Está bien eso de celebrar el solsticio de verano, uno de los
dos “Juanes” del año que constituyen con la festividad de San Juan Bautista,
las dos “puerta solsticiales”. Así que no me voy a quejar de que la festividad
se celebre hasta altas horas de la noche mediante fuegos. Es más, es de los
últimos restos de nuestro pasado ancestral al que todavía le queda algún
detalle de las celebraciones tradicionales. De lo que me quejo es de los petardos. Chinos tenían que ser. De ellos
y de la inconsecuencia de los ayuntamientos.
Porque, no me negarán que tiene gracia que los
ayuntamientos, siempre en previsión de que pudieran provocarse desgracias,
obligan a los vendedores de petardos a establecer pequeños garitos en lugares
más o menos aislados, por si se produjera alguna desgracia. En Alicante conocí
a alguna de las últimas fábricas españolas de material pirotécnico: una de
ellas –juro que no tuve nada que ver– estalló a poco de visitarla. No ocurrió
nada salvo que los que estaban dentro quedaron ligeramente chamuscados.
Aquellos locales –oh, maravilla de maravillas– están diseñados de tal manera
que si se produce una deflagración por cualquier motivo, el techo salta con lo
que los efectos de la explosión se atenúan. Es bueno que esto sea así y que los
puestos de venta de material pirotécnico estén en lugares seguros. No me voy a
quejar de nada de todo esto, claro está.
Donde me llama la atención –y he ahí mi protesta– es que esos mismos ayuntamientos que tanto cuidado
se toman en velar por nuestra seguridad, luego, una vez el petardo sea vendido,
renuncien a cualquier tipo de normativa para su uso. Porque el petardo es
peligroso –y ciertamente tiene un nivel de peligrosidad, especialmente si está
manejado por catetos, porreros, chavales sin uso de razón, cretinos, fauna
particularmente abundante o, simplemente, colgados– un arma que puede causar
daños. Y eso es lo que no está en absoluto regulado. Cualquier menor de edad que ni siquiera tiene “uso de razón”, puede
lanzar los petardos que papá y mamá le han comprado solícitos, en donde le dé
la gana y como quiera, sin la más mínima restricción. Los cohetes pueden
lanzarse desde no importa dónde por mucho que es relativamente frecuente que se
desvíen o que se lancen mal y en lugar de emprender una trayectoria vertical,
lo hagan con una inclinación superior a los 45º. Milagro si cada noche de
San Juan, no hay más ingresos en urgencias (y, desde luego, cada año, la cifra
de ingresados es mayor).
Debió ser había el 1997, quizás el 98, en Barcelona fue
terrible. Una empresa de Hospitalet del Llobregat había comercializado un nuevo
producto llegado de China: “el
Superchupinazo”. Supongo que no debieron ser chinos los que le atribuyeron
este nombre castigo, sino el cerebro del importador. El problema es que todo lo fabricado en China falla más que una
escopeta de feria y hoy entre el 85 y el 90% de la pirotecnia que se consume en
España procede del dragón asiático. “El
Superchupinazo” causó centenar y
medio de heridos graves, algunos con amputación de mano y/o pérdida de dedos y
el consiguiente proceso judicial.
En algunas zonas del Ensanche en las que viví, a finales de
los 80 y principios de los 90, era imposible salir a la calle entre las 22:00 y
las 24:00 de la noche. Era el momento en el que se prendían las hogueras y
había euforia, entre otras cosas, porque los primeros despuntes de la globalización
habían generado la llegada masiva de pirotecnia china con la consiguiente
bajada general de precios. Era imposible estar por las calles con la seguridad
de regresar indemne a casa. No sé si hoy eso seguirá así o habrá empeorado. Ni
siquiera me interesa.
El olor a pólvora
embriaga. Lo saben todos los que han manejado un arma. Sin embargo, la pólvora
china solamente sirve para hacer ruido. Ni embriaga, ni enerva: ensordece. Es
como los piñones llegados de China o como los ajos chinos: tienen forma de ajo,
los venden como ajo pero ni saben a ajo ni se comportan en los guisos como
tales. Me quejo de que China está contribuyendo a hacer polvo nuestra
hostelería, nuestra alimentación, nuestra vida cotidiana con sus Todo a 1 euro inservibles e incluso uno
de las dos “Puertas Solsticiales”. Es la globalización… otra más de sus
delicias.