contrario, sus lectores más políticos nunca dejaron de reprocharle su "irrealismo", razón por la cual Adriano Romualdi, principal biógrafo de Evola, tiene toda la razón al escribir lo siguiente sobre las actividades de Evola entre 1928 y 1945: "A decir verdad, aunque se comprometió resueltamente como escritor y propagandista, Evola nunca abandonó sus verdaderos intereses, que eran personales y espirituales. Era (...) impensable que acudiera a los jerarcas para tejer pacientemente los hilos de 'su' política (...) Es un hombre que no puede sacrificar la experiencia a la publicidad, ni la investigación interior al éxito" (46). Prueba de ello, entre otras muchas, es que el ensayo de Evola sobre el budismo apareció en plena Segunda Guerra Mundial (47).

Decir que Evola optó por apoyar al fascismo y al nacionalsocialismo porque le parecían la última oportunidad de Europa para escapar de un largo proceso de decadencia aparentemente inexorable e irremediable no es más que trazar un camino hacia la explicación final, que debe ser mucho menos vaga si quiere resultar convincente. Me parece que avanzaremos algo si creemos que Evola sólo quiso ver en ellos (lo que implica una cierta ceguera voluntaria) expresiones -imperfectas, ciertamente, pero expresiones, al fin y al cabo- de la Contrarrevolución en armas, destinada a poner fin bruscamente al ciclo inaugurado por la Revolución Francesa.

Adriano Romualdi también está de acuerdo con esta explicación inicial, pero en mi opinión se equivoca al detenerse ahí y creer que el problema está resuelto. Como si transcribiera en blanco y negro los pensamientos secretos de un hombre del que fue uno de los pocos amigos íntimos, Romualdi se pregunta con falsa ingenuidad: "Esta esperanza revolucionaria, este deseo de restauración por medio de la violencia, de 'contrarreforma', ¿qué era sino el fascismo?”, (en la conclusión de la primera edición de Revuelta contra el mundo moderno) (48).

Llena de ambigüedad, esta pregunta en forma de respuesta revela por sí sola las contradicciones inherentes a ciertas lecturas "tradicionalistas" del fenómeno fascista en sentido amplio. Por una parte, se alaba al fascismo por su contenido potencialmente "revolucionario" y, por otra, se le interpreta como la puesta en práctica de una segunda "Contrarreforma". Pero, ¿tiene sentido hablar de "Contrarreforma" para un movimiento que no se inspira expresamente en la tradición católica? En realidad, el uso de este término da la impresión de ser una simple fórmula destinada a causar impresión, lo que también sugiere el uso de comillas. Además, el uso de ciertos símbolos tradicionales se presenta como positivo en sí mismo, sin el menor cuestionamiento de la relación entre símbolo y simbolizado, significante y significado, expresión y contenido.

Si hay un ámbito en el que el fascismo y el nacionalsocialismo son abiertamente paródicos, es el universo simbólico y, más allá, todo el patrimonio cultural. A menudo bufonesco, el "románico" fascista era poco más que pura y simple caricatura, con la excepción de algunos éxitos arquitectónicos indiscutibles. Con el nacionalsocialismo, las cosas empeoraron, ya que el símbolo se manipuló sistemáticamente con fines exclusivamente profanos, como demuestra la recuperación "germanizante" de un signo tan universal como la esvástica, recuperación que, como sabemos, alertó muy pronto a René Guénon (49). Pero la mayoría de las veces, detrás de la manipulación, los nacionalsocialistas no tenían más que una incomprensión radical de la mentalidad tradicional, razón por la cual los manipuladores, en este caso verdaderos aprendices de brujo, eran a fin de cuentas las primeras víctimas de sus manipulaciones. De ahí la gran fragilidad de la "cultura nazi", un mosaico en el que cada tesela es un remiendo reelaborado para las necesidades de la causa: "Las fluctuaciones y las inversiones oficiales son signos perceptibles. Shakespeare se hace alemán en el nombre del Mercader de Venecia, Carlomagno está a punto de ser excluido del Panteón nazi por haber sometido a Sajonia a su dominio, Guillermo Tell ya no se representa por sus resonancias inconformistas... Estas incoherencias son sin duda la suerte de todos los regímenes totalitarios, donde ningún nombre se menciona en vano, ninguna historia carece de moral, ninguna referencia sin reverencia. Pero, al final, ¿no son peligrosas? ¿No hay una contradicción latente entre pretender intensamente ser una cultura, decir que es viva y exigente, y hacerla hablar, mentir y contradecirse tan fácilmente? (...) ¿Cuál es el valor del cemento mítico de Rosenberg?” (50).

