info-Krisis.- El antisemitismo siempre ha partido de una noción errónea: que existía una “conspiración judía” o una “conspiración judeo-masónica” o, incluso, una “conspiración judeo-masónica-bolchevique”, organizada, dirigida por encima de los siglos, contra la cristiandad. El malentendido encontraba su base subjetiva en la presencia de judíos en movimientos de tipo revolucionario y subversivo. Esta presencia era evidente... pero no se trataba de judíos de religión, sino, habitualmente, de todo lo contrario: de judíos que habían abandonado la sinagoga. Esta diferencia hace que el edificio conspiranoico se derrum-be. Pero hay un capítulo en la historia del mesianismo judío que merece ser conocido, por que explica el origen de la hipótesis antisemita. Es el movimiento encabezado por Sabbetai Zevi y Jacob Frank.
LA AZAROSA HISTORIA DE SABBETAI ZEVI.
Aspirantes a mesías han existido muchos en la historia del judaísmo. Periódicamente algún circunciso se alza convencido de que él es el elegido. Habitualmente este tipo de aventuras han terminado mal. Sabbetai Zevi fue uno de estos mesías autoproclamados y, sin duda, el que originó el movimiento mesiánico más importante en la historia de Israel.
Fue un hombre extraño. Acaso un maldito. Arruinó la vida de muchos de sus discípulos. Su vida fue un cúmulo de contradicciones e incoherencias, lo que no impidió que las juderías centroeuropeas creyeran en él y lo siguieran en su descabellada aventura. Había nacido en Esmirna en 1626, estudió la cábala y tuvo fama de erudito en este terreno que alcanzó a través de las lecturas de Isaac Luria, el sefardita español expulsado en 1492. El mismo atribuía a la fecha de su nacimiento una importancia extraordinaria. En efecto, había nacido el día en que los judíos conmemoran la destrucción del Templo de Jerusalén. Sus padres le pusieron el nombre de Sebbetai por haber nacido en sábado.
Fue educado en un ambiente piadoso de fidelidad a la tradición cabalística del judaísmo. Al parecer sus padres o sus abuelos eran originarios del Peloponeso en cuyas comunidades hebreas todavía es frecuente encontrar el apellido Zevi. Dio a sus padres una gran alegría cuando les anunció que quería convertirse en rabino. Desde 1644 estudiaba la cábala y de él se decía que había alcanzado las más altas esferas del conocimiento. Pero no está claro. En su biografía da la impresión de que en esos años tenía un conocimiento somero de la cábala y no existe ningún escrito suyo en donde demostrara un dominio especial sobre la materia. Es posible que ya entonces, Sebbatai se estuviera forjando una aureola mística atribuyéndose méritos que no tenía. Pero ya en esa época es un tipo extraño. Se casa y al cabo de un mes se divorcia sin haber consumado el matrimonio. Luego vuelve a casarse y ocurre lo mismo. Nuevo divorcio.
¿Qué ocurre? Que la estabilidad mental de Sabbetai brilla por su ausencia. Gershon Scholem que le consagró una esclarecedora biografía dice que estaba aquejado de lo que hoy llamaríamos un “complejo bipolar”; era, en definitiva, un maniaco-depresivo. Incluso añade Scholem que con el tiempo se vió aquejado de una paranoia creciente. Ciertamente es fácil reconocer en su biografía los “altos” maníacos y los “bajos” depresivos alternándose en loca secuencia a lo largo de toda su vida. Habitualmente sus éxtasis místicos se producían en los “altos”. Afirma haber levitado en uno de estos éxtasis... pero los que estaban presentes no vieron nada anómalo. No despegó ni un milímetro del suelo. Sabbetai los acusa de ser impuros y, por tanto, de no poder percibir su grandeza. Y se queda tan fresco. Esto ocurre en 1648. Pero poco después uno de sus primeros discípulos afirma que en situaciones de éxtasis era imposible mirarle a los ojos: “es como mirar a una hoguera”. Ese año, algunos amigos suyos reciben la confidencia de sus labios de que se preparen, pues él es el mesías largamente esperado por Israel.
