jueves, 18 de mayo de 2023

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: ¿Cómo los partidos ofenden diariamente nuestro sentido común? Descubra al político mentiroso

Recupero este artículo escrito en 2007 y publicado en la revista IdentidaD. Me lo he releído e, incluso, he sonreído. Lo que era evidente en 2007, es aún más claro y cristalino quince años después. No he tocado ni una coma.

Los españoles desconfiamos de nuestra clase política, pero les votamos… cada vez menos, bien es cierto. Cada caso de corrupción suscita un aumento de esa desconfianza. La clase política está bajo sospecha. Esté alerta: la clase política ejerce el noble arte de la estafa. Y está especializada en la peor forma de estafa: la promesa incumplida, la estafa moral. Sepa cómo lo hacen y sepa como defenderse.

La clase política alcanza unos niveles de desafección inéditos en democracia

En 1986, cuando estallaron los primeros casos de corrupción la justificación utilizada por todos los partidos, en especial por aquellos que concentraban más tasa de corrupción por carnés entregados, insistían en que “la corrupción es una excepción, la mayoría de los políticos son honestos”. Hoy podemos dudar de este principio.

Si cada día se inspeccionara en profundidad la concejalía de urbanismo de cualquier pueblo o ciudad, se descubrirían, casi inevitablemente, irregularidades que pudieran oscilar entre la incompetencia, la prevaricación, el cohecho y la estafa pura y simple. No se hace porque se sabe lo que se va a encontrar. El político honesto es hoy una excepción (y, seguramente hay alguno a título de excepción). La clase política en su totalidad está bajo sospecha.

En 5 de diciembre se publicó el Informe PISA que situaba a nuestro país en la cola de la educación europea y a Andalucía en el farolillo rojo de Europa, hasta el punto de que la consejera de educación de esa comunidad decía con una seriedad pasmosa: “Ocupamos el décimo puesto en España”… claro, pero es que el estudio solamente se había realizado sobre diez comunidades. Surge la sospecha de si la clase política tolera y estimula este descalabro educativo para formar ciudadanos sin la más mínima capacidad crítica, carentes por completo, no sólo de fundamentos culturales y científicos, sino también éticos y morales. En especial el sentido común se ha convertido en el menos común de todos los sentidos.

Ocurre diariamente y lo percibimos cada vez que le dan a un político la oportunidad de aparecer en un medio: ofenden, sin el más mínimo recato, nuestro sentido común. Retuercen los argumentos en beneficio propio hasta distorsionar la realidad y convertirla en irreconocible. Están permanentemente en campaña electoral, visiblemente preocupados por su poltrona y su barriga, intentando seducirnos con sus tópicos y sus justificaciones. El problema es que treinta años de democracia son muchos como para no suscitar desconfianza. Hace unos años podíamos preguntarnos si “¿no estarán tomándonos el pelo?”. Hoy, esa duda, se ha convertido en una certidumbre.

Cómo los partidos ofenden el sentido común

Las técnicas son muchas y multiformes. Destacaremos solamente unas pocas:

1)   Nos prometen en períodos preelectorales lo que no han sido capaces de hacer cuando estaban en el poder. Y aquí no hay diferencias: si el PP o el PSOE querían eliminar el lacerante “impuesto de sucesiones”… lo podían haber hecho ya y no convertirlo en zanahoria electoral.

2)   Tienden a eludir responder concretamente a preguntas directas y recurriendo a subterfugios. Si a Zapatero le preguntan por qué está a la cola de la educación, la respuesta es que la culpa es de “las generaciones precedentes”. Un político en ejercicio de su cargo nunca reconocerá que ha roto un plano. Le puede perjudicar en los sondeos.

3) Justificando los datos negativos con argumentos “iniciáticos” e incomprensibles. El área económica del gobierno suele utilizar esta práctica aludiendo a “cifras macroeconómicas” para justificar que “todo va bien”, ante la imposibilidad de explicar que según las “cifras de la economía doméstica”, nos empobrecemos.

4)   Atribuyéndose todos los éxitos en propiedad y todos los fracasos a la tarea de la oposición. Suelen ansiar las inauguraciones en períodos electorales, aun cuando el proyecto pertenezca al gobierno anterior de otro partido. Así mismo, atribuyen todos los fracasos a la gestión del anterior gobierno.

5)  Descargan responsabilidades en otros niveles de la Administración. En esta España rica en niveles administrativos apenas es reconocible un “centro de imputación”. Los ayuntamientos pasan su responsabilidad a las comunidades autónomas y estas la descargan en el gobierno central, el cual las traslada a la Unión Europea. Nadie tiene la culpa de los problemas, pero todos se disputan los éxitos.

6)  Los políticos son más previsibles que un reloj suizo. Cada día, cuando sus portavoces dan la consiguiente rueda de prensa, asistimos a la ceremonia de lo irracional: es posible prever lo que van a decir conociendo simplemente la lógica con la que se mueve ese partido. Por lo demás, en esas ruedas de prensa mostradas en TV, se ven sólo a los portavoces en la tribuna, nunca al aforo de informadores: vacío o semidesierto.

7)   Todos cultivan la moderación y atribuyen el radicalismo al oponente. Decir las cosas claras, por ejemplo, se considera una intolerable forma de radicalismo o de catastrofismo. Todos buscan el espacio centrista en el que están los caladeros de votos que dan o quitan mayorías absolutas.

