España es miembro de la OTAN. Se
debe a sus aliados y, en especial, se debe a los EEUU. En realidad, ni España
ni EEUU son “aliados”, sino más bien, nuestro país es vasallo del “imperio”.
¿Qué imperio que se precie tiene aliados? Los
EEUU y los países de la OTAN se han “portado bien” en la “crisis catalana”: han
cerrado filas en torno al gobierno español. Ni un vaso de agua para el
independentismo ni siquiera un gesto a favor del mister Proper Romeva que ha
ido a diestro y siniestro proclamando que la nueva “república catalana”
seguiría con sus compromisos internacionales, a pesar de renunciar a tener un
ejército (o bien teniéndolo pero sólo reducido a plantar cara a la Legión, a
las COE y a la Brunete). Pero, ya se
sabe, los EEUU no hacen nada gratis. La contrapartida consistía en que el
gobierno español “creyera” y aceptara que el enemigo secular de la OTAN, Rusia,
había conspirado contra España… Y así se difundió en toda la prensa
nacional, como hace quince años se difundía con la misma facilidad falsedades
como la existencia de “armas de destrucción masiva”.
Era evidente que, por mucho que
informaciones de este tipo procedieran de agencias de seguridad y defensa de
los EEUU, eran “material averiado”, redactado para conseguir encabronar a la
opinión pública española con el “enemigo ruso”, esos malditos cabronazos
empeñados en hacernos la vida imposible. Aznar
y los grandes del PP de 2002-2004, creyeron “a pie juntillas”, aquella mentiras
sobre Irak, construidas para hacer digerible a las poblaciones europeas y a la
misma opinión pública norteamericana la invasión de Irak. Es posible,
incluso, que Aznar y sus ministros, se lo creyeran de buena fe. Tampoco habían
demostrado ser unos grandes analistas, ni siquiera unos observadores atentos de
la política internacional: el Departamento de Estado envió a Asuntos Exteriores
español dossiers sobre la maldad del gobierno iraquí, el Departamento de
Justicia envió a la Audiencia Nacional otros dossiers sobre la existencia de
tramas de Al-Qaeda en España (que sólo fueron creídas por Baltasar Garzón en su
deseo de obtener apoyos para situarlo en la poltrona principal del Tribunal
Penal Internacional, demostrando sus tragaderas y su sumisión al imperio), la
CIA y la NSA enviaron dossiers al CNI que éste resumió entregó al gobierno del
PP y éste a la prensa y a algunos políticos que aparecieron como “especialistas”
(Gustavo de Arístegui) en la cuestión de Oriente Medio. El razonamiento de Aznar y de los suyos era simple: “si viene de EEUU debe ser rigurosamente
auténtico y, aunque no lo sea, debemos seguir la corriente”.
Quince años después, la misma
farsa se repite: ahora es otro dossier llegado de los EEUU el que
responsabiliza a Rusia de la “crisis catalana”. El gobierno ha cometido tres errores de apreciación: 1) Dar
credibilidad a un informe interesado, 2) Filtrarlo a la opinión pública y 3)
Hacer de Puigdemont un “manipulado” por Rusia, en lugar de un paleto de
provincias embriagado con su propio desenfoque de la realidad.
La “crisis de la gencat” es
suficientemente grave como para que el gobierno se la tome en serio. Si al
frente de defensa se encontrara un especialista en “política de defensa” (y
los hay, porque nuestro cuerpo diplomático figura entre los más capaces del
mundo, solo que está supeditado a una ministra que lo ignora todo en la
materia) sería evidente que los informes de la inteligencia norteamericana
sobre Puigdemont hubiera ido directamente a la basura del ministerio, sin pasar
siquiera por la trituradora de documentos. Rusia tiene problemas precisamente a
causa del independentismo. Hay otras zonas de Europa en donde podría alimentar
movimientos independentistas mucho más combativos y con más posibilidades (en
Bélgica especialmente) que en una España cuya opinión pública es muy poco
beligerante contra Rusia. A Rusia le
interesa hoy, mucho más trenzar vínculos económicos y de amistad con España que
figurar como “eterno conspirador”.
