¿CUÁLES SON LAS RAZONES PARA JUSTIFICAR LA POLÍTICA LINGÜÍSTICA DE LA GENCAT?
Determinados personajillos que han ido pasando por la gencat y por
los ayuntamientos, han demostrado su auténtico “odio lingüístico”, hacia el
castellano (incluido el PSC). Lo han demostrado,
cuando en letreros y anuncios han colocado el texto, en primer lugar, en lengua
catalana, luego, en segundo plano en inglés o ¡incluso en árabe! Y, finalmente,
en castellano (o, simplemente, han prescindido de él). En cuanto a los
“activistas lingüísticos”, su fair play puede ser calificado de mero
chantaje delincuencial: son los norteamericanos que en 1942 habrían
denunciado a su vecino alemán, el charcutero, como espía simplemente porque se
había despedido de una cliente con un sonoro “tankischen”. El nivel más
bajo de una sociedad.
Se diría que todos estos han elegido a un “mal enemigo”: el
castellano es, junto con el inglés y el chino mandarín, uno de los idiomas del
futuro. Enfrentarse a él es garantía de romperse los dientes, por mucho que se
utilice chichonera y protección bucal: en efecto, las simetrías políticas y el
diseño constitucional realizado en la transición, que facilitan la catalanización
de la sociedad, han fracasado al aplicarse sobre la sociedad civil.
Cuando le discutí al entonces responsable de política educativa de
la gencat, la “inmersión lingüística” y le pregunté por qué no existían, como
aconsejaba la situación lingüística real de Cataluña, dos líneas lingüísticas
educativas, la respuesta fue demoledora: “es lo que ha votado el parlament
de Catalunya”. Sí, así son las leyes, pero esa votación, ni se
correspondía con la realidad de la sociedad catalana de la época, ni tenía en
cuenta el efecto futuro que iba a tener. Los malos augurios de aquellos
momentos, ahora están más que demostrados. Y de nada sirve, practicar la
política del avestruz para no enterarse de la realidad: basta mirar la
situación de Cataluña en el Programa PISA o los índices de utilización del
catalán, cada vez más achicado.
Para la gencat lo que justifica que la totalidad de programación
de sus medios sea en catalán, es que “estamos en Cataluña” y “en
Cataluña, la lengua oficial es el catalán”. Palmario. Como decir, “estamos en
Cataluña y aquí solo se baila la sardana”. Se baila la sardana y se habla
catalán, tanto como se baila un agarrao o se habla castellano. Porque, vale
la pena no olvidarlo, Cataluña no es Andorra (Estado minúsculo, pero independiente),
Cataluña sigue siendo una parte del Estado Español (y, en realidad, desde que
Roma llamó a esta zona “Hispaniae”) que tiene una lengua oficial: el castellano.
Y siempre, el todo, lamentándolo mucho, ha sido superior a las partes,
como enseña la lógica aristotélica. De ahí la necesidad de dos líneas
lingüísticas en la enseñanza y lo injustificable de que los medios pagados por
TODOS los catalanes (que hablamos una u otra o las dos lenguas) emitan SOLO en
catalán.
El catalán está muriendo porque desde hace cuarenta años está
siendo IMPUESTO A LA FUERZA, con más o menos guante blanco y a base de vaselina
(y, a ratos, sin ella, a pelo). Esto, inevitablemente, genera un rechazo social
en muchos sectores de la sociedad catalana. Es
posible que, en el proyecto de vida de muchas familias, su estancia en Cataluña
sea temporal, o que sus hijos quieran estudiar en otras universidades fuera de
Cataluña (aunque en la propia Cataluña el uso del catalán en la universidad, a
pesar de su obligatoriedad y de la amenaza de sanciones, va descendiendo…).
Allí, su conocimiento del catalán les va a ser completamente inútil y van a
tener un déficit de castellano. También se han dado casos de extranjeros que
han venido a Cataluña a estudiar en alguna universidad, creyendo que –como
sería lógico– al estar en España, se hablaría castellano, lengua que dominan,
para caer en algún aula con “activistas lingüísticos” para los que decir “átomo”
en lugar “àtom”, es un sacrilegio y un “eco del fascismo”. No puede
decirse que esta política haya estimulado la llegada de talentos extranjeros a
las universidades catalanas.
El argumento “definitivo” es que aquel pueblo que tiene una lengua
propia es, por este mismo hecho, una “nación”. El principio lo enunció el
presidente norteamericano Wilson para justificar el despedazamiento de los
Imperios Centrales después de la Primera Guerra Mundial. El principio tiene,
pues, más de un siglo y ya va siendo hora de revisarlo. Especialmente, porque la “dimensión nacional” ha cambiado desde
la Segunda Guerra Mundial (a la que precipitaron errores en la Paz de
Versalles, uno de ellos este “principio de las nacionalidades”). En realidad,
si debemos de atender a la “línea del tiempo”, ésta es contraria a este
“principio”: familia, clan, tribu, pequeños condados, reinos, estados
nacionales, superpotencias en la guerra fría y bloques geopolíticos en el
presente… El “principio de las nacionalidades”, nos lleva a un pasado remoto
–entre la tribu y los condados– que ya no coincide con la
complejidad presente. Pero esta es otra historia.
