CRÓNICAS DESDE MI RETRETE. LOS INDEPES NO BAILAN EL KASACHOV
Hoy, el “procés”
es sólo un recuerdo. Pocos se atreven a reclamar la independencia en esta época
de mundialización, política de bloques y cuarta revolución industrial, cuando
estamos embarcados en una década que va a ver cambios vertiginosos y brutales
en la forma de vida, en la tecnología y en la propia estructura de la sociedad.
Hay que tener cierta conmiseración por quienes siguen con ideales propios de la
segunda revolución industrial, reclamando la independencia de lo que podríamos
llamar, más que naciones de calderilla, naciones de la época de los reales de
vellón. De to’ tié q’haber que decía el taurino al filósofo. Sin
embargo, algunos se empeñan en querer defender que lo que hicieron fue
“serio”. Y el “procés” fue, cualquier cosa, menos serio. De haber intentado
serlo, jamás se habría iniciado.
Nietzsche decía:
“Me gusta los que acometen una tarea imposible, y fracasan”. Pero en
relación al “procés” cabría mejor decir con los Hermanos Marx: “Tras dura lucha, hemos pasado de la nada, a
la más absoluta miseria”. No hubo heroísmo en el “procés”. Cerrilidad,
quizás. Se empeñaron en algo que era, a todas luces imposible desde todos los
puntos de vista, se encabronaron con la idea, trataron de llevarla hasta las
últimas consecuencias. Y lo llevaron mal, muy mal, pésimamente mal.
Me niego a
llamarla “Generalitat de Cataluña” porque “la de verdad”, en realidad llamada
“Diputación del General del Principado de Cataluña”, fue una institución
medieval, nacida en la época del feudalismo, con tres brazos corporativos, que
no tiene nada que ver con el monstruo burocrático-administrativos-cleptocrático
que conocemos. Cabe mejor -para distinguir entre el modelo real y su
interpretación actual- aludir al ente autonómico, como “gencat”. Quien dice
“instituciones medievales”, dice “instituciones basadas en la lealtad”, quien
dice “gencat”, dice en cambio, oportunismo sin principios, retahíla de
escándalos económicos, abusos lingüísticos, falsificación histórica, faraonismo,
y así sucesivamente, realidad en nombre, eso sí, del “autogovern de Catalunya”.
Esa es la diferencia.
El día después
de que el Estado interviniera la Generalitat y diera carpetazo judicial al
“procés”, La Vanguardia, que hasta ese momento lo había jaleado, ante la
perspectiva de no recibir más subvenciones, empezó a plantearse las cosas de
manera mucho más realista: “¿No será que alguien habrá hecho un cálculo
demasiado optimista?” se preguntaba su director en un editorial memorable.
¡Fíjense si
eran optimistas y demócratas que, meses antes de saberse el resultado de ese
referéndum, la gencat ya daba por sentado que iba a ser positivo para su
propuesta independentista, que se habían presentado en el parlament(ito), las
famosas “leyes de desconexión”! ¿Cómo puede calificarse un referéndum que
quien lo promueve ya da por sentada la respuesta popular? Aquello fue tan falso
como cuando Artúr Mas en 2014 pronunció aquella frase de “Tengo el honor de
ser el 129º presidente de la Generalitat de Cataluña”. En realidad, debería
haber dicho que era la fotocopia reducida de Pujol, quien, a su vez, era la
fotocopia reducida de Macià y a su vez, el propio Mas se vería engrandecido por
sus sucesores, que no resistimos a recordar, a pesar de su banalidad creciente:
Puigdemont, Torra, Aragonés… Cierto que estamos en la época de la
nanotecnología y que estos nanopolíticos son un signo de los tiempos.
No,
definitivamente, nada en el proceso fue “serio”, salvo para los que se lo
tomaron en serio. El tiempo -han bastado cuatro años- para redimensionarlo todo.
Puigdemont sigue en su Waterloo personal, acompañado de una corte menguante.
Los “presos politics”, ya no están presos, no por presión popular, sino por las
necesidades de supervivencia del gobierno Sánchez. El independentismo hace
cuatro años que va reculando en las encuestas y hoy ni siquiera es mayoritario
entre los jóvenes. Los del Omnium Subvencionatum, dicen que “som el 52%” y,
sí, es cierto que en las últimas elecciones a la gencat los indepes obtuvieron,
sumadas la media docena de candidatura, el 52% de los votos… sí, pero sobre
el 50% de los votantes. Porque está tan claro que la gencat ha sido la “institución
de los indepes” y no “el autogobierno de todos los catalanes” que
muchos -incluido el que suscribe- decidimos no hacer el caldo gordo a la
institución, ni siquiera votando a partidos no indepes.
