miércoles, 1 de septiembre de 2021

CRONICAS DESDE MI RETRETE: REDIMENSIONANDO EL ABECEDARIO LGTBIQ+

La presión de la “ideología de género” es cada vez mayor. Crece de día en día en todos los terrenos. En el mundo de las series, por ejemplo, es difícil encontrar en los stremings, lo que uno busca en casi todos los temas salvo en materia “LGTBI”. Filmin fue pionera en esto, pero ahora, tanto HBO, como Amazon, como Netflix cuentan con un apartado bien visible dedicado a esta temática. Y una característica común: es imposible que estas series sean rentables, todas ellas tienen una calidad muy mediocre, unos intérpretes de baratillo y, en general, resultan aburridas, lloronas y sosainas. ¿Y qué me dicen de la publicidad? Las dos normas universalmente aceptadas en nuestros días para los publicista es que para vender desde un yogur a un vehículo de alta gama y, por supuesto, una colonia, hay que introducir a un negro. Si no hay negro, parece que el producto no se venderá bien. La segunda norma es colocar a un gay o a individuos de sexualidad ambigua en el spot. Si hablamos de realitys la cosa va camino de desmadrarse: algún canal de televisión ofrece un reality de Drag-Queens a la vista del éxito que tuvo la serie “La Veneno”. Hay un momento en el que uno se pregunta: “Pero, vamos a ver, ¿hay tanto LGTBIQ+ por ahí que justifique este despliegue inusual de medios a favor de su causa?

LA IDEOLOGÍA DE GENERO: FALAZ, DÉBIL Y MOVEDIZA

La respuesta que nos dan los “progres” es: “aunque solamente hubiera uno por cada letra, habría que partirse el pecho en defensa de sus derechos y contra la opresión heteropatriarcal”. No parece muy convincente, a fin de cuentas, estos días hemos visto como el zoológico de Amberes ha prohibido a Adie Timmermans que dejara de visitar a Chita, un macho de 38 años con el que tenía una “relación” desde hacía cuatro años”. No creo que la tal Chita, ni otros chimpancés, tengan a muchas admiradoras, francamente, pero por la regla de tres “progre”, ese amor humano-simiesco debería de ser defendido a capa y espada. Tanto es así que, a nadie le extrañe que, en breve, a la letanía LGTBIQ+ se le añada la “A” de “amor animal”. A eso nos encaminamos, sin ironías.

La “perspectiva de género” parte de un principio unánimemente aceptado por todo ese batiburrillo de letras, a saber: “el género es algo que una definido social artificial” y los “roles sexuales” están “socialmente construidos con comportamientos y atributos que una sociedad dado considera apropiados para hombres y mujeres”.

Esta base, tiene tres atributos: es falaz, débil y movediza y encubre una realidad.

- Es falaz porque, quien ha estudiado biología, incluso gramática, sabe que existen dos géneros: masculino y femenino, al menos para las especies superiores. El género “ambiguo”, en gramática, son aquellas palabras que pueden utilizarse indistintamente con ambos géneros: “el lente” o “la lente”. Excepciones a la norma. La construcción de géneros no es caprichosa o gratuita, depende de un sustrato biológico que constituye su “infraestructura”, de la que la “superestructura” que deriva de ella es la “construcción social” y no al revés. Hay causa y efecto. Los “ideólogos de género”, negando la causa, creen poder afirmar la inconsistencia del efecto.

- Es débil, porque no se somete ni está respaldado por las leyes de la ciencia, ni por las de la lógica, ni siquiera por el sentido común o el instinto. Lo que ha existido siempre -la diferenciación en géneros- seguirá existiendo por mucho que los “progres” se nieguen a aceptarlo: un puño cerrado será lo contrario de una mano abierta y a fuerza de repetir que la imagen de un puño debe verse como una mano abierta, la persona razonable, seguirá viendo el puño, por una simple razón: es un puño y no otra cosa. A veces, comulgar con una rueda de molino tan grande como esta es demasiado hasta para los propagandistas más avezados.

- Es movediza, porque no está construida sobre datos objetivos aportados por la ciencia, sino por construcciones subjetivas dictadas por la particular psicología de los “ideólogos de género”. La construcción artificial de la que han partido no se basa en una apreciación objetiva de la realidad que sugeriría el “punto de normalidad”, sino a partir de excepciones y, sobre todo, de pulsiones personales del “ideólogo de género” que se siente obligado a racionalizarlas, para evitar la sensación de “anormalidad”. El “ideólogo de género” suele ser alguien con algún problema personal que no está dispuesto a asumir como tal y que tiende a transferir a la sociedad: “No soy culpable de que me haya enamorado del gorila Chita, la sociedad que no admite ese amor puro es la culpable…”. La transferencia de la culpa es habitual en varias escuelas de psicología y de psicoanálisis.

