sábado, 22 de febrero de 2025

LIBROS: VIDAS DE CAGLIOSTRO de Constantin Photiadès - Edición e introducción de Ernesto Milá

La primera referencia que tuve sobre el “Conde de Cagliostro” fue en una olvidable película de finales de los años 40, rodada en Italia en la postguerra que retransmitió aquella pequeña, pero casi heroica, Televisión Española a poco de iniciar sus emisiones. Orson Welles asumió el papel protagonista en una película, Cagliostro (1949), película en la que no creía, ni le interesaba, pero gracias a la cual pudo rodar otras mucho más interesantes. La película, muy mediocre, por lo demás, tiene el mérito de que sirvió como trasfondo para rodar en 2006 Fade to Black (Fundido en negro) en el que Danny Houston interpretaba al propio Welles y estaba ambientada en la Italia maltrecha y neorrealista donde se filmó la cinta de 1949.

La imagen que nos da Welles en su Cagliostro, es el de un gitano charlatán, estafador y vividor que terminó mal. Y esa, en el fondo, es una imagen muy parecida a la que se tiene hoy del extraño personaje. Creo recordar que, a principios de los años 70, volví a toparme con la figura de Cagliostro en alguna de las varias historias de la alquimia que leí en aquellos años. Y otra vez en París, volvió a llamarme la atención ver su nombre en una revista esotérica que compré en una librería de lance, dedicada a “los nobles viajeros”.

Y es que, cuando Cagliostro fue detenido en París y arrojado a la Bastilla, respondió en el curso de su proceso en el Parlamento, a la pregunta de “¿Quién es usted?” provocadoramente: “Soy un noble viajero”, que suscitó risas de solidaridad en el auditorio. Y, sin embargo, la respuesta era muy profunda, incompatible con la vida de un simple charlatán vendedor de remedios curalotodo.

Para René Guénon, el famoso doctrinario tradicionalista, los "nobles viajeros" tienen su origen en los héroes clásicos cuyas aventuras adquieren frecuentemente la forma de un viaje: Jasón y sus argonautas afrontarán mil peligros antes de alcanzar la Cólquida, Ulises, igualmente de la raza de los héroes, recorrerá todo el Mediterráneo hasta regresar a su amada Itaca; Hércules, paradigma de las virtudes heroicas, recorrerá el cosmos a través de sus doce trabajos o escalones de perfección.

También, es rigurosamente cierto que la alquimia está jalonada de "nobles viajeros". Nicolás Flamel el famoso alquimista francés, abandonó sus hornos y su oficio de escribano, se despidió de su mujer Perrenelle y viajó hasta Santiago de Compostela; a lo largo de su peregrinación comprendió el camino para fabricar la piedra filosofal. Otros muchos, después de él, han seguido idénticos periplos. Se conocen las cualidades viajeras de Alejandro Sheton, alquimista inglés, que fue llamado "El Cosmopolita", pero también de Valentín Andreae, Robert Fludd, Ireneo Filaleto y Bernardo, príncipe de la Marca Trevisana, alquimistas de los que están documentadas transmutaciones de plomo en oro, cruzaron Europa de Norte a Sur y llegaron incluso al Medio Oriente. Del último se sabe que visitó Italia, España, Turquía, Grecia, Egipto, Palestina y Persia, en una época en la que la dureza de los caminos y la dificultad de comunicaciones no favorecían ninguna empresa viajera.

Los auténticos rosacruces, por su parte, asumieron los valores inherentes al “viaje iniciático”. Del fundador de esta escuela, el mítico Christian Rosenkreutz, se afirmó que había conocido Chipre, Damasco, Fez, Egipto y España. También circuló la leyenda según la cual, antes de iniciarse la guerra de los Treinta Años, los últimos auténticos rosacruces habrían emigrado "hacia Oriente" a un punto que se identificaba con el mítico reino del Preste Juan al que aludían los relatos del Grial.