Artificialmente injertada en un terreno que había permanecido mayoritariamente protestante o católico, la cultura nazi, especialmente sus tendencias preecologistas y neopaganas, estaba claramente en la estela de la reacción espiritualista de los años veinte. De hecho, a pesar de (¿o a causa de?) sus pretensiones "superhumanistas", a menudo compartía su estulticia, como puede verse en su léxico, que a veces parece haber salido directamente de un manual para el perfecto vegetariano. Los adjetivos utilizados para describir el alma y la naturaleza regeneradas del alemán son siempre los mismos: einfach, "sencillo"; sauber, "limpio"; ordentlich, "ordenado". Es el ideal del pequeño burgués xenófobo, que sólo puede escapar del desierto del individualismo para sumergirse en un tranquilizador pero asfixiante "entre nosotros", aunque ampliado a la Volksgemeinschaft. Es la "religión alemana, poderosamente orientada hacia el compartir y el pasado, los hermanos y los padres, los vivos y los muertos, la comunidad y sus raíces " (51), es la "eternidad según la raza" (tomando prestada una expresión del escritor Saint-Loup) y otras fórmulas autocontradictorias, literalmente sin sentido. Una "religión" que, desde el punto de vista tradicional, tiene tanto peso como el "cemento mítico" de Rosenberg...

Como hemos visto, Evola era muy consciente de todo esto, aunque no se hacía ilusiones sobre la consistencia real del neopaganismo nazi o de la "romanidad" fascista. Así pues, no es aquí donde debemos buscar las razones profundas de su apoyo crítico al fascismo y al nacionalsocialismo. Más bien, en mi opinión, residen en una sobreestimación de su potencial "reaccionario", a consecuencia de lo cual Evola pasó por alto lo que constituía el fundamento mismo de estos dos regímenes y les daba su especificidad: su carácter explosivo, "volcánico", eruptivo -más fuerte, evidentemente, en el nacionalsocialismo que en el fascismo-, inédito, de novedad radical, carácter proclamado en el famoso "ni derecha ni izquierda" común a todos los fascismos europeos, y en su voluntad de hacer una síntesis de elementos hasta entonces reputados contradictorios e irreconciliables.

Para Evola, hay que subrayarlo, el fascismo era fundamentalmente contrarrevolucionario. Pero sabemos que ésta no era la opinión de los interesados, los propios fascistas. Antiliberales y antimarxistas como los tradicionalistas, los fascistas se negaban a "esencializar" la noción de "revolución", a admitir la existencia de una revolución "en sí" destinada a deslizarse cada vez más a la izquierda desde 1789. Querían ser los protagonistas de una "nueva revolución", paradójica en la medida en que se afirmaba contra la revolución (liberal o marxista) sin ser contrarrevolucionaria (en el sentido tradicionalista), antidemocrática pero apelando voluntariamente a la movilización de las masas.

Es interesante observar que un hombre como Enzo Erra -que fue uno de los editores de la revista Imperium, en la que apareció en 1950 el importantísimo texto de Evola Orientaciones (52), y que sigue siendo una de las principales figuras intelectuales de la derecha neofascista italiana- defiende a los fascistas por su aparente eficacia: "Sin ellos -escribe Erra- la crítica de la democracia habría seguido siendo un elegante ejercicio intelectual, capaz sólo de atraer y fascinar a un pequeño número de mentes escogidas. Con su intervención, se convierte en una fuerza capaz de sacudir el mundo. La movilización de un movimiento antidemocrático de masas: ésta es la gran y enigmática novedad del siglo XX, sobre la que los historiadores contemporáneos, pero también los futuros, tendrán mucho que reflexionar" (53).

Por otra parte, el tradicionalismo fue atacado por su ineficacia crónica: "A pesar de la lucidez de sus teorías, de la agudeza de su crítica, de la innegable talla de sus pensadores, el tradicionalismo nunca pudo encontrar la fuerza para salir de los confines de una minoría viva pero muy pequeña, y por lo tanto nunca logró sacudir seriamente al "poder" que se proponía, como el fascismo, derrocar. La contrapartida inevitable de las características reaccionarias del tradicionalismo era su esterilidad, su absoluta incapacidad para suscitar emociones profundas y duraderas, para influir en las principales corrientes de la opinión pública, para lograr un consenso vasto y dispar. El fascismo, por el contrario, poseía esta capacidad en grado sumo, y la derivaba precisamente de aquellos rasgos que los tradicionalistas miraban con recelo, considerándolos no sin desprecio como 'jacobinos' y 'plebeyos'" (54).