Aquella época ya
ha pasado y, por mucho, que algunos crean que la debilidad de Sánchez les
permite abrir de nuevo el frente del “referéndum”, lo cierto es que, tanto
Sánchez como Aragonés saben que lo único que van a discutir es sobre el destino
de unos millones de euracos por aquí, o sobre la ampliación del aeropuerto del
Prat por allá. Y, por lo demás, cabria decir que los indepes son de los que
les gusta jugar y perder… porque está muy claro que un referéndum, en 2017 quizás
hubiera dado un resultado negativo, pero hoy no hay ninguna duda de que sería
muy negativo.
Como casi nadie
en Cataluña se acuerda ni del “procés”, ni de Puigdemont, de tanto en tanto,
aparece algún coletazo que nos quiere convencer de que aquello fue una
operación seria y estudiada. Aquí entra el profesor de historia de Mongolia
(sí, de la tierra de los mongoles) que estudio en Hiroshima. Josep Lluis Alay.
Alay no tuvo protagonismo ni con Mas ni con Pujol, era un personaje gris en el
grisáceo panorama catalán.
El 25 de marzo
de 2018, Alay iba con Puigdemont en coche desde Finlandia hasta Bruselas (la
friolera de 2.369,4 km según Google) y al atravesar la frontera alemana
resultaron detenidos en Neumünster. Fue puesto en libertad y tres días después,
ya en España, la Audiencia Nacional lo detuvo y lo puso en libertad. Fue la
primera vez que Alay apareció en todo este embrollo.
Tres meses
después, Torra lo nombró “Coordinador de Políticas Internacionales de la Presidencia”
a la vista de su conocimiento de países como Mongolia y el Tíbet… Un mes
después, fue nombrado “Responsable de la Oficina del expresidente Puigdemont
en aplicación de les prerrogativas d’aquest” (según dice la wikipedia
catalana). Poco se sabe de su gestión que suponemos se limitaba a enviar por la
Wester Union a Puigdemont, la paguita. Parece que publicó una recopilación
de 73 historias cortas que había publicado en Ara y en el Punt/Avui,
con prólogo de Aamer Anwar (pakistaní afincado en Glasgow). No se supo nada más
de él hasta que el 28 de octubre de 2020 fue detenido en el marco de la
Operación Vólkhov por la Guardia Civil a causa de un delito de malversación de
caudales públicos (los envíos de la Wester, seguramente…). En fin, el
personaje, como puede verse, es bastante banal.
Lo sigue siendo
después de que el viernes pasado en New York Times publicara que “había
admitido que se encontró en octubre de 2019 con dos personas de los círculos
del poder oficial ruso, durante las semanas de disturbios callejeros en
Cataluña como reacción a la sentencia del Tribunal Supremo en el juicio por la
independencia unilateral y el referéndum ilegal de 2017”. Al parecer, él
y el abogado de Puigdemont Gonzalo Boye trataron de “tejer alianzas con Rusia”.
El
País ofrece un repertorio de los contactos y de las fuentes. Esta
es una vieja historia que ha sido difundida con fruición desde hace años por la
Embajada de los EEUU: “los rusos son tan pérfidos que quieren romper
España”. Los datos aportados son pocos e incomprobables. Tienen, desde el
principio, todo el aspecto de ser una “operación psicológica” organizada por la
estación de la CIA en Madrid. Lo cierto es que, desde que comenzaron estos
rumores, los rusos contestaron con ironías e, incluso, un humorista del Este ironizó
sobre las simpatías de Rusia con Puigdemont llamando en directo a la Cospedal
(véase el artículo “Cipollino”
y la “participación rusa” en la “crisis catalana”). Cuatro años
después, las cosas siguen igual.
Los contactos
entre los independentistas catalanes y Rusia siguen siendo tenues. Siempre
buscados por los independentistas. Las fuentes, inevitablemente, llevan
todas a la Embajada de los EEUU (y a los mismos servicios secretos que
auguraban la llegada de los talibanes a Kabul a finales de 2022 o principios de
2023…).
