jueves, 5 de marzo de 2020

LA LUCHA POR EL LIDERAZGO EN EL MUNDO ISLÁMICO Y EN ORIENTE MEDIO (5 de 6) -> IRÁN, LA GRAN POTENCIA DEL SIGLO XXI EN ORIENTE MEDIO


Se tiene la sospecha de que la prolongada denuncia contra el Plan Nuclear iraní fue solamente un recurso de los EEUU y de sus aliados árabes y de la OTAN para mantener aislado a este país que, a fin de cuentas, es la gran potencia con más posibilidades de convertirse en hegemónica en la zona. Hay que advertir que el Irán actual, ni es el del Sha, ni el de los primeros momentos de la República Islámica. Es otra cosa: un país lanzado hacia el futuro y consciente de que debe abrirse al mundo del siglo XXI, tratando de conservar sus tradiciones. En realidad, es la misma vía que intentó Japón en 1945 y la que en la actualidad siguen Turquía y Arabía Saudí o la que hasta la invasión de 2003 trató de seguir el BAAS de Saddam Hussein en Iraq. Sin embargo, de todos estos países de Oriente Medio, Irán es el que tiene las bazas más fuertes y el que ha ido ganando, poco a poco, más apoyos en los últimos años, especialmente desde que se aparcó, tras doce años de negociaciones que acabaron en “tablas”, sobre su Plan Nuclear.

Irán no es una democracia formal a la occidental. Este elemento es importante para identificar su régimen. Sería un error -frecuentemente cometido por aquellos “progresistas” eurocéntricos que intentan valorar una zona por su mayor o menor similitud respecto a las formas políticas occidentales. Al igual que Arabia Saudí e, incluso, que Turquía, el régimen iraní es hoy por hoy, una teocracia o si se prefiere una democracia de trasfondo religioso. Este elemento teocrático deriva, naturalmente, de la impronta islámica. Sin embargo, Irán está situado en un punto medio entre el Islam turco y el propio de Arabia Saudí, respectivamente, el que parte de una sociedad más laica (los años del kemalismo marcaron a fuego a la sociedad turca) y el país más fundamentalista en materia religiosa. No hace falta recordar lo que ya hemos mencionado antes: que en Irán se practica una variante del Islam, el chiismo, y que la población es de un tronco étnico y lingüístico diferente al árabe, propiamente ario.

El primer impulso islámico en el siglo VII precipitó el fin del imperio sasánida y la decadencia del zoroastrismo. Pero el hecho de que la mayoría de población asumiera el islam hizo que en su variante persa tuviera elementos diferenciales respecto a la corriente mayoritaria. Si bien los templos zoroástricos fueron destruidos (Mahoma había dicho que solamente las “gentes del Libro” -judíos y cristianos- serían tolerados si se sometían el poder islámico), pronto se hizo evidente para los nuevos gobernantes árabes la necesidad de integrar a la población iraní, por lo que terminaron aceptando a los zoroástricos como “gente del libro”. Los “dimmies” -no musulmanes- debían pagar tributo, lo que indujo a conversiones masivas y a que en el siglo X, el país ya estuviera casi completamente islamizado. Primero, se convirtió a la nueva fe la aristocracia sasánida y luego las poblaciones urbanas. Ya por entonces existían rivalidades insuperables entre árabes e iraníes. Los habitantes de las ciudades se convertían al islam, pero cuando se iban los árabes, renegaban de nuevo


Por entonces, la forma de Islam seguido en Irán era el sunismo, pero seiscientos años después, el chiismo se había hecho mayoritario y adoptado por la dinastía safavi. Dado que el Corán había sido escrito en árabe, los califas árabes, en su período de dominio sobre Irán, impusieron su lengua, pero el parsi se reveló muy persistente y, aunque se incorporaron palabras y términos nuevos procedentes del Corán y vinculados siempre a la religión, la lengua que se habla hoy en Irán, es la lengua antigua con algunos añadidos y con el alfabeto árabe modificado.

Los conflictos con Turquía son antiguos y persistentes: las dos guerras otomano-saváfidas de los años 1532 a 1555 y del 1623 al 1639, la guerra turco-persa de 1730 a 1736, dejaron profundos resquemores y desconfianzas que, en cierta medida, prosiguen hoy, incluso entre humoristas (que presentan a los turcos como los “tontos” de todos sus chistes). Turquía, dada su proximidad a Rusia y a Europa y, sobre todo, por la voluntad de Kemal Ataturk y luego por su pretensión frustrada de ingresar en la UE, es el país islámico que más similitudes tiene con Occidente… sin embargo, Irán es el más próximo está desde el punto de vista étnico y caracterológico. Con Arabia Saudí, por el contrario, permanecemos en otro ámbito cultural, étnico y lingüístico completamente diferente.