Desde una perspectiva algo diferente, el politólogo Marco Tarchi, líder de la "nueva derecha" italiana (nuova destra), refiriéndose muy claramente a los dos libros de Evola Les hommes au milieu des ruines (55) y Le fascisme vu de droite (56), revela una lectura reductora del fascismo que es necesario cuestionar: "En efecto, es imposible -escribe Tarchi- seguir a Evola en el terreno de la interpretación del fascismo, cuando éste se apoya en la noción de "diarquía" o identifica el "núcleo central de la ideología del Ventennio" en "su doctrina del Estado como autoridad, poder, imperium" (. .. ) La incomprensión evoliana, o la reducción sistemática de la relación establecida por el fascismo entre la Idea y el Estado (principios positivos para Evola, porque son intemporales), por un lado, y la Nación y el Pueblo (negativos, porque son modernos), por otro, elimina la posibilidad de ir más allá de la doctrina fascista (...) Limitar las "revoluciones nacionales" a la herencia doctrinal de la derecha, ignorando los rasgos de la "izquierda herética" (admirablemente destacados por Sternhell en su libro Ni droite ni gauche), equivale a negarse a afrontar una realidad que es compleja porque es sintética, y es pasar insensiblemente de la atención crítica al utopismo regresivo" (57).

No hace falta ser un gran erudito para responder a estas lecturas devaluadoras del tradicionalismo. Todo el mundo sabe lo que queda hoy de las "emociones profundas y duraderas", o del "vasto y dispar consenso" suscitado por el fascismo y el nacionalsocialismo. Las primeras fueron ciertamente intensas, sobre todo en el caso del Tercer Reich, pero no sobrevivieron a la derrota final; en cuanto a las segundas, fueron igual de indiscutibles, pero no menos falaces. Por último, estos dos regímenes, que utilizaron y abusaron de ciertos conceptos (aristocracia, raza, comunidad, ética del honor y de la lealtad, etc.), caricaturizándolos y desacreditándolos durante mucho tiempo, cuando deberían haber sido utilizados con prudencia y mesura, contribuyeron también -y nunca se insistirá bastante en ello- en gran medida al auge de la mafia. Por lo que respecta a Italia, la época fascista fue testigo de la invasión de la radio en la vida privada de la gente, de las canciones políticas, del deporte obligatorio para todos, del culto inane a las estrellas de cine, de la invasión burocrática, por no hablar de las secuelas de la excesiva industrialización, que puede que fuera inevitable pero cuyos efectos tenemos derecho a medir. La historia del Tercer Reich revela a su vez fenómenos similares de condicionamiento colectivo y de rebajamiento general del gusto.

A falta de una verdadera espiritualidad -pues fascistas y nazis, muy modernos también en este aspecto, tenían evidentemente cosas "más serias" y "más urgentes" que resolver-, era de nuevo la fragilidad la que rezumaba por todas partes por encima del muro del triunfalismo obsesivo. De sus regímenes, como de todos los regímenes modernos, podemos decir: "¿Qué son estos grupos humanos, sustraídos a toda consideración del hombre real? La embriaguez de un supuesto "ideal" puede reunirlos durante un tiempo, pero ¿cuál es la causa y cuáles son los efectos de esta embriaguez? Estas muchedumbres reunidas son lanzadas a una guerra injusta, o un día lo serán; y una vez que la furia de los canallas se haya disipado, una vez que los ideales mentirosos de la tiranía democrática hayan quedado obsoletos, cada uno verá lo que ha perdido; el tirano mismo, esta emanación del demos, encontrará en sus manos, en lugar de un milenio de gloria, sólo el mísero precio de los pactos: un puñado de hojas muertas que le arranca el viento de la muerte” (58)

Cuando se considera todo esto lo más fríamente posible, es difícil no reconocer la gran clarividencia de Guénon, cuando escribía, en un libro publicado en 1945: "Entre todas las cosas más o menos incoherentes que se agitan y chocan en la actualidad, entre todos los 'movimientos' exteriores de cualquier tipo, no hay pues ninguna necesidad, desde el punto de vista tradicional e incluso simplemente 'tradicionalista', de 'tomar partido' (...) pues eso sería estar de parte del otro. (...) pues sería engañarse y, puesto que detrás de todo esto actúan de hecho las mismas influencias, sería hacerles el juego de implicarse en las luchas que quieren y dirigen invisiblemente; el mero hecho de "tomar partido" en estas condiciones constituiría ya, por tanto, en última instancia, aunque fuera inconscientemente, una actitud verdaderamente antitradicional".

