¿Logros del sistema sanitario español? El que en Navarra,
sin ir más lejos, tenga fama de funcionar perfectamente y en Cataluña sea un
desastre. Así pues, lo que se ha logrado ha sido generar desequilibrios. Si
quiere operaciones rápidas, vaya a Navarra y entre de urgencias. Si necesita
parches de nicotina con cargo a la seguridad social allí los tendrá. Ahora bien,
si no tiene prisa en que le operen y quiere conocer salas de urgencias
multiculturales, Cataluña es su destino turístico-sanitario. En una España
creaqueada en 17 autonomías, una de las actividades más apasionantes es ver
hasta qué punto se han creado desequilibrios regionales. De eso –en principio-
me quejo.
Claro está que todo tiene su explicación: en Cataluña, por
ejemplo, en todos los hospitales
inaugurados durante el pujolato existe una placa conmemorativa. A pesar
de que ver el nombre de “Jordi Pujol” supone retrotraernos al peor período de
corrupción y estafa en la historia de la Cataluña contemporánea, ahí están esas
placas (muchas de ellas acompañadas de inscripciones a rotulador recordando el
fuste del personaje). Esas placas son uno de los logros de la sanidad en
Cataluña. Las esperas de tres y cuatro horas en la sala de urgencias es otro
hit del sistema sanitario autonómico. Claro está que en otras regiones las
cosas están igual o peor, pero eso no es un consuelo para los que deben
ingresar con una piedra en el riñón o una oclusión intestinal o un leñazo en
plena cara. Esperar: total, si en Cataluña ha habido que esperar cinco meses
para tener un gobierno autonómico y solamente ha sido posible gracias a la
espada de Damocles de nuevas elecciones regionales, esperar cuatro horas, a fin
de cuentas, es casi un pasatiempo.
Lo dice alguien que en 2004 tuvo un pequeño accidente de
moto, fue a urgencias de Elche y allí se limitaron a venderme el tobillo diciendo
que “debía ser una luxación”… Era rotura y estuve cojeando durante casi un año.
Los médicos tenían su excusa: eran los momentos en los que los andinos y magrebíes,
cuando no tenían nada que hacer, se iban a cualquier hospital a pedir “un
chequeíto”. Otro de los logros de la multiculturalidad. De eso, claro, también
me quejo.
Lo peor es que, con unos sindicatos de tócame roque, nos hemos habituado a que el sistema de salud pública
vaya decayendo progresivamente. Ya ni nos planteamos porqué la Seguridad Social
nos debería de pagar los cristales nuevos de las gafas (la montura, claro, sí
es cosa nuestra), o el servicio dental, porqué determinados fármacos deberían
ir incluidos entre los subvencionados y porqué las operaciones de cambio de
sexo deberían ser asunto privado o porqué las evaluaciones sobre enfermedades
psíquicas deberían ser más rigurosos y la asistencia psiquiátrica más tupida.
Tampoco ha dejado de preocuparnos el hecho de que la mejor medicina es la
preventiva: comemos mierda (fast-food), no hay nada más que ver el sobrepeso
que afecta a cada vez más población y el hecho de que no hay, salvo para casos
extremos de obesidad mórbida, asesores nutricionistas. Nos hemos resignado a
que la gente muera de cáncer sin saber por qué, o a que la edad media de la
próxima generación sea menor que la de la actual… a saber por qué. Nos hemos
habituado a tomar fármacos que curarán nuestra gripa una semana después de
haberla contraído, olvidando que los remedios de la abuela, o simplemente el
meterse en la cama, operan el mismo resultado. Nos recetan fármacos que acumulamos
en la alacena con la convicción de que si nos los tomamos conseguiremos salir
estreñidos, orinar de los más variados colores, sufrir los efectos secundarios
más extravagantes… y poco más. De todo eso me quejo.
Y me quejo sobre todo de que una visita a urgencias implica
perder un mínimo de cuatro horas. Pero, eso sí, será una lección de
multiculturalidad y de convivencia interétnica. Porque los que si saben
apreciar nuestro sistema de salud pública son los inmigrantes: basta que en una
aldea chadiana haya una epidemia de gastroenteritis para que toda la tribu se
desplace al Maresme a coleccionar fármacos. Sí, ya sé que es una exageración,
pero poco a poco va dejando de serlo. También que quejo de eso.