Se tiene tendencia a pensar que la República Islámica de Irán es un Estado compuesto por autoridades religiosas fanáticas que hacen y deshacen a su antojo. Esto es completamente falso: de entre todos los países árabes, Irán es el que cuenta con una clase política dirigentes más sólida, culta, preparada y tolerante en materia religiosa. Si Turquía tuvo sus décadas de “occidentalización” kemalista, Irán ha tenido al Sha Reza Palhevi que realizó una tarea similar entre 1941 y 1979 y, a pesar de que, en su primera etapa, el gobierno de Jomeini intentó hacer tabla rasa de la occidentalización, algunos programas emprendidos con anterioridad siguieron ejecutándose (el programa nuclear, por ejemplo). Tras el imperio del Sha, alineado incondicionalmente con los EEUU y considerado por estos como “potencia regional tuteladora” en Oriente Medio, Irán pasó a defender una “tercera posición” durante la década que quedaba de Guerra Fría, entre 1979 y 1989. Turquía siguió un camino inverso: de estar alineado incondicionalmente con los EEUU e incorporado a la OTAN, está en la actualidad practicando un cambio de alianzas que -como ya hemos visto- le aleja progresivamente de los EEUU y le acerca -especialmente en materia comercial- a Rusia.


Se tiene a Irán como el “gran adversario” del Estado de Israel: esto es solamente cierto a medias. De todos los países árabes, probablemente la República Islámica de Irán sea la más liberal con la presencia de judíos en su interior (de hecho, en el actual parlamento iraní hay dos diputados de la minoría judía, indicativo de que en este país reside la mayor minoría judía de Oriente Medio fuera del Estado de Israel. Nunca han tenido problemas con los judíos, aunque sí con los sionistas. También esta actitud deriva de tiempos históricos, cuando israelistas y persas tenían el mismo enemigo: Babilonia. Incluso, en los años de mayor actividad sionista (en la primera mitad del siglo XX), la comunidad judía de Irán fue completamente impermeable a los cantos de sirena para la formación de un Estado Judío: simplemente, estaban bien integrados y cómodos en este país.



Ahora bien, el régimen iraní para concitar simpatías y unanimidad en el mundo islámico ha recurrido a dramatizar sus posiciones anti-israelíes, por un lado, e Israel ha respondido lanzando acusaciones y ataques contra Irán a fin de mantener la tensión en la zona y garantizar la protección del Pentágono.

Pero la mayor diferencia entre Irán y sus vecinos árabes, deriva de su carácter y de su interés por la cultura: si comparamos el gobierno español con el iraní, nos sorprenderá saber que,  así como en España, la titulación y la preparación cuentan poco para ser ministro o presidente del gobierno, en Irán 22 de los 24 ministros del gobierno, han obtenido doctorados en universidades de primera fila de todo el mundo. Hace falta, pues, desembarazarse del prejuicio de un país “dirigido por Ayatolahs”: en la actualidad existen casi cinco millones de universitarios y su gran problema es que existe una inflación de titulados muy superior a lo que la sociedad y la industria pueden absorber. No es raro que una cuarta parte de estos profesionales salgan del país para ejercer a modo de inmigración cualificado en otros países.

A pesar de que en los primeros momentos de la Revolución Islámica pareció que la represión era una característica del nuevo régimen, lo cierto es que se ha mostrado bastante tolerante con los que abandonaron entonces el país, no solamente les han permitido regresar, sino que, quienes no lo han hecho, han podido entrar y salir del mismo. No se produjo ni una liquidación por fusilamiento de la clase política anterior, sino una asimilación, especialmente de las mentes más lúcidas del antiguo régimen, aunque no se tratase de islamistas militantes.

