La primera referencia que tuve sobre el “Conde de Cagliostro” fue en una olvidable película de finales de los años 40, rodada en Italia en la postguerra que retransmitió aquella pequeña, pero casi heroica, Televisión Española a poco de iniciar sus emisiones. Orson Welles asumió el papel protagonista en una película, Cagliostro (1949), película en la que no creía, ni le interesaba, pero gracias a la cual pudo rodar otras mucho más interesantes. La película, muy mediocre, por lo demás, tiene el mérito de que sirvió como trasfondo para rodar en 2006 Fade to Black (Fundido en negro) en el que Danny Houston interpretaba al propio Welles y estaba ambientada en la Italia maltrecha y neorrealista donde se filmó la cinta de 1949.
La imagen que nos da Welles en su Cagliostro, es el de un
gitano charlatán, estafador y vividor que terminó mal. Y esa, en el fondo, es
una imagen muy parecida a la que se tiene hoy del extraño personaje. Creo
recordar que, a principios de los años 70, volví a toparme con la figura de
Cagliostro en alguna de las varias historias de la alquimia que leí en aquellos
años. Y otra vez en París, volvió a llamarme la atención ver su nombre en una
revista esotérica que compré en una librería de lance, dedicada a “los nobles
viajeros”.
Y es que, cuando Cagliostro fue detenido en París y arrojado a la
Bastilla, respondió en el curso de su proceso en el Parlamento, a la pregunta
de “¿Quién es usted?” provocadoramente: “Soy un noble viajero”,
que suscitó risas de solidaridad en el auditorio. Y, sin embargo, la respuesta
era muy profunda, incompatible con la vida de un simple charlatán vendedor de
remedios curalotodo.
Para René
Guénon, el famoso doctrinario tradicionalista, los "nobles viajeros"
tienen su origen en los héroes clásicos cuyas aventuras adquieren
frecuentemente la forma de un viaje: Jasón y sus argonautas afrontarán mil
peligros antes de alcanzar la Cólquida, Ulises, igualmente de la raza de los
héroes, recorrerá todo el Mediterráneo hasta regresar a su amada Itaca;
Hércules, paradigma de las virtudes heroicas, recorrerá el cosmos a través de
sus doce trabajos o escalones de perfección.
También, es rigurosamente
cierto que la alquimia está jalonada de "nobles viajeros". Nicolás
Flamel el famoso alquimista francés, abandonó sus hornos y su oficio de
escribano, se despidió de su mujer Perrenelle y viajó hasta Santiago de
Compostela; a lo largo de su peregrinación comprendió el camino para fabricar
la piedra filosofal. Otros muchos, después de él, han seguido idénticos
periplos. Se conocen las cualidades viajeras de Alejandro Sheton, alquimista
inglés, que fue llamado "El Cosmopolita", pero también de Valentín
Andreae, Robert Fludd, Ireneo Filaleto y Bernardo, príncipe de la Marca
Trevisana, alquimistas de los que están documentadas transmutaciones de plomo
en oro, cruzaron Europa de Norte a Sur y llegaron incluso al Medio Oriente. Del
último se sabe que visitó Italia, España, Turquía, Grecia, Egipto, Palestina y
Persia, en una época en la que la dureza de los caminos y la dificultad de
comunicaciones no favorecían ninguna empresa viajera.
Los auténticos rosacruces,
por su parte, asumieron los valores inherentes al “viaje iniciático”. Del
fundador de esta escuela, el mítico Christian Rosenkreutz, se afirmó que había
conocido Chipre, Damasco, Fez, Egipto y España. También circuló la leyenda
según la cual, antes de iniciarse la guerra de los Treinta Años, los últimos
auténticos rosacruces habrían emigrado "hacia Oriente" a un punto que
se identificaba con el mítico reino del Preste Juan al que aludían los relatos
del Grial.
El más famoso
"noble viajero" de la antigüedad no fue otro que Apolonio de Diana.