EL ”PREJUICIO NACIONALISTA”
EN LA BASE DE LA PIRÁMIDE DE FRACASOS
La vitalidad de una lengua –ahora
lo sabemos– muere cuando de ser algo vivo, se convierte en un objeto pasivo
de subvenciones: aparecen los “espabilados” que quieren hacer de la
cuestión lingüística un medio de vida, o un “tema político”, claro está, atrofian
su vitalidad. Pasa a la UCI, y si persiste durante mucho tiempo su estancia
allí, puede dársele por muerta. Es lo que le está pasando al catalán.
Ahora no vale la pena repetir una y mil veces la falacia de que
el franquismo prohibió el catalán. No lo prohibió, lo que no hizo, fue
subvencionarlo. Pero durante el franquismo existió prensa catalana (en 1966
existía ya un semanario catalán, Tele|Estel, y el 1940 se publicaron ya
poemas de Verdaguer en catalán). Incluso en la primera mitad de los 70, ya
existían varias revistas y semanarios en catalán y editoriales que publicaban
libros en esa lengua. Y, sobre todo -soy testimonio aún vivo- se hablaba
catalán en las calles.
Desde entonces la sociedad ha cambiado mucho, pero no tanto como
para justificar el retroceso del catalán en todos los órdenes, cada vez más
acelerado, a medida que se legisla más a su favor y se invierten más y más
medios. Digámoslo ya: lo que han fracasado, lo que están fracasando, son las
políticas de la gencat (y no solo en materia lingüística), siempre
dictadas por el “prejuicio nacionalista”. Pongamos un ejemplo.
Se acepta hoy que quien trajo a los primeros marroquíes a Cataluña
fue Jordi Pujol y su gobierno. Se sabe por qué: hacía falta acelerar las obras
de las Olimpiadas del 92 y, antes que aceptar a iberoamericanos (que hablaban
en castellano y no se esforzarían en aprender otro idioma si el castellano les
bastaba para hacerse entender), se favoreció la llegada masiva de marroquíes. Se
pensaba que se integrarían en la sociedad catalana como habían hecho cientos de
miles de andaluces, extremeños, castellanos y gallegos y que bastaría con
subvencionar a unas pocas asociaciones para hacer de ellos buenos catalanes.
Así se hizo sin tener en cuenta que las gentes procedentes del resto del Estado
en anteriores oleadas migratorias, tenían comportamientos antropológicos y
culturales idénticos a los catalanes, mientras que con los marroquís, no sólo
la lengua pertenecía a una familia diferente (catalán y castellano son lenguas
hispano-romances), sino una religión diferente (a fin de cuentas, la Virgen de
Atocha y la Virgen de Monserrat, no sólo son católicas, sino que además
“negras”), una historia diferente (y no muy pacífica, si tenemos en cuenta,
que, además de la Reconquista, hasta el siglo XIX las costas catalanas se
vieron asaltadas por piratas berberiscos) y, sobre todo, existía una BRECHA
ANTROPOLÓGICA Y CULTURAL que hacía imposible esa integración (tal como, por
entonces, ya se había demostrado en la vecina Francia)...
Era la política dictada por el “prejuicio nacionalista”. Gracias,
pues, a Pujol, como hemos dicho alguna vez, en el improbable caso de que
Catalunya se declarara independiente, existen más posibilidades de que se
integrara en la Liga Árabe que en la Unión Europea, a la vista de la presencia
musulmana en nuestra región.
Este fracaso lingüístico ha sido irreversible porque ha coincidido
con otros tres factores:
– mundialización de la cultura (proceso en el cual solamente pueden competir unas pocas lenguas que muestran una vitalidad excepcional especialmente en los canales actuales de transmisión de la cultura pop),
– los procesos artificiales de transvases masivos de población (a Cataluña, los primeros contingentes marroquíes, fueron seguidos por paquistaníes, luego por iberoamericanos, cuya presencia es masiva en algunos barrios de Barcelona y cuya lengua no es otra que el castellano),
– la transformación de la democracia en Europa en “partidocracia” (y, consiguientemente, en cleptocracia, lo que ha hecho que cualquier medida que tome un gobierno, se adopte no tanto para solucionar un problema real, como para desviar fondos públicos a bolsillos particulares).
Y en eso estamos. Reconocer el fracaso de las políticas
lingüísticas desde el primer pujolismo, equivaldría a negar legitimidad a la
gencat. Así pues, nada de eso: hay que persistir en la línea trazada y, de
error en error, ir aumentando medidas legislativas, imposiciones arbitrarias,
negar la realidad de la sociedad catalana y, por supuesto, el presupuesto en
materia lingüística… todo ello para lamentarnos, en el ejercicio siguiente,
de lo mal que sigue la lengua catalana. Y, seamos claros, la gencat de Illa, no
va a rectificar ni un ápice, las políticas lingüísticas de sus eximios
predecesores.