El más famoso "noble viajero" de la antigüedad no fue otro que Apolonio de Diana. Su biografía se conoce a la perfección gracias a Flavio Filostrato en la que presente a Apolonio como un santo pagano, contemporáneo de Jesús y con rasgos muy parecidos. Como Jesús sorprende a los sabios, no del Templo de Jerusalén, sino del Templo de Esculapio en donde es iniciado en los misterios pitagóricos; si Jesús viaja a Egipto, Apolonio lo hace a Babilonia, India y Tíbet; Jesús es juzgado, condenado, muerto y resucita. Apolonio abrevia este periplo; juzgado, exclama ante el tribunal: "Podéis detener mi cuerpo, pero no mi alma y añado, ni siquiera mi cuerpo podéis detener"; al decir estas palabras desapareció envuelto en un cegador resplandor...

El caso de Apolonio es particular por la abundante documentación que existe sobre él, pero no fue el único caso. Demócrito, iniciado en los secretos de la alquimia por los sacerdotes egipcios, movido por su ansia de conocimiento viajó a Egipto y Caldea. Pitágoras, otro "noble viajero" a medio camino entre la historia y el mito; en las Galias conoció la sabiduría druídica, en Persia fue instruido por el mago Zaratas; se afirma también que sus desplazamientos le llevaron a India y China. Tales de Mileto, otro de los grandes presocráticos, fue formado al calor de los templos egipcios y caldeos.

Más recientemente, en el siglo XVI, el médico alquimista Teophrastus Bombast Paracelso, miembro de la orden rosacruz, adquirió conocimientos por las rutas de Francia, Austria, Alemania, España y Portugal, y permaneció largos años en el Este europeo, recorriendo Valaquia, Dalmacia, Rusia, Polonia, Lituania; su afán de saber le llevó incluso a Turquía. Otro alquimista Balthasar Walter se instruyó durante de seis años en las ciudades de Arabia, Siria y Egipto.

Los grandes sabios de la antigüedad consideraban el viaje como una oportunidad excepcional para absorber conocimientos de los lugares que visitaban. Probablemente su sabiduría derivaba de este espíritu viajero.

Con el Renacimiento aparecen los descubridores y grandes conquistadores de los que Francisco Pizarro es el arquetipo. Se trata, más que de héroes, de aventureros en el sentido propio de la palabra; no son "guerreros" sino "soldados" (es decir, los que luchan por la "soldada", el sueldo). El viaje no es para ellos una pedagogía educativa o un recorrido iniciático, sino una aventura tan intensa como lucrativa.

Quizás fuera aquel heroico soldado de Lepanto, Miguel de Cervantes, quien escribiera la mejor descripción de lo que era un “noble viajero”, representado por su Quijote: "Soy caballero. Como tal viviré y moriré si place al Altísimo. Marcho por el sendero estrecho de la Caballería errante, despreciando las riquezas, pero no el honor. He vengado las injurias, he enderezado entuertos y castigado insolencias. No tengo intención que no sea recta y no intento más que hacer el bien a todo el mundo. Un hombre que piensa, un hombre que actúa de esta suerte, ¿merece ser tratado de loco? Os lo pregunto a Vuesas Mercedes".

Todavía aparecerán algunos nobles viajeros, a título póstumo en los siglos XVII y XVIII. El misterioso conde de Saint-Germain será uno de ellos; Giuseppe Balsamo, conocido como conde de Cagliostro, muestra ya rasgos problemáticos y rasgos propios del charlatán rufianesco y desaprensivo. Y así aparece interpretado por Orson Welles. Yo mismo lo consideré hasta hace poco.