A partir de ese momento, de él empiezan a contarse grandezas y prodigios extraordinarios. Se dice –y se comprueba- que su cuerpo exhala lo que la mística católica conoce como el “olor de santidad”. Inicialmente, algunos judíos ortodoxos, lo denuncian a la sinagoga: un rabino no puede utilizar afeites ni perfumes. Pero él se defiende y se presta a un reconocimiento físico por parte de una comisión de hombres justos de la comunidad y físicos notables. Explica que el olor deriva de que ha sido ungido por los patriarcas de Israel y los médicos que lo reconocen, al menos, afirman con seguridad que no ha utilizado perfume alguno.
La fama de Sabbetai, de todas formas, no ha rebasado los límites de la Esmirna de mediados del siglo XVII. Toda la comunidad sabe que es un joven exaltado y algo excéntrico en su comportamiento, pero nadie apuesta por su condición de mesías. Para unos es un bromista, para otros un loco, los hay que opinan que apenas es un iluminado a medio camino entre la locura y la genialidad. En 1651, se ignora el motivo, los judíos de Esmirna lo expulsan de la comunidad y debe huir hasta Salónica. Allí su comportamiento no es más ortodoxo; se encuentra en una fase “maníaca” de su enfermedad que lo hace cada vez más audaz y provocador. Convoca una ceremonia nupcial... y se casa con la Torah. Los rabinos se escandalizan cuando pronuncia en voz alta el nombre impronunciable de Yavhé. Es 1658 y poco después lo expulsan de Salónica. Ahora recalará en Constantinopla. Nada que hacer: también allí da que hablar. Se pasea con una cuna por las calles, pero en su interior no se encuentra un neonato, sino un pescado que ostenta los vestidos de un recién nacido. Explica a quien quiere oírle que es en la Era de Piscis en la que tendrá lugar la redención mesiánica; y en voz más baja añade que él es el mesías ansiado.
Poco a poco, todas estas excentricidades van cobrando forma en un corpus herético en relación al judaísmo oficial. Al igual que otros extremistas religiosos de todas las épocas, Sabbetai adopta como regla de comportamiento la transgresión de toda norma anterior. Si con él se inician los tiempos mesiánicos, lo que existían antes suyo debe ser abolido, transgredido y estigmatizado. Así lo hace: define a Dios –a su dios- como “aquel que permite lo que está prohibido”. Profana fiestas tradicionales de la comunidad, desafía el tabú del sábado, anima a rabinos y no rabinos a repetir una y otra vez el nombre oculto de Yavhé.
Esta predicación de naturaleza subversiva en pleno sentido de la palabra, exalta a sus enemigos, pero también atrae a muchos judíos de la zona. Desde una perspectiva mesiánica toda su predicación es coherente y esto le atrae, especialmente, el apoyo de muchos judíos desesperanzados por la tardanza en la llegada del mesías. Cuando debe abandonar Constantinopla y se dirige a Egipto, después de pasar por Tripolitania, Jerusalén y Rodas, los rabinos de El Cairo lo reciben como a una eminencia que “podría ser” el mesías esperado. Sabbetai ha logrado inflamar al judaísmo de todas las zonas que ha visitado. Además cuida mucho su imagen: no se presenta como el mesías, jamás confiesa abiertamente a un público, incluso predispuesto, que se cree el redentor esperado por los siglos de los siglos. Deja que otros lo intuyan. Esta táctica se muestra extremadamente eficaz y genera una oda de admiración por la modestia que quiere evidenciar.
Pero la mente de Sabbetai carece de estabilidad. Poco después de inflamar con su predicación a la judería de El Cairo, marcha a Jerusalén donde es acogido con frialdad. Además allí soportan peor sus excesos. Es encarcelado y azotado. Pero también en ese tiempo da muestras de ser un gran místico. Realiza ayunos constantes de semanas enteras. A pesar de la inicial hostilidad, nadie, ni siquiera sus más acendrados enemigos pueden negar estas prácticas místicas. Y regresa a El Cairo.
Allí contrae matrimonio con una mujer que, desde pequeña había afirmado que se casaría con el mesías. Es su alma gemela, también maníaca-depresiva como él. La muchacha, en su afán de transgresión, se dedicará a la prostitución. O al menos eso cuentan los enemigos de Sebbatai. Pero, al parecer, este matrimonio, le provoca una crisis depresiva. Se desdice de sus pretensiones mesiánicas y parece buscar ayuda espiritual dentro de la comunidad judía ortodoxa. Así conoce a un sabio askenazi, Nathan de Gaza. Pero el “sanador espiritual”, al poco tiempo, se convierte en su discípulo más devoto. Y así, a la crisis depresiva, sigue una nueva “alza” maníaco-masiánica. Nathan de Gaza se convertirá en el San Pablo de la nueva herejía y predicará las virtudes y cualidades mesiánicas de Sebbatai con tanto o más ahindo –y sin duda, mucha más constancia- que él.