8)   Ofrecen promesas que no pueden ser cumplidas. ¿Os acordáis de aquella promesa de autobuses gratuitos para menores de 21 años? ¿o aquella otra de pisos para todos los que tengan ingresos menores de 3.000 euros? Por no hablar del derecho de los españoles a una vivienda digna, incluido en la constitución. Quizás aludían al “derecho a la ocupación”.

9)   Negarán siempre que la corrupción sea algo que les afecta al otro partido, nunca al propio. Siendo así, pedirán la cabeza, las “responsabilidades políticas” (que nadie sabe exactamente en qué consisten) y la dimisión, pero si se comparte sigla con él, lo que procederá es pedir “presunción de inocencia” y alegar que “los otros más”.

10)  Apelando a los tópicos de moda en ese momento. Hoy, los dos grandes tópicos son los “derechos de las minorías” y “el cambio climático”. Decir algo que cuestione estos dos temas puede suponer una pérdida de espacio centrista. ¡Que se lo pregunten a Rajoy y a su primo el catedrático! Algo que entendió muy bien un Gallardón a la búsqueda de clientela gay.

11)  Obstinándose en no reconocer ninguno de sus errores. El político nunca se equivoca, por tanto, nunca dimite. Su infalibilidad es proverbial y palidece la del Papa que, en el fondo, solamente es en materia teológica. La infalibilidad del político es integral.

12)  Demostrando que allí donde van arrasan. Para ello precisan mostrar público en sus mítines y, especialmente, detrás de los oradores. ¿De dónde diablos sacarán a esos chicos de mirada inexpresiva que agitan las siglas del partido en los mítines? ¿lo harán por el “ideal”? ¿cobrarán como figurantes?

13)  Afirmando en la noche electoral que, sea cual sea el resultado, han triunfado. En 1981, cuando el PCF fue masacrado electoralmente, su secretario general, Georges Marchais, afirmó con una seriedad pasmosa que “el resultado ha sido una gran victoria para la izquierda”. En las pasadas elecciones municipales no hubo derrotados. Y en el referéndum catalán [alusión a la reforma del Estatuto propuesta por Pascual Maragall en 2004, Nota de 2023], todos pudieron justificar su éxito a la vista del resultado.

14)  Negarse a reconocer que se desea el poder para mejorar la propia situación personal. Sabido es que los grandes negocios se hacen a la sombra del poder y que un sector de la clase política se ha habituado a cobrar comisiones en lugar de trabajar. El ejercicio del poder se ha convertido en un medio para servirse “del pueblo” en lugar de “servir al pueblo”

Siguiendo todas estas técnicas, la clase política sigue trampeando elecciones y encaramándose al poder en medio de una indiferencia cada vez más generalizada, soportando unos índices de abstención crecientes y la hostilidad de una parte de la población que exige opciones nuevas, estilos nuevos, honestidad, sinceridad y claridad. Y eso, la clase política de los partidos mayoritarios ni puede, ni está dispuesto a consentirlo.

¿Cómo el ciudadano puede evitar que le tomen el pelo?

La estafa moral o el engaño preelectoral no son nuestro destino ineludible. Existen alternativas. El ciudadano siempre tiene la posibilidad de evitar ser víctima de carroñeros políticos. Le sugerimos:

-   Ejerza su capacidad crítica. Pregúntese siempre qué ha hecho una sigla cuando ha tenido el poder entre las manos.

-   Compare lo que se dice con lo que se hace. Mucha promesa, poca realización, es igual a mucha corrupción.

-  Establezca índices de honestidad. Si un político sale del cargo renovando casa, coche, comprando chalet o si se ven signos externos de este tipo en sus cuñados, hermanos, testaferros, no lo dude: ese tipo es un corrupto.

-   Practique sistemáticamente el ejercicio de la desconfianza: el político no es honesto por principio y a la vista de la que ha caído en este país. La honestidad no es el valor del soldado que “se le supone”. Lo debe demostrar, día a día.

-   La lógica rige también para el político. Si un político no utiliza las leyes de la lógica correctamente para construir sus argumentos, es que, o es un completo ignorante o, simplemente, miente.

-   Observe si asume o no sus errores. Los errores son humanos y el político no está más allá de lo humano, por mucho que lo crea. El reconocimiento de los propios errores y de la propia responsabilidad es un atributo de lo humano.

-   Observe como responde a la crítica. Si no la admite, si desvía los argumentos, si ataca al adversario antes de defenderse a sí mismo: ese político es culpable de algo.

-   Observe su lenguaje gestual, delata más que una colilla a un fumador. Si el político se toca la nariz o se rasca bajo la oreja cuando responde, no lo dude: ese político está mintiendo.

-   No sea fanático de nadie, sea usted mismo. No apoye cerrilmente a tal o cual sigla, simplemente porque siempre lo ha hecho. Así resultará eternamente decepcionado. Cambie sus preferencias, no se aferre a ninguna. No sea ese bovino “voto cautivo” que todos los partidos tienen como “suelo”.

-   Atrévase y descienda al ruedo. Si hoy la honestidad y el sentido común en política es pura ficción, eso no quiere decir que no se requiera. Observe lo que proponen opciones políticas hoy minoritarias, siglas que todavía no han tenido la opción de entrar en las instituciones o que no gozan del favor de los medios. Seguramente ahí hay más honestidad concentrada y más sinceridad que en los dos grandes partidos.

[ESCRITO EN MAYO DE 2007]