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Recientemente -en 2024- traduje una selección de ensayos escritos por Arturo Reghini en los años 20 y 30 del siglo XX, que EMInves publicó con el título de Escritos sobre masonería, hermetismo y simbolismo. Reghini, miembro cofundador del Grupo de Ur y maestro de la masonería italiana, puede ser considerado como una “opinión autorizada” en toda esta temática. Además de ser un gran erudito y un hombre sistemático y riguroso en sus estudios, nunca fue un masón gregario y oportunista: en realidad, quería rescatar a la masonería de los procesos de degradación que había sufrido a partir del siglo XVIII y ponía los puntos sobre las íes en los grandes hitos de esta desviación. Su opinión, merecía ser tenida en cuenta y sus puntos de vista eran dignos de ser considerados. En dicho volumen, dos ensayos giraban en torno a la personalidad de Giuseppe Balsamo, también conocido como “el Conde de Cagliostro”.

Reghini demostraba tener en alta consideración al personaje. A fin de cuentas, con su Rito Egipcio, Cagliostro había pretendido reorientar a la masonería de su tiempo; incluso, a través del Cardenal de Rohán, trató de que el Vaticano lo reconociera y lo pusiera al margen de las interdicciones papales que se habían arrojado contra la masonería inglesa y francesa. Se entendía bien que Reghini, que, en el fondo, también había pretendido ser un “reformador de la masonería” (e incluso había creado el Rito Filosófico Italiano) se identificara con la figura de Cagliostro.

Reghini comentaba que algunas de las acusaciones contra Cagliostro durante el proceso que le incoó en Roma el Santo Oficio, habían quedado en el aire (la cuestión de “los pupilos” y “las palomas” y el método adivinatorio que le llevó a formular predicciones que, efectivamente, se cumplieron). No mencionaba, en cambio, las curaciones que había logrado administrando fármacos ideados por él (un tema en el que el autor de la presente obra que estamos prologando, si incide casi de continuo).

Todos estos elementos fueron suficientes como para que reconsiderase la figura de Giuseppe Balsamo (a) “Conde de Cagliostro”. Tras la lectura de dos obras -Vidas de Cagliostro de Constantin Photiadès que el lector tiene entre sus manos y Cagliostro, el maestro desconocido de Marc Haven (que aparecerá a finales de febrero de 2025 en esta misma colección- creemos que estamos en condiciones de plantear una nueva valoración del personaje. Hay que decir, que, estas dos obras son el resultado de dos prodigiosas investigaciones, del hurgar de dos autores, cada uno por su parte, en documentos olvidados y archivos casi inéditos, con la particularidad de que el estudio de Marc Haven, está realizado por un partidario acérrimo del personaje (Haven, seudónimo de Emmanuel Lalande, había sido miembro de la masonería, formaba parte del entorno más cercano al ocultista Papus y era yerno del “Maître Philippe de Lyón”, además de ser miembro de la dirección de la Orden Martinista). Por su parte, el estudio de Photiadès, es irreprochablemente neutral: el personaje no sale bien parado, desde luego, pero las informaciones que aporta son tan contundentes que resulta inevitable, a poco que se medite sobre lo leído, que el “enigma Balsamo-Cagliostro” no se agota afirmando lo evidente, que se trataba de un charlatán. Era algo más.

No vamos a examinar las transmutaciones de mercurio en plata que varios testigos presenciaron. Nos detendremos solamente en las curaciones y en las visiones precipitadas sobre sus “pupilos” y “palomas”. Las curaciones fueron incuestionables. Y no puede afirmarse que les administraba meros placebos. Sus “gotas amarillas” y sus “gotas blancas”, sus “polvos rosa”, fueron efectivos en numerosos casos de los que hay constancia y testimonios sobrados. También realizaba fármacos con elíxires vegetales. No desdeñaba experimentar en el laboratorio y pasar horas quemando carbones en el athanor.