En marzo de 1665, Nathan, a raíz del estudio de un texto del Génsis interpretado en clave cabalística, cae en un prolongado éxtasis. Veinticuatro horas continuas en las que percibe las más altas esferas luminosas de la cábala, la Merkaba o Carro Celeste. En el curso de tal éxtasis, Nathan de Gaza, recibe “pruebas” de la condición masiánica de Sabbetai. Es justo en ese momento, cuando aparece Sebbatai en plena crisis depresiva. Al encontrarse ambos hombres discuten: Nathan le repite una y otra vez que él, Sebbatai, es el mesías. Éste se niega a creerlo. La locura se contagia y tiene razón quien explica que recorrer el sendero espiritual es como caminar sobre el filo de una navaja, porque, efectivamente, Nathan, que debía haber contribuido a sanar la mente de Sebbatai, cae en la misma enfermedad que él. Ante la asamblea de rabinos lo proclama, eufórico, mesías. Y para certificarlo, baila ante la asamblea hasta caer en éxtasis, no sin antes haberse desnuda por completo. Esta escena ocurre el 31 de mayo de 1665. A partir de ahí se manifiesta el movimiento mesiánico sabbetiano en toda su potencia. Asume el título de Amira, literalmente “Nuestro Señor y Rey”. Pronto logran rodearse de medio centenar de hombres decididos y combativos y con ellos se dirigen a la capital espiritual del judaísmo, Jerusalén. La ciudad está ocupada por los otomanos que prohíben a los judíos montar a caballo, sin embargo, Sebbatai obtiene el permiso para pasearse por la ciudad por este medio y lo hace con frecuencia adornado por una capa verde. Y sigue predicando la transgresión de las normas: a los suyos les dice que coman hasta hartarse riñores y grasas. Ocurre luego lo mismo que con otras experiencias mesiánicas anteriores: el pueblo sigue al “elegido”; la jerarquía rabínica lo condena, excomulga y persigue. Así que debe huir a Siria y se establece en Alepo. Por entonces su movimiento se ha extendido entre los cabalistas de oriente medio y las comunidades pobres de la zona, han sido ganadas para su causa. Pero aún no tiene una doctrina coherente fijada que ofrecerles. Así que él y Nathan se dedican a articularla.
Introduce la noción de reencarnación, hasta entonces ausente del judaísmo ortodoxo. Afirmará ser la reencarnación de Simón bar Kosebá, uno de los primeros mesías históricos. Genera entusiasmos. La idea prende: Simón bar Kosebá, era el “rey perdido” que ha regresado... Quiere ser profeta en su tierra, así que se dirigirá a su Esmirna natal. Allí, en el interior de la sinagoga, defiende ante la asamblea de rabinos, avanzadas tesis feministas: anima a que las mujeres lean la Torah y abolan los privilegios del varones. Y es entonces, cuando decide consumar su matrimonio con su esposa, llega incluso a mostrar una sábana con la improbable sangre virginal de Sarah.
En 1666, da la sensación de que el judaísmo de Oriente Medio ha enloquecido. Por todas partes surgen profetas que exaltan las virtudes y la misión de Sabbetai. El orden rabínico ha caído en la zona. Las sinagogas ortodoxas ya no reciben el apoyo de la población judía que prefiere seguir a quien le promete grandeza y libertad. Pero los rabinos tienen todavía cierto poder moral y son los interlocutores válidos del sultán, así que lo denuncian y logran que sea detenido, cargado de cadenas y arrojado a una fría mazmorra. En las primeras horas de su detención, Sabbetai deja atrás su fase “maníaca” y regresa a cierta percepción objetiva de la realidad. Es entonces cuando el sultán lo manda ante su presencia y Sabbetai lo seduce. Niega ser el masías y atribuye todo el revuelo a una leyenda urbana que él no ha cultivado. Luego sigue preso, pero puede moverse con facilidad por la zona hasta que es enviado a la fortaleza de Gallipoli unos meses después. Pero nadie nota su encarcelamiento: puede recibir libremente a miles de fieles que van a verlo y que reciben su bendición. Sabbetai vuelve a la fase maníaca y decreta la abolición de los ayunos conmemorativos de la destrucción del Templo. Entonces ocurre algo inesperado.