La mala imagen que ha tenido el régimen iraní se debió a tres factores:
1) Los exiliados, fundamentalmente, socialistas, marxistas y, en general, de izquierdas, que creyeron en un primer momento que podían colaborar con Jomeini para desembarazarse del Sha y que luego, ellos mismos, se desharían de los ayatollahs. Estos grupos fueron barridos de la escena iraní y se exiliaron, generando desde las antenas mediáticas una visión cada vez más distorsionada de la República Islámica.
2) Las operaciones psicológicas realizadas por los EEUU tendentes a presentar el régimen como “peligroso”, una especie de “Estado gamberro” capaz de cualquier tropelía con el derecho internacional, al estar gobernador por clérigos ignorantes: imagen que no corresponde en absoluto, ni al régimen, ni a sus rectores, pero que proliferó a partir de la ocupación de la embajada USA en Teherán por “estudiantes islámicos”.
3) El programa nuclear iraní presentado por los EEUU como la posibilidad de que un gobierno teocrático y compuesto por fanáticos religiosos, pudiera disponer de ingenios atómicas que utilizar en las luchas contra sus vecinos, especialmente contra el Estado de Israel. En la actualidad, las negociaciones sobre la materia están resueltas e Irán, desde 2015, reconociéndose a este país el derecho y la capacidad para enriquecer uranio, aunque no para utilizarlo con fines nucleares.
Este episodio supuso el final de un conflicto que se prolongaba desde principios del milenio, cuando fuentes israelíes denunciaron la existencia de un programa nuclear clandestino y alcanzó su máxima tensión en 2007 cuando Irán prohibió la entrada en el país de 39 inspectores y el año siguiente cuando se hicieron con nuevos equipos de centrifugación para el enriquecimiento de Uranio. El resultado de estas negociaciones fue considerado como una victoria moral para la República Islámica en el terreno internacional.
El programa nuclear empezó a desarrollarse bajo el gobierno del Sha, cuando los EEUU compraban todo el petróleo que pudiera producir el país y preferían que Irán produjera energía nuclear para uso pacífico. La seguridad quedó garantizada con la firma por parte del Sha del Tratado de No Proliferación Nuclear. Pero, cuando se produjo la revolución islámica de 1979 y, sobre todo, tras la aventura colonias USA en Irak en 2003, todo cambió: Irán fue consciente de que el arma atómica garantiza la integridad nacional y, a partir de ese momento, reavivó su programa nuclear.
Puede entenderse que fuera a partir de 2002 cuando saltó la chispa de este conflicto: eran los momentos en los que estaba claro que EEUU se preparaban para atacar Iraq y el régimen iraní entendió que, si el régimen de Saddam Hussein había sido condenado no era por tener “armas de destrucción masiva”, sino… por no disponer de ellas. De haberlas tenido, EEUU jamás se hubiera atrevido a atacar. A partir de ese momento, el régimen chiita trató por todos los medios de obtener un “escudo atómico” para que no se repitiera el destino del régimen baasista iraquí.

Al desatarse las “primaveras árabes” en 2015, en una primera fase, el gobierno iraní apareció exultante declarando que otros países árabes estaban acometiendo el mismo camino que ellos habían seguido en los años 70. Sin embargo, a la vista del cariz que tomaron los acontecimientos, rectificaron rápidamente su posición y fueron ellos quieres recomendaron, tanto a Gadafi como a al-Asad que resistieran. Y no solo eso, sino que les prestaron apoyo militar.

Con el paso del tiempo, esta “realpolitik” ha mostrado que, en Irán, lejos de gobernar ayatolahs ignorantes y fanáticos religiosos, el poder está en manos de una clase política perfectamente preparada y que se preocupa de que el nivel nunca se relaje a causa de preferencias religiosas o partidistas: el Consejo de Expertos que vela por las instituciones y para que las autoridades máximas emanen de “lo mejor y más capacitado” de la sociedad iraní.

El destino de Irán es hoy inseparable de la situación de su vecino iraquí, sumido en una profunda crisis. En la actualidad, el futuro de Iraq es problemático. Algunas voces, al conocerse el proyecto independentista kurdo de 2017, se preguntaban si el Iraq podría sobrevivir a su inevitable partición entre kurdos (en el Norte), chiítas (en el Sur) y sunnitas (en el Centro). Alejado este riesgo, parece bastante claro que las milicias chiitas están controlando áreas cada vez más grandes del país, favorecidos por el hecho de que desde la invasión norteamericana no ha existido en Iraq un gobierno digno de tal nombre. Hoy, Iraq ocupa el segundo lugar en la lista de países “más corruptos”, sin olvidar que tanto su ejército como su policía son absolutamente ineficientes, poco profesionalizados (y estamos hablando de casi un millón de hombres). Fue en Iraq donde nació el DAESH extendido luego en dirección al Mediterráneo, pero liquidado por la aviación rusa, el ejército sirio y el apoyo iraní.


