jueves, 7 de junio de 2018

365 QUEJÍOS (39) ¿POR QUÉ LLAMAR JUSTICIA A UNA TORTUGA PARALÍTICA?


No me creo la mística democrática de que el poder sea como una butifarra, que se puede cortar a trozos y dividir a voluntad, ni me creo que ese papelito en donde pongo mi soberanía, mediante rituales que, a fin de cuentas encubren el único que interesa (la cantidad de papeletas depositadas después de una campaña electoral plagada de mentiras, medias verdades y promesas que todos sabemos que nunca se cumplirán), termine expresando la “voluntad de la nación”. Una cosa es que todos  hayamos aceptado ese sistema, a falta de otro mejor, porque resulta práctico y una cosa muy diferente es encontrarle algún tipo de justificación teórica. Pero no me voy a quejar de que un tal Montesquieu haya juzgado que el poder era algo divisible, sino de que uno de los “poderes” resultantes, el judicial, simplemente, no funciona bien.

En primer lugar, división de poderes, sí, pero relativa: porque hay bofetadas entre los partidos para elegir a los magistrados de los altos organismos del mismo… cuando en realidad, si el poder fuera “independiente” estos magistrados deberían ser elegidos SOLAMENTE por los que forman parte de ese poder… Trocear un salchichón para luego venderlo unido es, como mínimo, despiporrante a poco que se examine.

Luego está ese otro absurdo –y lo dice alguien que siempre ha manifestado su más absoluto desinterés por todo lo que es este terreno: servidor tiene moral y ética, por tanto, no se preocupa de la ley– de que las leyes que aplica el “poder judicial”, las hace el “poder político”, que es como decir que las recetas que cocina cada día Arguiñano, las idea un ingeniero de caminos. Zapatero a tus zapatos. Osea: “parlamento” a “hablar”. Luego pasa que, como el parlamento es un foro de ilustres mediocridades incapaces de abrirse un camino en la empresa privada y que consideran que los presupuestos públicos son el camino más fácil para satisfacer sus ambiciones, las leyes que salen de allí son verdaderos y lamentables churros… que están muy por detrás de la realidad social y sometidas a los vaivenes de los partidos. Si por la población fuera, la cadena perpetua estaría ya restablecida (y seguramente más), los campos de trabajos forzados para resarcir a las víctimas serían algo tan natural como comerse un bocata y no se legislaría “en caliente” o “en frío”, sino que se legislaría en lugar de haraganear en los butacones parlamentarios y, de tanto en tanto, apretar un botón por indicación del jefe de grupo parlamentario. De los parlamentos no suele, ni puede salir nada bueno. Que hablen y fiscalicen si son capaces, pero legislar…

Y a un nivel más pedestre, la moda americana de introducir jurados populares llegó a España con la democracia a despecho de que ni en EEUU funcionaba, ni aquí funciona. No soy profesional de la justicia, no he estudiado derecho, ni hecho unas oposiciones a juez, así que no quiero juzgar a mis semejantes: si un hijoputa es culpable, al chiquero con él, pero que no me hagan perder el tiempo. Que el juez asuma su responsabilidad y su pulso no tiemble. Porque los miembros del jurado lo que quieren es que se les paguen las dietas, irse a casa y evitar que el sopor les invada.

Me quejo, claro está, de todo esto: pero, sobre todo, de la lentitud de la justicia que siempre es perjudicial para víctimas y culpables. Una lentitud exasperante que permite que un okupa esté destrozando tu casa durante un año o que el tipo que te robó la cartera en el metro (y que ha robado cientos de carteras en ese mismo metro) se salga de rositas, el sumario que no termina de juzgarse pero que añade legajos y más legajos, el político juzgado cuando ya ha prescrito el caso, la sentencia absurda… no tanto por la excéntrico de los jueces (algunos, desde luego, si lo son) como por leyes mal redactadas… ¿Poder judicial? Vamos hombre, tortuga paralítica en el mejor de los casos. 

No es que me queje de eso, es que reconozco que no tiene solución en esta España de Luis Candelas multicultural. Quejarse es poco, es preciso interiorizar el quejío y reconocer lo vano de cualquier intento de rectificación en este país al que 40 años de democracia han imposible de reformar que un cuello almidonado. De todo eso me quejo. Y no entro en lo de la “justicia garantista” que es la excusa para que los delincuentes gobiernen.