La herejía sabbetiana había alcanzado Polonia. Allí vivía un judío exaltado, Nehemías Cohen. No era un erudito pero conocía bien la Torah y el Génesis. Se entrevista con Sabbetai y le reprocha que es un falsario. Si Sabbetai fuera el mesías, habría sido precedido por un mesías hijo de José que se sacrificaría para anunciar la venida del redentor. Y este sacrificio no se había producido, por lo tanto, Sabbetai no era el masías. Nehemías Cohen se tenía por el mesías... La discusión entre los dos aspirantes al puesto de mesías titulado de Israel duró por espacio de dos días y dos noches. Cohen, finalmente, debió huir de Gallipoli para evitar ser linchado por los sabbetianos, ya legión, que difícilmente toleraban dudas respecto a la condición de su gran timonel. Cohen, alcanza Adrianápolis y allí denuncia a Sabbetai como “conspirador” e instigador de una futura revuelta popular. Los turcos que temían un fenómeno similar lo trasladas a Adrianápolis y le conminan a convertirse al Islam... algo que Sabbetai hace sin oponer reparo alguno. Nada extraño por que Cohen ya había hecho la conversión días antes. Acto seguido, el sultán le concede un alto rango palaciego. Para él, la conversión es un “descenso a los infiernos” lo que equivale a una enésima purificación, de la que saldrá a la superficie renovado. Pero sus partidarios no lo entienden así. A decir verdad, hace tiempo que dejaron de comprender lo que ocurría. Pero tampoco hay problema: si Sabbetai ha renunciado a su rango mesiánico, pero asumirlo está Nathan de Gaza, en realidad, menos espectacular, pero más brillante que aquel.
La predicación de Nathan, se inicia a finales de 1666 y durará hasta su muerte en 1680, acompañado siempre de una escolta de hombres armados. Pero su predicación no tiene éxito: en 1669 los dos hombres se encuentran y debaten. El problema es que Sabbetai vuelve a estar en situación maníaca y resiste bien el ataque de Nathan. No ha abjurado del Islam... pero tampoco del judaísmo, con lo que crea un sistema mixto en el que pueden encontrarse elementos de una y otra religión... algo que ambas religiones rechazan y consideran un sacrilegio.
En 1672, Sabbetai llega a Constantinopla. El sultán se entera de que ocasionalmente se coloca la kipa en lugar de el turbante y lo expulsa de la comunidad por perjuro. Luego lo exilia a la península de Morea en la actual Yugoslavia. El movimiento sigue sobreviviendo a este destierro, pero progresivamente se va debilitando y pierde fuelle en todas las zonas donde consiguió arraigar. Sabbetai murió a los 50 años el día del Yom Kippur de 1676.
LAS PERVIVENCIAS NEOSABBETIANAS
Con él no se extinguió la leyenda. Si Sabbetai era la reencarnación de Simón dar Kosebá y como tal había permanecido oculto durante unos siglos, también ahora, Sabbetai no estaba realmente muerto, sino oculto y volvería para ponerse al frente de sus huestes y recobrar la libertad para Israel. Pero el movimiento no terminó con esta esperanza mesiánica: algunas sectas sebbatianas surgidas tras la muerte del maestro, en especial los dunmeh, lograron sobrevivir hasta nuestros días. Cuando se organizó el movimiento de los “Jóvenes Turcos”, a principios del siglo XX, algunos de los grandes nombres de la época, como David Bey, pertenecía a la secta neosabbettiana. Y resulta curioso por que esto ocurría más de doscientos años después de la muerte de Sebbatai. Y, por azares del destino, los sabbetianos del siglo XX, colaboraban con francmasones y laicistas islámicos, en la construcción de la nueva Turquía y luego apoyaron la revolución de Kemal Attaturk. Comité creado en 1868 por Midhat Bajá, con la intención de de lograr una modernización de Turquía, mediante la adopción de algunas instituciones occidentales. Intervino en la deposición de los sultanes Abdulhaziz I y Murad V, y en la entronización de Abdulhamid II, a quien instó en proclamar una constitución de carácter liberal, que más tarde fue abolida por el mismo Sultán. Sin embargo en 1894, los jóvenes turcos promovieron algunas insurrecciones militares, que obligaron al Sultán a restablecer la constitución. En 1909 el ejército proclamó a Mahomet V, a partir de entonces los jóvenes turcos adoptaron una política nacionalista muy radical, que condujo a las guerras balcánicas (1912). En 1913 prepararon el asesinato del primer ministro Sevket y establecieron el triunvirato Enver-Yamal-Tal'at, que decidió la participación de Turquía en la Primera Guerra Mundial, en calidad de aliada de Alemania. En relación al Islam ortodoxo, los “jóvenes turcos” eran agentes subversivos. Entre ellos estaban los herejes neosabbetianos.