Harina de otro costal es que los rusos no sonrían con la “crisis
catalana”. Occidente está tomando de su propia medicina: favoreció la
desintegración de la URSS y la creación del “Estado bandido” kosovar,
desencadenó la “revolución naranja” ucraniana, así pues, conocer lo que supone
el desgarro de uno de sus territorios es una buena medicina para no volver a
intentar ese proceso en territorios eslavos. Pero, lo sorprendente es que
ni Romeva ni sus “diplomáticos” improvisados entre hermanos, cuñados y
afiliados de los partidos independentistas se preocuparon por contactar con los
rusos. Algo que no ha podido pasar desapercibido para el CNI. Toda la aventura
independentista ha sido mucho más pedestre y cuando se ha dicho que no contaban
ni con un solo apoyo internacional con ello se indica que ni una sola
cancillería se los había tomado en serio.
Luego estaba el precedente
histórico. La Italia fascista había mirado con cierto interés la revuelta de
Companys y de Dencás en 1934, incluso éste último tenía una relación fluida con
el consulado italiano en Barcelona que hubiera reconocido al “Estado Catalán
dentro de la Federación Ibérica”… El problema vino cuando el castillo de naipes
se cayó a poco de iniciarse la revuelta y apenas mediaron 10 horas entre la
proclamación del invento y la salida por las alcantarillas. Con este precedente y con los informes de
inteligencia que debían elaborar los funcionarios del FSB destacados en Madrid,
Moscú no iba a mover ni un solo dedo por un proyecto llamado a caer finalmente en
el descrédito más absoluto.
Pero también era evidente que los
rusos iban a reaccionar ante las noticias difundidas por los medios españoles
sobre su participación en la “crisis catalana”. Una protesta diplomática
hubiera sido excesivo: sería dar crédito y tomarse en serio lo que no era más
que un macutazo elaborado en alguna oficina de la CIA. España es vasallo de los
EEUU, así pues, era evidente que nuestro país iba a “pagar” el apoyo
norteamericano y de la OTAN de alguna manera: torpedeando al “enemigo ruso”. No
valía la pena hacer “sangre”. Y los
rusos han optado por el sentido del humor. Bien por ellos.
Anteayer la ministra de
defensa española, recibió una llamada que hemos oído traducida. Demostrando
lo que los rusos aprecian a Puigdemont (y, al mismo tiempo, el que están
perfectamente informados de su personalidad y de la naturaleza pueblerina de la
crisis catalana) el que decía ser “ministro lituano de exteriores” reveló que
el 50% de los turistas rusos que visitan Barcelona son miembros de la
inteligencia rusa y que ¡el propio
Puigdemont es agente ruso con el nombre de “Cipollino”…! (en italiano “cipollini” es cebollino y, como se sabe,
reiteradamente, los independetas han
sido calificados como “çeballuts”,
cebollinos, así pues, el humorista sabía
lo que se decía). Y la Cospedal, con esa actitud de mujer seria y
prepotente que utiliza como imagen de marca, pero incapaz de cortar lo que era,
evidentemente, una broma, ni siquiera se enteró de la novatada rusa, incluso –al
parecer- informó a Rajoy… La alusión a Letonia venía a cuenta de la presencia
de una escuadrilla de cazas españoles que desde hace 10 años “protegen” el
espacio lituano. Sin olvidar que el teléfono al que habían llamado los dos
humoristas, no figura en la guía telefónica. Todo lo cual sumado, no deja lugar a dudas: los humoristas recibieron
los datos para su programa de humor de alguna oficina de la inteligencia rusa y
supieron aprovecharla.
En esta España que llora el
fallecimiento de Chiquito de la Calzada y en la que la clase política
independentista parece sacada de una película de los Hermanos Marx con las
luchas entre Ruritania y Libertonia, los rusos han estimado que los vasallos
del imperio no se merecen siquiera que se les tome en serio. “Cipollini” es una
anécdota, el remate a un proyecto político construido por paletos; en cuando a
la Cospedal, lo mejor es reírse de ella: a
la broma norteamericana sobre la “complicidad rusa” en la “crisis catalana” le
han respondido con otra broma, seguramente más inofensiva y menos dramática,
muestra en cualquier caso que Rusia no es la “enemiga”, ni mucho menos la
instigadora.