Por otra parte, es muy discutible sugerir, como parece hacer Marco Tarchi, que la "simple" reafirmación de principios intemporales que son los únicos capaces de calificar e "informar" (en el sentido aristotélico del término) un espacio y un tiempo dados -en este caso, la Europa de entreguerras- conduce inevitablemente al "utopismo regresivo" y a otros "mitos incapacitantes". Estas fórmulas, utilizadas a menudo en la crítica (francesa e italiana) "neo-droitista" [alusión a la “nouvelle droite” NdT] del pensamiento tradicional, pretenden demostrar que este último está condenado al "catastrofismo histórico", reverso de una moneda cuya cara derecha es la idea de progreso. Indirectamente alentada por el pesimismo radical de muchos tradicionalistas -que cultivan voluntariamente, no sin cierto deleite morboso, una mentalidad de "última defensa", de "ciudadela asediada" por el mundo malvado y corrupto-, la crítica "neo-drotista", parcialmente justificada en el caso de estos tradicionalistas, atestigua sin embargo una incomprensión de lo que son, en su esencia, la Tradición y la metafísica. Al "catastrofismo histórico" de algunos se une aquí el "voluntarismo" o la concepción "trágica" de otros, pero seguimos estando en presencia de pensamientos que sucumben a la fascinación de la historia, al espejismo inaprensible del tiempo.

Ya se trate de combatir el mundo moderno en todas sus formas o de invertir el curso de la modernidad remodelándola de manera demiúrgica, prometeica, en ambos casos se concede implícitamente una realidad intrínseca al desorden profano, lo que es evidentemente una manera de reconocerlo y, se diga lo que se diga, de someterse a él. La actitud auténticamente tradicional, no tradicionalista, es diferente. Estigmatizando el pesimismo radical de algunos, un católico lo expresaba así no hace mucho: "Por eso no está de más, aunque parezca proceder de una ironía muy amarga, recordar la afirmación del Evangelio "Mi Reino no es de este mundo". Interpretando esta afirmación según sus propios sentimientos, algunos afirmarán a la ligera y sin examen que la Justicia ha abandonado el mundo, aunque sea reconociéndola nostálgicamente en algún pasado, como si la Realidad estuviera sujeta al tiempo (...) La desesperación de muchos atestigua mucho más su ceguera espiritual que cualquier hipotética cualidad de la justicia probada por la Verdad. La Verdad es lo que no conocen y no pueden afirmar o siquiera vislumbrar, tan lejos como están de considerar el Reino de Dios como la realidad misma. Les parece que hay un lugar y un tiempo, el lugar mismo donde están y donde viven, que escaparía, por así decirlo, a la Realidad y a la inmanencia divina. Como no son de este mundo, que es pura nada, el Reino les parece ajeno, cuando son ellos los que son ajenos al Reino" (60). Formulación cristiana aparte, no hay hombre de Tradición que no pueda suscribir este recordatorio de tan clara ortodoxia doctrinal. El "sentido de la historia", regresivo o progresivo, no es más que una forma de conciencia moderna.

Tras estos aparentes rodeos, me parece que las razones más profundas de las opciones de Evola empiezan a emerger con mayor claridad. El prometeísmo del joven Evola, particularmente evidente en sus obras filosóficas, estaba destinado a dejarse seducir por la mentalidad esencialmente antidogmática, relativista y "trágica" de los fascistas. Del mismo modo, su concepción, a veces ambigua e historizante, de la Tradición también le llevó a apoyar su causa. Una lectura en profundidad de las obras evolianas revela dos niveles de interpretación de la Tradición, que a veces se entrecruzan o superponen de forma molesta: un primer nivel, en el que se afirma el carácter no humano, intemporal, universal, trascendente e inmanente de la Tradición, bajo la evidente y conocida influencia de Guénon; un segundo nivel, en el que la Tradición se interpreta como el receptáculo de un cierto número de valores propios de una fracción de la humanidad, a menudo identificada con los indoeuropeos, portadores de la "Luz del Norte" y de la espiritualidad que describe (solar, guerrera, "activa"), frente a la "Luz del Sur" y su espiritualidad particular (lunar, sacerdotal, "contemplativa"), todo ello bajo la influencia de una serie dispar de autores (Johann Jakob Bachofen, Hermann Wirth y -hay que admitirlo en este punto concreto- Alfred Rosenberg, etc.) y de una idiosincrasia particular (la "Luz del Sur") muy marcada.