Tras la muerte de Sebbatai, aparecieron entre la judería centroeuropea partidarios en torno a autoproclamados mesías. Joseph ben Tsur era un sabbetiano de Marruecos, o Mordekkay Moriah, sabbetiano de Eisenstadt, Alemania, o Jaboc Querido, judío de La Meca. Poco a poco, la secta se va descomponiendo y degenerando en posiciones todavía más extremas y degradadas. En ese contexto nace Osman Babam que instala en el 1700 una secta sabbetiana muy radical. El nombre verdadero de Osman es Baruchia Russo, que afirma ser él mismo la reencarnación de Sabbetai. Y como él, se convierte al Islam. Pero, en un paso más hacia la degradación del neosabbetianismo, Russo-Osman afirma que su destino es destruir las religiones y los regímenes existentes. Su doctrina es una forma de nihilismo religioso, con elementos orgiásticos y transgresores que predica la revolución política y religiosa y la subversión de todos los valores. Pues bien, estas acusaciones son precisamente las que los antisemitas reprochan al judaísmo. Y si bien, estas acusaciones son ciertas... no tienen nada que ver con el tronco central del judaísmo rabínico que sigue encerrado en sí mismo y ajeno al mundo no judío. Osman Baba fundará la secta neosabbetiana de los karakashlar que logrará asentarse entre las comunidades judías de Europa Central. A principios del siglo XX, en esas mismas zonas, seguía existienda la herejía... y es precisamente en esos lugares en donde existían (además de en Rusia) movimientos antisemitas extremadamente fuertes.
La secta de Osman Baba será paralela a otro movimiento neosabbetiano, el presidido por Lóbele Prossnitz, oriundo de la Galitzia polaca, nacido en 1699. Estudioso de la cábala, afirmará ver cada noche la Shejinak, la presencia divina a media noche. En la ventana de su habitación, como si se tratara de una sombra chinesca aparecen las cuatro letras del tetragrámaton que definen el nombre impronunciable de Yavhé. La población acude a ver el milagro y se sienten encandilados por el milagro... hasta que un agresivo judío ortodoxo arranca la cortina y ve al bueno de Prossnitz realizando un burdo truco. De esta sale a duras penas excomulgado, azotado y exiliado. Ha tenido suerte, por que en otras ocasiones hubiera sido linchado allí mismo. Extiende su movimiento también por las juderías de Europa central y mantuvo contactos con los otros mesías sabbetianos (Mordekai Morah y Nehemis Hayun). Hacia el primer tercio del siglo XVIII, la herejía sabbetiana seguía gozando de buena salud.
LA APOTEOSIS SABBETIANA: JACOB FRANK.
