viernes, 22 de junio de 2018

365 QUEJÍOS (54) – PUBLICIDAD TELEFÓNICA


Menos mal que nuestra privacidad está garantizada gracias a una legislación serie y rigurosa, aprobada en ese foro tan serio y competente que es el Parlamento Español, expresión de la soberanía popular… Ironizo, claro está, nuestro parlamento es tan competente para legislar como inútil puede ser la primera rebanada de pan Bimbo. De todas formas no me quejo de que el parlamento sea, como su nombre indica, el “lugar donde se habla”, pero donde no se resuelve nada y que darle a la churrera de las leyes es lo que justifica los estipendios presentes y futuros recibidos por los parlamentarios, sino del uso que se hace de esos datos sobre nosotros, que están protegidos por no sé cuántas leyes.

Porque de lo que me quejo es de que suene el teléfono fijo o el móvil y sea para venderme cualquier producto que no me interesa. O simplemente para colocarme publicidad engañosa o, incluso para ser un número “malicioso” que encubre, simplemente, una estafa. Estoy literalmente harto de que se interrumpa mi tranquilidad hogareña, la lectura de un libro, mi trabajo, el visionado de una película o simplemente esos momentos de dolce fare niente, por una llamada inoportuna y siempre molesta.

He optado por desconectar el teléfono fijo que sigue estando en casa simplemente porque necesito una conexión a Internet. Al menos en la red, cuando algo no te interesa, simplemente aprietas el “delete” y ahí termina la molestia. La culpa, claro está esta de los pomposamente llamados “call centers”, uno de esos monstruos basados en la explotación de sufridos chavales que venden productos que no les interesan a un personal que no los ha pedido. Lo siendo por ellos: antes, cuando respondía a estas llamadas, procuraba ser educado y explicarles que su producto no me interesaba. Ahora, simplemente, cuelgo. Creo que es lo más honesto y que demuestra someramente mi estado de ánimo: claro está que uno podría desahogarse, decirles de todo, pedir que te pasen con el encargado del “call center”, exigir aclaraciones sobre cómo han tenido mi nombre y mi teléfono y amenazarles con todos los castigos divinos y humanos, acogiéndome a no sé qué ley de protección de datos y con vernos en un proceso judicial… ¿para qué? ¿Para causar un berrinche al pobre chaval o el “migrante” que  intenta llevar una vida honesta y que empieza a ver que en España no atan los perros con longaniza o que se gana más viviendo de subsidios y caridad pública que trabajando en estos empleos de mierda? No vale la pena.

La insistencia de los call centers es uno de esos temas en los que uno ve que no hay remedio. Hasta que no inventen un sistema de telepatía para colocarnos publicidad, lo mejor es prescindir del móvil y no alterarse cuando te dicen aquello de “le estamos ofertando una promoción de…”. Se cuelga y a otra cosa.

No me voy a quejar, por una vez, solamente de la molestia que experimento cada vez que interrumpen mi privacidad con algo que no he pedido. Tampoco voy a caer en la falsa esperanza de que existe una ley que impide todos estos abusos (si existe ¿por qué ningún servicio de seguridad del Estado se preocupa de que se cumpla ley?) y una justicia (lenta, ciega, sorda y muda) para recurrir. Si alguien cree que todo esto sirve para algo, ánimo y allá usted… Me voy a quejar por todos estos empleados mal pagados que una ITT desalmada ha enviado a un call center, como si se tratara de un “trabajo estable” y que les han prometido ir a comisión. Me quejo de estos “call centers” situados no solamente en España, sino en Argentina, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, México o República Dominicana, que aplican sin saberlo una teoría matemática (la “teorías de colas”): llamadas masivas, para obtener respuestas económicamente significativas. 

Me quejo de un sistema que considera “trabajo” el generar molestias y que extrae de millones de molestias un beneficio tangible: o como el capitalismo moderno ha convertido las molestias en negocio.