La sensación que da es que alguien le había introducido en las prácticas espagíricas (alquimia realizada con elementos vegetales) y en procesos alquímicos clásicos. El propio Balsamo-Cagliostro aludió durante su proceso en París que había conocido a un “sabio”, al que llama “Althotas”, en Oriente; éste lo había tratado como un hijo y que le enseñó todo lo que sabía. También alude, en otras ocasiones, a determinados libros desconocidos de recetas y formularios de los que extraería lo esencial de sus remedios espagíricos. No consta de él ninguna transmutación de plomo en oro, sino, pero sí de mercurio en plata.

Es cierto que no siempre estos remedios “funcionaban”. Algunos enfermos sanaban permanentemente, otros recaían al cabo de unos días o meses y, alguno, murió poco después sin experimentar ninguna mejoría. Lo mismo que ocurre hoy con la ciencia médica… Pero, algunas curaciones fueron tan sorprendentes como varias de sus visiones proféticas o de sus simples predicciones.

Luego está el tema de los “pupilos” y las “palomas”. Se trataba de niños menores de 10 años (aunque también utilizó, como mínimo, a una adolescente de 15) que, “veían” en el vidrio de una damajuana llena de agua, escenas que tenían como protagonistas a personajes sobre los que Balsamo-Cagliostro les preguntaba. Solo estaban en condiciones de tener estas visiones después de que él formulara un ritual en el que no faltaban fórmulas imperativas. Y nadie, ni siquiera la Inquisición, pudo establecer en qué se basaba el método de adivinación, ni él tampoco le confesó siquiera a su compañera, Lorenza Feliziani, cómo obtenía visiones proféticas de niños (“pupilos”) y niñas (“palomas”) con los que nunca antes había tenido relación. La Inquisición se conformó con pasar de soslayo este episodio e interpretarlo como una “intervención demoníaca”. Pero las cosas no son tan simples: nada más lejos de “la niña del Exorcista”, estos “pupilos” y “palomas” que nunca dieron muestras de alteraciones de carácter, comportamientos estrábicos o síntomas de posesión.

Y, puestos a buscar elementos extraños en la vida de Cagliostro, la mencionada Lorenza Feliziani, es quizás uno de los más perturbadores. Le acompañó durante casi toda su vida e hizo de ella la Gran Maestre de sus logias de adopción (logias femeninas), a pesar de que conoció a mujeres más bellas, mucho mas inteligentes (hasta su encierro en la Bastilla, la Feliziani no aprendió a leer) y con mucho mas carácter y habilidades sociales. Su comportamiento con ella oscilaba entre lo rufianesco y el amor más arrebatado; no era, en el fondo, ni una víctima ni una cómplice. Era, más bien, un “instrumento” del que no podía prescindir, como Nicolás Flamel no había prescindido de su esposa Perrenelle, ni como Dante prescindió de su Beatriz, ni el caballero de su Dama. Ni siquiera, cuando era consciente de que Lorenza había entrado en contacto con la Inquisición para perderle, renunció a ella.

El lector, a medida que avance en estas páginas, se irá dando cuenta de que los datos que Constantin Photiadès presenta, son, en muchas ocasiones, contradictorios, pero siempre enigmáticos. Hay un “misterio” en el personaje que dista mucho de estar resuelto. Con la obra de Haven ocurre otro tanto, a pesar de que ambas, siguen caminos que raras veces se cruzan.

Sin embargo, creemos estar en condiciones de dar presentar una tesis de conjunto (que Reghini no estuvo en condiciones de culminar a causa de su fallecimiento y que Haven no intentó por su tendencia a ver en Balsamo-Cagliostro, al anhelado y venerado “maestro desconocido” de los martinistas.

De alguna manera, ya sea a través del misterioso “Althotas” o de algún otro personaje con el que tuvo contacto durante su juventud y sus viajes, Balsamo-Cagliostro debió conocer antiguas técnicas de alquimia espagírica, magia operativa y técnicas de ascesis, lo suficientes como poder operar en el laboratorio y obtener remedios y elíxires con cierta capacidad de regeneración. Es posible, también, que estos conocimientos los obtuviera de algún manuscrito del que hay trazas -como comprobará el lector- en su biografía. Debió realizar una etapa de aprendizaje que, o bien se interrumpió por el fallecimiento de sus maestros (como cuenta en relación a “Althotas”), o simplemente, porque no estuvo en condiciones de liberarse de todas las ataduras humanas y materiales necesarias para abordar los trabajos alquímicos.