¿HAY ALTERNATIVA?
La lógica. Estos días, un señor que ha tomado la presidencia en
EEUU, ha explicado que traía “la revolución del sentido común”. Pues
eso es lo que falta en Cataluña.
En dos ocasiones en menos de un siglo, la vergüenza internacional que
ha caído sobre el independentismo —tres si contamos la “invasión” de Prats de
Molló organizada por el “avi Maciá” que no dejó de ser una anécdota
chusca—: las pocas horas de independencia decretada por Companys en octubre de
1934 (que se “apuntó” al golpe planeado por los socialistas) y los pocos
segundos de “República catalana” de 2017, culminación del “procés” liderado por
Puigdemont. No creemos que, a la vista de las correlaciones lingüísticas, va a
haber una tercera intentona y los deseos del pobre Lluis Llach al frente de la
ANC, de que en 2028 “hará independencia” son, como se dice en Catalunya, un somnia
truites, esto es, un desiderarum, imposible e impractible. Sus Campanades
a mort, parecen compuestas expresamente para el independentismo.
No somos cocineros: no tenemos la receta mágica para salvar la
lengua catalana. Solo disponemos de la lógica: si todo lo invertido hasta ahora
en los últimos cuarenta años en materia lingüística no ha servido para nada,
sino que se han obtenido resultados contrarios a lo que se pretendía y el
retroceso en el uso de la lengua catalana es notable en ese tiempo, la lógica
más elemental implica que habría que cambiar la orientación de los esfuerzos y
el destino de los fondos. Cambiar radicalmente,
porque de persistir en esta línea, el catalán, en lugar de estar ligado al
“pueblo de Cataluña”, lo estará a unos partidos muy concretos que, si no
satisfacen a alguien, es, precisamente, a las nuevas generaciones. Y me
refiero, no solamente a Junts y a ERC (la CUP está, como quien dice, en estado
etéreo), sino también al PSC. Estas formaciones son responsables de la política
lingüística que se ha demostrado nefasta para la lengua catalana.
Hace falta una renovación política. Si tenemos en cuenta que
tanto Junts como ERC siguen dirigidos por los “fracasados del procés fracasado”
(Puigdemont y Junqueras), podemos pensar en su futuro. Y por ese lado solamente
existe la esperanza del discurso renovador de Aliança Catalana de Silvia
Orriols, la única fuerza política, verdaderamente nueva, que ha aparecido en el
panorama nacionalista desde el funeral del “procés” y que, por cierto, va
royendo a los electorados y a las bases de los dos partidos dirigidos por los
“fracasados del procés fracasado”.
En cuanto al PSC, su destino está ligado al de Pedro Sánchez, del
que Illa es solamente un gestor temporal. Y hay que preguntarse qué quedará de
la sigla PSOE-PSC en el post-sanchismo y en los procesos que seguirán durante
años.
Del PP no puede esperarse gran cosa: timoratos y “centristas”, se
acomodarán a cualquier cosa que diga Génova (que se acomodará a cualquier cosa
que diga Junts como Aznar destruyó al PP en Cataluña para satisfacer a Pujol).
Y, en lo que se refiere a Vox, como mínimo ha planteado una opción
en absoluto descabellada: máxima libertad lingüística, basta de chiringuitos,
dos líneas de enseñanza y que cada cual elija aquella en la que quieren ser
educados sus hijos. Así de simple. Tampoco es tan complicado, ni tan
complejo: oferta y demanda; y que el “mercado lingüístico” decida. En unas
zonas de Cataluña se elegirá preferencialmente el catalán y en otras el
castellano. Pura lógica.
Lo que no puede hacerse es mantener eternamente una lengua
obligatoria y excluyente en los medios de comunicación de las instituciones
catalanas. Y eso a la vista de que menos de un tercio de residentes en
Cataluña, la utilizan. Porque, como hemos visto, las cifras cantan.
Podemos imaginar lo que ocurriría si, por un momento, los
nacionalistas (incluido el PSC) perdieran el control de la gencat y cesara la
política de proteccionismo lingüístico o bien que, en un momento dado, alguien
tuviera el valor (y la necesidad) de decir lo que dijo Milei a poco de tomar posesión
de la presidencia argentina: “Ché, pibes, se acabó la plata…”.
Posibilidad que no hay que excluir a la vista de la situación económica real
del país y del nivel de deuda acumulado. Si el catalán sigue en la UCI,
subsidiado y obligatorio, existe el riesgo de que, cuando cambien los partidos
de gobierno, el catalán, simplemente, desaparezca en menos de una
generación (el grupo de “ocho apellidos catalanes” es el que tiene una
natalidad más baja en Cataluña). Y no es justo que una lengua sufra el destino,
ni esté ligada a quienes se han querido aprovechar de ella, transformándola en
una excusa para su modus vivendi.