CUANDO LAS ENCUESTAS REDIMENSIONAN EL PROBLEMA 

A SU JUSTA MEDIDA

Una encuesta publicada por El País (boletín oficial del estado progre) sostenía el pasado 29 de junio de 2021 (no a la muerte de Franco) que el 93,9% de los españoles se declara heterosexual. El porcentaje cae 11 puntos entre los jóvenes de 18 a 24 años y desciende hasta el 82,7%. El País se sorprende que, en el tramo siguiente de edad, de los 25 a los 34 años, la heterosexualidad aumente al 91,2%. En las grandes ciudades, añade la encuesta, el porcentaje de heterosexuales sube a un 93´1%, mientras que en las pequeñas ciudades baja en ciudades de tamaño medio (entre 400.000 y 1.000.000 de habitantes) al 89’9%. La encuesta la realizó la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Jaume I de Castellón.

Demos estas cifras por buenas y tomemos el promedio: si el 93,9% de los españoles se declaran heterosexuales, todo el alfabeto LGTBIQ+ se reduce, en conjunto al 6,1% de la población. Estamos por encima de la media europea: un 5’9% identificado con el colectivo LGBTIQ+ y, somos el segundo país europeos por detrás de Alemania con un 7,4% y al mismo nivel que el Reino Unido (si bien esta otra encuesta, aumenta nuestra cuota de LGTBI+ al 6,8%).

Las feministas radicales parten de la base de que, si el 50% de la población es de género femenino, ellas luchan por los derechos de ese 50% y, por tanto, lo representan. Pero la realidad dice otra cosa: el feminismo radical tiene un apoyo muy limitado y sus excesos verbales, su intolerancia y sus acciones extremistas y chillonas, lo limitan aún más. Así mismo, los grupos LGTBIQ+ constituyen una pequeña fracción de la población, que, además es heterogénea y poliforme (lesbianas, gays, transexuales, transgénero, travestidos, bisexuales, intersexuales, queer y lo que puede llegar en el futuro, representado por el signo “+”), en total un 5,9% de la población del país. Si tenemos en cuenta que los gays, supone entre un 4-5% de la población, salidos o no de la ebanistería, nos queda a repartir menos de un 2% entre todas las demás variedades.

ALGUNAS APRECIACIONES SOBRE EL ABECEDARIO LGBTIQ+

En los últimos tiempos se pretende que se acepte como normal a mujeres virilizadas, cicladas y hormonadas, con el pelo y el vestido masculinos. Es difícil que lo consigan: para ello deberían destruir la noción de estética, de feminidad y de belleza. Cuando los elementos más radicales de la ideología de género dicen que “queda mucho camino por recorrer”, tienen razón: 4.000 años de cultura circulan por nuestros genes, no pueden destruirse de un día para otro. Hay que arrasar con demasiados conceptos estéticos que incluso tienen que ver con la matemática (la “divina proporción”, el número de Oro, la serie de Finobacci), la estatuaria griega y cualquier otra forma de arte (que, en el fondo, expresa lo que un pueblo lleva en sus genes). No es fácil, desde luego, sustituir a la Victoria de Samotracia por las diosas del paleolítico obesas, con el abdomen, la vulva, las nalgas y las mamas extremadamente grandes. Y, más allá de esto, los doctrinarios LGTBIQ+ quieren establecer que ese modelo estético, además, era lesbiana… ¡Claro que hace falta mucho camino por recorrer! De la misma forma que hay hombres y mujeres, también existe la fealdad y la belleza, la estética y su negación, el Sol y la Luna, el oro y el mercurio… y, por mucho que se intenta, nunca podrá homogeneizarse en función de la “igualdad”.

Los realitys sobre Drags-queens, por su parte, parecen ser meras exaltaciones del freakysmo y, también aquí, de la fealdad. Antes era posible saber que estábamos en carnaval gracias a los disfraces. La inviabilidad de la sociedad moderna se demuestra en que, para algunos, todos los días son carnaval.

¿Y los transexuales? Los partidarios de que los transexuales pasen por el quirófano y se sometan a abracadabrantes operaciones que escalofrían a quien tiene clara su identidad sexual, hombre o mujer, han sido justificadas a causa del alto porcentaje de suicidios de ese colectivo. Todo sea para evitar estos desenlaces lamentables. Bien, pero lo que se suele eludir es que quienes pasan por el quirófano ¡tienen un nivel de suicidios, prácticamente, similar! Con lo que no se resuelve el problema, sino que, incluso se agrava, en lugar de tomar el toro por los cuernos y acudir a las terapias psicológicas. En realidad, una operación de “cambio de sexo” no “cambia el sexo”, cambia el aspecto exterior de la sexualidad -lo que es muy diferente- pero el sistema hormonal hay que seguirlo rectificando hasta la muerte mediante medicación, o de lo contrario, los caracteres propios del sexo de nacimiento se manifestarán de nuevo.