Con Guénon, en cambio, no hay confusión posible. Ya en 1925, en una conferencia en la Sorbona, declaró: "¿Cuál es el origen de estas doctrinas metafísicas tradicionales (...)? La respuesta es muy sencilla, aunque es probable que suscite las protestas de quienes quisieran verlo todo desde el punto de vista histórico: no hay origen (...). (...) Dicho de otro modo, el origen de la tradición, si es que la palabra "origen" tiene algún sentido en este caso, es "no humano", como la metafísica misma (...) La verdad metafísica es eterna; por lo mismo, siempre ha habido seres que han podido conocerla verdadera y completamente" (61).

Esta insistencia en el carácter radicalmente anhistórico de la Tradición, este rechazo absoluto a confundir el núcleo de la Tradición con las "cáscaras" espaciales, temporales y humanas que utiliza (62), explican por qué Guénon sólo puede ser calificado de "contrarrevolucionario" con extrema prudencia y bajo numerosas reservas y condiciones. El desprecio de Guénon por la costumbre -y, por tanto, por lo que, para la mayoría de la gente hoy en día, es la "tradición"-, un desprecio expresado con una violencia poco frecuente (63) en la obra del "servidor del Uno", basta por sí solo para marcar la distancia que separa a Guénon de los "derechistas", por supuesto, pero también de la mayoría de los escritores antiliberales y antimarxistas. A la inversa, podría explicar, junto con otros factores, la influencia que Guénon ejerció sobre hombres del frente ideológico opuesto (André Breton, Antonin Artaud, René Daumal, etc.), que en general comprendieron su obra a un nivel más profundo que los "derechistas", al tiempo que malinterpretaron puntos esenciales de la obra de Guénon.

*      *      *

En conclusión, me atrevería a decir que uno no puede dejar de sorprenderse por la extrema coherencia interna de todo el itinerario de Julius Evola, cuando uno intenta asimilarlo todo de un solo vistazo. Para quienes no hayan estudiado a fondo la obra de Evola, y conozcan poco de su vida o de las influencias a las que estuvo sometido (con la excepción de Guénon), este itinerario puede parecer que da muchos rodeos innecesarios. En realidad, la obra y la existencia de Evola representan un caso bastante excepcional de fidelidad a sí mismo y a su propio destino, desconocido, pero gradualmente intuido.

En 1950, haciendo balance de su experiencia como testigo de los regímenes fascista y nacionalsocialista, Evola escribió: "No pretendemos que en estas corrientes la distinción entre lo esencial y lo accesorio fuera nítida, ni que en ellas la convicción y la cualificación adecuada de los hombres correspondieran a las ideas, ni que se hubieran superado las diversas influencias que sentían las propias fuerzas que había que combatir. El proceso de depuración ideológica podría haber tenido lugar en una fase posterior, tras la resolución de ciertos problemas políticos inmediatos que no podían aplazarse. Pero, aun así, era evidente que se estaba configurando un bloque de fuerzas que representaba un desafío (una sfida aperta) a la civilización 'moderna'" (64). La palabra clave aquí, desde el punto de vista de Evola, es "desafío". El deseo de romper con el mundo surgido de la Ilustración, proclamado de forma confusa pero enérgica por el fascismo y el nacionalsocialismo, supera en última instancia todas las reservas mentales suscitadas por estos mismos fenómenos. Apostar por el fascismo y el nacionalsocialismo era, evidentemente, una apuesta muy arriesgada, pero perfectamente acorde con el temperamento de un hombre que había elegido vivir en medio del peligro y del constante cuestionamiento del destino. De la juventud dadaísta de Evola a Cabalgar el tigre, de sus experimentos con ciertas drogas a la magia operativa del Groupe d'Ur, de sus peligrosas ascensiones a la montaña vividas como un ascetismo liberador a los bombardeos observados con impasibilidad entre las ruinas de una vieja capital europea, corre, incandescente, el mismo hilo rojo, la misma crueldad de saberse dispuesto a afrontar victoriosamente la prueba de la destrucción física.

