sábado, 9 de junio de 2018

365 QUEJÍOS (41) MALDITAS DISCOTECAS SOBRE RUEDAS


¿No han sentido ustedes alguna vez ganas de vaciar una cinta de balas de un Spandau MG-42 de calibre 7,92 mm sobre un coche que pasa junto a ustedes con una música atronadora y estridente que rompe los tímpanos? Yo, les confieso, que sí: muy a menudo. Será porque me he autodiagnosticado “hipersensibilidad acústica”, el caso es que cualquier ruido que no he pedido, me molesta. Además, observen que, tanto estas discotecas sobre ruedas, como los giliflautas que exhiben su música en el móvil, solamente escuchan MALA (O MALÍSIMA MÚSICA). Nunca me he cruzado a ninguno que escuchara la Pastoral de Beethoven, el Canon de Pachelbel o las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Ni siquiera algún clásico de los Beatles, de la Baez o del divino Dylan. Por algún motivo que corresponde a los sociólogos y a los psiquiatras estudiar, quien decide obligarle a que usted comparta su música, es un tipo con un mal gusto extremo. Me quejo de eso y tengo historia para esta queja.

Es uno de las grandes aportaciones del Tercer Mundo a la cultura occidental. Recuerdo en el interior de Brasil, una tarde tranquila en la terraza de una pulpería de mala muerte cerca de Manaos. De repente, en la explanada de delante, apareció una desvencijada camioneta. Sacaron unos bafles que parecían recién robados de una discoteca y se pusieron a atronar una música obsesiva, ecos del origen africano de los protagonistas que rompía la armonía y serenidad de una noche amazónica.

Otro día, en una casa de campo en las afueras de Villena, estaba leyendo relajado después de una agotadora jornada, cuando de repente desde la masía de al lado recién alquilada a un “grupo musical” empezó a atronar un tam-tam. ¡Un puto y jodido tan-tam a dos pasos de las tierras manchegas y en el límite de la provincia de Alicante! Iban acompañados de una ranchera con los consabidos bafles que podían oirse en todo el valle. Cada miércoles el grupo de merluzos iban al mas a ensayar “la batuká”… Tenia preparado incendiar la masía cuando dejaron de pagar el alquiler y no volvieron. Fue un alivio.  

Ítem más. En Beirut, lo peor no es que la conducción sea salvaje (el primer consejo que te dan es que mires siempre al frente, si desvías la atención hacia los flancos, los conductores que vienen por ahí entienden que tienes miedo y se lanzan: no hay forma de pasar), ni que, en aquella época, el ruido de los disparos y los bombardeos en el valle de la Bekaa, de los reactores de combate rasantes, rompieran cualquier instante de armonía, sino que, al atardecer, en los bajos de los edificios en ruinas, se producía un impresionante trasiego de personal que sacaba al exterior, bafles, fluorescentes y transformaba aquel entorno ruinoso en discotecas, bares de alterne y clubs musicales (de mala música, claro está); para promocionarlos, decenas de coches recorrían las calles anunciando los garitos por malos altavoces chisporroteantes y hasta altas horas de la noche.

Incluso en Montréal, ciudad tranquila y relajada por excelencia, al final de la calle de Saint Hubert, camino de la Petite Italie, con sus aceras cubiertas, al llegar al “barrio andino”, un coche americano, de los habituales de narcos, molestaba a todo ciudadano con salsa, merengue y lambadas insufribles.  Lo bueno, en esta ocasión, es que todos censuraban con la mirada a aquellos que hoy supongo condenados por narcotráfico.

Todo esto está hoy en España y en demasía. Porque en este país cuando una moda llega, arraiga con fuerza y termina siendo obsesiva. Me quejo de que los más garrulos, los personajes de sensibilidad de piedra pómez y gustos troglodíticos, recorren nuestras calles mostrando su analfabetismo cultural y realizando selecciones musicales infames que usted y yo deberemos oír, mientras siga mal visto utilizar la Spandau MG-42 para remediar el disparate

De eso me quejo: a fin de cuentas de que la falta de educación, la nula cultura musical y las ganas de exhibir la ignorancia dominen en las calles. Todo empezó cuando Adolfo Suárez dijo aquello de que iba a “elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”. El ruido atronador, parece algo “normal”, luego, entone el trágala, y acéptelo o váyase. Créanme que cada vez que preparo las maleta siento una especie de liberación.