LA CUESTIÓN GAY EN CRUDO

Y llegamos a los gays. Cada cual es libre de vivir la sexualidad como quiera, pero no tanto para hablarnos constantemente sobre su sexualidad. Aunque alguien no lo crea, hay vida fuera del sexo. Vivimos una época de pansexualismo (homo, hétero, trans, parafílico…) ante la que se puede decir que lo importante ya, no es la “libertad sexual” (que existe sin restricciones), sino la “libertad del sexo” (es decir, el poder participar, percibir y realizar alguna actividad, en el que la sexualidad no se filtre por algún resquicio, vivir la propia sexualidad para atender esta parte de lo humano, sin que nos tiranice mañana, tarde y noche).

Cualquier práctica sexual es aceptable, mientras sea consensuada por la otra parte, pero el problema empieza cuando se quiere justificar. Cuando escribí “Los gays vistos por un hétero”, me llamó mucho la atención que en un diccionario gay escrito por un par de los más conocidos intelectuales de esta corriente no figurase ni el término “coito anal”, ni nada relativo al ano, a pesar de que buena parte de la sexualidad gay se resuelve por ese conducto. Sin embargo, el diccionario era interesante porque se procuraba dar una “perspectiva histórica” de la cuestión. Grecia, claro está, ocupaba un lugar destacado: en Grecia las prácticas homosexuales eran habituales y no estaban cuestionadas. Bien, pero se evitaba decir que las prácticas homosexuales griegas hoy serían condenadas por la ley y tenían mucho más que ver con lo que hoy conocemos como pederastia que con la homosexualidad entre adultos. De hecho, incluso hoy, cuando se alude a “abusos sexuales del clero”, se intenta por todos los medios aludir a que se trata de clero homosexual y pedófilo, en la medida en que el número mayor de abusados son niños.

El Centro Estadounidense para el Control de Enfermedades (CDC) da unas cifras que no pueden eludirse: el 63% de los portadores del virus del sida, el 82% de los casos de sífilis, el 20% de los casos de hepatitis B, el 37% de los casos de cáncer anal son gays y el 78% de ellos tienen una Enfermedad de Transmisión Sexual. Esto en EEUU. Es mucho para una población que en Europa está en torno al 5,9% de la población. Un estudio de 2002 realizado por el respetado Steve Baldwin, titulado “Abuso de menores y movimiento homosexual”, nos dice que este 5,9% de la población es responsable de entre el 25% y el 40% de los casos de pedofilia. Entiendo perfectamente que los gays eludan estos datos. Lo que no entiendo es porque los organismos médicos competentes no realizan un seguimiento para confirmar estas cifras o, simplemente, para advertir al mundo gay de los riesgos que pueden correr. Conocemos la respuesta: “dar datos de este tipo aumentaría la hostilidad a la comunidad gay”. En realidad, no. Es más, la lógica indica que solamente puede resolverse un problema sanitario cuando se reconoce su existencia.

El relativo aumento del número de gays en los últimos años se debe a tres factores completamente diferentes:

- el fracaso del sistema educativo y de la coeducación que parte del mito de que los géneros pueden convivir porque son “iguales”. No lo son: son, fundamentalmente, desiguales en todo. Eso hace que, en las clases, los niños tienden a hacerse notar ante las chicas aumentando su comportamiento agresivo y de “niño malo”; algunas chicas quieran imitarlos. Otra parte de los chicos queden absolutamente asustados de la carga de violencia de esas mujeres en ciernes, generando, desde muy jóvenes un rechazo a esa “feminidad salvaje”, en una edad en la que los arquetipos sexuales no están todavía muy bien definidos, tendiendo a la homosexualidad.

- los cambios en la alimentación y la introducción de aditivos, conservantes, colorantes, los piensos, el barniz interior de los envases de conserva, fertilizantes utilizados en agricultura, vermicidas, etc. Evo Morales, verdaderamente alguien muy poco fiable y menos “científico”, recomendó a los indios del Altiplano Andino no comer pollo porque estaba alimentado con hormonas femeninas. El video se hizo viral y con él la carcajada y el descrédito de la idea. Pero es rigurosamente cierto que el problema está ahí. El 1999 la Universidad de Bilbao realizó un estudio sobre los cambios de sexo en las gambas de la ría. No fue un estudio extemporáneo sino basado en que en el País Vasco parecía existir una mayor incidencia de la homosexualidad (que no se debía solamente a los cambios alimentarios, sino que era más patente que en otros lugares de España por el carácter telúrico, matriarcal y ginecocrático de la sociedad vasca). El cómo se produce todo esto es fácil de entender: al ingerir esos alimentos se altera el sistema hormonal. Somos lo que son nuestras hormonas. Y lo que es peor: a la desvirilización del varón y a la masculinización de la mujer, se une la esterilidad creciente de los varones, la pérdida de movilidad y del número de espermatozoides activos.