Balsamo-Cagliostro vivió en su propia carne el drama de aquellos que intentan abrir una puerta que les ponga en contacto con la trascendencia, pero no logran superar ni sus instintos, ni sus voliciones, ni sus tendencias “humanas demasiado humanas”. Se quedó a medio camino, en un terreno en el que consiguió algunos efectos sorprendentes que no están al alcance del común de los mortales, pero muy lejos de la meta final a la que tiende la enseñanza: la regeneración total del ser humano y la unión con lo absoluto. En todas las tradiciones hay testimonios de este tipo. En el antiguo brahamanismo se alude a que aquellos que han realizado progresos espirituales, pero a partir de un determinado momento ya no son capaces de avanzar más, se les cierra la puerta a estadios superiores y quedan convertidos en “magos negros” o bien en sujetos que logran algunos efectos sorprendentes en el mundo físico, pero también con graves carencias, lagunas y desequilibrios interiores.

Estos elementos negativos están muy presentes en la vida de Balsamo-Cagliostro. Son los que conforman la peor fama del personaje, junto a otros que cabría casi definir como “milagros” y que denotaban un profundo conocimiento de la salud, la enfermedad, las virtudes de las plantas y la forma de operar en el laboratorio, o bien cómo obtener visiones proféticas, mediante niños y niñas “puros”.

En la biografía que nos presenta Constantin Photiades, cabe decir que su título se corresponde perfectamente a lo que el lector está a punto de leer: no podemos hablar de una “vida” del personaje, sino, en plural, de varias. Una era la del individuo nacido en el sur de Italia, “Giuseppe, el pecador”, como quería que lo llamaran sus carceleros en el último tramo de su vida. Era ésta la de un charlatán, con poca compostura, escasa moralidad, tendencia a cometer los actos más réprobos y sin escrúpulo alguno; como nació, murió, mitómano, con rasgos de locura y cinismo; carne de horca y habitual de las prisiones. Pero, junto a este sujeto desagradable y zafio, existía otro, “el Conde de Cagliostro”, uno de los nombres que utilizó: refinado, hábil en el laboratorio, entregado a los demás, que curaba a los pobres sin exigirles pago alguno, que se codeaba con la más alta aristocracia europea, hábil conversador, erudito y cultivado, capaz de operar efectos contrarios a las leyes de la física y de la lógica, excitar en niños videncias y realizar sorprendentes gestos de ecuanimidad, generosidad y justicia.

No hay “una” vida de Cagliostro, hay “varias”, como sugiere el título de esta obra. Y estas personalidades estaban en lucha: unas veces, salía a la superficie una y eclipsaba a la otra; en unos momentos de su vida, estafaba, en otros realizaba prodigios, en unos aparecía como un rufián, en otros como alguien dotado de las más altas cualidades humanas. Tenía proyectos altruistas que, eran eclipsados poco después o se alternaban, con iniciativas desaprensivas y moralmente inaceptables e impías. Era capaz de engañar con la misma facilidad con que proclamaba verdades eternas. O, por decirlo de otra manera: a veces, era Giuseppe Balsamo quien “poseía” al Conde de Cagliostro y en otras ocasiones aquél era poseído por éste. Las últimas imágenes que Photiadès nos da sobre su estancia en prisión demuestran que estos dos personajes se fueron alternando hasta el fin de sus días.