Es fácil ver que la obra de un hombre cuyo itinerario era tan singular, tan personal, no podía dar lugar a una verdadera escuela de pensamiento. No creo que debamos lamentarlo, ya que el espectáculo ofrecido por algunos "doctos miembros de la secta de los testigos de Julius Evola", como ironizó un editor italiano, basta para refrescar a los más deseosos de pasar a la acción. Evola, afortunadamente, fue y seguirá siendo ante todo un investigador solitario, y como tal expuesto a las recuperaciones más cuestionables, pero también, por la misma razón, fundamentalmente inaccesible al psitacismo (66) de los mediocres.

"Ahora bien, la soledad puede ser espléndida o miserable: depende sobre todo del espíritu con que se viva. Me gusta imaginar la soledad de Evola con la imagen de su estancia en Viena durante la guerra: durante los bombardeos aéreos más aterradores, el silencio entre las explosiones sólo era roto por el crepitar de su máquina de escribir, en la que, indiferente al caos circundante, seguía trabajando tranquilamente. Este tipo de soledad, esta negativa a bajar al refugio donde se encuentra "todo el mundo", revela una spissitudo spiritualis que trasciende también la doctrina a través de la cual Evola se expresaba, en beneficio de aquellos que, en realidad, sólo querían oír su silencio" (67).


NOTAS

46. Adriano Romualdi, Julius Evola, l'homme et l'oeuvre (trad.: G. Boulanger), Guy Trédaniel-Pardès, París-Puiseaux 1985, pp. 90-91.

47. Cf. Julius Evola, La dottrina del Risveg!io. Saggio sull'ascesi buddhista, Latcrza, Bari 1943. Traducido por P. Pascal: La doctrine de l'Eveil. Essai sur l'ascèse bouddhique, He ed, Archè, Milano 1976.

48. Adriano Romualdi, op. cit. p. 77.

49. En Le symbolisme de la Croix, Véga, 1931 (pero que sabemos que estaba preparado desde hacía mucho tiempo). Guénon escribe en particular: "Dejamos totalmente de lado, huelga decirlo, el uso totalmente artificial e incluso antitradicional de la esvástica por parte de los "racistas" alemanes que, bajo el nombre fantasioso y un tanto ridículo de Hakenkreuz o "cruz con corchetes", la convirtieron arbitrariamente en un signo de antisemitismo, con el pretexto de que este emblema era específico de la llamada "raza aria", mientras que, por el contrario, como acabamos de decir, es un símbolo verdaderamente universal" (p. 71, nota 2).

50. Dominique Pélassy. Le signe nazi. L'univers symbolique d'une dictature, Fayard, 1983, pp. 189-190. Si. Ibidem, p. 298.

52. Cf. Julius Evola, Orientamenti, "Imperium". Roma 1950. Última ed.: Il Settimo Sigillo, Roma 1984.

53. Enzo Erra, Il fascismo ira reazione e progresso, en M. Bardèche, J. Freund, A.J. Gregor et al, Sei risposte a Renzo De Felice, Volpe, Roma 1976, pp. 90-91.

54. Ibidem, p. 90. Analizando Le romantisme fasciste de Paul Sérant (Fasquelle, 1959), Giano Accame escribió (Contraddizioni di un romanticismo a destra, en Dialoghi, 4, sept.-oct. 1961; reimpreso en Tragressioni. I, 2, sept.-dic. 1986, pp. 73-102): "Por los errores que ha cometido, por las posibilidades que ha destruido, por todo lo que quizás ha comprometido irremediablemente, el fascismo podría ser considerado una bête noire por las corrientes tradicionalistas (...) pero es una bête noire que procede de ese rebaño" (p. 97). A lo que el autor, Paul Sérant, contestó muy acertadamente, en nuestra opinión (en un artículo escrito a finales de 1961, que ha permanecido inédito hasta ahora y que acaba de publicarse: Un romanticismo fra tradizione e modernità, en Trasgressioni, H, 1, ene.-abr. abril de 1987, pp. 77-86): "Por mucho que me cuestione, por mucho que recuerde el interés de ciertos nacionalsocialistas por las doctrinas esotéricas, no veo en qué el nacionalsocialismo o el fascismo guardan relación con las opiniones 'antimodernas' de Guénon. Si, entre los pensadores contemporáneos, tuviera que nombrar a alguien cuyo punto de vista no carece de analogía con los puntos de vista fascistas, mencionaría a Teilhard de Chardin -a riesgo de hacer aullar a sus admiradores- antes que a Guénon. Cuando el padre Teilhard escribe, en El fenómeno humano, que hay que pensar en los medios de sustituir "las formas brutales de la selección natural", y cuando espera el desarrollo, en los siglos venideros, de "una forma noblemente humana de eugenesia", no es ciertamente "nazi", pero este aspecto de su pensamiento evolucionista está menos alejado de un cierto pensamiento fascista que el de Guénon, para quien todos los sistemas políticos y sociales modernos eran condenables por ilegítimos" (p. 86).