- el resultado de la moda establecida por los guardianes de la “corrección política”, ayudados por una publicidad mediática masiva. En los años 70, en España, algunos protagonistas de la transición confesaron que en aquellos momentos de “liberación sexual” se habían acostado con todo, salvo con peces. Era la moda de la época: si alguien rechazaba cualquier experiencia (las actrices del “destape” podrían hablar mucho sobre el tema), le decían que era “reprimido”, “inmaduro” o “reaccionario”. Hoy, vuelve a repetirse una situación parecida pero elevada a la enésima potencia y codificada con las siglas LGTBIQ+.

Si aceptamos que “somos lo que son nuestras hormonas”, aceptaremos también que en el interior del cuerpo humano existe una situación de equilibrio hormonal, como también puede darse una situación de desequilibrio, en otras palabras: un “estado de normalidad” y un “estado de anormalidad”.

EL GRAN PROBLEMA NO ES EL APARATO LGTBIQ+, 

SINO LA DESTRUCCIÓN DE LA FAMILIA

La incidencia de estos tres factores ha operado cambios en el comportamiento sexual de los españoles: si bien el número de miembros del colectivo LGTBIQ+ sigue siendo bajo, casi misérrimo, lo justo para dar a Podemos unos cuantos escaños, la acción de estos propagandistas ha caminado siempre unida a la doctrina paralela de los “nuevos modelos familiares” que implica la literal destrucción del matrimonio y de la vida de las parejas. Lo que, unido a factores económico sociales, convierte en inviable el futuro de las sociedades occidentales: hace 50 años era frecuente encontrar a parejas con más de seis hijos. Reconozco que cuando me enteré que con mis tres hijos ya era “familia numerosa”, me sorprendí -luego me decepcioné al saber que la gencat no me daba absolutamente ningún derecho- para mí “tres hijos” eran pocos hijos. Hoy es raro encontrar una pareja que voluntariamente haya decidido tener (y pueda mantener) más de un hijo. Mucho más raro es encontrar parejas que lleven 45 o 50 años casados. La media de un matrimonio en la actualidad son 14 años y, en algunos casos, no duran ni 14 meses.

Me pregunto, cómo es que a mi generación (que no tuvo más “lecciones de educación sexual” que la famosa historia de la conversación en la que papá te contaba como se reproducían las plantas, cuando ya lo sabías, o las conversaciones “de descubrimiento de la sexualidad” con los compañeros), le ha sido posible prolongar matrimonios en los que el amor está vivo 45 años después y las generaciones actuales sean incapaces de prolongar una relación-promedio de 14 años y de tener una natalidad de un hijo por pareja como máximo o como se pueden aceptar los “nuevos modelos familiares”, la mayoría de los cuales implican soledad a la vuelta de la esquina.

Algo no va bien: no me preocupa tanto la apisonadora LGTBIQ+, cuyo único fin es diluir las identidades sexuales, como otras instituciones que tienen a su cargo eliminar cualquier régimen de identidad (nacional, religioso, conceptual, artístico, étnico). Alguien sin raíces, alguien sin identidad, puede ser llevado como los peces muertos a favor de la corriente: un árbol con raíces profundas, se alza hacia el sol y no hay viento ni huracán que lo doblegue. Cuando se enseña a un hombre a ser verdaderamente Hombre y a una mujer a ser Mujer, la naturaleza hace el resto. Su produce una mutua atracción y se reconstruye la unidad primitiva platónica que aparece en todas las tradiciones y que, de distintas formas, ha estado presente hasta la modernidad.

Cuando se abolen las identidades sexuales, aparece la medusa LGTBIQ+ con sus tristes argumentaciones, sus ideólogos averiados y sus consignas estridentes. Es un signo de las enfermedades de nuestro tiempo, mucho más que un síntoma de “progresismo”.

Quien dice “sociedad igualitaria” dice, en el fondo, “sociedad sin identidad” en la que todos sus miembros son iguales a los granos de arena de una playa, indiferenciados, irrelevantes, aislados unos de otros. Aquel que tiene identidad, sabe quien es, sabe también que la “igualdad” es pura ficción y que, en materia sexual, “igualdad” supone idéntica polaridad y, por tanto, cese de la atracción que solamente puede venir dada por el contraste, por la -palabra maldita- “desigualdad” de roles sexuales.