La rivalidad tradicional entre Irán e Iraq ha tenido varias fases desde 1979. En ese momento, al producirse la revolución islámica, los EEUU optaron por apoyar el régimen de Saddam Hussein y animarlo a un enfrentamiento con la nueva república. Aquella guerra fortaleció mucho más al régimen iraní que al baasismo iraquí e, incluso, a pesar de que el choque quedó en tablas, el resultado final, dio una ligera ventaja a Irán que, posteriormente se amplió cuando Saddam Husseim decidió incorporar Kuwait a su territorio desencadenando la Segunda Guerra del Golfo, antesala de la invasión de 2003 que liquidó a este país de la carrera por la hegemonía regional. Iraq, a partir de entonces, no ha podido reconstruirse como país.

Sin embargo, cuando en la parte sunnita iraquí, hacia 2014 emergió el DAESH, se encontró con una feroz oposición del chiísmo organizado en milicias de voluntarios que tardaron cuatro años en expulsar al terrorismo sunnita del territorio iraquí, cuando éste tenía al alcance la victoria y las vanguardias del DAESH se encontraban a pocos kilómetros de Bagdad. En la actualidad estas milicias, prácticamente, el único ejército digno de tal nombre que existe en Iraq, está compuesto por 150.000 voluntarios, fuertemente motivados a pesar de las 7.000 bajas sufridas en combate, incluidos los caídos en la guerra civil siria contra el DAESH.

Lo cierto es que, en el momento de escribir estas líneas, la influencia de la República Islámica de Irán llega desde la frontera con Afganistán hasta el Mediterráneo, contando con grupos voluntarios armados a imagen y semejanza de los “guardias de la revolución iraní”, en Iraq  (las milicias a las que acabamos de aludir), en Siria (Irán apoyó prácticamente desde el origen del conflicto al gobierno de al-Assad) y Líbano (en donde Hezbolá controla por completo el sur del país). Dicho de otra manera: Irán controla o influye decisivamente en la actualidad en el llamado ”crecien fértil” (formado por los países citados más Jordania).

El caso jordano es especial. A pesar de los vínculos que hasta ahora han unido a la dinastía saudí con la jordana, el país dirigido por el rey Abdalah, ha reconocido la realidad de la situación y está desplazando sus simpatías hacia Irán. Esta situación quedó explicitada a partir de mayo de 2019, cuando Arabia Saudí pidió a Jordania que se uniera contra Qatar e Irán. El rey Abdaláh, no solamente no contestó, sino que inició negociaciones con Turquía y dio un nuevo impulso a sus relaciones con Teherán y restableció relaciones con Qatar. Jordania estaba obligada a adoptar un “nuevo curso” por tres razones:
1) El peso creciente de Irán en la zona y el deseo del rey Abdalah de preservan ante todo la estabilidad del país y evitar contagios de los radicales sunnitas del DAESH.
2) La crisis económica y el déficit creciente de Arabia Saudí que le impedirá garantizar en los próximos años una ayuda eficiente y real para sus aliados. El asesinato del periodista Jamal Khashogui no hizo más que aumentar la mala imagen exterior del régimen
3) La reiterada promesa de Donald Trump de comprometerse en la defensa del Estado de Israel y en mantener la amistad con Riad, que generan la oposición y la ira de la amplia comunidad palestina residente en Jordania, de la que depende en gran medida la estabilidad del país.
Por tanto, ya hoy, en Oriente Medio, la potencia dominante -al menos en el “creciente fértil”- es, sin lugar a dudas, la República Islámica de Irán. Cabe preguntarse cómo es la sociedad iraní en la actualidad.
El uso del chador no llegó a Irán acompañando a los musulmanes sino que se trataba de una prenda preislámica. La forma de utilizar el velo islámico entre las mujeres iraníes es diferente a la forma en que se luce en otras partes del mundo musulmán. En las ciudades, el velo permite mostrar buena parte del cabello y está retrasado hasta la parte posterior del cráneo, habitualmente prendido al moño. Y si bien es cierto que en las zonas rurales existen más restricciones y en alguna ocasión los “guardias de la revolución” han generado incidente y han reprendido a mujeres por dejar ver su pelo, esto no es lo normal e, incluso, en las ciudades (que concentran al 75% de la población iraní) la mujer viste, sino con una libertad del mismo nivel que en Europa, si con mucha más libertad que en cualquier otro país árabe.