55. Cf. Les hommes au milieu des ruines, 2ª ed. cit.

56. Cf. Julius Evola, Le fascisme vu de droite suivi de Notes sur le Troisième Reich (trad.: P. Baillet), ed. "Totalité", 1981.

57. Marco Tarchi, Evola e noi, en Diorama letterario. 72 ("Julius Evola tra mito e attualità"), junio de 1984, p. 5.

58. Jean-Claude Cuin, Quelques conséquences de l'idée de progrès dans la mentalité moderne, en Narthex, 14-15-16, enero-junio de 1977, pp. 4-5.

59. René Guénon, Le règne de la quantité et les signes des temps, Idées-NRF, 1970, pp. 284-285.

60. Jean-Claude Cuin, Entheos Politeia, en Narthex, 10-11 ("Principes traditionnels de la politique"), mayo-agosto de 1976, pp. 5-7.

61. René Guénon, La métaphysique orientale, ed. Traditionnelles, 1976, p. 23 (1ª ed. 1939).

62. "... son la intuición intelectual y la doctrina metafísica pura el principio de toda civilización tradicional; en cuanto se niega el principio, se niegan también todas sus consecuencias, al menos implícitamente", escribía Guénon en La crise du monde moderne, Idées-NRF, 1969, p. 97. Para Guénon, conviene recordarlo, la "intuición intelectual" puede manifestarse en el estado humano, pero no es una facultad humana.

63. En el capítulo "Tradición y tradicionalismo" de El reino de la cantidad, etc., cit. Guénon afirma que de todos los usos abusivos de la palabra "tradición", "el más vulgar de todos" es "el que la hace sinónima de 'costumbre' o 'uso', confundiendo así tradición con las cosas más vilmente humanas y las más completamente desprovistas de todo sentido profundo" (p. 281). En un artículo significativamente titulado La coutume contre la tradition (La costumbre contra la tradición), reimpreso en la colección Initiation et réalisation spirituelle (Traditionnelles, 1983, pp. 39-45), Guénon habla de la "mezquindad" de la costumbre, que "contribuye poderosamente a la ruina de toda intelectualidad", y denuncia "esa especie de nulidad intelectual que es el resultado de una vida absorbida enteramente en la observancia de las costumbres más ineptas y en el miedo infantil a ser juzgado desfavorablemente por los primeros", Por último, señala que "observar la costumbre para tener en cuenta una opinión que sólo valora esas apariencias [puramente externas] es, por tanto, el acto mismo de un Shûdra".

64. Julius Evola, Orientamenti, cit. pp. 16-17 (ed. 1984).

65. Cf. la recopilación de artículos de Evola, Méditations du haut des cimes (trad.: P. Baillet), Guy Trédaniel-Pardès, París-Puiseaux 1986.

66. Psitacismo o sitacismo, método de enseñanza basado únicamente en la memoria. [NdT]

67. Pio Filippani-Ronconi, Julius Evola: un destino, en Gianfranco De Turris (ed.), Testimonianze su Evola, Mediterranee, Roma 1973, p. 131.

ENLACES:

LA RELACIÓN DE JULIUS EVOLA CON EL FASCISMO Y ELNACIONALSOCIALISMO (1)

LA RELACIÓN DE JULIUS EVOLA CON EL FASCISMO Y ELNACIONALSOCIALISMO (2)

LA RELACIÓN DE JULIUS EVOLA CON EL FASCISMO Y EL NACIONALSOCIALISMO (3)