Su biografía se conoce a la perfección gracias a Flavio Filostrato en la que
presente a Apolonio como un santo pagano, contemporáneo de Jesús y con rasgos
muy parecidos. Como Jesús sorprende a los sabios, no del Templo de Jerusalén, sino
del Templo de Esculapio en donde es iniciado en los misterios pitagóricos; si
Jesús viaja a Egipto, Apolonio lo hace a Babilonia, India y Tíbet; Jesús es
juzgado, condenado, muerto y resucita. Apolonio abrevia este periplo; juzgado,
exclama ante el tribunal: "Podéis detener mi cuerpo, pero no mi alma y
añado, ni siquiera mi cuerpo podéis detener"; al decir estas palabras desapareció
envuelto en un cegador resplandor...
El caso de Apolonio
es particular por la abundante documentación que existe sobre él, pero no fue
el único caso. Demócrito, iniciado en los secretos de la alquimia por los
sacerdotes egipcios, movido por su ansia de conocimiento viajó a Egipto y
Caldea. Pitágoras, otro "noble viajero" a medio camino entre la
historia y el mito; en las Galias conoció la sabiduría druídica, en Persia fue
instruido por el mago Zaratas; se afirma también que sus desplazamientos le
llevaron a India y China. Tales de Mileto, otro de los grandes presocráticos,
fue formado al calor de los templos egipcios y caldeos.
Más recientemente, en
el siglo XVI, el médico alquimista Teophrastus Bombast Paracelso, miembro de la
orden rosacruz, adquirió conocimientos por las rutas de Francia, Austria,
Alemania, España y Portugal, y permaneció largos años en el Este europeo, recorriendo
Valaquia, Dalmacia, Rusia, Polonia, Lituania; su afán de saber le llevó incluso
a Turquía. Otro alquimista Balthasar Walter se instruyó durante de seis años en
las ciudades de Arabia, Siria y Egipto.
Los grandes sabios de la
antigüedad consideraban el viaje como una oportunidad excepcional para absorber
conocimientos de los lugares que visitaban. Probablemente su sabiduría derivaba
de este espíritu viajero.
Con el Renacimiento
aparecen los descubridores y grandes conquistadores de los que Francisco
Pizarro es el arquetipo. Se trata, más que de héroes, de aventureros en el
sentido propio de la palabra; no son "guerreros" sino
"soldados" (es decir, los que luchan por la "soldada", el
sueldo). El viaje no es para ellos una pedagogía educativa o un recorrido
iniciático, sino una aventura tan intensa como lucrativa.
Quizás fuera aquel heroico soldado de Lepanto, Miguel de
Cervantes, quien escribiera la mejor descripción de lo que era un “noble
viajero”, representado por su Quijote: "Soy
caballero. Como tal viviré y moriré si place al Altísimo. Marcho por el sendero
estrecho de la Caballería errante, despreciando las riquezas, pero no el honor.
He vengado las injurias, he enderezado entuertos y castigado insolencias. No
tengo intención que no sea recta y no intento más que hacer el bien a todo el
mundo. Un hombre que piensa, un hombre que actúa de esta suerte, ¿merece ser
tratado de loco? Os lo pregunto a Vuesas Mercedes".
Todavía aparecerán
algunos nobles viajeros, a título póstumo en los siglos XVII y XVIII. El
misterioso conde de Saint-Germain será uno de ellos; Giuseppe Balsamo, conocido
como conde de Cagliostro, muestra ya rasgos problemáticos y rasgos propios del
charlatán rufianesco y desaprensivo. Y así aparece interpretado por Orson
Welles. Yo mismo lo consideré hasta hace poco.