La vida de Frank se extiende desde 1726 hasta 1791. Es testigo de un siglo pródigo en acontecimientos que se saldarán con el hundimiento del antiguo régimen. De hecho, Jacob Frank, tendrá algo que ver con esta tarea de subversión generalizada. Scholem define a Frank como “el caso más espantoso de la historia del judaísmo”. Había nacido en Polonia en el seno de una familia de rancia obediencia sebbatiana. Rechaza seguir estudios y prefiere comerciar con piedras preciosas. En 1745 ya es un consumado sebbatiano. Y lo que es más: lo demuestra en los hechos. Cuando se casa, dos sebbatianas serán sus testigos y se tratará de dos miembros muy caracterizados de esta comunidad herética: ambas eran discípulas de Osman Baba. El propio Frank conocerá a los discípulos de Baba en Salónica a donde fue a conocerlos. Ora ante la tumba de Nathan de Gaza, el lugarteniente de Sabbetai. Regresa a Polonia en 1755, su estancia entre los sabbetianos turcos ha durado 25 años: no hay ninguna duda, es uno de ellos... sólo que decide formar su propia secta, siempre dentro de la doctrina sebbatiana. Y como el fundador toda su teoría se basa en la transgresión y en lo orgiástico y desenfrenado. Sus orgías sexuales causan estupor en Polonia. Frank debe huir de Polinia y corre a refugiarse de nuevo en Turquía, donde a imitación de Sabbetai, se convierte al Islam, esto le permite moverse con facilidad, entrar y salir de Polonia y organizar una red sabbetiana clandestina que pronto se extiende a la totalidad de Polonia, Ucrania, Galitzia y Hungría. Nuevamente, es la judería centroeuropea quien mejor recibe a este nuevo neosabbetiano y en sus comunidades es donde prende mejor la llama de la revuelta, la subversión y el exceso. Adoptan posiciones antitalmudistas y piden la protección de la Iglesia Católica para protegerse de la hostilidad de los rabinos ortodoxos. Esto produce un efecto inesperado: la Iglesia acepta el contacto de estos judíos renegados de la sinagoga y acepta algo más importante todavía: que escriban folletos y libros con argumentos que tienden a denunciar y desprestigiar la práctica y la predicación de los rabinos. Pues bien, de estos folletos es de donde nacerá la idea de la “conspiración judía” que tendrá tanta fortuna en los ambientes antisemitas de la época y se prolongará hasta el antisemitismo del siglo XX. Y resulta curioso, grotesco y sencillamente espeluznante que las líneas maestras del antisemitismo moderno hayan sido inspiradas por... judíos neosebbatianos, literalmente subversivos y nihilistas. Estos supieron trasladar sus propios rasgos –que sabían difícilmente aceptados por los cristianos- al judaísmo ortodoxo y de ahí surgió el antisemitismo moderno. Es con los neosabbetianos frankistas (sic) de donde surgen los grandes mitos del antisemitismo.
Lo que oculta Frank y sus discípulos es que, en los círculos sebbatianos, él se presenta como el “tercer medías”, tras Sebbatai Zevi y Osman Baba. Para completar la misión mesiánica, Frank afirma que hay que actuar con doble lenguaje: se actúa como se cree, pero no se dice lo que se cree, ni siquiera los cristianos deben estar al corriente de lo que se cree... Esta estrategia de mentira llega hasta el extremo de que Frank se hace bautizar por el rito católico. Asegura que puede atraer hacia el catolicismo a lo esencial de las comunidades judías centroeuropeas. Esto tiene mucha importancia para la Iglesia, por que la “segunda venida de Cristo” ocurrirá tras la “conversión de los judios”, un tema escatológico y milenarista característico. Exige que los judíos conversos solo puedan casarse entre sí y conserven sus nombres originarios. Es evidente que pretende perpetuar su movimiento en el seno del judaísmo askenazi, como los llamados “marranos” españoles lograron hacerlo desde la expulsión de los judíos hasta mediados del siglo XVIII. A todo esto, Frank, dos años después de su conversión al catolicismo, sin muchos escrúpulos se convierte al Islam. Eso importa poco por que, en realidad entre 1759 y 1961, miles de judíos centroeuropeos se convierten al cristianismo. En 1759, Jacob Frank se “rebautiza” católico y quien hace fluir sobre su cabeza las aguas bautismales no es otro que el Rey de Polonia. El movimiento alcanza Bohemia-Moravia, Rumanía y una parte del imperio Austro-Húngaro. Y ocurre lo mismo de lo que son acusados los “marranos” españoles: en público se comportan como católicos de pro, pero en privado conservan sus rituales, solo que mientras que los seguidos por los “marranos” son ortodoxos en relación a la corriente principal del cristianismo (si bien falta un estudio profundo sobre las relaciones entre el sebbatianismo y los “marranos” españoles), los frankistas son heterodoxos, subversivos y entre ellos abundan las prácticas sexuales, los ritos orgiásticos y la predicación del nihilismo con la idea de destrucción de todas las religiones.