Pero lo más importante en lo relativo a este tema es que la mujer iraní está plenamente incorporada a la vida política, al mercado laboral y tienen poder de decisión, sin existir restricciones. Esto se corresponde con lo que hemos dicho antes sobre el elevado nivel cultural de la sociedad iraní y, por tanto, de sus mujeres.

Aquello no es una democracia a la occidental, pero no puede hablarse de represión generalizada, ejecuciones masivas o estado de miedo permanente. Los kurdos iraníes están alejados del centro del país, en sus montañas y el gobierno iraní no va a abrir un frente de lucha contra ellos. La represión que existió en otros momentos (durante el final de la República de Mahabad) no revistió los rasgos de brutalidad y encono que se dieron en Turquía o en Iraq. En la actualidad, la sociedad iraní parece muy cohesionada en torno a su sistema y cualquier intento de desestabilización generado desde el exterior, sería completamente inútil.

El gran problema de Irán en estos momentos no es ni la corrupción, ni el mal gobierno, ni una economía desvencijada y con un fuerte déficit, sino problemas que pueden calificarse como “menores”:
1) La presencia de más de 2.000.000 de toxicómanos que consumen heroína con alto grado de pureza y precios mínimos: no en vano, el país se encuentra en la “nueva ruta de la seda” por la que circulan desde Afganistán (primer productor mundial de heroína después de la aventura colonial USA de 2001) hasta el “corredor turco de los Balcanes”, hacia Europa.
2) Las tribus del Baluchistán iraní, la zona más pobre del país, situada en el sur Este de Irán y fronterizo con Afganistán y Pakistán. Se trata de una zona geopolíticamente muy importante. De hecho si en 1979 los soviéticos invadieron Afganistán fue con la intención de aproximarse al Beluchistán en una fase siguiente de expansión, generar un movimiento independentista que les diera salida a los “mares cálidos del sur”, una aspiración rusa desde el tiempo de los zares.
3) La ausencia de una política norteamericana en la zona y su carácter errático que pueden dar lugar a movimientos poco meditados (asesinato injustificado e injustificable del general Qasen Soleimani por parte de EEUU) y a que el Pentágono tenga la tentación de realizar una intervención cuando un presidente demócrata ocupe de nuevo la Casa Blanca.
El primer problema es de carácter social y profiláctico. De todas maneras, la reciente crisis del “coronavirus” ha demostrado la eficiencia de las autoridades sanitarias iraníes a pesar de ser uno de los países más afectados. En cuanto al segundo constituya una posibilidad para cualquier desestabilizador exterior a Irán. Solamente el tercero, que no depende de la voluntad iraní, sino de la evolución de un “imperio” que va viendo como su poder disminuye de día en día y cuyos últimos zarpazos pueden resultar demoledores, es un peligro real.

En cualquier caso, sorprenderá saber que Irán es un país zambullido en la modernidad: con entre 30 y 40.000.000 de internautas, decenas de miles de blogs, unas universidades repletas y un “consejo de expertos” asesorando al gobierno y a la presidencia de la República, compuesto por las élites intelectuales, científicas, culturales y religiosas del país: hay mucha preparación concentrada en Irán y, además, con una continuidad entre sus distintos gobiernos, el país no está sometido a las oscilaciones políticas que sacuden a las democracias europeas cada cuatro años, ni a los circos electorales para elegir a mediocridades que en Irán no serían ni siquiera contratados para limpiar los urinarios.

Desde 1979, cuando se produjo la revolución islámica, solamente se han producido protestas importantes en 2009, cuando apareció un movimiento “verde” que parecía preludiar las “primaveras árabes” que estallarían un lustro después. Aquel movimiento no pretendía derribar al régimen, sino simplemente lograr una “apertura”. Y, lo más probable, es que estuviera inducido desde el exterior. Desde entonces, nada permite dudar de la cohesión del país.

A diferencia del período del Sha, cuando un simple encuentro en Guadalupe entre Giscard d’Estaing, el canciller Helmut Schmidt, el premier británico Callahan y el presidente Carter, bastó para dejar a merced de los ayatolahs a la monarquía persa, demostrando que esta era dependiente de Occidente, en la actualidad, el gobierno iraní figura entre los más estables de la zona.

De ahí que pueda afirmarse que, en la partida librada por la hegemonía en Oriente Medio, entre Arabia Saudí e Irán, todo induce a pensar que éste último está en una posición mucho más ventajosa que su oponente.