* *
*
Recientemente -en
2024- traduje una selección de ensayos escritos por Arturo Reghini en los años
20 y 30 del siglo XX, que EMInves publicó con el título de Escritos sobre
masonería, hermetismo y simbolismo. Reghini, miembro cofundador del Grupo
de Ur y maestro de la masonería italiana, puede ser considerado como una
“opinión autorizada” en toda esta temática. Además de ser un gran erudito y un
hombre sistemático y riguroso en sus estudios, nunca fue un masón gregario y
oportunista: en realidad, quería rescatar a la masonería de los procesos de
degradación que había sufrido a partir del siglo XVIII y ponía los puntos sobre
las íes en los grandes hitos de esta desviación. Su opinión, merecía ser tenida
en cuenta y sus puntos de vista eran dignos de ser considerados. En dicho
volumen, dos ensayos giraban en torno a la personalidad de Giuseppe Balsamo,
también conocido como “el Conde de Cagliostro”.
Reghini demostraba tener
en alta consideración al personaje. A fin de cuentas, con su Rito Egipcio,
Cagliostro había pretendido reorientar a la masonería de su tiempo; incluso, a
través del Cardenal de Rohán, trató de que el Vaticano lo reconociera y lo
pusiera al margen de las interdicciones papales que se habían arrojado contra
la masonería inglesa y francesa. Se entendía bien que Reghini, que, en el
fondo, también había pretendido ser un “reformador de la masonería” (e incluso
había creado el Rito Filosófico Italiano) se identificara con la figura de
Cagliostro.
Reghini comentaba
que algunas de las acusaciones contra Cagliostro durante el proceso que le
incoó en Roma el Santo Oficio, habían quedado en el aire (la cuestión de “los
pupilos” y “las palomas” y el método adivinatorio que le llevó a formular
predicciones que, efectivamente, se cumplieron). No mencionaba, en cambio, las
curaciones que había logrado administrando fármacos ideados por él (un tema en
el que el autor de la presente obra que estamos prologando, si incide casi de
continuo).
Todos estos
elementos fueron suficientes como para que reconsiderase la figura de Giuseppe
Balsamo (a) “Conde de Cagliostro”. Tras la lectura de dos obras -Vidas de
Cagliostro de Constantin Photiadès que el lector tiene entre sus manos y Cagliostro,
el maestro desconocido de Marc Haven (que aparecerá a finales de febrero de
2025 en esta misma colección- creemos que estamos en condiciones de plantear
una nueva valoración del personaje. Hay que decir, que, estas dos obras son el
resultado de dos prodigiosas investigaciones, del hurgar de dos autores, cada
uno por su parte, en documentos olvidados y archivos casi inéditos, con la
particularidad de que el estudio de Marc Haven, está realizado por un
partidario acérrimo del personaje (Haven, seudónimo de Emmanuel Lalande, había
sido miembro de la masonería, formaba parte del entorno más cercano al
ocultista Papus y era yerno del “Maître Philippe de Lyón”, además de ser
miembro de la dirección de la Orden Martinista). Por su parte, el estudio de
Photiadès, es irreprochablemente neutral: el personaje no sale bien parado,
desde luego, pero las informaciones que aporta son tan contundentes que resulta
inevitable, a poco que se medite sobre lo leído, que el “enigma
Balsamo-Cagliostro” no se agota afirmando lo evidente, que se trataba de un
charlatán. Era algo más.
No vamos a examinar
las transmutaciones de mercurio en plata que varios testigos presenciaron. Nos
detendremos solamente en las curaciones y en las visiones precipitadas sobre
sus “pupilos” y “palomas”. Las curaciones fueron incuestionables. Y no puede afirmarse
que les administraba meros placebos. Sus “gotas amarillas” y sus “gotas
blancas”, sus “polvos rosa”, fueron efectivos en numerosos casos de los que hay
constancia y testimonios sobrados. También realizaba fármacos con elíxires
vegetales. No desdeñaba experimentar en el laboratorio y pasar horas quemando
carbones en el athanor.
La sensación que da
es que alguien le había introducido en las prácticas espagíricas (alquimia
realizada con elementos vegetales) y en procesos alquímicos clásicos. El propio
Balsamo-Cagliostro aludió durante su proceso en París que había conocido a un
“sabio”, al que llama “Althotas”, en Oriente; éste lo había tratado como un
hijo y que le enseñó todo lo que sabía. También alude, en otras ocasiones, a
determinados libros desconocidos de recetas y formularios de los que extraería
lo esencial de sus remedios espagíricos. No consta de él ninguna transmutación
de plomo en oro, sino, pero sí de mercurio en plata.