Estos rasgos anómalos podrían ser interpretados como un simple desdoblamiento de personalidad, si no fuera porque esas prácticas implicaban también cambios bruscos en los hábitos de vida (pasar comidas opíparas a ayunos y maceraciones prolongadas) que acompañan también a las dos vías que “poseían” al personaje, facultades videncia y de magnanimidad indudables acompañadas de comportamientos erráticos, vulgares, ególatras y fatuos. Todo esto derivaría de prácticas y enseñanzas incompletas, o cuyo seguimiento no se ha llevado hasta el final o de una “vía” cuyo recorrido se ha interrumpido o, finalmente, en la que se ha fracasado.

Tal es nuestra interpretación personal sobre el personaje; digamos ahora algo sobre este libro y su autor.

Constantin Photiadès (1882-1949), nació en Atenas, pero vivió toda su vida en París donde estudió filología clásica. Colaboró en prestigiosas revistas franceses de su tiempo, acompañado de una fama de eruditos e historiador sistemático: Revue de París, Revue hebdomadaire, Revue de deux mondes, Le Figaro Littéraire, etc. Estaba emparentado con la condesa Anna de Noailles y sirvió a Francia durante las dos guerras mundiales, cumpliendo misiones como aviador en Oriente Medio. Recibió por sus obras históricas y por sus novelas, varios premios de la Academia Francesa.

Las Vidas de Cagliostro fue escrita en 1932 y publicada en París por Bernard Grasset. Cinco años después, se tradujo al castellano por Jaime Pasarell para la Editorial Apolo de Barcelona. Se lanzó a las pocas librerías que seguían abiertas en mayo de 1937. Es casi increíble, sino milagroso, que en plena guerra civil y en medio de la guerra civil que estaba teniendo lugar dentro del bando republicano esos mismos días, este libro pudiera ver la luz. Obviamente, a pesar de lo cuidado del texto y de lo refinado de la traducción, el libro no tuvo la menor repercusión, como podía suponerse desde el primer momento. No hemos encontrado ninguna mención al mismo en la prensa de la época, muy preocupada en explicar cómo era posible que anarquistas y comunistas combatieran en los pisos del edificio de la Telefónica en Plaza de Cataluña y desde los tejados de Barcelona, generando en una semana más muertos que durante la insurrección del 18 de julio de 1936. Sólo algunos interesados en la vida de Cagliostro, habitualmente miembros de distintas obediencias masónicas, se interesaron por la obra que hoy puede conseguirse con relativa facilidad en el mercado de ocasión.

Por nuestra parte, hemos decidido rescatar la obra del olvido, respetar la traducción, corriendo y actualizando aspectos del lenguaje que en los 77 años que han transcurrido desde su publicación han cambiado radicalmente. Hemos colocado como “Notas del Editor” [NdE], explicaciones a algunas palabras hoy en desuso en nuestro idioma y que servirán para facilitar la lectura de esta obra.

Sugerimos, finalmente, para los interesados en la materia, la comparación de esta obra con la de Marc Haven Cagliostro, el maestro desconocido y que, sin duda, es el complemento a esta biografía, escrita desde un punto de vista radicalmente diferente.

Barcelona, 25 de enero de 2025

Ernesto Milá

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

I. EN ROVERETO

II. LA NOCHE DE CLEMENTINO VANNETTI

III. EL QUIOSCO CHINO

IV. SEGÚN PLANUDIO

V. AVENTURAS DE GIUSEPPE BALSAMO

VI. EL COLLAR DE LONDRES

VII. LOS VIAJES DEL CONDE DE CAGLIOSTRO

VIII. TRES AÑOS EN ESTRASBURGO

IX. EL GRAN COPTO Y LA GRAN MAESTRA

X. EL COLLAR DE LA REINA

XI. POR TODAS PARTES SE VA A ROMA

XII. UNA PRISION EN EL CIELO


CARACTERÍSTICAS

Tamaño: 15x23 cm.

Páginas 445

Portada en cuatricomía,

Impreso en papel blanco de 80 grms.

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P.V.P. 36,40 €