En 1760, Frank es denunciado, no se sabe bien si por infiltrados de la iglesia que sospechaban lo insincero de su conversión, o bien por partidarios decepcionados. En caso es que da con sus huesos en la cárcel. Cuando su régimen carcelario se relaja, Frank traza nuevos y audaces planes subversivos: penetrará y destruirá en el seno de la Iglesia Ortodoxa y subvertirá el régimen imperial ruso. Envía a sus delegados a Moscú y pacta con las autoridades imperiales que los frankistas polacos suscitarán sentimientos prorusos entre el judaísmo polaco. La maniobra fracasa por la denuncia de los judíos polacos, pero Frank y los suyos se han acostumbrado a la subversión política y a la manipulación propagandística. El y los suyos quieren destruir cualquier régimen político y toda religión estabilizada...
Cuando los rusos invaden Polonia en 1772, liberan a Frank. Este en pocos meses construye un formidable movimiento político-militante alojado en la propiedad de su mujer en Brno. Allí ha montado campos de entrenamiento paramilitar en donde reciben formación como terroristas 600 de sus partidarios. Se dice que parte de esta tropa procede del batallón de judíos cosacos del general Potenkim. Los instructores son oficiales rusos... Frank –fiel a su estrategia del doble lenguaje- no les cuenta sus verdaderos planes: destruir cualquier forma de poder.
En realidad, la diferencia entre Osmán Baba y Jacob Frank es la que va de un hombre teórico a otro que está dispuesto a poner en práctica las mismas teorías. La idea de Baba era que del caos desatado por una subversión mundial surgiría y se impondría el nuevo mesías. Pero, no tuvo tiempo para desatar ese proceso. Frank, en cambio, si lo hace. Scholem reconoce que en 1786, Frank instala en las inmediaciones de Frankfurt, concretamente en el castillo de Offenbach, una “central internacional de subversión” especializada en “entrismo”, “infiltración”, “terrorismo” y, de paso, enriquecimiento. Para colmo, en esa época, agentes de Frank se han afiliado a la masonería. Esta, inicialmente creada en 1717, admitía solo a cristianos “hombres libres y de buenas costumbres”, los judíos, por tanto, quedaban excluidos; solo unos años después, la masonería inglesa admitió a judíos. Y por ese resquicio se colaron los agentes de Jacob Frank. Cuando en su “Memoria para servir a la historia de los jacobinos”, el abate Barruel, denuncie la conspiración –a partir de aquí- “judeo-masónica”... tendrá cierta parte de razón, solo que se le escapa el hecho esencial, no es el tronco central del judaísmo el que ha participado en la revolución de 1789 a través de las logias... sino los herejes neosabbetianos, dirigidos por Jacob Frank, quienes lo han hecho.
Jacob Frank, en realidad, es una figura siniestra, incluso para el judaísmo ortodoxo. Su figura apesta a azufre, sus prácticas pueden ser asimiladas al satanismo, o bien a formas extremas de luciferismo. Para colmo, cuando a finales del siglo XIX, mistificadores de la talla de “Leo Taxil” lancen sus panfletos antimasónicos y antisemitas en los que no duda en colocar un tinte satánico exacerbado, la inspiración para esto deriva directamente del recuerdo de las sectas sabbetianas y, en concreto, de la figura siniestra de Frank. Junius Frey, uno de los grandes jacobinos, no era otro que Moisés Dobruschka, agente frankista y masón de alto grado (lo que no le evitará ser guillotinado, por cierto, en 1794). Y lo que resulta más sorprendente, los supervivientes frankistas del período del terror jacobino (que en buena medida desataron ellos mismos), terminaron apoyando la reacción napoleónica y vieron en el emperador a un mesías.
ALGUNA CONCLUSION
Suele reconocerse que la herejía frankista desapareció en las convulsiones del siglo XIX. Es probable, pero no seguro. Dado su carácter clandestino, su capacidad demostrada para la agitación, para el camuflaje y su empleo confesado y reiterado del doble lenguaje, es muy probable que los frankistas participaran en los movimientos revolucionarios y subversivos del siglo XIX.