Es cierto que no
siempre estos remedios “funcionaban”. Algunos enfermos sanaban permanentemente,
otros recaían al cabo de unos días o meses y, alguno, murió poco después sin
experimentar ninguna mejoría. Lo mismo que ocurre hoy con la ciencia médica…
Pero, algunas curaciones fueron tan sorprendentes como varias de sus visiones
proféticas o de sus simples predicciones.
Luego está el tema
de los “pupilos” y las “palomas”. Se trataba de niños menores de 10 años
(aunque también utilizó, como mínimo, a una adolescente de 15) que, “veían” en
el vidrio de una damajuana llena de agua, escenas que tenían como protagonistas
a personajes sobre los que Balsamo-Cagliostro les preguntaba. Solo estaban en
condiciones de tener estas visiones después de que él formulara un ritual en el
que no faltaban fórmulas imperativas. Y nadie, ni siquiera la Inquisición, pudo
establecer en qué se basaba el método de adivinación, ni él tampoco le confesó
siquiera a su compañera, Lorenza Feliziani, cómo obtenía visiones proféticas de
niños (“pupilos”) y niñas (“palomas”) con los que nunca antes había tenido
relación. La Inquisición se conformó con pasar de soslayo este episodio e
interpretarlo como una “intervención demoníaca”. Pero las cosas no son tan
simples: nada más lejos de “la niña del Exorcista”, estos “pupilos” y “palomas”
que nunca dieron muestras de alteraciones de carácter, comportamientos estrábicos
o síntomas de posesión.
Y, puestos a buscar
elementos extraños en la vida de Cagliostro, la mencionada Lorenza Feliziani,
es quizás uno de los más perturbadores. Le acompañó durante casi toda su vida e
hizo de ella la Gran Maestre de sus logias de adopción (logias femeninas), a
pesar de que conoció a mujeres más bellas, mucho mas inteligentes (hasta su
encierro en la Bastilla, la Feliziani no aprendió a leer) y con mucho mas
carácter y habilidades sociales. Su comportamiento con ella oscilaba entre lo
rufianesco y el amor más arrebatado; no era, en el fondo, ni una víctima ni una
cómplice. Era, más bien, un “instrumento” del que no podía prescindir, como
Nicolás Flamel no había prescindido de su esposa Perrenelle, ni como Dante
prescindió de su Beatriz, ni el caballero de su Dama. Ni siquiera, cuando era
consciente de que Lorenza había entrado en contacto con la Inquisición para
perderle, renunció a ella.
El lector, a medida
que avance en estas páginas, se irá dando cuenta de que los datos que Constantin
Photiadès presenta, son, en muchas ocasiones, contradictorios, pero siempre
enigmáticos. Hay un “misterio” en el personaje que dista mucho de estar
resuelto. Con la obra de Haven ocurre otro tanto, a pesar de que ambas, siguen
caminos que raras veces se cruzan.
Sin embargo,
creemos estar en condiciones de dar presentar una tesis de conjunto (que
Reghini no estuvo en condiciones de culminar a causa de su fallecimiento y que
Haven no intentó por su tendencia a ver en Balsamo-Cagliostro, al anhelado y
venerado “maestro desconocido” de los martinistas.
De alguna manera,
ya sea a través del misterioso “Althotas” o de algún otro personaje con el que
tuvo contacto durante su juventud y sus viajes, Balsamo-Cagliostro debió
conocer antiguas técnicas de alquimia espagírica, magia operativa y técnicas de
ascesis, lo suficientes como poder operar en el laboratorio y obtener remedios
y elíxires con cierta capacidad de regeneración. Es posible, también, que estos
conocimientos los obtuviera de algún manuscrito del que hay trazas -como
comprobará el lector- en su biografía. Debió realizar una etapa de aprendizaje
que, o bien se interrumpió por el fallecimiento de sus maestros (como cuenta en
relación a “Althotas”), o simplemente, porque no estuvo en condiciones de
liberarse de todas las ataduras humanas y materiales necesarias para abordar
los trabajos alquímicos.