No hay nada
nuevo bajo el sol. En 1926, Francesc Macià viajó a la URSS para recabar apoyo
soviético para su lucha por la independencia de Cataluña. Se entrevistó con
Zinoviev que le prometió ayuda para su proyecto (el intermediario era Pepe
Bullejos, secretario general del Partido Comunista de España). Cuando todavía
iba en tren de regreso a París, no se enteró de que Zinoviev, justo después de
la entrevista, había caído en desgracia (acabaría fusilado unos años después) y
durante unos meses siguió pensando en el “oro de Moscú”. Como no llegaba,
rompió con Bullejos y dijo que “los rusos le habían prometido todo, pero no
le habían dado nada”. Eso es lo más próximo que un indepe ha estado cerca
de las torres del Kremlim.
Lo sorprendente
es que un independentista esté siempre dispuesto a hipotecar lo que
considera su nación, a quien le preste ayuda para crear esa misma nación. El
“orgullo independentista” hace que prime la intención de “romper España” sobre
cualquier otra consideración: sobre la viabilidad económica, sobre la
imposibilidad de una nación nacida con el 50,5% de los votos sobre el 49,5%,
sobre el pago a quienes han facilitado desde el exterior la independencia (lo
que supone un factor de “dependencia”).
Las información
-Alay ha aceptado que, efectivamente, se entrevistó con funcionarios rusos-
genera más perplejidad sobre el estado mental de los propulsores del “procés”: ¿Cómo
es posible que pensaran que la Unión Europea les admitiría en su seno, después
de que la independencia fuera apoyada por los rusos? ¿Es que no se habían
enterado que el ingreso en la UE y en la OTAN van parejos como dolorosamente
comprobamos en la España de los 80? A pesar de que la oferta indepe fuera
“comprar gas natural ruso” ¿se preocuparon sobre cómo llegaría hasta la plaza
de Cataluña? ¿no calcularon que España compra más gas ruso del que se
consume en la región catalana?
El artículo del New
York Times es equívoco. Habla de que los rusos apoyaron al Tsunami
democrático (lo que dista mucho de estar comprobado) y, por su redacción,
parece como si los contactos de Alay hubieran llegado a algo… En realidad, al
gobierno ruso, nunca le ha interesado la independencia de Cataluña y la prueba
es que el “procés” fracasó, no por falta de apoyo exterior -que nunca lo
tuvo- sino porque, para cualquier observador objetivo era evidente que se
trataba de un “mal negocio”.
Cuando los
juristas se preguntan “¿cómo se financio el procés?”, la respuesta más simple,
la única, la que todos los catalanes con capacidad para ver, vieron, fue una:
la gencat, con sus propios recursos financió la TOTALIDAD del procés, desde la
publicidad pagada en los medios de comunicación, hasta las subvenciones repartidas
a ayuntamientos que luego devolvían en cuotas (no precisamente baratas) a la
Asamblea de Municipios por la Independencia y entregando miles de millones en
subvenciones a entidades cuya única función era promover el independentismo…
Y luego, claro está, algún empresario poco avispado que creyó que dando unos
miles de euracos de nada, luego, cuando .cat fuera independiente, recibiría el
ciento por uno. No hacía falta más. Ni rusos, ni chinos, ni talibanes.
Si Alay reconoce
ahora estos contactos, es para intentar dar la sensación,
1) de que
Puigdemont vive,
2) que el
“procés” fue algo serio que llegó a las puertas del Kremlim,
3) que todos los
que participaron en él se lo tomaron en serio y realizaron un “análisis
geopolítico”.
Pero no se
engañen, Puigdemont debería seguir algún curso de formación profesional y
buscar un oficio en Waterloo (o en un barrio más barato; le recomendamos
Molembeek en donde se sentirá como en el Raval de Barcelona). No se engañen: Alay
llegó a las puertas del Kremlim pero ni pasó de ellas, ni nadie allí se lo tomó
en serio (de habérselo tomado en serio, el “procés” hubiera evolucionado de
una forma mucho más dramática y no hubiera terminado como sainete). Y,
finalmente, el análisis geopolítico que realizaron, fue propio de bachilleres.
Saben aquel que
dice:
- President,
un iceberg se ha separado del Ártico, sin urnas ni nada, se fue y listo.
Y responde
Puigdemont:
- Consigue el
teléfono de ese iceberg, necesito saber cómo lo hizo.
De ahí salió
el DIU
Malo ¿verdad?
Pues el “procés” fue un chiste aún peor.