De hecho, entre los primeros cuadros de los partidos bolcheviques de principios de siglo se encuentra un número increíblemente alto de judíos. Contrariamente a lo que piensan los antisemitas, estos judíos lo son de raza, pero no –dato muy importante- de religión. Los judíos que apoyan la AIT, la Primera Internacional, las revolución de 1905 y la de 1917, los alzamientos revolucionarios comunistas de los años 20 y 30, la IV Internacional, e incluso la revolución de mayo del 68, están presentes en un porcentaje muy significativo, y alejado de lo que la realidad de su demografía dejaría presagiar. Al igual que Marx, se trata de judíos alejados de la religiosidad tradicional de su pueblo. Han rechazo en judaísmo. Y lo mismo ocurre con judíos que han hecho fortuna en el mundo del espectáculo, desde los Hermanos Marx, hasta Woody Allen, pasando por Mel Brooks, etc. No hay nada que les ligue al judaísmo, salvo un origen étnico al que ellos son los primeros en no conceder excesiva importancia.
Ahora bien, si es cierto que resulta difícil abandonar una comunidad que conserva su personalidad a través de dos mil años de historia en medio de situaciones particularmente hostiles, como el judaísmo, especialmente cuando los judíos separados de la sinagoga siguen teniendo familiares y amistades que comparten los ideales del judaísmo ortodoxo. En esas circunstancias se produce una sensación de rechazo y aparecen formas de nihilismo exasperadas. Ya que esos exponentes del judaísmo han renunciado a su propia tradición ancestral... adoptan un comportamiento subversivo, tendente a destruir cualquier forma de orden tradicional y de estabilidad política. Pero no se trata de una “conspiración”, como piensan los antisemitas... sino de un reflejo psicológico de rechazo casi freudiano: “ya que no tengo lo que otros tienen, voy a destruir aquello con lo que otros se sienten seguros”. No creemos exagerar: la revolución de mayo del 68 está suficientemente cercana a nosotros para que observemos que la inmensa mayoría de los líderes contestararios franceses eran judíos... judíos alejados –lo repetimos de nuevo- de la sinagoga. Así mismo en las filas del trotksymo los cuadros de origen judío fueron siempre una mayoria muy significativa.
No es probable que existan nexos orgánicos entre los sabbetianos del siglo XVII, los frankistas del XVIII, con los movimientos subversivos del siglo XX. No es probable, pero, a fin de cuentas, si es rigurosamente cierto que los sectores separados de la sinagoga que, a lo largo del siglo XIX y XX tuvieron arte y parte en las iniciativas revolucionarias y subversivas, pueden ser considerados en rigor, como “neosabbetianos” o “neofrankistas”. Incluso las corrientes de la liberación sexual que, en cierta medida, acompañaron al movimiento contestarario de los años 60, registraron la presencia de judíos de raza, pero no de religión. No en vano, los sabbetianos y frankistas doscientos años antes ya habían insistido en estas temáticas feministas y de liberación sexual.
Todo esto no es una mera anécdota. Evidencia el error de interpretación de los antisemitas del siglo XIX y XX que vieron en la totalidad del judaísmo unos rasgos que correspondían solo a una ínfima minoría. Tomaron la parte por el todo, transplantaron las características más odiosas del movimiento sabbetiano y frankista al judaísmo ortodoxo –entre otras cosas, fueron los propios frankistas los responsables de esta confusión- e hicieron que otros cargaran con sus culpas. El resultado fue la eclosión, justo en aquellos lugares de Europa en donde estos movimientos heréticos y disidentes del judaísmo, arraigaron con más fuerza, en donde aparecieron los movimientos antisemitas más agresivos. Y esto ya es, de por sí, significativo.
Realmente, la historia de Sabbetai Zevi, de Osman Baba y de Jacob Frank, es una anomalía religiosa, una herejía del judaísmo, con rasgos escatológicos y mileneristas, como otras formulaciones religiosas (el cristianismo y el Islam) tuvieron. En ese sentido no es nada anómalo, cualquier movimiento religioso, genera disidencias, antes o después. Lo sorprendente del movimiento sabbetiano es su capacidad conspirativa, y su nihilismo final. De la misma forma que Marx explicó que el éxito del judaísmo era haber transplantado sus valores a la burguesia industrial, lo cierto es que los sabbetianos hicieron lo propio con las vanguardias subversivas que actuaron a lo largo del siglo XIX y durante todo el siglo XX.
© Ernesto Milà – krisis.info – infokrisis@yahoo.es