Balsamo-Cagliostro
vivió en su propia carne el drama de aquellos que intentan abrir una puerta que
les ponga en contacto con la trascendencia, pero no logran superar ni sus
instintos, ni sus voliciones, ni sus tendencias “humanas demasiado humanas”. Se
quedó a medio camino, en un terreno en el que consiguió algunos efectos
sorprendentes que no están al alcance del común de los mortales, pero muy lejos
de la meta final a la que tiende la enseñanza: la regeneración total del ser
humano y la unión con lo absoluto. En todas las tradiciones hay testimonios de
este tipo. En el antiguo brahamanismo se alude a que aquellos que han realizado
progresos espirituales, pero a partir de un determinado momento ya no son
capaces de avanzar más, se les cierra la puerta a estadios superiores y quedan
convertidos en “magos negros” o bien en sujetos que logran algunos efectos
sorprendentes en el mundo físico, pero también con graves carencias, lagunas y desequilibrios
interiores.
Estos elementos
negativos están muy presentes en la vida de Balsamo-Cagliostro. Son los que
conforman la peor fama del personaje, junto a otros que cabría casi definir
como “milagros” y que denotaban un profundo conocimiento de la salud, la
enfermedad, las virtudes de las plantas y la forma de operar en el laboratorio,
o bien cómo obtener visiones proféticas, mediante niños y niñas “puros”.
En la biografía que
nos presenta Constantin Photiades, cabe decir que su título se corresponde
perfectamente a lo que el lector está a punto de leer: no podemos hablar de una
“vida” del personaje, sino, en plural, de varias. Una era la del individuo
nacido en el sur de Italia, “Giuseppe, el pecador”, como quería que lo
llamaran sus carceleros en el último tramo de su vida. Era ésta la de un
charlatán, con poca compostura, escasa moralidad, tendencia a cometer los actos
más réprobos y sin escrúpulo alguno; como nació, murió, mitómano, con rasgos de
locura y cinismo; carne de horca y habitual de las prisiones. Pero, junto a
este sujeto desagradable y zafio, existía otro, “el Conde de Cagliostro”, uno
de los nombres que utilizó: refinado, hábil en el laboratorio, entregado a los
demás, que curaba a los pobres sin exigirles pago alguno, que se codeaba con la
más alta aristocracia europea, hábil conversador, erudito y cultivado, capaz de
operar efectos contrarios a las leyes de la física y de la lógica, excitar en
niños videncias y realizar sorprendentes gestos de ecuanimidad, generosidad y
justicia.
No hay “una” vida
de Cagliostro, hay “varias”, como sugiere el título de esta obra. Y estas
personalidades estaban en lucha: unas veces, salía a la superficie una y
eclipsaba a la otra; en unos momentos de su vida, estafaba, en otros realizaba
prodigios, en unos aparecía como un rufián, en otros como alguien dotado de las
más altas cualidades humanas. Tenía proyectos altruistas que, eran eclipsados
poco después o se alternaban, con iniciativas desaprensivas y moralmente
inaceptables e impías. Era capaz de engañar con la misma facilidad con que proclamaba
verdades eternas. O, por decirlo de otra manera: a veces, era Giuseppe Balsamo
quien “poseía” al Conde de Cagliostro y en otras ocasiones aquél era poseído
por éste. Las últimas imágenes que Photiadès nos da sobre su estancia en
prisión demuestran que estos dos personajes se fueron alternando hasta el fin
de sus días.
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Estos rasgos
anómalos podrían ser interpretados como un simple desdoblamiento de
personalidad, si no fuera porque esas prácticas implicaban también cambios
bruscos en los hábitos de vida (pasar comidas opíparas a ayunos y maceraciones
prolongadas) que acompañan también a las dos vías que “poseían” al personaje,
facultades videncia y de magnanimidad indudables acompañadas de comportamientos
erráticos, vulgares, ególatras y fatuos. Todo esto derivaría de prácticas y
enseñanzas incompletas, o cuyo seguimiento no se ha llevado hasta el final o de
una “vía” cuyo recorrido se ha interrumpido o, finalmente, en la que se ha
fracasado.
