La temporada de playa
dura para algunos ayuntamientos desde San Juan hasta el día 1 de septiembre.
Todo lo que ocurra antes y después de esas fechas parece como si no fuera con
ellos. Ni banderas verdes-amarillas-rojas, ni socorristas, ni desinfección
de las playas, ni colocación de cubos de basura, ni limpieza de las arenas… con
lo que si uno tiene el valor de ir antes o después de esas fechas puede pisar
una mierda de perro, encontrarse un preservativo (siempre usado), verse
asaltado por las pulgas que han abandonado al perro de antes, pisar embases de
cualquier tipo o, simplemente, ver acumulaciones de basura. Me quejo de que ese
es el pan de cada día en playas catalanas, cuando todavía no se ha abierto la
temporada turística.
El problema es que
los ayuntamientos procuran contener gastos. Eso está bien. De hecho, estas
instituciones figuraban entre las más faraónicas de este país y son, en buena
medida, responsables del billón de déficit acumulado (sin querer, por supuesto,
quitar mérito a las comunidades autónomas que han hecho del despilfarro la
forma de enriquecer a sus clases políticas y de mantener su clientelismo).
Y cuando los ayuntamientos contienen el gasto, por algún motivo, el perjudicado
directamente es el ciudadano. Los pocos recursos que tienen deben concentrarse
en los momentos de mayor acumulación de visitantes y cuando el turismo como las
moscas revolotean en torno al panal de rica miel. Me quejo –de hecho ya me he quejado- de que el ciudadano, en esta
España situada en la periferia europea y convertida en país de servicios, vive
más para el turista que para el nativo.
Las playas aparecen abandonadas fuera del período turístico:
no hace mucho aquí hubo una epidemia de medusas. Nadie hizo nada para alertar,
ni mucho menos para retirarlas. Anteayer, a menos de veinte kilómetros se había
visto a un tiburoncillo en la zona de Mataró (o al menos eso publicó la
prensa). En las playas lindantes no había ningún cartel. Sin olvidar que, dado
que buena parte del turismo que captamos pertenece a la franja de “miserable”,
tienen cierta tendencia a dormir en las playas, dejar allí su basura. Claro
está que también hay legiones de autóctonos que optan por fumarse el porrito de
rigor en la playa o agarrar la melopea sobre la arena. Al menos allí se puede
vomitar bien. De esto no es que me queje, es que lo doy por inevitable y anormalmente-normal.
Pegarse el lote en la playa ha sido un clásico de nuestros
años jóvenes, así que no me voy a quejar de que esa práctica siga en vigor.
Pero, coño, rematar la faena sobre las arenas –hay que advertir- siempre ha
sido equivalente a “echar arena en los cojinetes”. Algo que, por placentero que
sea, termina siendo incómodo porque siempre aparecen granos de arena en los
lugares más inesperados. Y luego está la mala costumbre de deshacerse del
preservativo en el mismo lugar que se ha utilizado. ¿Quién no ha nadado y, de
repente, ha notado que se había tomado con una goma irrecicable?
Bien, aceptemos que el turismo es el destino de España y que
esto va a durar hasta el fin de los tiempos, aceptemos que las arenas de la
Costa Dálmata son diferentes y sus playas parecen empedradas, creamos que el Sol
sea el gran atractivo de España (por mucho que los melanomas pongan el
contrapunto), digo yo si no sería
cuestión de cuidar un poco más las playas y no solamente en los dos meses
turísticos por excelencia, sino a lo largo de todo el año?
Me gustaría saber porqué los perros pueden orinar, defecar y
depositar sus pulgas diez meses al año y solamente en dos deben abstenerse. Me
gustaría saber por qué los cubos de basura solamente deben estar presentes esos
dos meses y retirarse los otros diez. Y, ya puestos, me gustaría saber porque
en meses como mayo, junio, septiembre u octubre, en donde aún puede uno practicar
natación, uno debe coquetear con medusas, nadar entre preservativos o decidir
qué está más sucio, si las arenas o el mar.
Claro está que los
ayuntamientos no están dispuestos a hacer nada más. Se han gastado la pasta,
así que olvidarse de ellos y rezad para que no inventen más impuestos. Pero lo
que podría pedirse a la sociedad es algo más de civismo. No se pueden impedir
las plagas de medusas pero si la basura y las pulgas. De eso me quejo.