Tal es nuestra
interpretación personal sobre el personaje; digamos ahora algo sobre este libro
y su autor.
Constantin Photiadès
(1882-1949), nació en Atenas, pero vivió toda su vida en París donde estudió
filología clásica. Colaboró en prestigiosas revistas franceses de su tiempo,
acompañado de una fama de eruditos e historiador sistemático: Revue de
París, Revue hebdomadaire, Revue de deux mondes, Le Figaro Littéraire, etc.
Estaba emparentado con la condesa Anna de Noailles y sirvió a Francia durante
las dos guerras mundiales, cumpliendo misiones como aviador en Oriente Medio.
Recibió por sus obras históricas y por sus novelas, varios premios de la
Academia Francesa.
Las Vidas de
Cagliostro
fue escrita en 1932 y publicada en París por Bernard Grasset. Cinco años
después, se tradujo al castellano por Jaime Pasarell para la Editorial Apolo de
Barcelona. Se lanzó a las pocas librerías que seguían abiertas en mayo de 1937.
Es casi increíble, sino milagroso, que en plena guerra civil y en medio de la
guerra civil que estaba teniendo lugar dentro del bando republicano esos mismos
días, este libro pudiera ver la luz. Obviamente, a pesar de lo cuidado del
texto y de lo refinado de la traducción, el libro no tuvo la menor repercusión,
como podía suponerse desde el primer momento. No hemos encontrado ninguna
mención al mismo en la prensa de la época, muy preocupada en explicar cómo era
posible que anarquistas y comunistas combatieran en los pisos del edificio de
la Telefónica en Plaza de Cataluña y desde los tejados de Barcelona, generando
en una semana más muertos que durante la insurrección del 18 de julio de 1936.
Sólo algunos interesados en la vida de Cagliostro, habitualmente miembros de
distintas obediencias masónicas, se interesaron por la obra que hoy puede
conseguirse con relativa facilidad en el mercado de ocasión.
Por nuestra parte,
hemos decidido rescatar la obra del olvido, respetar la traducción, corriendo y
actualizando aspectos del lenguaje que en los 77 años que han transcurrido
desde su publicación han cambiado radicalmente. Hemos colocado como “Notas del
Editor” [NdE], explicaciones a algunas palabras hoy en desuso en nuestro idioma
y que servirán para facilitar la lectura de esta obra.
Sugerimos,
finalmente, para los interesados en la materia, la comparación de esta obra con
la de Marc Haven Cagliostro, el maestro desconocido y que, sin duda, es
el complemento a esta biografía, escrita desde un punto de vista radicalmente
diferente.
Barcelona, 25 de
enero de 2025
Ernesto Milá
SUMARIO
INTRODUCCIÓN
I. EN ROVERETO
II. LA NOCHE DE CLEMENTINO VANNETTI
III. EL QUIOSCO CHINO
IV. SEGÚN PLANUDIO
V. AVENTURAS DE GIUSEPPE BALSAMO
VI. EL COLLAR DE LONDRES
VII. LOS VIAJES DEL CONDE DE CAGLIOSTRO
VIII. TRES AÑOS EN ESTRASBURGO
IX. EL GRAN COPTO Y LA GRAN MAESTRA
X. EL COLLAR DE LA REINA
XI. POR TODAS PARTES SE VA A ROMA
XII. UNA PRISION EN EL CIELO
CARACTERÍSTICAS
Tamaño: 15x23 cm.
Páginas 445
Portada en cuatricomía,
Impreso en papel blanco de 80 grms.
Pedidos Amazon: VIDAS DE CAGLIOSTRO
Pedidos EMinves: eminves@gmail.com
P.V.P. 36,40 €
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